Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

jueves, marzo 31, 2011

Amargado antisocial

Escondido en el cubo de cemento que llamaba hogar, a más de treinta metros de altura sobre la realidad, el amargado antisocial divagaba acerca de su enemiga la sociedad. Esa creatura humana que estaba ahí desde antes que él naciera y que se encargaba de ponerle límite a todo lo que nacía de su cuerpo, su mente y su espíritu, lo definía en ese instante en su esencia como objetivo vital. Cada acción y reacción que de su ser salían eran causa o efecto de otra acción o reacción de su enemiga. Su cuerpo estaba forjado para batallar contra las barreras físicas que su enemiga tenía diseminadas por todo el orbe. Su mente se había entrenado para superar los enigmas que entrañaba cada norma y ley que guiaba a los corderos ciegos y abúlicos que se hacían llamar personas. Su espíritu... su espíritu ya no era suyo, era parte de un corpus espiritual mayor que englobaba a todos aquellos como él, que habían despertado, que se habían sacado la venda, y que entendían que nada era lo que parecía, sino una perfecta mascarada creada para mantener en la cúspide de la pirámide del poder a los mismos de siempre.

Esa noche el amargado estaba escuchando un nuevo y poco novedoso blues, interpretado por una cantante que encantaba con su sensual voz, la misma que en el tema anterior casi lo había ensordecido con sus alaridos monocordes. Mientras se dejaba llevar por la envolvente voz y luchaba por elevarse en esos breves casi cuatro minutos de música, caía en cuenta que era cierto aquello que quienes lo rodeaban le repetían a cada rato: su amargura era una condición más que un estado. Por fin comprendía que no estaba sino que era así, que hasta los momentos alegres y afortunados de su existencia los veía a través de un velo gris; por fin aceptaba además que el problema no estaba en que no podía mover el velo, simplemente no quería. Esa voz sensual y cautivante, que hablaba de penas e infortunio, enmarcada por guitarras desgarradoras, un contrabajo pastoso, piano apagado y percusión arrítmica, lo había liberado del estigma social. Ahora era un amargado de tomo y lomo, orgulloso de su condición, y sin la necesidad de demostrarle nada a nadie. En cuanto terminó la canción que escuchaba apagó el reproductor: no quería que la siguiente canción lo hiciera cambiar de parecer.

El frío entraba por la ventana del antisocial. Pese a estar lloviendo con viento y una temperatura bastante baja, deseaba estar en contacto con la naturaleza. Encerrado en cemento y vidrio, con apenas un par de plantas en una pequeña terraza, lejos del suelo y más aún del cielo, el sentir la lluvia entrando por su ventana y mojando su alfombra y el roce del viento en su desafeitada cara le hacían sentirse cada vez más alejado de su enemiga. Cuando todos buscaban calor, él deseaba frío; cuando todos querían protegerse, él lograba exponerse; cuando muchos querían secarse, él chapoteaba y mojaba más a quienes lo rodeaban y evitaban. Era algo extraño que alguien que se definía como antisocial viviera tan inmerso en la misma sociedad que atacaba cada vez que podía en su discurso, De hecho muchos lo tildaban de inconsecuente trabajando, produciendo, gastando y financiando a su némesis; sin embargo el camino de la anarquía le parecía poco válido para él, pues en su fuero interno era más fácil atacar desde dentro que de afuera.

Con el televisor apagado, el blues sensual y desgarrador repetido infinitamente en su reproductor de música, las luces apagadas, la ventana abierta ya sin lluvia y un amargo café en su jarro favorito que lo ayudaba a ahuyentar al espíritu de los tres whiskys que había bebido previamente, había generado la atmósfera perfecta para que las ideas fluyeran, no desde su mente ni hacia su cuerpo, sino desde su alma individual hacia el corpus espiritual grupal al que pertenecía. En un principio sólo pareció un juego, una suerte de mentalización; luego se asemejó a un dogma, a una escuela de creencias compartida por los antisociales y antisistémicos. Pero hubo un momento en que su mente se logró conectar con su espíritu, y entendió racionalmente que ese corpus espiritual, esa suerte de alma colectiva sí existía, y que su espíritu era parte de ella. Por fin lograba entender, o a lo menos conocer racionalmente, esa extraña condición espiritual a la que había sido llamado a formar parte. Pero el mismo hecho de conocer de manera racional esa condición espiritual gatilló en él una desagradable reflexión: al ser su alma parte de la estructura fundacional de ese corpus espiritual, estaba formando parte de ese todo, generando y acatando normas para el bien del corpus. ¿No era eso acaso una sociedad espiritual, a la que él daba forma, vida y trascendencia temporoespacial por el solo hecho de formar parte estructural de ella? ¿Y ello no era tal vez más inconsecuente que estar dentro de la sociedad a la que tanto decía odiar? ¿O no era acaso la lucha real aquella que iba contra la sistematización de la sociedad sino más bien contra el orden social establecido? ¿Y si el orden antisocial se establecía, no cabía acaso la posibilidad que ahora ellos fueran las víctimas de los nuevos antisociales, aquellos que eran la sociedad del presente? Las paradojas empezaron a manar en su mente a una velocidad casi vertiginosa, y las dudas se apoderaron de su otrora seguridad.

Madrugada. Luego de apagar el blues eterno y quedar solo frente a la ventana, el amargado se sentía confundido, lo cual le causaba más amargura y lo reafirmaba como tal. En esos instantes le hubiera gustado poder dejar de lado su racionalidad, pues ella había sido la gatillante de su confusión; era obvio, la capacidad de razonar generaba dudas, y la resolución de esas dudas resultaban en conclusiones. Pero era ese instante intermedio, en que estaban planteadas las dudas y aún no se llegaba a las conclusiones, lo que lo atormentaba; definitivamente la incertidumbre era tanto más némesis inclusive que la sociedad. De todos modos algunas luces empezaban a iluminar esa boca de lobo generada por la falta de certezas. Lo primero y definitivamente menos importante era el error de forma: jamás debió dejar entrar a su mente al terreno espiritual. Nunca antes había olvidado que mente y espíritu eran agua y aceite, aunque algunas escuelas profesaran que la mente era la expresión física del alma, o inclusive que ambas eran una sola. Sin tener ello claro, sabía que meter raciocinio al reino del dogma siempre terminaba mal, tal como le había ocurrido en ese instante y al principio de su periplo

Alba. El sol despuntaba tímidamente entre las nubes luego de la lluvia nocturna. Una agradable sensación de frescura entraba por la ventana, mientras tomaba otro café, sin saber si era el último de la noche o el primero de la mañana. La irrupción racional dentro del corpus espiritual le había traído a la memoria su primer conflicto, el típico, el de la ruptura con los dogmas establecidos al intentar racionalizarlos, y caer en cuenta que ningún dogma puede ser racional. Pero el conflicto actual era diferente, era un conflicto dentro de la madurez que le daba el haber vivido largo tiempo cuestionando todo a su alrededor. Y en ese instante el motivo de su cuestionamiento era él mismo, el hacer algo que sabía que no debía hacer... ¿qué lo había llevado a romper su esquema? En ese instante el primer rayo de sol que logró traspasar las nubes y llegar a su cubo de cemento a treinta metros de altura por sobre la realidad pasó directamente por la ventana hacia su cerebro, y de ahí se transportó a su alma individual.

Esquemas. La respuesta era tan simple. Para romper esquemas debió diseñar esquemas de ruptura, y luego nuevos esquemas que reemplazaran a los anteriores. Racionalmente eso era correcto, pero su alma no era racional, y ella simplemente lo guiaba hacia la ruptura. Luego de años viviendo racionalmente en su realidad de esquemas rupturistas, su alma lo llevó hacia la ruptura de esa nueva estructura. Y esa ruptura lo llevó a una nueva concepción, que se parecía mucho a su némesis original; la única diferencia era que la nueva sociedad en que había entrado era espiritual y trascendía de lo físico a un plano etéreo. Su error lo había llevado a una encrucijada sin solución: si no hubiera intentado racionalizar su pertenencia al corpus espiritual nada hubiera cambiado. Pero ahora que entendía que su esencia era la ruptura, y que cada vez que rompía con algo se generaba algo nuevo que con el tiempo también debería ser roto, se sumió en la mayor amargura que jamás había sentido. Y en ese momento le dio gracias a lo que fuera que hubiera creado su alma, y entendió que había alguien infinitamente sabio que había creado al menos su esencia. Esa sabia entidad creó su alma rupturista y la dotó de la amargura suficiente para que, cuando su mente racionalizara todo se colmara de amargura, y ello lo hiciera pleno. Así, concluyó que su amargura era felicidad, y que su ruptura eterna lo haría feliz para siempre.

Escondido en el cubo de cemento que llamaba hogar, a más de treinta metros de altura sobre la realidad, el amargado antisocial divagaba acerca de su enemiga. Al terminar de divagar, ya cerca del mediodía, entendió que la sociedad no era su enemiga, sino más bien la realidad lo era. Por ello es que vivir a treinta metros de altura le permitía ver a su enemiga y vigilarla, para saber a cada momento qué intentaría hacer en su contra. Poco antes de salir de su cubo de cemento, para bajar a la realidad a comer algo, bebió el resto de whisky de la botella, no sin antes hacer un brindis al cielo.

miércoles, marzo 23, 2011

Viña

Mientras el sol bañaba la colina luego de una interminable tarde de trabajo, el viñatero miraba con orgullo su viña. Luego de años de estudio y de muchas malas decisiones, había por fin logrado entender el método de trabajo de su padre, y alcanzado el mismo estándar de calidad de los vinos que una tradición de varios siglos había mantenido y que casi se perdió por su culpa.

El viñatero era el heredero de una familia dedicada a la fabricación de vinos reconocidos en todo el mundo que databa del bisabuelo de su bisabuelo. En la galería que hacía las veces de entrada de la bodega familiar estaban colgados los cuadros de todos sus predecesores, hombres esforzados que habían dedicado sus longevas vidas a la mantención de vinos incomparables de nivel mundial, que acostumbraban ganar todos los premios habidos y por haber. Su padre lo instruyó desde joven, pues siempre era el hijo menor el elegido para darle continuidad al secreto de la viña, y el obligado a mantener al resto de la familia en la industria vitivinícola y de traspasar su secreto a las generaciones venideras.

Con el paso de los años la calidad de los vinos se empezó a estancar, cosa que no preocupó mayormente al heredero, pero que generó un cambio notorio en el ánimo de su ya viejo padre. Un día, cuando ya las ventas empezaron a mermar y las ganancias a hacerse cada vez más exiguas, el padre llamó al hijo y le pasó un viejo manuscrito con el secreto de la calidad de los vinos. El hijo lo leyó incrédulo, y sin hacer caso del papel y de los ruegos de su padre, se marchó para empezar a contactar a expertos internacionales que lo ayudaran a cambiar a su modo los problemas que vivía la viña. Cinco años después, ya cerca de la quiebra, el hijo fue al padre para pedirle consejo.

Mientras el sol bañaba la colina luego de una interminable tarde de trabajo, el viñatero miraba con orgullo su viña. Ya pasado el dolor de haber tenido que degollar a su padre y hacer pasar la muerte por un accidente, de recoger toda su sangre en una fuente de oro, y de regar con esa sangre las vides originales la primera noche de luna llena de la primavera, y de ver cómo al despuntar el alba las vides habían recobrado su antigua vitalidad, entendió que la tradición siempre tendría un alto precio. Y mientras se acercaba en su camioneta a la casa patronal, veía cómo a la entrada de la casa su hijo de 3 años jugaba, despreocupado del futuro.

miércoles, marzo 16, 2011

Homo Dei

La nebulosa de energía creada durante décadas de desarrollo ya estaba lista. Una centésima de año luz de diámetro era suficiente como para cambiar el equilibrio gravitacional en todo el sistema solar, y con ello acercar un poco más a los científicos de la Tierra a convertirse en seres cercanos a la divinidad, no en cuanto deidad, sino en la posibilidad de crear y modificar definitivamente la creación cósmica. Cientos de miles de millones de dólares, miles de muertos en ensayos fallidos, y casi un siglo de ingenios estaban llegando a su fin. La gigantesca máquina cuántica instalada en la luna había parido su hijo, que brillaba de día y de noche en el cielo, como un segundo sol o una segunda luna según fuera el caso.

La nebulosa de energía estaba contenida a distancia por la máquina cuántica para mantenerla estable hasta que llegara el momento de activarla y gatillar los cambios necesarios para que el sistema solar ya no se conociera como tal (pues los terrestres seguimos pensando que el modo en que nombramos las cosas es universal e inmodificable) sino como Sistema Humano, pues desde que se activara la nebulosa el sistema se adaptaría al gusto del hombre y no a los designios del universo. Tal era la energía de la nebulosa que la luna vibraba peligrosamente, poniendo en riesgo el equilibrio de las mareas en la tierra y la inspiración de cientos de enamorados y poetas; pero eso ya poco importaba, si la nebulosa cumplía su cometido no sería mayor problema reinstalar, ahora por mano de la diosa ciencia y sus pontífices los científicos, a la luna y cualquier otro cuerpo estelar en su lugar de siempre, o donde al humano le acomodara más.

El momento estaba por llegar, ya se estaba iniciando la cuenta regresiva, todos los habitantes de la Tierra estaban mirando por televisión el momento del gran salto de la humanidad hacia el escalón siguiente de la evolución, el homo dei. De pronto un pequeño asteroide golpeó con fuerza la máquina cuántica en la luna destruyéndola y liberando la nebulosa. La gran creación de la ciencia humana enfiló raudamente hacia el sol, fundiéndose sin dejar rastro con el astro rey, que ahora al parecer se coronaba de emperador. Si tan solo los hombres de ciencia no hubieran hecho caso omiso de las advertencias de los hombres de dios...

miércoles, marzo 09, 2011

Plaza

Mientras el sol quemaba su nuca a mediodía en la desarbolada plaza, la pequeña niña caminaba de la mano de su madre. La pequeña disfrutaba de las caminatas por la ciudad de la mano de su madre o su padre, siempre la llevaban por lugares llenos de sonidos y colores, y cuando se cansaba de caminar alguno de los dos estaba dispuesto a tomarla en brazos y seguir llevándola por esos variopintos lugares.

La niña, a sus cinco años, estaba empezando a entender aquel mundo que había estado descubriendo desde su nacimiento. Sus padres la querían muchísimo, y siempre la llevaban a todos lados. Disfrutaba los parques y plazas, porque sabía que además de pasear y jugar le comprarían un helado; disfrutaba las idas al cine, pues junto con ver la película podría disfrutar de palomitas de maíz y bebida. Pero también sus padres la llevaban a un sitio extraño, donde los adultos se vestían con ropas de colores opacos, cantaban canciones aburridas y a ella la dejaban algo de lado. De todos modos igual la pasaba bien, pues veía unas extrañas imágenes que le causaban risa: un cuadro de una especie de hombre con cabeza de animal, cuernos, y una gran estrella sobre él. Terminado el juego de los adultos, que a veces concluía con uno de ellos tirado sobre una mesa con algo como ketchup manchándole el pecho, sus padres se sacaban sus disfraces para que ella pudiera ir a jugar en la plaza de la esquina.

Mientras el sol quemaba su nuca a mediodía en la desarbolada plaza, la pequeña niña caminaba de la mano de su madre. De pronto un extraño ruido y un fuerte viento sacude los postes de luz; al mirar a su padre nota que éste desapareció, y al mirar a su madre se da cuenta que ella tampoco está, pero su mano arrancada de cuajo sigue sujeta a su pequeña extremidad. Al instante nota que nadie más que ella queda en la plaza a la salida del templo satánico. Al buscar el origen del viento ve alejarse volando a un simpático hombre alado que desde el cielo le sonríe.

miércoles, marzo 02, 2011

Alquimista

El viejo alquimista pensaba aceleradamente. Su cerebro estaba en una tremenda disyuntiva que debería resolver en el más breve plazo, y cuya decisión influiría directamente en el resto de su vida.

El alquimista había dedicado toda su vida a la búsqueda de la piedra filosofal. Como todos sus colegas debía trabajar oculto para no ser acusado de brujería y terminar sus días en la hoguera de la ignorancia como tantos otros científicos de la época. Como todos sus colegas había hecho intento tras intento sin dar con el objeto de su búsqueda. Como algunos de sus colegas había logrado descubrir un par de cosas que para él eran intrascendentes, pero que probablemente en el futuro alguien las publicaría o interpretaría y se haría famoso. Pero como ninguno de sus colegas, él sí había descubierto algo de alquimia pura: era capaz de controlar los elementos.

Durante uno de sus experimentos más atrevidos, luego de décadas de errores , hizo una mezcla de hierbas y minerales tratando de crear algún elixir que le diera la vida eterna; al terminar de hacer el brebaje, y estando casi seguro del resultado, decidió probarlo en si mismo, pero en cuanto lo bebió se desmayó. Cuando despertó, se dio cuenta que era capaz de guiar a su antojo a los cuatro elementos con solo pensarlo. Las potencialidades de su descubrimiento eran ilimitadas, si lograba que lo escucharan y le creyeran que no era brujería sino ciencia, sería el salto definitivo de la humanidad hacia un futuro mejor. Cuando se disponía a escribir la fórmula del brebaje, sintió fuertes golpes en su puerta.

El viejo alquimista pensaba aceleradamente. Su cerebro estaba en una tremenda disyuntiva que debería resolver en el más breve plazo, y cuya decisión influiría directamente en el resto de su vida. Luego de ser detenido por la inquisición, torturado y no ser escuchado por nadie, estaba atado al madero que lo sostendría en la hoguera. Tarde comprendió que el mundo jamás estaría listo para saltar hacia los límites de la mente. En ese instante decidió lo mejor para todos: ordenó al fuego que lo quemara rápido para que no quedara vestigio de su conocimiento, mientras su alma era liberada de las garras del demonio de la irracionalidad.