Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, septiembre 29, 2010

Historia de Sangre: Involución

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XXVII: Involución

Slabcastle se había transformado por fin en un centro mundial del conocimiento. Su universidad era una de las más conocidas en el mundo por la calidad de la docencia y de sus alumnos, los cuales hacían peticiones desde todos lados para entrar a ella, hasta con años de anticipación. Su ubicación, alejada de las grandes urbes y enclavada entre cerros, daba el entorno necesario para dedicarse a estudiar y compartir sabiduría. La selección era bastante estricta, no era una casa de estudios común para sacar un título y hacer una vida gracias al dinero que dicho título daba: era un sitio para dedicarse a aprender y enseñar, a compartir sabiduría, a comprometerse con el futuro. Por ende, sus docentes en general hacían carrera de por vida, y a diferencia de otros lugares, era una ciudad donde los años eran respetados.

Blood había dejado la rectoría hacía algunos años, estaba aburrido de administrar y de tener reuniones interminables, sin poder enseñar ni aprender. Simplemente llamó a elecciones de rector y no se presentó al cargo; cuando el decano de medicina quiso dejarle el cargo, tampoco aceptó. Estaba contento de poder volver a enseñar; además, ya no tenía ninguna cita formal en la noche que pudiera entorpecer sus cacerías. Su existencia se estaba llevando del mejor modo posible, pero pese a ello no se sentía tranquilo. Estaba casi seguro que ya se habían cumplido las diez generaciones de la maldición, y que en cualquier instante podía aparecer el siguiente Blood, lo cual complicaría enormemente las cosas… aunque tal vez no tanto. Ya no estaba preocupado de escapar y reaparecer cada veinte o más años, pues el flujo de gente en el pueblo era tan alto, que lentamente su presencia empezaba a pasar desapercibida, por lo menos para los estudiantes y algunos profesores. Los más viejos del pueblo sabían su secreto, y mientras pasaban los años dicho secreto se heredaba en las familias. Tal vez si un nuevo Blood apareciera, él podría dedicarse a otras cosas, nuevas ideas, inclusive hasta podría heredar su conocimiento… o su universidad.

Una noche Blood venía de vuelta de una de sus cacerías nocturnas. Había sido una de aquellas jornadas “productivas”, por lo cual pensaba en suspender la primera clase de la mañana, o pedirle a alguno de sus ayudantes que la dictara: no era un tema complejo, y podía delegar dicha responsabilidad para reposar y seguir con las tareas que lo necesitaban de modo indispensable. Dado que tenía que variar recurrentemente las zonas donde cazaba, ahora estaba atacando en un pueblo bastante distante de su ciudad, donde abundaba la gente supersticiosa, lo que facilitaba su labor pues era catalogado como “demonio”, lo cual mantenía a raya cualquier atisbo de investigación. Mientras su mente divagaba sin rumbo claro ni fijo, un leve ruido llamó su atención. Al llegar a un claro del bosque por donde iba, algo saltó sobre su espalda: como ya había sentido el aviso previo, giró rápidamente y golpeó de frente a lo que lo atacaba, logrando apenas desplazarlo medio metro hacia atrás. El atacante, más sorprendido que él, se lanza nuevamente en su contra, siendo recibido por un potente impacto que lo derriba sin gran dificultad. El temor de Blood se hizo realidad, la segunda generación de su estirpe había aparecido, pero distaba mucho de lo que él esperaba o suponía.

Ahí, a sus pies, yacía un ser de características físicas similares a las suyas y al del anterior receptor de su “legado”. Pero algo no cuadraba, su postura encorvada, su exagerado desaseo, la ausencia de ropa y de una mínima inteligencia para atacar lo tenían algo desconcertado.
-Hola, mi nombre es Blood.
-…..
-¿Cómo te llamas, hijo?
-…..
-¿Sabes quién o qué soy…?

El joven monstruo estaba hambriento. Era difícil cazar, los animales alimentaban poco, y los animales de dos patas que tenían mejor sabor eran presas difíciles, andaban en grupos, usaban extrañas varas que quemaban a distancia y aunque no lo herían, sí quedaba adolorido. Ahora había atacado a un animal de dos patas, enorme, que tenía bastante carne… pero el animal lo estaba lastimando rápida y fácilmente. Más encima ahora hacía los mismos ruidos que los otros animales de dos patas, que tenían tanto sentido como los ruidos de cualquier bestia… aunque el tono con el que sonaban los de éste se parecían a un vago recuerdo que tenía de su nacimiento… pero el hambre era mayor, y si no lograba cazar algo luego, su existencia corría un gran riesgo de terminar por inanición. Si no era esta presa, no sabía si habría alguna otra oportunidad.

Blood vio como su descendiente se lanzaba nuevamente al ataque sin ninguna organización. Al parecer no había tenido alguna imagen paterna que lo guiara, y era simplemente un animal de caza poderoso, y nada más. Nuevamente lo derribó, y otra, y otra vez. Pensó en decirle que si seguía lo podía dañar en serio, pero obviamente no comprendía nada… La espera de diez generaciones había terminado en una involución, y el solo pensar en que ese animal se pudiera reproducir (instintivamente o por error) lo aterraba. Al parecer debía acabar con él tal como lo hizo con el anterior, pero no tan violentamente. Cuando el joven se lanzó por enésima vez en su contra, Blood se hizo a un lado y al pasar éste bajo él, de un certero puñetazo quebró su cuello, matándolo en el acto. Tal como hizo diez generaciones antes, de un puntapié abrió un hoyo en el suelo, depositó el cadáver, y lo cubrió sin dejar rastros para depredadores e intrusos…

Al llegar a Slabcastle ubicó al primer ayudante que se cruzó en su camino, le cedió la clase y se encerró en su pequeño castillo a descansar algo su cuerpo y mucho su mente. Se sentó en su sillón favorito y sacó de su biblioteca personal un viejísimo y gastado libro de tapas de cuero y gruesas hojas escritas a mano. Era el libro en el cual había aprendido a leer siglos atrás. En ese instante su contenido ya no importaba, su trascendencia iba por otro lado. Ese libro había sido el detonante de todo lo que estaba viviendo ahora. Pero a su vez era la brecha que lo había alejado de la humanidad como concepto. Luego de acabar con la segunda bestia pensaba en lo lejos que estaba de todo, que pese a tener una universidad y una ciudad, haber formado a miles de pensadores útiles para sus congéneres, su descendencia no era más que una cadena de perdedores, que mientras los humanos evolucionaban su casta involucionaba, que no tenía descendencia conocida ni herederos. Su vida no parecía merecer llamarse vida, sino simplemente existencia. Sólo quedaba seguir enseñando, y esperar a ver qué le deparaba el destino en diez generaciones más.

miércoles, septiembre 22, 2010

Historia de Sangre: Continuidad

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XXVI: Continuidad

Sir Ian Blood era un típico caballero nombrado por su majestad el rey, que pese a no ser nativo del reino ni residir en dichas tierras, prestaba constantes favores a la corona, lo cual le permitió disfrutar del título, el castillo y la manutención de la mano de quien él servía. Su vida transcurría sin mayores contratiempos, era querido en su tierra y respetado fuera de ella. Los orígenes de su familia estaban lejos de ahí, y todos sus ancestros habían vivido por generaciones en la misma ciudad, pero él había decidido buscar nuevos rumbos, lejos de la rancia tradición que lo precedía. Además, el título nobiliario que tenía era sólo de él, se lo había ganado y no tenía relación con el condado que pasaba de primogénito en primogénito en su familia, y que ya estaba casi como un mero adorno en la firma de su familia. Por otro lado, su título de caballero era de un reino mucho mayor, por tanto revestía más peso social que el de su familia. De todos modos, ello no le preocupaba, no ayudaba al rey por trabajo sino por simple simpatía. Era, en toda la extensión de la palabra, un caballero.

En las tierras altas, el lugar donde estaba enclavado su pequeño castillo, disfrutaba de su soledad. Hacía años había decidido no casarse ni tener hijos: pensaba que el mundo estaba ya demasiado poblado y agresivo a mediados del siglo y la década en curso, por lo cual no valía la pena traer más sirvientes a su majestad; ya tenía suficientes. Su vida giraba en torno a hacer acciones tendientes a favorecer al rey en el ámbito que éste necesitara y donde él lo dispusiera; así, gran parte de sus días los pasaba viajando. Cuando no trabajaba para la corona, sir Ian se dedicaba a leer y a pintar. De hecho su inclinación hacia las artes había hecho correr ciertos rumores acerca de su sexualidad, los cuales lo divertían bastante y le servían para reírse un poco de quienes inventaban esas historias; Ian gustaba de las mujeres, pero no se veía viviendo, comiendo o despertando todos los días con una de ellas en su castillo. Durante sus viajes tenía algunas aventuras aisladas, pero nada que pudiera llegar a considerarse una relación de pareja. Además era supersticioso y temeroso de los secretos de su familia: había una leyenda que pasaba de generación en generación, de padre a hijo, que decía que cada diez generaciones de la casta de los Blood nacería un hijo varón inhumano, antropófago, casi monstruoso, con poderes sobrenaturales e inmortal. Si bien es cierto no llevaba la cuenta exacta de las generaciones desde la fecha de la leyenda y su mente racional le impedía creer tal disparate, su indecisa fe y el peso de la tradición lo marcaban, y por ello no quería correr dicho riesgo, por muy diminuto que fuera; además, un antepasado muy lejano de él había desaparecido sin dejar rastro alguno en una extraña ciudad lejos de todo, que era conocida por su famosa universidad y por la leyenda: desde esa fecha y por siglos en los poblados cercanos ocurrieron muertes sangrientas e inexplicables...

Una tarde de primavera, sir Ian paseaba a pie por sus tierras, vigilando los viñedos pues se acercaba la época de la cosecha para iniciar la producción de su exclusiva reserva de vinos, que más que un negocio le servía de carta de presentación en los encargos a los que lo destinaba el rey, cuando una bella y distinguida joven de negra cabellera y oscuros ojos se acerca a él por el camino principal a caballo. Fijándose en su roja cabellera y verdes ojos, la joven le pide ayuda pues se ha extraviado; su caballo se había desbocado y por tratar de controlarlo sin caer, había perdido completamente su rumbo. Sir Ian, haciendo gala de toda su caballerosidad ofrece a la joven la hospitalidad que todo caballero de la corona que se preciara de tal debía, y lleva a la joven y su caballo al castillo para que descansen y poder enviar luego a alguno de sus empleados en un carruaje al poblado más cercano con la dama para que pudiera seguir su camino. Tal vez le llamó la atención la poca prolijidad de la vestimenta de dicha joven, pero eso era explicable por la loca carrera de su cabalgadura; inclusive su lenguaje era algo burdo, lo cual era bastante llamativo en esas tierras, pues las damas tenían una exquisita educación en la etiqueta, y ello era lo que las diferenciaba de las desafortunadas y las licenciosas… pero pese a todo eso, sir Ian cumpliría lo ofrecido: sea como fuere, un caballero no tiene boca ni memoria...

Cuando iban llegando al castillo, sir Ian sintió ruido de cascos a la distancia, que poco a poco aumentaban en intensidad; al intentar girar para ver de qué se trataba, recibe un fuerte golpe en su cabeza, que lo deja fuera de acción pero no inconsciente. Con pavor nota en la mano de la joven un grueso palo con algo de sangre, y una extraña mueca mezcla de sorna y resentimiento. Al poco rato cuatro jinetes llegan raudos junto a ella, que definitivamente no cuadraban con el estereotipo del hombre de bien. Entre risas y macabros comentarios acerca de qué hacer con el “cuerpo” una vez terminado el “negocio”, lo arrastran dentro del castillo y empiezan a descerrajar sus cajones y baúles en busca de dinero, joyas y oro...

Alertados por los ruidos y las voces, la pareja de viejos mayordomos se asoma a mirar: ellos habían sido criados de su familia, lo habían visto nacer y crecer, le habían curado sus heridas de niño, enseñado a cabalgar y disparar, alimentado, bañado y protegido; y cuando decidió seguir su camino la pareja, que tampoco tuvo hijos, le pidió a sus padres que los dejaran seguirlo y acompañarlo, con el compromiso de tratarlo casi como a un hijo... Al verlo en el suelo ensangrentado se ahogó un grito en sus gargantas, pero fueron vistos por los ladrones. Al oponer resistencia, el hombre fue brutalmente golpeado hasta morir frente a su esposa y a un sir Ian, que lentamente recobraba su conciencia, pero demasiado lentamente... con estupor vio que la joven sacaba un cuchillo de su vestido, y pese a los ruegos de la anciana, la degolló. Para ese momento sir Ian logra incorporarse, y tomando un viejo mazo con puntas metálicas (herencia de algún ancestro) que estaba colgado como adorno en la pared, arremete con odio contra los hombres, quienes no supieron qué fue lo que los reventó. La joven vanamente intenta apuñalarlo, pero el cuchillo y su mano cayeron al suelo al primer golpe... al verla sangrando, indefensa, Ian sintió una extraña sensación: bienestar. La escena ante sus atónitos ojos era dantesca: su segundo padre había sido masacrado y yacía ahora en el suelo, la mujer que había guiado sus pasos había muerto desangrada sin siquiera oponer algo de resistencia...y la joven causante del término de su vida tal como la conocía, sin su mano y arrodillada en el suelo... no, esa perra no podía morir tan rápido...

Luego de encadenarla en un viejo calabozo y cauterizarle con un hierro hirviente el muñón del brazo, procedió a violarla y golpearla repetidas veces, hasta saciar todos los instintos ocultos que se liberaron esa fatídica tarde. Una vez acabó con sus aberraciones, y sin ningún remordimiento, cerró y trabó la puerta por fuera, dejando sólo la rendija para alimentación abierta. El monstruo manco de cabello y ojos negros jamás volvería a ver su roja cabellera y sus verdes ojos ahora sin vida...

Luego de casi un año de alimentar por la rendija del calabozo a la asesina, una noche escuchó los gritos más horrorosos que habían brotado de la garganta de una mujer alguna vez. Bajó armado, abrió la celda, y con estupor presenció una escena incomprensible: una pequeña criatura se movía bajo ella, completamente mojada y ensangrentada, aún con el cordón umbilical unido a su ombligo, mientras engullía su placenta. La mujer, por su parte, estaba muerta, colgando de los grilletes a los que se amarró para poder parir, creyendo que ese hijo podría comprarle el perdón… Ian estaba asistiendo al cumplimiento de la maldición de los Blood, lo que para ese instante ya no tenía importancia alguna. Cuando el engendro terminó de devorar la placenta, Ian soltó el cadáver de la mujer por si el monstruo quería comer sus restos. Al salir, dejó la reja abierta.

miércoles, septiembre 15, 2010

Historia de Sangre: Universidad

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XXV: Universidad

Seis meses de incesante trabajo terminaron dando sus frutos. Un castillo en miniatura se alzaba al lado de la que por siglos fue la morada de Blood, y que ahora sería la morada de la enseñanza. La gente aún no entendía el porqué del castillo menor, pero sabían que implicaría cambios en la ciudad. Y esos cambios debían ser para mejor, pues desde la partida de Blood y la llegada de quien creían era su hijo, el sitio había perdido todo status, y al parecer sólo la nueva inyección de vida que traía el dueño del castillo podría hacer renacer los días de gloria de Slabcastle. Definitivamente la ciudad dependía de Blood.

El trabajo principal de obra del nuevo castillo había terminado. Ahora venía el período de decisiones. Obviamente las cosas personales de Blood se irían con él; pero ahora había que definir cuáles de sus libros quedaban para su uso y cuáles para la universidad. Las ventajas que tenía eran varias: tanto el castillo como la universidad eran suyas, así que podía hacer y deshacer a su gusto y gana; si bien le gustaban sus libros no tenía vínculos “afectivos” con ellos, pues para él cumplían un fin de aprendizaje y sólo eso (si bien es cierto la biblioteca tenía literatura ésta le aburría); no tenía plazos estrictos para echar a andar el proyecto, sino sólo los que él mismo se había fijado… aunque esos corrían en su contra, pues una vez había fijado una idea y un plazo éstos se cumplían de todos modos. Pero había un detalle que lo empezaba a preocupar: Blood no tenía claridad respecto de cuánto tiempo eran diez generaciones, pero sabía que se estaba acercando el plazo para cumplir el doble del tiempo desde que nació su hijo hasta que su descendiente apareció y casi trastocó su existencia. Si todo lo que él le había dicho era cierto, en cualquier instante podía nacer un nuevo Blood, que de algún modo podía llegar a Slabcastle, y si él no estaba ahí en ese momento podía perder el sueño que tanto le había costado. Pese a que su mente estaba abocada a la concreción material de su proyecto, la parte instintiva de su cerebro no dejaba de avisar que tuviera cuidado en el futuro mediato.

Tres meses después la mudanza estaba lista y Blood habitaba su pequeño nuevo castillo. Habían avanzado bastante en el orden del viejo edificio para darle un aspecto acorde con su visión de universidad pero todavía bastaba mucho por hacer; de hecho, ni siquiera había sacado de su embalaje las cosas que había traído con él para esta idea. De pronto una mañana cualquiera entra a la ciudad una caravana de carros y jinetes a caballo de aspecto diverso. La mayoría eran jóvenes, algunos parecían venir en familias y otros solitarios. Unos cuantos vestían formal, y otros venían con ropajes adecuados a un largo viaje. Los carromatos venían cerrados, sin dejar ver sus contenidos. La caravana cruzó completamente la ciudad, dirigiéndose directamente al castillo grande. Las caras de asombro de los componentes de la caravana al ver las dimensiones del castillo eran iguales a las de los habitantes de Slabcastle al ver a tan heterogéneo grupo. Cuando Blood salió a ver el alboroto en las puertas de su viejo castillo, reconoció inmediatamente a los amigos que había hecho en la universidad. Su sorpresa y satisfacción fue mayor al comprobar que todos aquellos que estuvieron en la reunión de despedida que organizó estaban ahí. La hora definitiva había llegado, y su sueño estaba ad portas de convertirse en realidad. De pie frente a la gran puerta principal del castillo y con un inusual histrionismo, Blood se dirigió a los recién llegados con la voz más poderosa que había sacado en su vida:
-Profesores, colegas y amigos… ¡Bienvenidos a la Universidad de Slabcastle!

miércoles, septiembre 08, 2010

Historia de Sangre: Partida

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XXIV: Partida

Uno de los logros del doctor Blood en sus diez años como docente en la universidad, es que nunca dejó de lado su objetivo final, el desarrollo del conocimiento. Pese a las largas jornadas de clases en distintas áreas de la medicina para lograr encontrar aquella en que se sintiera más a gusto (pues en todas se desenvolvía bien), siempre destinaba tiempo en las tardes para juntarse a conversar con docentes y con estudiantes de las otras carreras. Así, pudo mantener su mente abierta a todos los ámbitos de la realidad, y actualizar constantemente sus conocimientos. Por otro lado generó importantes contactos con humanos que empezaron a llamarlo “amigo”, por su permanente disposición a ayudar con sus ideas en los proyectos que le presentaran. Fue a esos humanos a quienes empezó a confiar su proyecto de vida.

Faltando un mes para el término de las clases de ese décimo año, Blood citó a una reunión a todos aquellos a quienes había contado partes de su idea, tanto académicos como estudiantes, en uno de los auditórium principales de la casa de estudios. Ya que llevaba diez años allí, y su nivel era reconocido y alabado por todos en la escuela de medicina (inclusive su nombre ya sonaba en varias otras universidades), tenía ciertos privilegios de uso de los espacios sin tener que deshacerse en explicaciones. La reunión sería a puertas cerradas, y sólo entrarían sus invitados: de hecho, estando él en la puerta, definitivamente su deseo se cumpliría. Una vez que todos estuvieron ubicados y las puertas fueran cerradas por dentro, se ubicó en el podio y se dirigió a la audiencia, como en cualquiera de sus clases:
-Estimados colegas y amigos. Todos los que están aquí saben que llevo diez años enseñando sin parar, y que estoy satisfecho de lo que he logrado. He ayudado a formar nueve generaciones de médicos, todos de gran nivel y renombre, algunos de los cuales se han quedado en nuestra alma mater haciendo docencia e inclusive se encuentran hoy aquí. Pero este ciclo ha terminado para mí, y todos ustedes suponen o saben el porqué- en ese instante un murmullo se apoderó del auditórium.
-El objetivo de esta reunión no es solamente despedirme, sino también agradecerles y hacerles una invitación. Agradecerles por haberme acogido en su casa como un igual, y permitirme aprender y enseñar-. Espontáneos aplausos brotaron de la audiencia, lo cual incomodó a Blood: lo suyo no era un discurso.
-La invitación que les tengo es a compartir mi proyecto. Pero no tangencialmente como lo han hecho hasta ahora, ayudándome con planos e ideas. En corto tiempo partiré a Slabcastle, mi ciudad natal, y quiero que piensen en acompañarme- en ese instante el auditórium se silenció por completo.-Tienen un año para pensarlo.

Cuando terminó de pronunciar estas palabras el silencio se mantuvo. Inmediatamente Blood tomó sus cosas y salió de la sala, para dirigirse a la rectoría e informar a la directiva de la universidad acerca de su partida. Su ciclo había concluido, debía volver a su castillo en su ciudad y retomar el rumbo de su contradictoria existencia. Luego de quince años recorriendo pueblos y formando gente de modo informal, y de diez años asentado y enseñando con una casa de prestigio que también le dio a él un título y un prestigio, había llegado la hora de capitalizar su sueño final: catapultar a Slabcastle como una capital de la formación y del conocimiento a nivel local, y si todo resultaba bien, en algunas décadas o siglos, traspasar esa capital al planeta completo. Veinticinco años lejos de la losa ya habían hecho algo de mella en él. Los últimos cinco habían sido bastante cansadores, y no sabría cuánto tiempo más sería capaz de soportar algo así. Ya no era tan fácil salir a cazar, lo hacía con menos frecuencia y cada vez costaba más atrapar a sus presas; además, de vez en cuando dejaba alguno de los cuerpos para estudios anatómicos, lo que lo obligaba a cazar el doble, o inclusive a volver a cazar otros animales. Por otro lado debía cumplir con el régimen de clases al que estaba comprometido con la institución y con los alumnos, y no quería dejar de darse tiempo para compartir con el resto de la gente de la universidad, para no quedar encerrado en un solo tema. Y como si todo eso fuera poco, el edificio tenía un gran salón con una de las funciones que mejor conocía Blood: una biblioteca. Por ende, cada rato libre que le podía quedar terminaba siendo usado para leer los interminables textos que abarcaban todas las áreas de la sabiduría; y como los académicos se encargaban de traer novedades de todos sus viajes de perfeccionamiento, los libros se renovaban periódicamente, por tanto la lectura era una verdadera aventura (por lo menos para él).

Una vez hubo conversado con los profesores y oficializado su renuncia, y de haber desechado la posibilidad de una despedida formal y en público, Blood sacó todo el dinero que había guardado esos años y empezó a preparar su partida. Lo primero fue comprar una carreta grande, cubierta, y dos caballos percherones, capaces de llevar la valiosísima carga con que la llenaría. Luego, recorrió en una semana todas las librerías existentes en la ciudad donde trabajaba y en los pueblos de los alrededores, comprando todas las últimas ediciones de libros técnicos y algunas novelas interesantes según su criterio. Consiguió luego, por medio de los profesores que había conocido, instrumentos de medición de todas las profesiones existentes en su casa de estudios; compró además instrumentos musicales y artículos de todas las artes y ciencias creadas y descubiertas hasta el momento. Al terminar de comprar todo lo que necesitaría para iniciar su proyecto, se sentó a mirar el cuarto donde había almacenado sus ideas. El terminar las compras implicaba empezar a llenar la carreta, cerrarla y partir. El cerrar la puerta de la universidad tras de sí implicaba abrir nuevamente las puertas de su castillo. Y el abrir las puertas de su castillo implicaba empezar casi de cero, como había sido siglos atrás. Cuando sus ideas dejaron de ensordecer su cabeza, subió a la carreta, dio dos golpes de riendas a los caballos, y se fue sin despedirse. Quienes quisieran compartir su sueño, llegarían solos en un año a Slabcastle.

Blood llevaba una semana de vuelta en su ciudad y en su castillo, período en el cual no había descargado nada de su carreta, salvo unos papeles con un diseño a escala. Al empezar la segunda semana y sin mediar cambio alguno llamó al administrador.
-Dígame señor.
-Necesito tu ayuda. Nos vamos a mudar.
-…ehhh…-la cara del administrador hablaba por él.
-Sí. Estos papeles son planos, que me ayudaron a hacer en la universidad donde trabajé. Son los planos de mi nueva casa. Es bastante más pequeña que este castillo, pero conservará su forma y estilo. Vamos a tener mucho trabajo.
-Disculpe pero no entiendo el sentido de…
-El sentido es simple. Si volvía a este pueblo es porque tengo un mejor proyecto que seguir enseñando en una universidad ajena. Este castillo, con algunas modificaciones, se transformará en la futura Universidad de Slabcastle. Pero para que esas modificaciones se lleven a cabo, debo tener primero donde vivir. Así que empezaremos a tomar medidas para determinar la superficie que utilizaremos.
-Entiendo. Veamos, supongo que querrá vivir…
-En esta misma losa.
-Pero señor, la cantera está…
-De los materiales me encargo yo. Las rocas de la cantera no me sirven, debo sacarlas yo mismo. No te preocupes, tengo experiencia en ello… Bueno, consigue gente de confianza.
-¿A qué se refiere específicamente con “gente de confianza”?
-Que trabajen mucho y hablen nada.
-Sí señor.
-Y apúrate, que quiero empezar a marcar el sitio de la construcción lo antes posible. El proyecto debe estar listo a más tardar en un año. Y me refiero a la casa y la universidad.

A la mañana siguiente Blood y el administrador empezaron a marcar la losa adyacente al castillo siguiendo al pie de la letra las medidas de los planos. El administrador encontró extraño que no tuviera algún subterráneo, pero si el castillo no lo tenía era por algo; probablemente la losa era muy dura para ser perforada, o muy gruesa, lo que impediría un trabajo adecuado. A vista y paciencia de los vecinos que visitaban la plaza instalada en la losa, hombre y bestia marcaban la posición de los muros externos e internos, la ubicación de puertas y ventanas, pasillos y habitaciones. Una vez terminada la marcación, el administrador le presentó a Blood a los hombres que trabajarían para él: todos eran descendientes directos de los primeros pobladores del lugar, que sabían que Blood no era el hijo del dueño original sino el original. A ellos se les encomendó una extraña tarea para empezar: conseguir varas largas y piezas completas de tela que no se transparentara. Cuando las trajeron, Blood los hizo cubrir todo el perímetro demarcado con las telas enganchadas en las varas. Una vez estuvo todo listo, despachó a todos esa noche a sus casas y los citó al día siguiente temprano para empezar la construcción. Los hombres se miraron más extrañados aún, pero sabían que las preguntas no serían respondidas. En cuanto Blood estuvo seguro de estar solo en el espacio demarcado, se preparó a hacer lo mismo que varios milenios atrás. Miró la losa fijamente, y descargó decenas de violentos puñetazos hasta lograr la cantidad necesaria de piedras para cumplir su tarea. Al parecer su retorno a la losa le había devuelto las fuerzas perdidas de una sola vez, pues la intensidad de los golpes generó un temblor que afectó a todo el pueblo. Al terminar de dejar las piedras con la forma necesaria para que sirvieran de ladrillos y apiladas a los lados de la zona demarcada, Blood volvió a su castillo. Sabía que a la mañana siguiente la losa estaría intacta, probablemente hasta con las marcas en el piso, pero la prudencia le decía que no había que ver el cómo, que aún no era el tiempo. A la mañana siguiente, los hombres contratados por el administrador quedaron estupefactos al ver la gran pila de ladrillos de losa; pero tal como el mismo Blood, los trabajadores se dejaron guiar por la prudencia y no se preocuparon del cómo, había mucho por hacer.

miércoles, septiembre 01, 2010

Historia de Sangre: Doctor

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XXIII: Doctor

En su largo exilio de veinticinco años Blood aprendió mucho más de lo que ya sabía. Pero sus conocimientos ya no eran letra sobre papel sino realidad sobre el mundo. Además de enseñar y aprender medicina teórica, pudo aprender medicina práctica. Todo aquello que alguna vez hubo leído lo pudo, aunque fuera por un corto tiempo, llevar a la vida real. Pero sea como fuere su naturaleza primaba sobre su raciocinio, y al darse cuenta que sus actitudes de cazador lo podían delatar, simplemente volvió a enseñar y aprender teoría. Aprovecharía por ende sus conocimientos e instintos de cazador y antropófago: si bien es cierto los años de lectura y el corto tiempo de práctica demostraron que era docto en todas las áreas del conocimiento médico, y el contacto con los médicos y los barberos le permitieron darse cuenta que era capaz de enseñar de todo, su principal fuerte era la anatomía humana. Mal que mal, todas las noches algún cuerpo humano pasaba por sus manos… y por su boca. Sería justamente esa rama del saber de la medicina la que cultivaría con más ahínco que el resto: no iba a dejar todo lo demás de lado, pero trataría de dedicarse a la anatomía como medio para formar gente a futuro. Pero su mente no había quedado prendada sólo de estas experiencias; lo que realmente lo había cautivado era el concepto de universidad. Un lugar físico que contenía el conocimiento universal, que lo guardaba y lo distribuía racionalmente entre quienes demostraban que lo merecían y lo anhelaban. Un lugar que ordenaba el qué, el cómo y el cuándo enseñar respecto de cada área de conocimiento. Ese era un verdadero desafío, uno que lo mantendría cada día más vivo, como su castillo, la lectura y la sabiduría…

Luego de lograr la confianza y el respeto de los primeros médicos que conoció, y de terminar de enseñar a los barberos de modo pseudoformal, Blood tuvo una idea revolucionaria, que en un principio incomodó a todos sus conocidos pero que sería llevada a cabo de todos modos: por medio de los médicos formados formalmente llevaría a los barberos a la universidad para que fueran examinados por los docentes. Era casi una locura, pero no había mejor modo de probar el nivel de los barberos como médicos, y su capacidad de enseñar gracias a su autoformación. De todos modos, si ellos fracasaban él igual saldría beneficiado, pues aprendería de sus errores, y algunas décadas más adelante lo intentaría de nuevo. En cierta forma su postura era bastante egoísta: no importaban tanto los barberos como el experimento de docencia; pese a todo el tiempo invertido, éste era el gran bien que hasta la fecha le seguía sobrando. Pero pese a no temer al fracaso, tenía la confianza de no fracasar, pues el contacto con los otros médicos le había reportado excelentes dividendos en cuanto a su nivel de conocimientos, y al enseñar a los barberos no se había guardado nada.

La llegada a la universidad no dejó de ser un espectáculo. Por un lado Blood estaba maravillado al ver tantos hombres jóvenes juntos en un solo lugar con el único afán de aprender. La imagen de las áreas al aire libre llenas de gente leyendo, comentando, conversando y debatiendo era uno de sus sueños hecho realidad. Hombres de mayor edad, aparentemente profesores, paseaban rodeados de jóvenes a su alrededor que escuchaban ávidos hasta los respiros y pausas efectuados, tal como los pequeños pollos siguen a la gallina por todos lados. Al fondo completaba el cuadro de ensueño una serie de edificaciones de varios pisos donde se impartían las clases… Pero por otro lado tanto docentes como educandos quedaron casi petrificados con la surrealista imagen que estaban presenciando. Por la entrada principal de la universidad un extraño y heterogéneo grupo avanzaba a paso firme hacia las aulas. Se notaban vestimentas de alumnos recibidos, eventualmente médicos; otros de vestimenta similar a la de los estudiantes en formación, pero de gestos y facciones más hoscos; y lo que definitivamente capturaba la atención de todos era quien comandaba el grupo: un enorme hombre que sobrepasaba en peso y estatura a todos y cada uno de quienes alguna vez habían pasado o estaban pasando por las aulas y patios de la institución. Su cara asemejaba más a las pinturas de artistas que habían liberado su arte en períodos de éxtasis religioso como manifestación de la malignidad que el rostro de un ser humano. Su caminar recordaba a un oso salvaje avanzando hacia el sitio de desove de los salmones, presto a cazar todo lo que se le pusiera por delante. Sus ojos, de un verde poco común en esa parte de la realidad, no demostraban sentimientos… Luego de la mutua sorpresa y admiración entre Blood y la universidad, había que enfrentar a los profesores de medicina.

El encuentro fue tenso. Si bien es cierto se había pactado la cita por el viaje previo de uno de lo médicos con los docentes, la estampa de los barberos no era la que los profesores esperaban, ni menos aún la de Blood. Creyeron en un principio que se trataba de algún tipo de broma de muy mal gusto, pero al notar la soltura con que el gigante se desenvolvía frente a ellos decidieron darle una oportunidad a sus “alumnos”. Habían decidido interrogar a los aspirantes a médico en todos los ámbitos habituales de cualquier postulante de su casa de estudios; ello tomaría a lo menos dos semanas, tiempo suficiente para que Blood recorriera un poco dicho mundo. Mientras sus alumnos y los médicos que los acompañaban eran sometidos a largas sesiones de interrogatorios de todos los temas interrogables, él se dedicaba a dar vueltas por los jardines y los pasillos de la universidad. Luego del primer impacto sufrido por los alumnos, y del temor inicial de ver a un verdadero monstruo humano, algunos de los jóvenes y también unos cuantos docentes empezaron a acercarse a él. Los diálogos partieron en la formalidad de los saludos, sitio de origen, motivos para ir allá, y luego derivaron en extensas conversaciones que versaban de todos los temas. Tanto Blood como sus interlocutores estaban extasiados: los jóvenes y sus maestros no lograban comprender cómo un hombre tan joven había traído dos estudiantes de medicina formados por él mismo a probarse a la universidad, y más encima saber de todo de lo que cualquiera le hablara, con un notorio énfasis en conceptos históricos pero relatados de un modo increíblemente vivo, más como espectador que como conocedor. La gran sapiencia del gigante llevó a que tanto docentes como alumnos empezaran a llamar a Blood “Doctor”, pero no solamente por sus conocimientos de medicina, sino más bien por lo docto que éste era en todos los temas. Por su parte Blood estaba maravillado, hombres de todas las edades que se acercaban a hablar y debatir con él de todos los temas posibles, en todos los niveles de complejidad, y sin dar muestras de burla o ironía, sino de interés permanente en todos sus juicios y conceptos. Al parecer sus años de lectura y contacto con gente sabia estaban dando frutos, y justo los que él esperaba: sabiduría. El solo hecho de ser llamado “doctor” era un halago inconmensurable: ellos, los humanos, los débiles, su comida, lo respetaban…

Luego de dos semanas y media de interrogación, los docentes estaban sorprendidos y satisfechos, definitivamente no estaban frente a dos barberos cirujanos, sino a dos médicos de tomo y lomo que no tenían nada que envidiar a ninguno de los formados en cualquiera de las universidades conocidas del continente. No cabía duda, ambos serían titulados por su casa de estudios. Pero ahora quedaba otro desafío. Blood no se refería al modo en que él se había formado, pues era seguro que hubiera perjudicado a sus alumnos; pero en esos instantes la curiosidad de todos en la casa de estudios era enorme. Durante todo ese tiempo muchos habían intentado lograr algo de información que diera pistas del origen de sus conocimientos, pero no habían conseguido nada. Por lo tanto, el director de la universidad planteó su posición: interrogar y someter a pruebas a Blood, para darle un nombre que respaldara su sabiduría. Cuando le sugirieron la idea, Blood aceptó de inmediato; pero pese a que le hubiera encantado aceptar la propuesta inicial del director, de rendir pruebas en todas las áreas del conocimiento, decidió sólo abocarse a la medicina, para no levantar tantas sospechas dentro y fuera de la casa de estudios. Los interrogatorios y pruebas fueron bastante más duras que las hechas con sus alumnos; de hecho el proceso se extendió por un mes. De todos modos no representaba mayor desafío para Blood, aunque sí algo de extrañeza. Pero igual se daba tiempo en las tardes para salir a conversar de todo en las tardes con quien quisiera dedicarle algunas palabras: en todo ese tiempo, no hubo un solo día en que diez o veinte personas dejaran de esperarlo a la salida de las aulas de la escuela de medicina para seguir interrogándolo de la vida y más.

Un par de semanas después de terminado el interrogatorio, Blood fue citado por las autoridades de la universidad. Lo que le dijeron fue una verdadera sorpresa, que lo dejó lleno de orgullo y alegría, y que era la culminación de la pasión que llevaba siglos cumpliendo gracias a su recordada Luz. El director de la universidad le explicó que sus exámenes tomaron el doble del tiempo y mucho más del doble de exigencias, pues no lo estaban probando como médico, sino como docente. Y definitivamente había aprobado todo con creces. Ahora era formalmente profesor de medicina, grado escasísimo en cualquier universidad, y además estaba invitado a integrarse como tal a la escuela de medicina, a formar alumnos en el área que quisiera, pues estaba calificado para todo. Inmediatamente aceptó, y durante diez años ayudó a formar profesionales para los humanos. Ese tiempo además fue suficiente para planear con calma su retorno a Slabcastle, y para terminar de aprender a conocer el mundo fuera de su castillo y su ciudad. Esos diez años abrieron una nueva idea en la cabeza de Blood. Durante toda su vida se había dedicado a guardar libros y leerlos hasta casi memorizarlos, y ahora podría, además de leer, debatir lo leído. Y eso era posible solamente por la existencia de ese lugar. No era realista pensar en la evolución de la mente y el conocimiento sin tener un sitio donde enseñar y aprender, donde debatir y aceptar, donde discutir y consensuar. Si el ahora doctor Blood quería que su ciudad estuviera a un nivel aceptable dentro de los centros de conocimiento a nivel local, debería contar con una universidad.