Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, junio 30, 2010

Historia de Sangre: Descubrimiento

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XIV: Descubrimiento

La bestia adolescente intentaba limpiar un poco su cabeza para entender qué había sucedido. Hasta esa última noche en el castillo de su padre llevaba una vida sin grandes sobresaltos, considerando su condición. Estaba protegido de las miradas de los intrusos. Vivía cómodo, no pasaba frío, nadie lo miraba extraño por ser diferente. Su padre se preocupaba de que nada lo alterara, lo mantenía al margen de los comentarios, y cuando empezaron a correr rumores de su existencia y condición, también se preocupó de acallarlos en la medida de lo posible. Pero desde la llegada de la mujer de cabello rojo, las cosas cambiaron un poco. Ya la preocupación no era la misma. Su presencia o ausencia casi no se notaba en el castillo, pese a que en ocasiones llegaba de modo bastante estrepitoso, más que nada para ver la reacción de los habitantes del hogar de piedra. Obviamente su padre sólo esperaba la llegada del pequeño humano para deshacerse de él. Mientras divagaba, avanzaba por un descuidado camino de tierra que estaba a la vera de un frondoso bosque. El lugar parecía bueno para cazar animales salvajes, pero no se veían humanos cerca. Al parecer tendría que modificar su dieta, o seguir recorriendo los alrededores hasta encontrar algún sitio poblado. El panorama no era muy amigable, en especial cuando empezó a arreciar el hambre. Un lobo grande le sirvió de tentempié para que el sonido de su estómago no interrumpiera sus pensamientos.

De pronto, algo muy familiar para él pero absolutamente extraño por su ubicación llamó su atención poderosamente. Unos cuantos metros más allá en la dirección en que iba, y discretamente oculto al borde del camino, había un largo hueso que definitivamente era humano. Al descubrirlo notó que era relativamente viejo, pues estaba bastante amarillento. Pero las marcas que tenía no eran de las que dejaban al comer las bestias que él conocía; de hecho, de no haber sido por lo ridículo de la idea, hubiera tendido a pensar que ese humano había sido devorado por un animal similar a él… A medida que seguía avanzando, encontraba cada cierto tiempo otros huesos de apariencia humana. A cada instante la situación se hacía más y más extraña, por lo familiar...

Al día siguiente la joven bestia, luego de dormir en un pequeño claro del bosque, reinició la marcha en la misma dirección que había seguido la jornada anterior. El hambre lo atacaba furiosamente, y era riesgoso avanzar de día y dejarse ver; pero el cansancio de todo lo ocurrido había sido más fuerte que la prudencia y que su apetito. El camino parecía un desierto: había esperado infructuosamente que alguien pasara por ahí, pero al parecer dicha ruta no comunicaba con ningún lugar, o si lo hacía era con algún pueblo fantasma. Lo más probable es que los humanos que lo golpearon hayan sabido esto, y por eso lo dejaron ahí. Eso lo estaba empezando a preocupar: los otros animales le servían para comer, pero el sabor era diferente y debía cazar muchos para lograr la misma saciedad. Además, si no comía humanos, quedaba con demasiada sed. Realmente el apetito podía llegar a convertirse en un enemigo bastante fastidioso para él. De pronto, luego de pasar una pronunciada curva en el camino, la solución a sus problemas apareció ante sus ojos.

Un pueblo… por fin, luego de un día de marcha y un hambre que lo estaba empezando a descompensar anímicamente, encontró un pueblo. Sus temores desaparecieron. Nuevamente haciendo caso omiso de la prudencia, siguió avanzando a plena luz del día hacia su fuente de comida. En ese instante daba lo mismo, ningún humano podía con él sino era con malas artes, y desde hace algunos días había aprendido a desconfiar de todos ellos. Todo parecía bien desde esa distancia, y al ir acercándose la situación se hacía mejor. Parecía ser un pueblo más, relativamente pequeño, enclavado en un gran claro del bosque, con dos grandes cerros al fondo. Se veían a simple vista varias casas de madera a los dos lados del camino, y al fondo un castillo similar al de su padre. Y donde había casas, había comida… De pronto, dos hombres montados a caballo aparecen por el camino dirigiéndose directamente hacia él; por la cercanía que tenían no alcanzaba a esconderse, pero eso no era problema, luego de verlo y asustarse los mataría rápidamente y por fin volvería a comer una comida que valiera la pena. Cuando lo ven, más que miedo la expresión de ambos fue de sorpresa:
-¿Quién anda ahí? ¿Señor, es usted…?
-No puede ser, hace poco lo vimos en su castillo-lo que los hombres le decían no tenía sentido alguno. Uno de ellos descabalga y se acerca un poco más a él, sin evidenciar temor.-Espera, no es el señor, este es más joven, debe ser un pariente lejano…
-El señor estará feliz de ver a un familiar, por acá no se le conoce parentela…
La joven bestia quedó paralizada, era tanta la sorpresa que no se dio cuenta que los humanos y sus caballos habían seguido su camino. ¿Señor? ¿Familia? Antes de hacer locuras debía esperar a tranquilizarse, a recuperar sus reflejos y sus fuerzas. Lo mejor era hacerle caso a la prudencia y esperar la noche. El reino de la oscuridad era su reino…

Por fin era de noche. Desde ese punto en adelante tenía todas las de ganar. Sus sentidos agudos, sus reflejos, su velocidad, su cuerpo era un arma de cacería perfecta, y sabía perfectamente bien como sacarle todo su provecho. Sigilosamente se acercó a los límites del pueblo… pero no era conveniente usar esa entrada, por ahí habían salido esos humanos que hablaban del tal “señor”, podían estar esperándolo, y si bien es cierto no tenían las fuerzas suficientes para derrotarlo, sí eran bastante inteligentes como para ser un peligro considerable. Por tanto rodeó por fuera la ciudad y llegó a la parte posterior del castillo.

El pueblo era engañoso. Desde fuera se veía bastante más pequeño de lo que en realidad era. Las casas abarcaban más de una sola calle central, estaban bien distribuidas, como en su ciudad de origen. Las calles daban el ancho suficiente para que pasaran con comodidad las personas de a pie y un par de jinetes o una carreta pequeña. Al final de la calle central estaba el castillo: se veía mucho mejor mantenido que el de su padre. A lo lejos logró apreciar que estaba en un terreno un poco distinto a la tierra que rodeaba a las casas de madera, y no se veía vegetación a su alrededor. En vez de ella, una suerte de adusta plaza se levantaba a los pies de los muros principales del castillo. Cuando llegó a la parte posterior, vio que el cuidado de la construcción era general, y no sólo su fachada: tenía todos sus ladrillos de piedra en su lugar, y se lograba notar una puerta secreta del mismo material. En el instante en que estaba llegando a los límites del terreno posterior del castillo, la puerta secreta se abrió, y una figura salió de ella, en la penumbra. Rápidamente y en silencio se escondió. Al parecer la suerte estaba retornando a él, y la comida llegaría sin tener que salir a buscarla. De todos modos, como el humano estaba saliendo del castillo del “señor”, intentaría no matarlo al primer golpe para poder obtener algo de información.

Sigilosamente se acercó por detrás. Al decidir el ataque, se lanzó con fuerza sobre el humano; en ese instante recibió la segunda sorpresa del día. Su presa giró más rápido que él, y lo recibió con un portentoso puñetazo en la cara que lo arrojó contra la pared del castillo. Al rebotar en la exageradamente dura pared, salió proyectado hacia delante, y al instante se encontró con un segundo golpe que lo dejó en el suelo y a merced de su presa… El humano lo arrastró con facilidad hacia un pequeño claro que dejaba pasar la luz de la luna, y por fin pudo ver su rostro: la sorpresa fue instantánea para ambos. La joven bestia vio una imagen fantasmagórica, como sacada de su futuro: negra cabellera, verdes ojos, dentadura enorme. Por su parte, Blood se vio en el pasado, cuando nació la cría de Luz. Un tercer puñetazo aturdió a la joven bestia y permitió a Blood cargarlo sin resistencia al interior de su castillo. Al parecer, esa noche no habría cena…

miércoles, junio 23, 2010

Historia de Sangre: Perpetuación

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XIII: Perpetuación

Trece años pasaron, y Víctor no quiso aprender las lecciones de la vida. Su hijo, al que él llamaba también Víctor pero que respondía sólo a “bestia”, había seguido varias de las etapas de desarrollo del Blood original. Luego de lograr romper los barrotes del castillo había empezado a cazar animales; se escondía con gran facilidad, perseguía sigilosamente a sus víctimas y las mataba de un solo golpe; las engullía íntegramente y dejaba botados los huesos en el mismo lugar de la matanza. Los problemas graves empezaron a los doce años, cuando un soldado enviado por el rey a cobrar los impuestos se burló de él y lo atacó con su espada: el niño esquivó el ataque, golpeó furiosamente al soldado y lo mató. Al limpiarse con la lengua la sangre de sus manos sintió el sabor más agradable de su vida, y en cortos minutos dio cuenta del cadáver. Cuando su padre lo supo, tuvo que usar todas sus influencias para hacer pasar el crimen como el ataque de animales salvajes, que dejaron solamente ropa y huesos. Pero lo grave de la situación fue que la bestia descubrió en los humanos a su gran fuente de alimentación. Sólo la intervención continua de su padre evitó que diezmara a los sirvientes. Por su lado, éstos estaban juramentados: si decían algo fuera de las paredes del castillo, Víctor simplemente dejaría que su hijo hiciera lo que quisiese con ellos. Desde esa fecha, la joven bestia salía todas las noches de cacería a los alrededores, y siempre volvía satisfecho. Lo único bueno de ello era que Víctor ahora sí podía pasar las noches en su castillo.

Ahora que el joven hijo del conde había cumplido quince años, la situación era simplemente insostenible. Sus cacerías ya estaban despertando sospechas en los pueblos cercanos, e inclusive algunos sirvientes habían filtrado algo de información antes de morir de viejos. La antigua leyenda del monstruoso hijo del conde estaba renaciendo, y cada día con más fuerza. Había que hacer algo, pero en orden. Había que desterrar de algún modo a la bestia fuera de los límites del pueblo, para que siguiera por su cuenta. Pero antes… antes había que conseguir un heredero, un nieto a como diera lugar. Y había que asegurarse que fuera un auténtico Blood…

Una mañana en que la bestia descansaba luego de su cacería de la noche anterior, su padre lo manda buscar para que lo acompañe en el comedor. Al bajar, se encuentra con el conde sentado a la mesa y junto a él una hembra maciza y de cabellera roja, como la de su progenitor. Sobre la mesa, varias botellas y tres copas. Luego de convencerlo de beber con ellos, tanto el padre como la mujer se encargaron de que él fuera quien vaciara todas las botellas… Al poco rato sus sentidos no funcionaban bien, tenía una mezcla extraña entre sueño, mareo, asco… de pronto las imágenes empezaron a sucederse con intervalos de inconciencia… primero se siente mal en general, principalmente era su cabeza la descontrolada… la mujer y su padre lo afirman, y lo ayudan a acostarse en la misma mesa… al poco rato se descubre sin ropa en la misma mesa… sigue mareado, al girar la cabeza cree ver a la hembra sacándose la ropa… el mareo continúa… ahora la hembra está sobre él, como cuando los humanos se suben a los caballos… al rato la hembra se baja con cara de dolor y cansancio, mientras el mareo persiste… Finalmente, y luego de dormir el resto del día, despierta solo en el comedor, tanto la hembra como su padre se han ido.

Desde esa fecha la hembra se queda a vivir en el castillo, mientras su abdomen se abulta más aún que el de su padre. Nada de eso interrumpe su vida, sigue cazando de noche y durmiendo de día. Un día, despierta con los gritos de la hembra. Al ir a saciar su curiosidad encuentra a la hembra con tres mujeres que la asisten en algo doloroso. A los pocos minutos, las tres hembras le entregan un pequeño humano que salió de entre sus piernas. Alcanza a notar los claros ojos de su padre y de él mismo, y el rojo cabello de la hembra. En la habitación contigua y por un discreto agujero en la pared, el conde observa con detención y satisfacción la escena. Luego de muchos meses había logrado estar sobrio todo ese día. Y para lo que venía necesitaría seguir sobrio.

En la noche de ese mismo día su padre lo intercepta antes que salga, y lo invita a beber un trago con él. Luego de su única experiencia con eso no tenía muchas ganas de probar de nuevo, pero ante su insistencia y el retraso que eso causaba a su cacería aceptó esa única copa. No le encontró sabor ni sentido a la bebida, y simplemente salió al terminar de apurar el trago. A la mitad del camino hacia el pueblo al que se dirigía empezó a sentir la cabeza y las piernas pesadas. Al rato escuchó unos pasos tras de él, pero no alcanzó a reaccionar. Varios humanos se abalanzaron sobre él, golpeándolo hasta aturdirlo. Cuando pudo despertar, estaba en medio de la nada. Al parecer había pasado más de un día, o al menos así lo sentía. No lograba reconocer el lugar, los olores, los colores, nada… al parecer su padre había decidido deshacerse de él, luego de la llegada de la cría de humano de pelo rojo. Al parecer debería buscar dónde quedarse a dormir, y algún pueblo cercano para empezar a alimentarse… si es que había algo por ahí…

miércoles, junio 16, 2010

Historia de Sangre: Secreto

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XII: Secreto

Muchas veces la vida trata de dar lecciones al humano. Muchas veces esas lecciones se repiten una y otra vez para que el humano sea capaz de captarlas en alguna de las ocasiones. Muchas veces esas lecciones no son captadas por el humano en ninguna de las ocasiones; pese a ello la vida sigue repitiendo eternamente la lección, con la esperanza que, a lo menos, un humano sea capaz de captar el espíritu educativo que puede significar caer en este planeta. Pero como toda regla requiere alguna excepción para ser más válida, a veces la vida da el golpe de una sola vez. Y pese a ello, el humano sigue sin enmendar el rumbo, basado en su orgullo y apelando a su libre albedrío. Víctor Blood noveno era uno de ellos. La vida le dio las dos caras. Primero le dio cuatro hijas, para que aprendiera a superar sus rancios anhelos de perpetuidad de un simple apellido por sobre valores perdurables y útiles al desarrollo de la humanidad. Luego le dio a una humilde mujer como esposa. Y como no fue capaz de demostrar evolución, le dio el golpe de una vez. Víctor era el padre de una bestia asesina, heredera de una tradición de la familia que él tanto deseaba perdurar. Había muerto a la sirvienta y mutilado a una de las comadronas, la cual difundió la historia por todos los rincones del pueblo, y de los alrededores. Día tras día la historia iba pasando de boca en boca, como una enfermedad contagiosa que se disemina por el aire. Y al igual que una enfermedad, que se manifiesta distinto en los distintos cuerpos, la historia cambiaba según quien la relataba: en una semana en el pueblo vecino, la esposa de Blood había parido a un monstruo con tentáculos que había devorado a ella, al padre y a toda la servidumbre del castillo… Y pese a todo ello, Víctor sólo pensaba en la perpetuación del apellido. Su ambición ciega por el título nobiliario heredado ya se había transformado en una verdadera enfermedad, que no lo dejaba ver la realidad, aunque ésta se paseara frente a sus ojos. La bestia que tenía por hijo había cumplido ya dos años, y él insistía en que podría lograr descendencia útil a sus propósitos. El engendro era absolutamente carnívoro, no consumía nada más que carne, y aún no había desarrollado su faceta antropófaga. De todos modos la escasa servidumbre que se atrevía a trabajar en el viejo castillo del conde usaba bajo la ropa de tela una malla de acero similar a las de caballería, como medida precautoria. La bestia corría velozmente por todos los rincones del castillo, haciendo gala de su agilidad esquivando muebles y personas sin dificultad. El conde había mandado enrejar todas las puertas y ventanas del castillo, para evitar que la única carta de descendencia que le quedaba a su casta escapara, o fuera asesinada por algún pueblerino vulgar o ignorante… en varias oportunidades la bestia había chocado con alguna de las rejas que permanecían cerradas durante el día y la noche, y que eran abiertas exclusivamente para que los sirvientes pudieran salir a conseguir víveres, salir a cazar, y para las cada vez más frecuentes salidas nocturnas del conde; muchas de las rejas ya estaban bastante abolladas con los embates del engendro, y tenían que ser reparadas a lo menos una vez por semana.

El conde salía todas las noches. Ya no le gustaba beber en el castillo, el lugar le traía imágenes a la mente todos los días, y si seguía durmiendo y viviendo ahí era porque no tenía otro lugar donde vivir. La decadencia era notoria, el castillo era un gran monte hueco de piedra vetusto, que día tras día se deterioraba y empezaba literalmente a caerse a pedazos. El conde recibía algunos impuestos del pueblo donde vivía, debiendo enviar el resto a su rey. Pese a que era lo suficientemente inteligente para recortar dineros a su favor, y para obtener favores comerciales a cambio de obviar ciertos impuestos, la manutención de un castillo y la servidumbre lo dejaban permanentemente escaso de fondos. Pero como su obsesión era la tradición familiar y el título nobiliario, poco le importaba que todos sus bienes no fueran más que reliquias casi sin valor comercial, que su castillo valiera sólo por la tierra que abarcaba, y que su título no representara más poder que el de un terrateniente plebeyo: él era el Señor Conde Don Víctor Blood y North Noveno, y defendería eso hasta el fin de sus días…

La pequeña bestia respetaba a su padre. Si bien es cierto no tenía motivos para ello, algo en su interior le hacía obedecer a ese ser débil. Era fácil para un cazador como él determinar cuál presa era más débil que las otras, aunque nunca hubiera cazado en sus dos años de vida, era simple instinto. Se veía casi siempre tambaleante, desequilibrado, mareado. Su abdomen era muy prominente, como si estuviera lleno de líquido; sus brazos eran delgados, su mentón pequeño y sus dientes ridículos e inútiles (los que le quedaban), sus piernas apenas soportarían su peso, no tenía siquiera garras… en general casi todos los humanos que había visto eran parecidos, ninguno remotamente preparado para cazar, ni siquiera le parecían buenas presas. Pero de algún extraño modo, esos mismos humanos, con todas sus debilidades, traían carne fresca casi todos los días. Definitivamente tendría que aprender de ellos, o por lo menos, estar atento a sus actitudes…

miércoles, junio 09, 2010

Historia de Sangre: Maldición (segunda parte)

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XI: Maldición (segunda parte)

El pueblo tenía todo tipo de habitantes. Como todo condado que se preciara de tal, también tenía personajes raros: inventores, escritores, músicos, pintores… y una bruja. La llamativa mujer aparentemente descendía de una familia dedicada a las artes oscuras. Todos en su clan eran de cabello rojo; las malas leguas decían que eran parientes lejanos del conde, pero éste había desdeñado tal historia. La mujer no era agresiva, y más que hechizos se dedicaba a leer la suerte: por unas cuantas monedas decía a sus clientes lo que querían escuchar, dándoles una certeza que sus personalidades opacas no eran capaces de crear por sí mismos; así, casi todos creían en ella pues rara vez se equivocaba. Claro que también, si alguna doncella lo pedía, ella preparaba “pócimas de amor eterno”: algo de alcohol barato mezclado con plantas amargas que dieran el gusto necesario del sufrimiento antes del placer…

La bruja se dirigía al caserón que llamaba casa, una rústica construcción de troncos al borde del camino fuera de los límites del pueblo. Llevaba prisa, había conseguido la última botella de alcohol barato para una pócima que le habían encargado, y todavía faltaba conseguir las plantas amargas. De pronto, un hombre alto y borracho se abalanza sobre ella, golpeándola brutalmente hasta quitarle su preciada botella. El borracho cae al suelo, rompiendo la botella con el peso de su cuerpo y cortándose la mano. La bruja lo mira con desprecio, luego de lograr reaccionar de la golpiza recibida, reconociendo a su ilustre agresor.
-Víctor Blood… borracho del demonio… ¿qué hiciste?
-… cállate… bruja…yo soy el conde Blood…
-¿Conde?... payaso estúpido con aires de grandeza…
-…tú eres la estúpida…yo soy no…no…noble…
-No tienes idea de lo que estás hablando. Eres tan noble como un perro sin amo.
-…envidiosa… y bruja…
-¿Te gusta mi pelo, señor conde?
-… pelo de bruja… como el mío pero maldito…
-¿Sabes de quién lo heredé?
-… de la bruja de tu madre…
-¿Sabes algo de historia? ¿Te suena el apellido North?-los ojos de Víctor se abrieron notoriamente; mágicamente la borrachera empezó a pasar.
-Claro, era el apellido del padre de la madre del primer Blood.
-¿Seguro?
-Por supuesto.
-¿Y sabías que esa mujer tuvo dos hermanos que mantuvieron el apellido?
-…
-¿Y sabías acaso que todo el clan North se dedicó a la nigromancia desde esa época?
-No puede ser…
-Sí, señor conde, yo soy la última de la línea North, conmigo el apellido muere.
-…
-Y sí, soy una bruja de verdad. Y por la culpa de ese hijo de esa mujer, los North perdieron todos los privilegios que les correspondían… y ahora tú me humillas maldito señor payaso.
-Yo… no sabía… te puedo recompensar…
-¿Y le devolverás la dignidad a mi casta que sufrió nueve generaciones por culpa de ese hijo ilegítimo que tomó el lugar de nuestra familia?- en ese instante la bruja se pone de pie, y Víctor nota que su cara no acusa ninguna marca de la golpiza.
-Ahora yo, Víctor Blood, te maldigo. Y no a ti sino a tu casta…
-Por favor, espera…
-De ahora y por siempre, cada diez generaciones de la casta llamada Blood, nacerá un hijo que heredará la realidad del primer Blood…
-¿Eso? ¿Eso es todo? ¡¡Jajajajajajaja!! Casi te creí lo de la maldición bruja estúpida…
-Vuelve a tu casa Blood, tu hijo te espera…

En ese instante recordó el motivo de la borrachera. Luego de lanzar una última mirada burlona a la bruja, enfiló sus pasos hacia el castillo. La bruja por su parte, avanzó por el camino mientras se desvanecía en el aire para siempre…

Víctor entra presuroso al castillo, cuando un grito monstruoso casi lo congela. A poco andar las comadronas pasan por su lado huyendo despavoridas: una de ellas se tapaba la cara con las manos, bajo las cuales la sangre manaba a borbotones. Al llegar al cuarto, el dantesco espectáculo acabó con toda su borrachera: la sirvienta yacía muerta, desangrada por el porte de la criatura que había parido. En el suelo una bestia casi del doble del porte de un recién nacido normal, de negra cabellera y verdes ojos, disfrutaba su placenta. En el suelo, la nariz de la comadrona que lo intentó matar al verlo partir a su madre en dos. La maldición de la casta de los Blood había comenzado…

miércoles, junio 02, 2010

Historia de Sangre: Maldición (primera parte)

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XI: Maldición (primera parte)

El inconmensurable tiempo nunca detiene su paso, pese a los extraños acontecimientos que puedan sucederse. La vida continúa, y los avatares del destino hacen mella en todo y en todos. Y eso no fue distinto para la dinastía Blood. Desde que el primer Víctor Blood llegó a la civilización, nueve generaciones habían pasado, y el significado del apellido no tenía trascendencia alguna para sus descendientes: daba lo mismo llamarse sangre, alma o flor en una sociedad que buscaba simplemente marcar el paso. Los Blood eran una familia más dentro de la nobleza de segunda categoría de un pueblo de segunda. Estaban sujetos a las mismas luchas de poder y a las mismas envidias que todas las familias que gozaban de un poder limitado. Las luchas intestinas habían intentado minar sus escasos privilegios, lo cual habían logrado parcialmente, llevando a la dinastía real a quitarles el poder político y mantenerles los beneficios pecuniarios y las propiedades. En sí, eran una familia común y corriente con un nombre y un grado heredados que ya no los representaban. Y para mantener más aún el bajo perfil de la “estirpe”, todos los primeros hijos varones se llamaban Víctor.

El último Víctor Blood (Víctor “noveno”) era un hombre corrupto y de mala clase. Acostumbraba emborracharse y abusar de todo aquel que no tuviera personalidad para detener sus embates de “realeza”. Y cada día era peor. Su mayor frustración era su progenie: cuatro mujeres. Ya lo había intentado todo, de hecho, cada hija era de una madre diferente. Y cada madre que daba a luz una hija era desterrada junto con su vergüenza a los límites de la ciudad, para que purgara el pecado de no dar un varón a la dinastía. La quinta mujer era una sirvienta del viejo y mal mantenido castillo. Para ella era un honor llevar en su vientre la semilla de su señor. Él, de rojo cabello y verdes ojos, tal como su padre, y el padre de su padre, y así desde el principio de los tiempos, se había fijado en una pobre sirvienta de negros ojos e igual cabellera, sin educación, dinastía ni destino. Esa era su misión en la vida, devolverle el orgullo a su señor. Daban lo mismo sus insultos, sus golpes, sus borracheras, sus aventuras con otras mujeres... su desprecio... ella le daría algo de honor a su olvidada familia, uniendo su apellido al de su gran señor.

Víctor estaba adicto al alcohol. Ese era uno de los principales factores que gatillaba su violencia. Bebía incontrolablemente día y noche, todo lo que estuviera a su alcance. Generalmente empezaba con licores finos, y a las cuatro o cinco horas terminaba tomando lo que fuera que llegara a sus manos. Y cuando ya nada llegaba a sus manos, empezaba a insultar primero al aire y luego a quien pasara por su lado. Luego salía del castillo a recorrer tabernas y almacenes, y cuando no lograba el licor que su cuerpo le exigía, empezaba a golpear a diestra y siniestra a todo y todos a su alrededor. Cada vez que bebía era lo mismo, y siempre que alguien recibía sus golpes y reclamaba, unas cuantas monedas compraban el silencio y mitigaban el dolor recibido…

Una noche Víctor decide empezar una borrachera colosal. Su sirvienta está a punto de dar a luz, y las esperanzas y temores que deposita en ese vientre lo tienen completamente desesperado. Sabe que si la moza no le da un varón, las posibilidades de que en algún instante de su vida nazca uno son mínimas, y su dinastía moriría con él. El sino de los Blood era casi trágico: sólo había un varón por generación, por tanto la presión de todo el clan recaía sobre ese descendiente desde el momento del nacimiento de todos y cada uno de ellos. Víctor no quería saber, temía saber, le horrorizaba siquiera saber que la empleada diera a luz algo que no fuera un varón. Ya suficiente sufrimiento había significado meterse con esa cualquiera, pero ninguna de las cuatro nobles que la precedieron había cumplido con su misión… por lo menos la moza era lo suficientemente estúpida como para sentirse “honrada” de haberse acostado con él… si supiera con cuántas sirvientas, peores que ella inclusive, se había acostado en sus eternas borracheras. Pero en la familia de la estúpida ella era la única mujer, tenía seis hermanos, por tanto las posibilidades que ella pariera un hombre eran altísimas. Además, la mujer le salía más barata que la peor de sus amantes, por ende era una inversión bastante inteligente…

A la mitad de la noche llegaron las comadronas al castillo. Ellas se encargarían de atender a la sirvienta mientras daba a luz… si nacía un niño, ellas se lo quitarían en el instante y se desharían de la madre de un modo decoroso, que pareciera un accidente de parto; si el producto de su inversión era una niña, se desharían de ambas lo más rápido posible… Luego de oírlas llegar Víctor se enfrascó en el desafío de la borrachera más grande de su vida. Con facilidad tragó todo lo que tuviera alcohol a su alcance. Se había preparado para la fecha, llenando durante varias semanas sus bodegas hasta el máximo. Compró todo lo que podía comprarse en su pueblo, hasta los vendedores clandestinos le vendieron sus reservas. Salvo su cava, el pueblo estaba sin alcohol, por lo menos hasta la semana siguiente cuando los mercaderes salieran a reaprovisionarse. En ese ambiente empezó a beber, como siempre de lo más fino y caro hasta la última basura exprimida de las peores vides de la región. Hora tras hora seguía bebiendo, y las comadronas no daban señales de vida. Luego de dos días bebiendo, fue a ver qué pasaba. Las mujeres le dijeron que la sirvienta era primeriza, por tanto no sabían cuánto podía demorar el trabajo de parto… la desesperación y la sed nuevamente lo atacaron, y volvió a su cava, la cual ya estaba vacía. Sin recordar que había comprado todo lo bebestible del pueblo, empezó su periplo por los lugares desabastecidos pateando puertas, animales y personas…