Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, agosto 27, 2008

Crónicas de Blood VI: Éxodo

Despierto a la noche siguiente de aquel estúpido sueño de ayer (ustedes ni siquiera imaginan el significado de la palabra “pesadilla”). Los humanos siguen donde mismo, haciendo lo mismo, viviendo lo mismo, muriendo lo mismo. La realidad no ha cambiado y mi percepción de ustedes tampoco. Lo mejor será alejarme un poco de este lugar, hay muchos enajenados y temo que la locura humana sea contagiosa.

Avanzo sin apuro por esta asquerosidad a la que llaman civilización, y comprendo que la evolución se los saltó: sus cuerpos se han hecho más débiles, y sus mentes asustadizas. Ya no son la especie destructiva de antaño, ahora no son más que un arbusto o que un árbol, pues sólo vegetan en sus patéticas existencias: de hecho cualquier árbol del camino es más útil que ustedes, que ni sombra son capaces de dar. Cada vez que pienso en la realidad que se han creado, comprendo más el sentido de mi existencia: depredarlos me enaltece al eliminarlos de la superficie del planeta.

Falta poco para que amanezca, y llego a lo que creo que ustedes llaman mar. Es una extensión ilimitada de agua que se mueve al son de los latidos de la tierra. Antes que el sol despunte entro a las frías aguas y empiezo a avanzar decididamente, flotando sin mayor problema. Seguiré avanzando siguiendo el eje del sol, a ver a dónde llego: supongo que, si el planeta es redondo como dicen, llegaré alguna vez a otro lugar con tierra firme. Y en el peor de los casos, volveré al mismo lugar pero por el otro lado…

¿Fin...?

miércoles, agosto 20, 2008

Crónicas de Blood V: Careo

Parece que esta noche voy a cambiar un poco. Después de siglos cazando lo que encuentro en las calles de la ciudad, creo que me aventuraré a entrar a la morada de algún humano; ya que tanto les gusta estar encerrados, llegó la hora de invadir lo que ellos consideran como seguridad. Aún recuerdo toda la evolución de las moradas de los humanos, que terminan del mismo modo: sea como sea la forma o el material de sus construcciones, independiente del tamaño y la ubicación, todas los aíslan de la naturaleza. Y allí llevan lo que orgullosamente llaman vida; si me tocara esa vida, probablemente haría todo lo posible por dejarla o terminarla.

El azar me guía a un edificio más bien antiguo, que alguna vez pudo verse bien pero que ahora da sólo asco. Años atrás había más árboles y animales menores en las calles, pero ya poco queda de eso, sólo cemento y más cemento. Sin dificultad salto la reja y subo por las escalas. Nuevamente el azar me dice el cubículo al cual entrar. Para darle algo de suspenso al juego fuerzo la puerta casi sin hacer ruido. El cubículo está oscuro, algunos muebles alineados a las paredes dejan el camino abierto. ¿Ni siquiera son capaces de dejar los muebles de otro modo que no sea ordenados y alineados?

El estrecho y corto pasillo da lugar a otros cuartos cerrados. En uno de ellos se deja ver algo de luz. Mi pobre presa, un macho más bien viejo, no me ha notado. Con sigilo me acerco, la luz sale de uno de esos artilugios que usan para escribir y vivir una vida sin vivirla, lo que me permite apreciar algo de él a sus espaldas antes de matarlo. Su pelo se ve canoso, su espalda curvada, sus delgados y secos dedos teclean incesantemente; sobre la mesa yace un vaso con un líquido que parece dorado por la luz del artilugio, dentro del cual parece haber hielo. De pronto el ruido de escritura se detiene y gira bruscamente hacia mí. Su rostro muestra signos de cansancio, y sus ojos... ¿qué diablos pasa aquí?

“-Llegaste Blood. Ya es hora, no te quiero seguir escribiendo, mátame de una vez y termina con nuestras vidas.”

No entiendo al maldito humano: ¿matarlo y terminar con "nuestras vidas"? Y esos ojos son... creo que no debo estar aquí, creo que ya no tengo hambre, creo que este humano tiene muy poca carne. Raudamente diviso la puerta y huyo por ella, teniendo en claro que lo mío son los humanos en sus calles...

“-Maldición, ni siquiera pude controlar mi creación. Pero no importa Blood, me encargaré de hacerte sufrir tal y como lo hiciste al huir de nuestra muerte...”

miércoles, agosto 13, 2008

Crónicas de Blood IV: Caverna

Otra noche de cacería que acaba y llega el alba, la hora de desaparecer para no contaminarme con mis presas al interactuar con ellos. El sol despunta y me da la señal para el descanso: la presencia de mi sombra. Estos cortos momentos en que mi silueta se proyecta en el suelo son suficientes para entender que no soy de esta realidad, y que vine a este planeta exclusivamente a convertirme en la manifestación patente de la suma de los temores de la raza humana. Pero ya no hay tiempo, debo esconderme para reaparecer la siguiente noche.

Los túneles debajo de las calles que usan para que transporten el agua de las lluvias son la puerta de entrada a mi pequeño refugio en la caverna. Atrás quedaron los días en que pude vivir en un castillo lejos de todo y todos: creo que donde estaba hicieron una edificación enorme para encerrarse a comprar y vender cosas. Por lo menos alcancé a rescatar lo suficiente para hacer de esa caverna algo más cómodo para reponer mis energías y volver a matar y engullir la noche siguiente. Me preocupé de escoger una de difícil acceso, bastante alejada de la superficie, y con pocas filtraciones de agua: no me gusta ese golpeteo eterno de las gotas de agua en las pozas que ellas misma forman. En ella tengo lo poco que me agrada del mundo humano: una superficie para dormir, y una máquina que reproduce lo que hoy llaman música; por algún extraño designio del destino los humanos fueron capaces, dentro de su inmundicia como raza, crear algo sublime, claro está, hace más de ciento veinte años…

Luego de pasar la roca grande, última barrera para mi caverna, escucho ruidos en ella: parece que las ratas aprendieron a llegar, y probablemente están buscando algo que roer. De pronto un sonido conocido me alerta: voces humanas. Malditos engendros, ¿cómo encontraron mi refugio? Sigilosamente me aproximo al lugar, por todos lados hay cuerdas y piezas de metal, de esas que usan para escalar por la inutilidad de sus débiles manos. Al asomarme logro ver sus cabezas, son cuatro, tres machos y una hembra, cuyas vestimentas les impiden moverse con facilidad. No hay problema, cuatro no son desafío para mi, de hecho ningún humano lo es; antes que se de cuenta ya estoy desnucando a dos, al tercero le reviento el pecho y la hembra pierde su cabeza por la violencia del impacto. Con esto tendré comida para tres o cuatro días, lo que me evitará salir a la superficie. Antes de deshacerme de las porquerías que traen intruseo un poco. Uno de ellos traía una caja pequeña con una potente luz en su extremo. Al examinarla no encuentro nada especial, salvo que al otro extremo de la luz hay un vidrio extraño, por el que se ve todo en pequeño. Mientras aprieto con poca fuerza algunas protuberancias de la caja, en el vidrio aparece una imagen de los otros tres humanos, y se escucha el relato de cómo encontraron mi caverna. De improviso toda la imagen se mueve bruscamente, luego queda quieta, y al empezar a moverse un horripilante rostro aparece mirando fijamente hacia el vidrio, con una gran dentadura y unos extraños ojos verdes…

miércoles, agosto 06, 2008

Crónicas de Blood III: Iglesia

Debo ser uno de los cazadores con más mala suerte en el mundo. Habiendo tantos tipos de presas, tenía que tocarme a mí la más débil y dependiente de todas: los humanos. Se esconden cuando llueve, se esconden cuando hace calor, se esconden de día fuera de sus casas, se esconden de noche en ellas… ¿Hay algo a lo que no le teman? Pero bueno, más puede el hambre que el fastidio, y deberé buscar luego qué diablos comeré esta noche.

Mis pasos me guían a través de la ciudad. Otra vez la maldita costumbre de encerrarse: hacen sus famosos edificios para encerrarse a trabajar de día, los ponen en hileras como para lucirlos, a ver cuál es más alto, con más cubículos, en cuál caben más presas… perdón, humanos, y cuál refleja mejor la luz del sol. Y pierden y destruyen la naturaleza por esto. De pronto, entre todas esas fastuosas torres se asoma una casona alta de materiales antiguos y ventanas de colores. Creo reconocer esto, parece que es lo que llaman iglesia: otro sitio para encerrarse y amontonarse. Aquí llegan menos, y sólo de vez en cuando. Si cazara de día sería extremadamente fácil entrar de sopetón y llevarme tres o cuatro de una vez, pero no es el caso. De todos modos igual entraré a ver, en una de esas tengo suerte.

Nunca he entendido el porqué de encerrarse, y en este caso es peor aún, pues al parecer aquí sólo entran y recitan versos. Mientras camino por el centro del pasillo mirando sus extraños símbolos, siento a alguien acercarse a mí por la espalda: al girar veo a un tipo vestido de oscuro, con un gorro y blandiendo un bastón. Pobre imbécil, nunca supo qué lo mató, y dudo que alcanzara a saber que había muerto. Luego de engullirlo y esconder sus ropajes, escucho a lo lejos, en la parte central del pasillo donde hay una mesa de piedra llena de cosas inútiles, una respiración entrecortada y algo silenciada. Raudamente llego al origen, y me encuentro con otro humano, vestido de negro, temblando y con un pequeño símbolo de madera en la mano, que me muestra como para que lo proteja. Levanto mi mano para quebrar su cuello y seguir comiendo… pero luego la bajo y dejo el lugar. Creo que dejaré que crea que su dios está interesado en él y su raza: soy antropófago por naturaleza, pero ello no me hace perverso; bueno, no tanto…