Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 28, 2010

Historia de Sangre: Bestia

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo VI: Bestia

La guerrera entendía su posición de modo cabal. Era la prisionera de una bestia antropófaga de forma humana, que había capturado y asesinado a todos sus hombres, que ya se había comido a uno y que había guardado el resto de los cuerpos para seguir alimentándose de ellos. Probablemente cuando se acabaran los hombres la siguiente comida sería ella. Tenía por tanto algunos días para preparar su fuga o planificar la muerte de la bestia, aunque esto último era casi imposible: si era capaz de esquivar un disparo de su ballesta, que había sido reforzada para disparar más rápido y tirar flechas más grandes, y había detenido el ataque con su espada sin usar armas, la única opción era matarlo mientras dormía; pero sus reflejos y sentidos eran demasiado sensibles, y probablemente la descubriría antes que siquiera se acercara a su cama. Escapar se veía como algo más aterrizado, si es que lo hacía cuando él durmiera… sí, escaparía cuando él estuviera dormido… pero ¿hacia dónde? No conocía el lugar, no sabía donde estaba, no sabía qué animales podría haber en el sector. Pero no se podía quedar sin hacer nada, sin siquiera intentar avisar a su pueblo y su familia el peligro que corrían, o que ella estaba viva aún…

La hembra era extraña. Lo miraba siempre de reojo, manteniendo la distancia, insinuando su odio con cada gesto. Su pelo rojo le permitía verla sin dificultad a bastante distancia, pese a que ella no parecía intentar alejarse mucho. En realidad no era problema para él, tenía comida para varios días y ella era bastante pequeña comparada con los que había atrapado. De todos modos la hembra lo perturbaba: el pelo rojo lo desconcertaba cada vez que la veía, y su mirada de odio en vez de temor no le cuadraba. Era extraño, un par de veces había mantenido vivos a algunos machos un par de días para aprender de ellos lo que necesitaba, y luego los mataba para comérselos; y siempre las miradas que recibía eran de temor y súplica por sus vidas… pero esta hembra sólo tenía odio en sus negros ojos para él. Tal vez por eso, y por su escuálido tamaño, la dejaría vagar por ahí; eso sí, no le daría de su comida, y para evitar problemas comería a escondidas: no estaba tan desconcertado como para compartir sus cadáveres…

Estaba decidido, esa noche escaparía. Ya sólo quedaban dos cadáveres, y el riesgo para su vida aumentaba rápidamente. Esperaría a que terminara de comer, calcularía una media hora (que era el tiempo que tomaba en quedarse dormido luego de dejar blancos los huesos) y huiría llevándose sus armas. La bestia no las había considerado, de hecho sólo usaba algunas de ellas como herramientas pero para tareas menores. De todos modos él era un verdadero enigma para ella. Además de sus ojos, bastante infrecuentes, tenía ciertos atisbos de “humanidad”. Desde que la capturó, se preocupaba de devorar a sus compañeros fuera de su vista: al parecer no quería hacerla sufrir más de lo que ya había sufrido. Además, la dejaba deambular y buscar su propia comida sin vigilarla desmedidamente. Así había podido cazar algunos animales pequeños, recolectar raíces y plantas y recobrar las ganas de seguir viviendo. Su espalda aún seguía adolorida luego del golpe que le dio para aturdirla hacía diez o doce días atrás. Ahora que había recobrado sus fuerzas, y que estaba lista para ser una de las próximas cenas, escaparía. Esa noche todo se dio como ella esperaba: la bestia comió oculta, y a la media hora de ver caer los blancos huesos por la ventana, inició su huida. Avanzó descalza por la losa para no hacer ruido, llegó al bosque y luego de calzarse enfiló hacia donde debería estar el norte. Su travesía no tenía ningún sobresalto, salvo algunas rapaces nocturnas nada se interponía entre ella y su libertad… pero algo no estaba bien. Mientras estuvo con la bestia, en la losa, pese al odio y la sed de venganza, se sentía bien consigo misma, no se cansaba, se sentía… tranquila. Sí, tranquila… y eso era algo muy extraño. Desde su nacimiento, y desde que tuvo uso de razón, su vida había viajado por una gran gama de sensaciones, pero la tranquilidad no había sido una de ellas. Pese a ser la hermana menor, la única mujer aparte de su madre en el castillo, la consentida de todo el condado, nunca había logrado sentirse tranquila. Y ahí, a mitad de un bosque desconocido, a medio camino entre la muerte y la libertad, supo que el precio a pagar por esa libertad era demasiado alto. Ahí, bajo las copas de los árboles y los claros que dejaban ver las estrellas, decidió que los dos días de tranquilidad que le quedaban valían la pena, aunque luego debiera pagar con su vida, frente a un futuro de libertad e infelicidad. Debía apurarse: había que desandar el camino recorrido…

Esa mañana se levantó como siempre, satisfecho y descansado. Su vida seguía un curso fijo, sin sobresaltos, salvo por la hembra de cabello rojo. Tal vez ahora debía preocuparse, pues quedaba sólo un cuerpo, y tendría que salir a cazar nuevamente. El problema podía ser mayor aún, pensando en el pueblo de la hembra. Ya sabían de su existencia, así que tal vez debería pensar en buscar comida en otros pueblos. Eventualmente, eso sí, cabía la posibilidad de tener un nuevo golpe de suerte, y que la comida nuevamente viniera a él, tratando de buscar a la hembra. De todos modos no estaba muy confiado en esa opción: si habían pasado casi dos semanas y no habían intentado nada, no había mucho para pensar en que lo podrían intentar ahora. Al salir de la casa, le extrañó no ver a la hembra dando vueltas por ahí. Podía ser que había huido, o tal vez algún depredador se la había comido. En realidad daba igual, desde que sobrevivió a su ataque había decidido no comérsela, y su presencia o ausencia no cambiaba nada. Antes de mediodía salió de excursión hacia el lado contrario de donde acostumbraba hacerlo, a ver si lograba encontrar una nueva fuente de alimentación. Y así fue: al llegar a la cima de un cerro no muy distante de su casa, divisó un par de castillos gigantescos separados por un río bastante caudaloso pero atravesable para él. Al parecer, salvo el cruce del río, tendría bastante de donde escoger comida. Raudamente bajó el cerro, y con facilidad cazó a cuatro personas que iban en un carro tirado por caballos; de hecho usaría el mismo carro para transportar la comida a su casa. Al llegar, vio a la hembra aparecer del otro lado del bosque. Sin preocuparse mucho de ella, sacó los cuerpos de la carreta y los lanzó al subterráneo: prefería esconderlos pues la hembra parecía andar hambrienta…

Al llegar a la explanada, se dio cuenta que había tardado mucho, pues la bestia venía llegando por el otro lado. Y ahora sí se convenció que algo de consideración o de humanidad había en él: ninguno de los cadáveres que traía en la carreta eran de su pueblo. Increíble, estaba yendo a cazar a otro lado solamente para no incomodarla… tal vez algo de la humanidad que tuvo cuando tenía familia estaba reapareciendo gracias a ella. Tal vez, y sólo tal vez, con tiempo, paciencia, y la tranquilidad que el lugar le entregaba, ella lo podría hacer cambiar…

miércoles, abril 21, 2010

Historia de Sangre: Contacto

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo V: Contacto

El ser humano era una clase de animal bastante extraño. A diferencia del resto estaban bastante más organizados, y usaban al medio ambiente como fuente para conseguir materiales para crear su vida. Por otro lado usaban estos materiales para marcar diferencias entre ellos. Conocía las diferencias entre machos y hembras en todas las especies, pero los humanos las marcaban más aún con las cosas que se ponían encima e inclusive con sus actitudes. Durante los años que llevaba cazando humanos había comido indistintamente machos y hembras, adultos y crías, y para él no tenían mayor diferencia en el sabor, aunque tal vez las hembras le parecían un poco más blandas.

Esa noche los humanos le estaban haciendo un regalo. Un grupo de ellos había salido a cazar al parecer, y se estaban aproximando hacia su casa: tendría por ende que recorrer una distancia menor para conseguir un mayor número de presas. Inclusive, podría guardar unas cuantas para algunos días, lo cual le evitaría salir a cazar a lo menos durante un par de semanas.

El asunto se le facilitó más cuando vio que los humanos armaron sus casas de tela en medio del bosque, y uno de ellos se acercó al riachuelo. Fue su primera presa, a la que engulló con voracidad, para tener energías suficientes para cazar el resto durante la noche. Cuando estaba por limpiar de carne la cabeza vio a unos cuantos acercarse, por lo que debió dejarla para no tener que sobreexigirse. Al ver a ese grupo en las cercanías del riachuelo, decidió ir en busca de los que estaban en el campamento primero: sería más interesante y entretenido si tenían alguna estrategia para defenderse…

Lo primero fue atacar a los animales menores que hacían ruido cada vez que él se les acercaba: una bofetada fue suficiente para lanzarlos a todos contra un árbol, y acabar con ellos de una vez. Luego soltó a los animales más grandes, en los cuales los humanos se movilizaban. Después, matar a los que estaban más adornados, llenos de piezas de metal y con unas extrañas cosas de madera con la cual le lanzaban largas astillas terminadas en punta… por lo demás, nada suficiente como para atravesar su piel. Finalmente, acabó con los que estaban vestidos como su comida inconclusa de esa noche en el riachuelo. Al poco rato sintió a la distancia como volvían los cazadores, y se dispuso a terminar su tarea. Para eso, tenía planeado hacer algo diferente: los mataría de extremo a extremo. Primero cazó a uno que se había adelantado, luego al último, volvió por el de la punta y así, hasta dejar al humano que iba al medio. Parecía una hembra por su tamaño, aunque usaba los mismos adornos de los machos. Se movía lentamente y con cuidado. La esperó en un árbol sobre una de las casa de tela, y cuando estaba bajo él, saltó sobre ella y la golpeó. Al recoger el cuerpo le llamó la atención su pelo, de un color anaranjado, pero tal vez era el efecto de las antorchas y de la sangre.

Al llegar a su casa dejó los cuerpos botados y les empezó a sacar los ropajes. Algunos de los humanos eran bastante grandes, así que más de alguna prenda le serviría, y eventualmente alguno de los adornos de metal tendría uso práctico. Luego de desvestirlos a todos, se acostó a descansar de su cacería y a reposar su cena. A la mañana siguiente salió de su casa, y se fijó que faltaba uno de los adornos de metal, uno de los de madera y la hembra. En eso, sintió moverse el viento tras de él y rápidamente giró sobre sus pies: la hembra le lanzó una de esas astillas de madera y se abalanzó sobre él con la herramienta de metal. Sin dificultad esquivó la flecha y el golpe de espada, y sujetó con fuerza el brazo de ella. Ahora, que la veía de día, se pudo dar cuenta que su pelo era efectivamente anaranjado. Mientras ella le lanzaba golpes de pies y con el brazo libre, él se largó a reír: era increíble, ninguno de los machos, ni el más grande, había logrado sobrevivir a su ataque y ella, la hembra, estaba viva y con las fuerzas suficientes para intentar enfrentarlo. Al escuchar su risa ella se detuvo en sus ataques: mientras él se fijaba en su rojo pelo, ella miraba concentrada sus claros ojos, de un verde similar al color del mar al reventar olas sobre las algas. Definitivamente ambos eran poco comunes para su realidad y su entorno. Él la soltó, le arrojó sus ropajes y empezó a guardar los cuerpos que le servirían de comida por las siguientes dos semanas, pensando en que esa hembra seguramente ya no formaría parte de su dieta. Ella se vistió, tratando de aguantar el odio que sentía por la bestia al ver a sus hombres convertidos en presas de caza, pero esperanzada al no haber sido asesinada luego de su intento de venganza. Ella sabía que lo que la había atrapado era una bestia antropófaga, pero no calzaba con sus expectativas: parecía humano, pero su tamaño era mayor que el más grande de los hombres de su padre. Sus dientes eran desproporcionados pero comprensibles por su voracidad. Sus ojos eran lo más humano que tenía: si bien es cierto el color era extrañísimo, al verlos un dejo de tristeza se colaba desde lo más profundo de su ser. Y el lugar donde estaban era tan extraño como la bestia: una inmensa superficie de piedra sin vegetación, rodeada de árboles, plantas y animales de toda índole, que no se atrevían a penetrar siquiera el borde de la explanada. En ninguna de sus excursiones de caza se había aproximado al lugar, y no había señales de su existencia. Ni siquiera alguna leyenda de algunos de los pueblos que ella había ayudado a conquistar nombraba un lugar así. Sólo la vieja historia del niño con poderes sobrehumanos calzaba en todo lo que estaba viendo. Pero lo más incomprensible y fuera de lugar era la casa de la bestia: una réplica exacta en piedra del pequeño castillo donde su padre, su madre, ella y sus hermanos residían. Al parecer, la bestia y la guerrera seguirían sorprendiéndose con lo que el destino les tenía deparado…

miércoles, abril 14, 2010

Historia de Sangre: Excursión (segunda parte)

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo IV: Excursión (segunda parte)

Temprano en la madrugada, junto con la bendición de su padre el conde, y uno que otro conjuro del brujo, se dio la salida a la partida de caza de la bestia. A mediodía, los perros ya habían dado dos falsas alarmas al salir persiguiendo unos jabalíes, los cuales fueron muertos para no seguir distrayendo a los perros y tener carne fresca para una eventual trampa. Luego de un día entero de recorrer lentamente el camino, de revisar uno a uno los matorrales y los árboles, de dar sepultura a todos los huesos que encontraron y recoger las pertenencias para poder llevarlas de vuelta al pueblo y reconocer a las víctimas, escogieron una planicie en el bosque para acampar esa noche y reiniciar la búsqueda la mañana siguiente. Armaron las tiendas, hicieron fogatas, y se dispusieron a comer y dormir, no sin antes elegir a quienes harían guardia esa noche. Mientras algunos preparaban la comida y alimentaban a los caballos y los perros, otros estiraban las piernas y reconocían el sector para determinar los lugares más vulnerables y seguros. Terminada la comida, la hija del conde quiso contar a todo el contingente como era su costumbre al salir en campaña: pese a la renuencia de los hombres dado el bajo número que iba en el grupo, la guerrera impuso su autoridad y el conteo se hizo. Había ocurrido lo que ella temía, uno de los escuderos no estaba. Mientras los otros creían que se había perdido, o que andaba cerca del riachuelo, ella inmediatamente pensó lo peor y dispuso un grupo de soldados para ir en su búsqueda. Dejando al resto de los hombres en alerta en el campamento, ella y cinco soldados salieron hacia donde se suponía que debía estar el escudero. Al llegar al riachuelo encontraron sus ropas, e inmediatamente supusieron que estaba nadando desnudo, lo que se prestó para incomodar a la hija del conde; pero al levantar los ropajes la risa fue reemplazada por el horror y el asco, al hallar bajo ellos la cabeza del escudero. Luego de la primera impresión, la guerrera levantó la cabeza por su cabellera y se fijó en el cuello: tenía signos de haber sido arrancada de cuajo, como desgarrada, y no cortada o mordida. Las dudas acerca de lo que estaban persiguiendo crecían con el correr de las horas de ese primer día…

Rápidamente envolvieron la cabeza en la ropa del desafortunado escudero y enfilaron al campamento. El hallazgo de los restos del escudero cambiaba por completo los planes de búsqueda y llevarían a endurecer las medidas de seguridad. Ya no bastaría con tener guardia durante la noche, también habría que disponer de ella durante la marcha de día; inclusive, cabía la posibilidad de tener que invertir el horario de la persecución y dormir en el día.

Al acercarse al campamento las cosas no parecían estar bien. No encontraron a los hombres que debían estar de guardia y no se escuchaba el ladrido de los perros. De pronto, un bulto enorme se abalanza sobre ellos. Los soldados de avanzada disparan sus ballestas sobre éste, derribándolo. Al acercarse se dan cuenta que era uno de los caballos del campamento que andaba suelto; sus amarras parecían haber sido desgarradas de un tirón. Siguen avanzando, ahora con más sigilo. El soldado que encabezaba el grupo de pronto se detiene, al pisar un pequeño charco, en una zona alejada del riachuelo. Al aproximar una antorcha, el color rojo del líquido que pisó y que ahora también teñía su calzado lo sobrecogió. En silencio gira para avisar a los suyos, pero una tromba lo derriba con una fuerza descomunal por la espalda. Antes de morir vio el rostro de la bestia, que no lo parecía…

La hija del conde empezaba a asustarse. Además de la ausencia de los guardias y de los perros, y del caballo suelto que habían muerto, parecía como si sus compañeros también estuvieran desapareciendo. Al acercarse al campamento había pisado tres o cuatro charcos, que resultaron ser de sangre, y nadie se había devuelto a avisar. Al darse vuelta un par de veces, los dos soldados de la retaguardia se habían esfumado. Hacía un buen rato que ella llevaba su espada desenfundada y la ballesta cargada, y ahora sentía que las necesitaría.

Su avance se hacía cada vez más silencioso y sigiloso. Se preocupaba de la dirección del viento y de sus pisadas para no dejar rastros que la delataran con facilidad. Al llegar al campamento el panorama era el que ella imaginaba: animales muertos, sangre por doquier y ningún rastro del grupo que la acompañaba. Las tiendas estaban en el suelo y las antorchas casi todas apagadas en sus sitios originales. No se lograba escuchar nada salvo el ruido del bosque: aves nocturnas, viento, grillos… al llegar a lo que era su tienda sintió un leve crujido en el árbol a cuya sombra se habría de cobijar al día siguiente. Intentó mirar hacia arriba, pero un descomunal golpe en la espalda la aturdió bruscamente…

miércoles, abril 07, 2010

Historia de Sangre: Excursión (primera parte)

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo IV: Excursión (primera parte)

La vida en la villa estaba trastocada. Tres años atrás empezaron a producirse, primero esporádica y luego cotidianamente, sendas desapariciones de hombres, mujeres y niños, de los cuales no quedaba más rastro que sus huesos limpios en los márgenes del bosque que rodeaba el camino de salida. Muchas incursiones de exploradores, cazadores y guerreros habían intentado descubrir el origen de las desapariciones, pero habían servido sólo para incrementar el número de huesos blancos a la vera del camino.

Durante esos años, las explicaciones habían abarcado de todo: una tribu caníbal, demonios liberados en las inmediaciones por no cumplir los designios de los dioses (o del brujo de turno), bestias salvajes, insectos ponzoñosos, arenas movedizas comehombres… y la leyenda de un niño expulsado de un pueblo conquistado por ellos hace algunos años atrás, que había nacido de una familia normal pero con poderes diabólicos que le daban la fuerza de cien hombres… de todos modos, hasta la historia de la arena movediza era más probable que la de un niño con fuerzas sin límites. Pero no era extraño escuchar descabelladas leyendas, ni usarlas como respuestas a las dudas no resueltas. Las repetidas conquistas que habían logrado los llevaron a una mezcla de tradiciones que les había hecho perder y regenerar su identidad (de clan primero, de ciudad después) en varias ocasiones, así que todo era posible de escuchar en ese pueblo. Además, los rumores decían que la familia del niño estaba dentro de los sobrevivientes de la guerra, así que ellos podían haber esparcido la leyenda, sea para fortalecer los lazos en la conquista o para perdurar la memoria del hijo perdido.

El pueblo formaba parte de una estructura mayor, de un reino. Como era un lugar pequeño, el líder del imperio había destinado a un conde como su lugarteniente. Su linaje era de origen algo turbio, pero su inteligencia para hacer sentir a todos valorados habían hecho de él un gobernante querido y respetado. Su único problema era el de las muertes inexplicables, era el problema que podía poner en peligro su liderazgo; de hecho algunos de los más ancianos habían empezado a recordar a su abuelo, que no había sido un ejemplo de rectitud mientras vivió y gobernó la villa. Por tanto debía hacer algo y rápido si quería conservar sus privilegios y su poder.

El conde tenía tres hijos, dos hombres y una mujer, y a diferencia de lo que se podría esperar, era ella quien sacaba la cara por los tres. Sus hermanos eran bastante flojos y cobardes: la sola idea de salir a cazar un jabalí (inclusive un conejo) les hacía volcarse a la literatura y la pintura: todo era válido con tal de no correr ningún riesgo. Mientras tanto ella, con apenas 18 años, era una guerrera y cazadora eximia. Acostumbraba usar ropajes de soldado, a entrenar y salir a cazar con ellos. Un par de veces sus compañeros de caza habían intentado propasarse, y habían terminado con severas mutilaciones. Su espíritu era indomable, y ya había peleado en la guerra de conquista del pueblo de la leyenda del niño de los poderes. Estaba segura de poder dar caza al animal que estaba diezmando a su gente, pero su padre se había opuesto tenazmente: en un principio no quería que su hija dejara en vergüenza a sus tropas y a los hombres a su cargo, y luego simplemente por temor a que se convirtiera en otro montón de blancos huesos a la vera del camino.

Las cosas iban de mal en peor, no había forma que nadie diera con la guarida de la bestia, y el pueblo se estaba cansando de la inoperancia de su líder. Ya había tenido que sofocar dos intentos de rebelión en su contra, y su ejército se achicaba cada día más y más. Al parecer la única alternativa posible era permitir que su hija, junto con el grupo de guerreros y cazadores más avezados, intentara dar caza a la bestia. Sabía el riesgo que esto implicaba para su hija, pero por lo menos no era uno de los varones: la línea sanguínea se mantendría en el tiempo, y la herencia de su gobierno también. Finalmente se decidió la fecha, y la guerrera, junto con los quince mejores soldados y los veinte mejores cazadores y rastreadores, empezaron los preparativos. Los herreros forjaron espadas más gruesas y pesadas, los escudos y las armaduras también fueron reforzados, se prepararon mallas de acero para que los caballos también pudieran resistir los ataques de la bestia. Prepararon ballestas especiales, que pudieran disparar flechas más pesadas y con puntas más afiladas a mayor distancia, capaces hasta de atravesar armaduras convencionales. Llevaron sólo escuderos que hubieran estado en más de una guerra, y cada cazador aportó perros entrenados y expertos en perseguir y hasta matar presas mayores. Los preparativos tomaron un par de semanas, lo suficiente para que el pueblo viera desaparecer a quince de los suyos…