Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, junio 29, 2011

Ciclo vital

Se acercaba, lenta pero impostergablemente, el momento de dejar de existir. Ya había cumplido su ciclo, y la ley de la vida era una de las pocas inviolables en la tierra. Como todos sentía que no había alcanzado a hacer todo lo que quería hacer, que habían quedado sueños e ideales guardados y que no se concretarían; pero ello no era incumbencia ni culpa más que de él. Su frecuencia cardíaca aumentaba, cada vez se hacía más difícil respirar. En ese instante deseaba que el
final fuera rápido e indoloro, pero sabía en su interior que no podía ser así.

Desde que tenía uso de razón había luchado por cumplir todos los objetivos que la realidad obliga a cumplir, pero ello no lo dejaba satisfecho. La humanidad era más que pasar etapas, era sentimientos, actos, ilusiones, muchos de los cuales no había sido capaz de terminar. Por lo menos tenía el consuelo de haber hecho feliz a la mujer que amaba y que lo acompañaba en su camino.

Se acercaba, lenta pero impostergablemente, el momento de dejar de existir. Ya no podía resistir más en su mundo, había que partir a una nueva vida. No quedaba más que dejar de existir como feto y nacer.

miércoles, junio 22, 2011

Divinidad

La letanía se escuchaba recurrente en la cabeza de la mujer, recordándole su conexión con la divinidad. Desde siempre había sabido que era especial, y ahora que ya era una mujer hecha y derecha tenía que asumir las responsabilidades que ello conllevaba. Su familia nunca había notado nada extraño, pues su sabiduría e iluminación le habían permitido notar que estaba rodeada de gente cariñosa y muy humana, pero inferior en todos los aspectos, por tanto no serían capaces de entender su don, y hasta podrían interferir con el fin que la divinidad tenía reservado para ella y que no le había sido revelado.

A los cuatro años era una niña común y corriente que jugaba a todo y con todos, y que no tenía más preocupaciones que seguir jugando. Cuando cumplió los cinco empezó a recibir los mensajes de la divinidad, que le revelaron su condición de ser superior, activaron todas sus capacidades mentales y la guiaron por un nuevo camino dentro de su misma realidad. Desde ese instante su mente funcionaba como la de cualquier adulto, con todos los problemas que ello implicaba. Todos los días llegaba un mensaje nuevo lleno de sabiduría, seguido de una letanía que empezaba al terminar el mensaje y luego se iba apagando lentamente. Así, intentaba seguir una vida normal para su edad física, mientras su mente avanzaba a pasos agigantados por vericuetos inimaginables para el resto de los mortales; de todos modos no había conflicto en ello, pues la sabiduría recibida le permitía entender que todo llegaría a su momento, pese a lo que ella pudiera pensar o desear.

Llegando a su adolescencia, los mensajes se hacían cada vez más breves y concisos, y la letanía más larga, ocupando a veces todo lo que restaba del día. Sólo una mente superior como la suya era capaz de aguantar esa especie de tortura a la que era sometida por la divinidad, día tras día. En su corazón sabía que los plazos se estaban acortando, pese a que su mente le repetía a cada rato que el corazón no era más que un músculo que bombeaba sangre y secretaba hormonas. Al cumplir los veinte, cesaron los mensajes y sólo persistía la letanía eterna. A los veintiuno la letanía se extinguió, y su contacto diario con la divinidad pareció desaparecer.

La letanía se escuchaba recurrente en la cabeza de la mujer, recordándole su conexión con la divinidad. Al cumplir los veintitrés volvió a su mente el mensaje las 24 horas del día, con una fuerza incontrolable y con las instrucciones necesarias para cumplir su cometido. Ahora sabía lo que tenía que hacer para obedecer la letanía y cumplir con el mandato divino: “vive...”

miércoles, junio 15, 2011

Bicho

(Idea original: Claudio Vásquez @claudiosabinero)

La menuda quinceañera se paseaba coqueta por la plaza junto con sus compañeras. En su colegio era conocida, como todos a esa edad, casi exclusivamente por su sobrenombre: la bicho. En una institución que estaba plagada de niñas rubias y casi pálidas, su morena tez, cabello azabache y porte menor que el promedio de su edad hacían que las explicaciones sobraran. Lo que en un principio era motivo de malos ratos y rabias, ahora era un distintivo que la hacía ser destacada dentro de su limitado universo.

La bicho era una niña muy atractiva para su edad, siendo acosada y requerida por hombres mayores. Generalmente la niña se paseaba por los barrios universitarios, donde siempre atraía a más de alguno, que pese a su edad no dudaban en invitarla a pasear, comer o tomar algo, bailar o lo que fuera, a lo que ella sin mayores problemas accedía. Esa tarde después del colegio decidió ir de nuevo a pasear, obteniendo como siempre una invitación con todo incluido. Y tal como otras veces la hora pasó, se hizo de noche, y la invitación también se hizo extensiva hasta la mañana siguiente; tal como otras veces aceptó, mal que mal a su edad el correr riesgos era casi un deporte. Esa noche su incidental pareja le trajo algunos problemas por su sobrepeso, pero nada que una niña de su edad no fuera capaz de superar con un fin de semana de descanso.

La menuda quinceañera se paseaba coqueta por la plaza junto con sus compañeras. Ya había pasado una semana de su última aventura sexual, con aquel universitario con sobrepeso que la cansó más que de costumbre. Esos cuellos gruesos eran difíciles de cortar para las finas tenazas ocultas bajo la piel de sus brazos, y la grasa del cuerpo tenía un gusto algo desagradable lo que la demoraba en el proceso de engullir a su pareja durante y después de la cópula; pero bueno, era parte del precio de ser una mantis religiosa humana. Si tan solo sus compañeras supieran lo acertado del sobrenombre...

miércoles, junio 08, 2011

Animita

Bajo la terca lluvia el viejo conductor rezaba frente a la animita. Hacía ya cuarenta años que todos los 20 de cada mes pasaba por donde estaba la animita en su ambulancia para persignarse, y que los 20 de julio a las tres de la madrugada se detenía a rezar un par de oraciones por el alma de quien allí había fallecido. No importaba el frío ni la lluvia, todos en el hospital sabían que el 20 de julio a las tres de la madrugada esa ambulancia y ese conductor estarían ocupados a lo menos por diez minutos, y lo respetaban. Sólo los más viejos conocían el por qué de esa costumbre.

Cuarenta y un años atrás el muchacho estaba recién estrenando su licencia profesional de conductor de ambulancias en el nuevo hospital de la ciudad. Como todo nuevo conductor debía habituarse a la máquina cero kilómetros, que tenía mucha más potencia que aquella en la cual había aprendido a manejar. Por otro lado era menester que aprendiera a diferenciar qué era una urgencia y ameritaba violar los límites de velocidad, y qué era un simple llamado de alguien asustado. Esa noche del 19 de julio había sido muy tranquila, y seguramente pasando las 12 de la noche y empezando el nuevo día la situación no cambiaría.

Faltando diez minutos para las tres el llamado de un choque en la carretera alerta a todo el hospital y lo obliga a salir lo más rápido que pudiera, pues el reporte de la policía hablaba de víctimas graves. Una vez todo el personal estuvo listo y asegurado, salió raudo a prestar la ayuda correspondiente. A las pocas cuadras de haber salido de la base un automóvil pequeño que andaba sin luces se cruzó en su camino: con la velocidad y el peso de la ambulancia, el choque lanzó lejos al pequeño auto, haciéndolo volcar, no sin antes hacer que todos los pasajeros de la ambulancia se golpearan con fuerza en su interior. Cuando se bajó a ver cómo estaban los del auto, se encontró con una joven mujer al volante que no parecía muy lastimada, y un pequeño niño a su lado con su cara llena de trozos de vidrio y sangrando profusamente. La madre le rogó que llevara rápido a su hijo al hospital, que no se preocupara de ella pues se sentía bien; el joven tomó al niño y lo llevó raudo a su base junto a los ocupantes de la ambulancia para que fueran atendidos. Cuando regresó, cerca de las cuatro de la mañana, encontró el vehículo volcado rodeado de policías, y con un cuerpo cubierto por una lona: la joven madre había muerto desangrada por una herida interna que no sintió cuando chocó, a los pocos minutos de haber volcado.

Bajo la terca lluvia el viejo conductor rezaba frente a la animita. Nunca había logrado superar la culpa de haber dejado huérfano al pequeño, ni de haber dejado abandonada a la joven madre a su suerte. Y lo que jamás se perdonaría era haber chocado y volcado el auto de su esposa por no haberse hecho el tiempo de reparar las luces quemadas...

miércoles, junio 01, 2011

Zona prohibida

En la penumbra de la madrugada unos suaves y rápidos pasos apenas se escuchan contra el pavimento. La pequeña y delgada figura se apresura en llegar a su hogar, atemorizada por las historias que se contaban acerca de quienes se atrevían a salir a esa hora de la noche en esa zona de la ciudad. Hacía un año ya había empezado el drama: primero fue algo ocasional y que pasó inadvertido, luego cada vez se hizo más y más frecuente. En los primeros seis meses desde que todo empezó desaparecieron más de trescientas personas de todos los sexos, edades y condiciones sociales, cuyo único nexo era haber pasado a esa hora de la noche en esa zona de la ciudad. Las autoridades enviaron a los policías y militares más avezados, quienes también desaparecieron sin dejar rastro; desde esa fecha, estaba prohibido circular por ese sector de la ciudad de noche, para evitar más desapariciones.

La niña era el sustento de su familia. Hija de madre enferma, padre sin trascendencia y con tres hermanos menores que ella, a los doce años debía vender en la calle a como diera lugar y lo que fuera que no atentara contra su dignidad. Día tras día salía casi de madrugada a comprar flores, juguetes, cigarros o “la novedad del año” para luego dedicarse durante el día a vender su mercadería sin ser atrapada por la policía. Día tras día su tarea se hacía más difícil, lo cual la llevaba a tener que evitar a toda costa ser capturada, pues ello implicaba que le requisaran la mercadería y el dinero ganados. Día tras día debía alejarse de los lugares seguros y acercarse a la zona prohibida; por ello es que siempre trataba de volver temprano a su casa. Pero ese día algo salió bien y mal: en los alrededores de la zona prohibida casi nadie iba a vender, así que su visita era siempre esperada, y aquel día llevó una mayor cantidad de mercadería la cual logró vender en su totalidad, lo que la dejó con una gran cantidad de ganancias; lo malo fue que no notó la hora y cuando terminó de recibir el pago de la última venta, ya era de madrugada y las patrullas estaban circulando por los alrededores: el único camino que quedaba era atravesar la zona prohibida para llegar a su casa.

En la penumbra de la madrugada unos suaves y rápidos pasos apenas se escuchan contra el pavimento. La niña no podía correr más rápido, y el temor la estaba consumiendo en su periplo nocturno, sin saber qué sería de ella. Pese a todo lo que corría parecía no llegar nunca a destino, e inclusive a veces creía no lograr avanzar. De pronto empezó a ver a su alrededor un entorno extraño, como si todo estuviera más gris que de costumbre; lentamente y ante sus asombrados ojos empezaron a aparecer los desaparecidos de la zona prohibida, que se movían a su misma velocidad y que parecían no notar que ya no estaban donde creían, y que definitivamente no eran capaces de verla. Era agradable el lugar pese a la ausencia de interacciones, y tal vez no sería tan terrible quedarse ahí... pero de pronto recordó a su madre y hermanos, y como pudo aceleró el paso. Al hacerlo, las apariciones se borraron y apareció nuevamente la calle. Al parecer quienes quedaron atrapados en la zona prohibida era porque nada los ataba a la vida real...