Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, mayo 27, 2009

Artesano

El artesano estaba por terminar su trabajo. Era el más reconocido maestro japonés en la fabricación de katanas, y todo samurai que se preciara de tener cierto nombre en el imperio, debía mandar a hacer su katana con él, sin escatimar en recursos. Todos los trabajos tenían su sello particular de sacrificio y esfuerzo, lo cual estaba incluido en el precio de cada espada.

Diez años hacía que había empezado ese trabajo especial. El propio emperador lo había llamado cuando su hijo tenía once, para encargarle la mejor katana que pudiera construir, y le dio diez años de plazo, pues se la regalaría cuando cumpliera con su entrenamiento, a los veintiuno. Así, durante diez años trabajó hasta lograr una verdadera obra de arte, que estuvo lista para el día del cumpleaños del príncipe.

Como era menester, la hoja de la katana debería ser probada en un cuerpo, de preferencia en el cadáver de algún criminal, para ver si actuaba tal como se esperaba. Pero el artesano le dijo dos días antes al emperador que una hoja de esa calidad merecía ser probada en un cuerpo vivo; por eso fue llevado a palacio un criminal condenado a muerte para ser ajusticiado por el príncipe, y así probar la hoja. Cuando llegó el artesano con el regalo desenvolvió la espada del manto de seda que la cubría y de rodillas la entregó al hijo del emperador. Sin mirarlo hizo un ademán para que se llevaran al criminal, y él mismo descubrió su torso para ser la prueba de la hoja. Tanto el emperador como su hijo, y toda la gente de palacio estaban perplejos, hasta que leyeron el tatuaje que tenía el artesano en su pecho: “si la hoja es suficientemente buena, moriré sin dolor y con el honor del deber cumplido; sino, no vale la pena seguir viviendo”…

miércoles, mayo 20, 2009

Cabalgata

El viejo y cansado jinete termina de prepararse para la misión. Sus superiores le habían avisado que el momento había llegado, y al fin se vería si toda esa larga y tediosa preparación había servido de algo. Mientras terminaba de vestir el extraño uniforme que nunca le gustó, pensaba en lo terrible del momento. Siempre le habían dicho que en algún instante sucedería, que se sabía que tarde o temprano tenía que ocurrir, pero como siempre, al llegar ese momento que ha nadado por largo tiempo en el mar de la incertidumbre, se siente como demasiado luego, y que faltaron cosas por hacer para evitar un mal mayor.

El jinete sale de sus aposentos luego de orar para que su misión llegue a buen fin, si es que su fin pudiera catalogarse de bueno. Con parsimonia y algo de cansancio por la casi eterna espera se acerca a las caballerizas. Ahí, junto al cuidador, estaba el jamelgo que lo llevaría a cumplir su cometido. Su viejo y fiel caballo también estaba ataviado para la ocasión, con las vestiduras propias del momento; en cuanto lo vio acercó su mano al hocico del noble animal, que inmediatamente empezó a juguetear con sus gruesos labios en la palma del jinete, que le sonreía y acariciaba sus ya amarillentas crines. El cariño y la complicidad entre ambos era incuestionable.

Mientras jugaba con su caballo, los otros jinetes se acercan a la caballeriza; sin mediar palabra entre ellos, cada cual se aproxima a su respectivo caballar para jugar o acariciar a quienes los guiarán en el terrible destino que cada vez les aguardaba más cerca. De pronto, una voz les da la orden de salir. Cada cual monta su caballo y se acerca a las puertas de salida.

El viejo y cansado jinete sigue la fila en el lugar que le corresponde. Por lo menos no era el primero ni el último; su tercer lugar entre los Cuatro, tal como dictaban las escrituras, era el más adecuado para el jinete de la enfermedad y la muerte…

miércoles, mayo 13, 2009

Soldado

El reloj avanzaba lentamente, poniendo más distancia entre segundo y segundo para hacer que el dolor durara más; era la tortura más cruel que podía sufrir un hombre en su condición. Como militar ya sabía de dolor, lo había sufrido incontables ocasiones, pero esto era demasiado. Su cuerpo no aguantaría más esa interminable tortura.

El soldado se encontraba tirado sobre la mesa, casi desmayado del dolor. Hacía ya varios minutos lo habían amarrado, y estaba a merced de lo que tenía que pasar. Cada segundo se hacía peor el dolor, y ya no sabía cuánto más podría soportar.

De pronto entra a la habitación un viejo delgado con cara de apurado. Sin saludar a nadie mira al soldado, y le hace señas a otro de los militares, el cual rasgas las vestiduras y deja al descubierto parte del cuerpo. El enjuto viejo saca raudamente una sierra y sin que casi nadie lo notara amputa la pierna destrozada por las balas enemigas del pobre muchacho, quien luego es emborrachado con media botella de bourbon, recibiendo la otra media botella en el improvisado muñón: por fin el dolor había desaparecido.

miércoles, mayo 06, 2009

Desmemoriado

Mientras la noche avanzaba, el fantasma seguía su ruta de costumbre. Luego de ciento veinte años en la casona, ya sabía lo que tenía que hacer. Salía de la que fue su habitación, recorría los pasillos, se paraba un rato en la ventana del living y luego volvía a su punto de inicio. No sabía por qué lo hacía, pero después de tanto tiempo ya no se lo cuestionaba: simplemente se levantaba todas las noches y salía a hacer lo suyo.

Esa noche el fantasma seguía su recorrido, cuando de pronto decidió mirar un poco a su alrededor. Ya casi ni miraba por donde iba, pues no valía la pena ver lo mismo de tan poco siempre. No recordaba algunas de las cosas que veía, pero definitivamente eran suyas: luego de su muerte nadie más habitó ese lugar, así que no podían ser de nadie más. De pronto se fijó en un viejo gobelino que adornaba la pared del pasillo: con estupor notó que tenía una mancha de sangre en una de sus esquinas. No recordaba que alguien hubiera manchado el gobelino… y de pronto cayó en cuenta que no recordaba su muerte. En ese momento una serie de imágenes invadieron su mente… una joven muchacha con la cabeza rota… la mano ensangrentada de la muchacha apoyada en el gobelino… un madero ensangrentado en su mano… el living…

Raudamente el fantasma se dirigió al living de la casa, y en el mismo lugar donde todos los días y por más de una centuria se había parado, en el suelo, había una argolla de metal bajo un casi desecho tapete. Con temor acercó su mano y como era de esperar no logró asir la argolla física sin atravesar el piso; pero al levantar su brazo una mano salió desde el suelo tomada de éste. Al incorporarse arrastró tras de sí a la muchacha que había muerto y enterrado ciento veinte años antes para evitar que le dijera a su esposa que estaba embarazada de él, y que lo llevó a cometer suicidio por la culpa que lo atormentaba. El fantasma de la muchacha lo miró con pena pero al fin pudo ascender al cielo; mientras tanto, su alma lentamente empezó a hundirse en la oscura incertidumbre del averno…