Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, febrero 25, 2009

Mono hombre

El mono hombre avanzaba en dos o cuatro patas raudamente para poder llegar lo antes posible a su cueva. Era urgente alcanzar el refugio de roca para poder protegerse de quienes lo seguían, y estar con el resto de los monos (hembras y machos) que componían su clan, y así unidos enfrentar lo que se venía. Todo lo nada que tenían corría un serio peligro de dejar de ser si es que quienes lo seguían lo llegaran a alcanzar.

Su clan era milenario. Conformado por no más de cincuenta individuos entre machos, hembras y crías, habían evolucionado en una gran caverna ubicada a una altura suficiente como para estar fuera del alcance de los depredadores mayores, pero lo suficientemente cerca de un río y una planicie que los abastecían de agua y presas de caza. Era la caverna perfecta para que lograran descubrir el fuego y crearan algunas herramientas menores para poder cazar y sobrevivir, y su ubicación los obligaba a alternar entre la condición de cuadrúpedos y bípedos. En más de una ocasión les había tocado defenderse del intento de otros clanes menos evolucionados de apoderarse de la caverna, pero las mismas armas que usaban paa cazar les servían para defenderse de sus eventuales rivales; en su desesperada carrera rogaba por que nuevamente la fuerza de su grupo y de sus armas los ayudaran a salvar el único modo de vida que conocían.

El mono hombre intentaba acelerar su huida, pero era imposible; los otros monos hombres eran mucho más altos y fornidos que él, y tenían piernas que giraban. De pronto sintió un agudo dolor en su espalda, y cayó dormido automáticamente al barro. Con mucho cuidado el viajero intertemporal sacó el dardo con el tranquilizante e inyectó un chip cerca del oído del mono hombre. Había llegado la hora de enseñarles a sus sujetos de investigación el paso evolutivo siguiente: salir de las cavernas y aprender a vivir de la tierra.

miércoles, febrero 18, 2009

Sabiduría oculta

En la vastedad de su mente ya casi imperfectible, el viejo sabio levitaba. Dentro de sí mismo había logrado penetrar un día, y ahora era capaz de viajar entre sus ideas y conocimientos como quien vuela en un planeador por encima de sendos bosques frondosos que, aunque ya conozca y sepa exactamente dónde están, no dejan de maravillar al ojo acostumbrado a no maravillarse. Así, su cuerpo espiritual en estado de máxima dejación y en posición de loto volaba dentro de su mente, viendo todo aquello que alguna vez había hecho, pensado o imaginado, y maravillándose con la complejidad de todo lo que veía. Aquellas cosas que en su momento parecieron tan vanas y simples, vistas ahí parecían un universo en construcción, evolución y destrucción a cada instante.

Su casi interminable experiencia en los hechos de la vida y de la mente no valían nada frente a su imagen de niño corriendo tras una pelota de plástico rota; su capacidad de levitar físicamente a voluntad era opacada por sus primeros intentos de no caer de su primera bicicleta; su sabiduría acerca de las distintas dimensiones de la divinidad desaparecía frente al esfuerzo gigantesco por aprender el alfabeto. Y conforme seguía en vuelo por su propia mente, era capaz de redescubrir la compleja simpleza de la existencia humana, y hacerse de tal modo mil veces más sabio de lo que ya era.

El viejo sabio sabía que todas las cosas tienen límites, y que toda realidad, por irreal que parezca, tiene leyes. Él sabía que no debía pasar de aquella extraña nube negra que había alrededor de todo. Su maestro le había advertido que si pasaba de aquella barrera, podría perder todo lo avanzado en todas sus reencarnaciones; pero tal como crecía su sabiduría, sus ansias por saber más se hacían difíciles de controlar. No era vanidad ni orgullo lo que lo movía, pues ello ya había sido desterrado hace mucho de su alma; era la necesidad de descorrer ese velo lo que lo movía. Ya había estado varios meses meditando al respecto, y por fin se había decidido: el riesgo era enorme, pero los beneficios insospechados eran más.

Lenta y cautelosamente se acercó a la nube negra, sin sentir nada. Al atravesarla pasó a una dimensión mental casi idéntica a la que ya había recorrido tantas veces. Al azar escogió un lugar y se acercó: en él se vio de niño, en el suelo llorando luego de caer al tropezar al ir corriendo tras la pelota, y sintió las caricias de su madre mitigando su dolor. Luego avanzó y se vio acongojado cuando se salió la cadena de su bicicleta, y sintió el bienestar de ver a su padre colocando la cadena en su lugar. Dos segundos más allá se vio luchando contra una letra que no lograba identificar en el silabario, y sintió la delicadeza de su profesora para repetirle el nombre hasta que lo lograra memorizar.

En la vastedad de su mente ahora perfecta, el viejo sabio no necesitaba levitar, ni meditar, ni pensar. Había aprendido el misterio de la creación, y ya nada lo separaba de la divinidad propia de cada alma humana: por fin entendió que no había nada que entender, sino sólo sentir.

miércoles, febrero 11, 2009

Gordo

Sentada en su cómodo bergere de cuero, la mujer pensaba en el futuro cercano. Con un vaso de whisky en su mano y un cigarrillo consumiéndose en el cenicero de la mesa de centro, intentaba entender cómo había llegado a ese estado en su vida para poder imaginar cuáles eran los pasos prudentes para dar en su futuro. Si bien era cierto la vida no la había tratado mal, no podía estar plenamente satisfecha con el devenir de su existencia.

Mientras sentía el calor del licor en su cuerpo y veía a través del humo del cigarrillo la ventana del estudio, la joven mujer recordaba su pasado reciente. Luego de recibirse de secretaria empezó a trabajar en una empresa multinacional que llevaba años apoderándose de las materias primas del país a bajo costo, y vendiendo productos elaborados por doquier a precios exorbitantes; su trabajo era el normal de una secretaria ejecutiva, y sufría el mismo acoso que casi todas sus colegas solteras y recién recibidas en su misma situación. La joven no tenía pareja, pero tampoco quería lograr nada a costa de algo que no fuera su trabajo. Su jefe directo la miraba descaradamente a cada rato, con gestos libidinosos obvios que asquearían a cualquiera; lamentablemente ella era el soporte económico de su familia, así que debía obviar toda esa vergüenza si quería seguir trabajando en la empresa.

Un día su obeso y casi deforme jefe la abordó a la salida. Sin miramientos ni respeto alguno la besó a la fuerza y la llevó del brazo a su auto. Una vez dentro le habló directamente: un hombre como él tenía los medios para pagar lo que fuera, pero menos amor; si ella se comprometía a estar con él por siempre, y sin condiciones, tendría el futuro asegurado. La muchacha no supo qué decir, y nuevamente la necesidad primó por sobre su humanidad, y guardó silencio mientras el gordo la llevaba a su casa. Una vez en ella, él la hizo jurar sobre una biblia lo acordado. A los pocos minutos la llevó a su cama, donde se desvistieron y la forzó a tener sexo. No bien hubo terminado, el corazón del gordo no soportó la pasión, y dejó de latir por siempre. La muchacha estaba aterrada: había jurado no dejarlo jamás sobre una biblia, y como buena creyente debía cumplir su palabra.

Sentada en su cómodo bergere de cuero, la mujer pensaba en el futuro cercano. Luego de cumplir su palabra, debía encontrar algo que hacer con tantos millones sin salir de la casa para no romper su juramento. Y mientras pensaba, fumaba y bebía, acariciaba la piel del gordo, que ahora cubría íntegramente su bergere.

miércoles, febrero 04, 2009

Infierno personal

-Oye, ¿por qué no cambias la radio? Me tiene loco esa música.
-No es la radio.
-Chuta, bueno, entonces saca ese cedé, es insoportable.
-Tampoco es un cedé.
-Ya... ah, ese programita estúpido de la tele, ¿cómo se llamaba?, ese donde ponen esa música ridícula...
-No es la tele.
-Qué mierda... ¿pusiste un dvd en el karaoke, o algún recital... o algo?
-No, nada de eso.
-No me digas que el idiota del vecino...
-No, no es ningún vecino.
-Entonces qué... momento... ¿quién eres tú, qué haces en mi casa?
-¿Yo? Soy tu subconciente. Esta no es tu casa, es tu cerebro, y la música no sale de ningún lado, está acá mismo, en tu cabeza. Creo que esto es lo que una amiga mía, el alma, llama "infierno personal", aunque yo prefiero decirle esquizofrenia…