Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, mayo 26, 2010

Historia de Sangre: Clan

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo X: Clan

Luz y su hijo avanzaban a través del bosque. Pese al tiempo transcurrido ella se acordaba casi perfectamente del camino a casa, salvo el trayecto en que Blood la llevó aturdida. Pero sabía que si avanzaba con el sol en su espalda, en algún instante llegaría al lugar donde hace cinco años su destino había cambiado. Mientras caminaban, intentaba explicarle a su hijo el cambio que experimentaría. Le hablaba acerca de los otros niños, de los otros adultos… y le recalcaba el hecho de tener que obviar de sus conversaciones a su padre… La gente normal no entendería la historia de un padre caníbal viviendo en un castillo igual al de su abuelo, a quien no conocía. Era más fácil decir que era un guerrero de un clan desconocido por esos lugares, y que luego de un tiempo había muerto en batalla… o desaparecido… o lo que fuera menos la verdad.

Mientras avanzaban por el bosque el niño le hizo una pregunta que dejó helada a su madre:
-Mamá, tú te llamas Luz ¿cierto?
-Sí hijo.
-Y a mi papá le decías Blood…
-Claro hijo.
-A mí me dices hijo… ¿cómo me dirá el resto de la gente…?

En ese instante se percató que en su lucha continua por sobrevivir y por mantener seguro a su hijo, había olvidado darle un nombre… claro, en esa soledad era simple decirle “hijo”, pero ahora que iba a introducirlo al mundo real debía darle un nombre. Y uno que no llamara la atención de la gente. Uno que lo identificara con su origen, con su familia, con sus raíces…

-Te llamarás Víctor.
-¿Víctor? ¿Qué es eso? Tú me dijiste que el nombre de mi padre…
-Víctor significa victoria, triunfo.
-Pero yo no he triunfado en nada…
-Ese es el nombre de mi padre, tu abuelo.
-Ahhhh….
Luz recién estaba aprendiendo cómo aprenden los niños, y en esas circunstancias no le estaba gustando el juego de preguntas y respuestas al que estaba siendo sometida.
-¿Mamá?
-Dime… Víctor.
-Víctor… me gusta… mamá, tú me dijiste que en tu pueblo la gente lleva un segundo nombre que representa su clan de origen.
-Sí, todos tenemos uno, se llama apellido y representa nuestro origen. Yo llevo el de mi padre, North, que es el nombre del clan de donde él viene. Significa norte, y es porque era el clan de más al norte del territorio donde vivían sus ancestros.
-Ahhhhh…

Mientras seguían avanzando ella esperaba la pregunta final, aquella para la cual no tenía respuesta… o más bien cuya respuesta no quería dar.
-¿Y yo?
-… ¿tú qué hijo?
-¿Mi apellido?
-Usarás el de mi padre.
-Pero él no es mi padre, y el clan de mi padre no es del norte, así que no nos representa.
Luz respiró: su hijo merecía un apellido que perpetuar en el tiempo, y que fuera un reflejo de la historia de su padre, quien no la había recibido.
-Tienes razón hijo. A ti te representa el clan de tu padre, y ese será tu apellido.
-No entiendo.
-Serás del clan Blood… Víctor Blood…
-¿Víctor Blood? Me gusta…

De pronto, a no más de cien pasos de distancia, aparece ante sus ojos un claro a la vera de un camino descuidado. En él, aún quedaban los restos de una vieja tienda de campaña azotada por cinco años de lluvia y sol…

miércoles, mayo 19, 2010

Historia de Sangre: Fuga

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719


Capítulo IX: Fuga

El niño de rojo pelo y verdes ojos corría libremente por la losa que servía de plaza de juegos a su entera disposición. Su vida era tranquila y feliz, aunque había cosas que no cabían en su entendimiento. No entendía que no hubiera otros niños con quien jugar, pese a lo bello y amplio que era el lugar donde estaba. No entendía que no hubiera otros adultos además de su madre y su padre. No entendía bien lo que era un padre… su madre y su padre vivían en casas separadas, él en un majestuoso castillo en el cual podía jugar libremente siempre y cuando su madre estuviera presente y en lo posible su padre no estuviera; ella, en una pequeña pero cómoda casa de madera a la sombra del castillo de piedra. Él era feliz con su madre, la quería y se sentía querido. Su padre… era un misterio. Era un ser gigantesco, con una cara algo extraña, de grandes dientes, como de bestia salvaje. Tenía los mismos ojos que él, era de un pelo oscurísimo, más oscuro que la noche en el bosque que circundaba su casa. Casi no lo veía, en el día pasaba oculto en su castillo o durmiendo, y en la noche salía hacia los grandes cerros por donde se escondía el sol, y no volvía hasta el día siguiente. Su madre le tenía prohibido acercarse a él si no estaba ella presente, y pese a ello le recomendaba no frecuentarlo. No era cariñoso, cuando sus miradas se llegaban a cruzar, la de él era de indiferencia, con un dejo de decepción. Con su madre la historia era diferente: ella lo adoraba, lo abrazaba, lo protegía, se preocupaba de todas y cada una de sus necesidades: de su comida, de su ropa, de sus juegos, de sus caídas… y a cada rato se preocupaba de sus dientes, de cuánto medía y pesaba, y cada vez que veía que se mantenía pequeño y delgado se mostraba feliz.

Luz había logrado mucho de sus objetivos en esa extraña vida que llevaba. Su traumática existencia había cambiado gracias al nacimiento de su hijo. Él era su preocupación única, su realidad, su vida… El pequeño era normal: no había sacado, salvo a sus ojos, nada de su padre. Su crecimiento era normal, su existencia era como la de cualquier niño del pueblo donde ella había nacido, se preocupaba solamente de jugar. En su vida no primaban los instintos sino los sentimientos. Nunca había muerto un animal para jugar, por accidente o por hambre, y ella se preocupaba de darle sólo lo justo y necesario para su nutrición. Pero lo más preocupante de todo era el padre: desde que nació lo había mantenido alejado de él, no quería que le pegara sus costumbres, y temía que en algún instante de irracionalidad lo agrediera… o se lo comiera. El niño ya tenía 4 años, y probablemente tendría que tomar una drástica decisión en el corto plazo, para permitirle tener una vida de persona...

Blood venía de vuelta de su cacería nocturna. Desde que la cría había empezado a caminar la madre lo había obligado a cazar y comer fuera de los límites de la losa. En realidad eso no le provocaba mayores complicaciones, salvo el hecho de tener que salir a cazar todas las noches, y no guardar restos para días venideros; por otro lado el cansancio le permitía dormir de día, y con ello no tenía que ver a cada rato a la cría de la hembra. Era decepcionante: una cría pequeña y débil, que no sería cazadora ni carnívora. Una cría que sólo tenía su color de ojos, y que había sacado el terrible pelo rojo de su madre, visible a gran distancia e inclusive de noche cuando había luna llena. De vez en cuando el pequeño corría por las salas de su castillo, con Luz vigilando sus movimientos. Cada vez que lo veía se preguntaba por qué no era el cazador que debía ser. Al parecer el problema estaba en la madre, que lo había criado como humano, como presa en vez de depredador… pero ya estaba hecho, y no estaba en sus intereses cambiarlo. Había algo que estaba llamando poderosamente su atención, y era algo que había conocido gracias a la hembra. Si no había sido capaz de parir un depredador, por lo menos le había dado algo que sus padres no habían alcanzado a entregarle: conocimientos. La hembra le había enseñado a hablar, y también algo más extraño en un principio para sus ojos.

En una de sus cacerías había capturado a unos hombres muy extraños, de vestimentas como de mujer, y que llevaban unos maderos diferentes en sus brazos. Al tomarlos, éstos se abrieron como las alas de una mosca gigante… pero como miles de alas planas, unas sobre otras, y manchadas con puntos negros. Su curiosidad le hizo llevarlos al castillo y mostrárselos a la hembra, la cual les dio un nombre que nunca había usado: libros. Según ella, las palabras que usaban para comunicarse (casi nunca dos años después del nacimiento de la cría) estaban en las alas de esas aves. En una extraña reacción, ella le dedicó tiempo y conversación en enseñarle lo que cada dibujo significaba… luego de un año de repetir y repetir y repetir, ya era capaz de entender los dibujos como palabras, y leer… Desde esa fecha, además de la cacería, la lectura era su nueva pasión, tan grande como la construcción de su castillo, pero que podía cambiar según su velocidad y las pertenencias de sus presas. De hecho, esa nueva pasión empezó a modificar los hábitos de cacería de Blood, llevándolo a elegir aquellos humanos que portaran libros, aunque fueran los más viejos y débiles; extrañamente, aún no había encontrado hembras que tuvieran libros, pese a que una hembra le había enseñado a leer…

Mientras Blood se acercaba al castillo, Luz y su hijo se estaban preparando para cambiar definitivamente de vida. Para el niño ese era un juego, de hecho, era el regalo que estaba esperando para su cumpleaños: ese día había cumplido cuatro años, y su madre le dijo que le tendría una gran sorpresa esa noche. Durante el día su madre le permitió ver a Blood; como siempre, la mirada de quien era su padre fue de indiferencia y decepción… al poco rato, la bestia tomó un libro y se escondió en los cuartos ocultos del castillo a leer. Cuando Blood salió en su ronda habitual de cacería, Luz sacó unas bolsas de tela y empezó a guardar algo de ropa de ambos; el niño no entendía, y su madre le dijo que le tenía preparada una sorpresa: esa noche irían a un pueblo con mucha más gente, donde vivía la familia de su madre, con un castillo idéntico al de su padre, pero donde ellos sí podrían vivir juntos y en paz. El pequeño pensó en preguntar por su padre, pero rápidamente entendió que él no estaba en los planes de la sorpresa de su madre: de hecho, él nunca estuvo en ninguno de los planes de Luz. Una vez hubo terminado de guardar todo lo que necesitaba para el viaje, y de sacar de un agujero en el piso (cubierto con unas tablas sueltas) su vieja espada y su ballesta, tomó de la mano a su hijo y salió hacia el lado contrario de donde venía Blood. Miró por última vez la vieja casa de madera, luego vio los ojos inocentes y esperanzados en la sorpresa de su hijo, y empezó a borrar esos cinco años de su vida.

En la tranquilidad de la noche Blood se aproxima a su castillo. La cacería estuvo buena, además de proveerle de comida consiguió un nuevo libro, el cual venía en un idioma desconocido para él. Esperaba preguntarle a Luz esa mañana al respecto. Pese a que no se hablaban, si en algún instante él tenía dudas respecto a lo que leía y le preguntaba, ella se hacía el tiempo de contestarle y aclarar lo que fuera que necesitara. Probablemente lo hacía con el afán de educar a la cría, pues él ya había notado que los libros con lo que había aprendido a leer ya no estaban, y una vez le pareció ver al pequeño jugando con uno de ellos. Cuando faltaban pocos metros para llegar a los límites de la losa, divisó del otro lado las dos anaranjadas cabezas adentrándose en el bosque, en dirección al pueblo de donde venía Luz. Ella estaba vestida como cuando la capturó, con el viejo objeto de madera que lanzaba astillas y la herramienta de metal, además de dos bolsas llenas de quién sabe qué. La cría usaba ropas similares a las de ella. Antes de desaparecer en el denso bosque, ambos dieron una última mirada a la casa de madera. Blood entró a su castillo por una puerta trasera. Esperaba que la hembra y su cría no fueran delatados por esas cabelleras rojas que lucían y que parecían avisar a otros depredadores su presencia. Era una pena, ahora no tendría quién le ayudara a leer ese libro desconocido que había cazado esa noche. Esperaba que la hembra se salvara. Respecto de la cría… daba lo mismo, era demasiado débil para siquiera preocuparse por ella. Ahora tenía dos tareas pendientes: encontrar algún humano que lo ayudara a leer el extraño libro, y reducir a leña la casa de Luz y la cría sin nombre…

miércoles, mayo 12, 2010

Historia de Sangre: Casta

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo VIII: Casta

La casa de piedra era enorme, una réplica del castillo del padre de Luz en el pueblo que hacía diez meses no visitaba. Pero pese a haber recordado grandes partes del idioma y de comer permanentemente fuera de su vista, la guerrera seguía viviendo en la pequeña casa de madera de al lado. De todos modos la comunicación había cambiado radicalmente a ambos: mientras Blood ya no era exclusivamente una bestia para ella, Luz tampoco era una potencial comida para él. Ambos estaban conociendo a las realidades tras los individuos… pero las diferencias eran demasiadas para lograr algo más. Ella jamás podría aceptar que él fuera antropófago, pese a que entendía que él había nacido así, y que la vida misma lo había llevado a encerrarse en esa condición, de la cual ya no podía salir; por su parte él no comprendía a los humanos, no entendía los apegos ni el afán de permanecer juntos… no entendía que todos los humanos que había conocido quisieran vivir juntos, y que a él lo hubieran botado cuando niño, obligándolo a vivir solo…

Luz había engordado mucho desde que había llegado a su vida. Aún recordaba las primeras semanas, cuando ella le enseñaba las palabras que hoy formaban su vocabulario, las costumbres de su pueblo, sus creencias en seres y cosas invisibles (y no comestibles), sus anhelos, sus temores… pero todo cambió luego que se aparearon. Fue algo casi accidental, una noche de lluvia en que la vieja casa de troncos no soportó el agua y ella decidió quedarse en el castillo de piedra. Luz nunca había querido quedarse, pues su exterior le recordaba el hogar donde había nacido y crecido… pero su interior era un desastre. Si bien es cierto Blood había logrado copiar sin dificultad la obra gruesa, incluidos los detalles arquitectónicos, los cuartos eran dignos de una cueva prehistórica. Todo en ello eran pieles por doquier: como cama, como mesa, como asiento. Esa noche la tormenta arreciaba, y cualquier cosa era mejor que mojarse a la intemperie o en la casa de troncos. Ella llevó consigo un par de cosas que aún le quedaban de su expedición: un pedernal para hacer fuego, y la última botella de vino que bebería esa noche para pasar el frío y para recordar a sus huestes asesinadas por su ahora anfitrión…

Él aún no entendía porqué ella se metió al cuarto donde él dormía, si el castillo tenía espacio de sobra; no entendía porqué estaba tan contenta y risueña, si había perdido muchas de sus cosas en la inundación, y la botella de líquido oscuro que traía ya se había acabado; no entendía porqué se metió dentro de sus pieles si le había dejado el doble de las que él usaba; no entendía porqué ella se apareó con él… se suponía que era para tener crías, pero eso nunca le había quitado el sueño… y desde esa vez ella no apareció más en el castillo, y pese a vivir inundaciones mayores que la que hubo esa noche, prefirió aguantar en la anegada casa de troncos…

Luz engordaba y engordaba. Cada día estaba más desganada y lenta. Cada día le costaba más recolectar y cazar. Cada día parecía comer lo mismo, pero engordaba más y más. Y no engordaba de todos lados, sino sólo de su abdomen, lo cual limitaba más aún sus movimientos. Blood se percató de ello y se preocupó de cazar mercaderes que vendieran alimentos de humano, para traérselos a ella. Pese a todo eso, Luz apenas le hablaba, y solamente para detalles puntuales y triviales. Una mañana, sin embargo, notó algo raro: Luz era una hembra muy preocupada de sí misma, y esa mañana llevaba el vestido mojado en la entrepierna.
- Luz, vestido.
- ¿Qué? Habla bien, ya sabes como hacerlo.
- Vestido mojado…- al mirarse, Luz gritó de espanto: el día más temido estaba llegando, y no alcanzó a escapar para hacer lo necesario. En ese instante, sus piernas empezaron a flaquear:
- Blood… llévame a la casa, rápido… - balbuceó antes de desmayarse. Blood la cargó en brazos hacia su castillo. Mientras la desvestía, la secaba y la cubría con pieles, entendió que Luz estaba a punto de parir. Ya lo había visto cientos de veces en el bosque, pero al parecer hasta para eso los humanos eran raros. Mientras las hembras de los animales del bosque se mantenían en pie y en silencio, listas para esperar la caída al suelo de su cría para comer los restos que quedaban y lamer por completo su piel para activar la circulación, las hembras humanas se acostaban y gritaban; pero era entendible, dentro de sus casas no corrían el riesgo de que sus crías recién nacidas fueran depredadas. Una vez hubo terminado de cubrirla con las pieles más gruesas y suaves que tenía, salió a descansar sus oídos…

Un desgarrador grito lo hizo entrar a la casa velozmente. Había dejado a la hembra parir sola, como lo hacían las hembras del bosque. Probablemente ya había parido… pero no, el grito fue el primero de muchos que vendrían durante el resto del día: al parecer sus sentidos no tendrían descanso esa jornada, y no sería por culpa de una presa esquiva. Los alaridos de Luz se le hacían ininteligibles, por lo cual simplemente se quedó ahí. Antes del anochecer y junto con un grito mayor a los previos, una roja cabeza se asomó por la entrepierna de Luz. Instintivamente la sujetó, y ayudó a que saliera el pequeño cuerpo de la cría que habían tenido… ya que ella no lo haría, él se preocupó de lamer la pequeña cría para sacar los restos y activarla, lo cual dio resultado inmediato, provocando el llanto del bebé. Pese a lamerlo bien, su pelo seguía rojo, como el de la madre. Al mirar su rostro, vio en él unos ojos distintos a los de la hembra, de un color como de hojas de arbustos o musgo…

Cuando Blood le entregó el bebé, Luz pudo respirar en paz por primera vez desde que había dormido con él esa noche de invierno… el bebé parecía normal, era pequeño, y no tenía dientes… Cuando vio su rojo cabello y sus verdes ojos, como los del padre, comprendió que la vida le estaba dando la oportunidad que jamás creyó que tendría mientras vivió con su familia: ser madre. Ahí, en medio del bosque, en un castillo a la usanza de su pueblo y con una bestia que había diezmado a los suyos y que definitivamente no podía ser humano, había logrado el sueño que le quitaba el sueño. Ahora sólo quedaba verlo crecer, y asegurarse que lo hiciera como humano…

miércoles, mayo 05, 2010

Historia de Sangre: Nombre

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo VII: Nombre

Dos meses llevaba la hembra viviendo con él. Estaba usando la vieja casa de madera que él había desechado pero que no quiso destruir, pues parte de su pasado estaba aún ahí. Ella no lo molestaba: comía su propia comida, mojaba y secaba su ropa (no lograba entender para qué), se mojaba y se secaba todos los días (lo que le parecía más incomprensible aún), estiraba su pelo repetidas veces en el día, y su mirada, pese a no ser de cercanía, ya no parecía de odio. Al parecer el hecho de estar cazando en otro pueblo dejaba a la hembra tranquila… de todos modos adonde cazaba ahora no había tantos problemas: como eran ciudades muy grandes, nadie parecía notar las desapariciones.

Una mañana pasó algo extraño. La hembra estaba más cercana que de costumbre. Al mirarla ella abrió su boca e hizo un sonido que recordaba haber escuchado a su madre cuando niño:
- Buenos días.

Era extraño. Cuando un animal abría su boca rugía para marcar territorio, o para alejar a otros animales; inclusive había notado que algunos también hacían ruidos antes de aparearse. Pero el ruido que hizo la hembra no tenía razón de ser…
- Bue - nos - dí - as – repitió ella ahora con más fuerza… sí, al parecer era lo que le decía su madre a su padre en las mañanas… pero no era señal de comida, ni para aparearse… en ese instante recordó que su padre respondía lo mismo que su madre le decía… bueno, habría que intentar:

- ¡¡Booo!! – rugió, sin lograr controlar el volumen de su respuesta, lo cual espantó a la hembra y la hizo huir despavorida a la vieja casa de madera. Al parecer la hembra conocía cosas que él no dominaba, y que tendría que esforzarse por aprender. No le quedaba claro de qué podría servir aprender esos rugidos tan silenciosos, pero algo le hacía sentir en su interior que podrían ser útiles. Durante todo el día recordó los sonidos que la hembra hizo e intentó repetirlos, claro que sin buenos resultados.

Al día siguiente, en la mañana, nuevamente la hembra se le acercó, y repitió los gruñidos de la mañana anterior:
- Bue - nos - Dí - as.
- ¡¡Blood noas tii!!- al escucharlo gritar, ella simplemente rió de buena gana.
- Parece que me va a costar mucho enseñarte a hablar, bestia.
- . . . . . .
- Mmm… ¿recuerdas si tienes nombre?- esa última palabra sí que le sonaba mucho, un “nombre”… al parecer su padre y su madre le repetían una palabra que era de él… lamentablemente nunca la pudo recordar.
-Yo me llamo Luz… ¡LUZ!- decía, mientras se indicaba a ella misma con un dedo; luego tomó su mano y le puso su dedo en su pecho- ¿Y tú?
- . . . . . .
-¿No te acuerdas o no tienes nombre?
-… blood noas…-balbuceó, más que nada para hacer sonidos como ella.
-¿Sabes bestia? En uno de los lugares que recorrí, hay un pueblo que vive en una isla enorme. Ellos hablan un idioma distinto al mío, pero que logré aprender a entender. El nombre que ellos le dan a la sangre es blood… creo que te calza perfecto, y ya no tendré que decirte bestia, aunque te lo merezcas. A partir de hoy te diré Blood.
-…blood…-repitió, mientras se apuntaba el pecho.- … loo…- balbuceó, apuntándola.
-Luz… ¡¡LUZ!!
-… luuu…
-… sí, está bien para el primer día best… perdón, Blood.
-… blood… luuu… blood… luuu.
-Sí bestia, sí…