Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, octubre 26, 2011

Cañonazo

Once y media de la mañana. Como todos los días el añoso artillero empezaba el ascenso del pequeño cerro Santa Lucía, llamado originalmente Welén por los mapuche, para cumplir con el tradicional rito del cañonazo de las doce, que funcionaba más que nada como un atractivo turístico más en la capital de Chile. Su parsimonioso paso estaba calculado para permitirle llegar a tiempo a la torre donde se encontraba el cañón, cargar la salva, y disparar justo al dar el mediodía. Eran pocos los que usaban aún ese sistema para saber la llegada del mediodía, pero siempre quedaban románticos de su ciudad que seguían añorando tiempos más simples.

Once cuarenta. En el bandejón central de la Alameda, a media cuadra del cerro, varias personas intentaban cruzar la calle tratando de ganarle minutos al semáforo y a la vida. De improviso una extraña nube que no era nube empieza a aflorar desde el mal cuidado cemento del bandejón; a los pocos segundos un extraño espectro largo y delgado aparece a la aterrorizada vista de quienes circulaban a esa hora a pie y en vehículos por la atestada avenida, causando un caos de proporciones. En la medida que el espectro con forma de serpiente gigante que parecía sacado de historieta de animé afloraba y se retorcía en el aire, la estampida de personas y vehículos se hacía incontrolable.

Once cuarenta y ocho. El artillero, ajeno a la debacle que ocurría algunos metros más abajo, se disponía a cargar la salva en el cañón. Cuando abrió la compuerta vio con estupor cómo un gigantesco fantasma con forma de serpiente de más de doscientos metros de largo se revolcaba en el aire frente al cerro. Nunca había creído en fantasmas, pero no era necesario creer en lo que estaba viendo con sus propios ojos.

Once cincuenta. Un seco pero potente estruendo se escucha en el cerro Santa Lucía, seguido de la característica bocanada de humo que salía de la boca del cañón. Tras ese disparo el gigantesco espectro con forma de serpiente se retorció en el aire como impactada por un proyectil mortal, desapareciendo para siempre. Gracias a Gnenechén el artillero había sido precavido y había guardado ese proyectil especial que le había dado la machi de la zona central, por si ocurría aquella extraña aparición alguna vez en la vida. Luego de cerrar las compuertas sacó el viejo celular que tenía y llamó a la machi para contarle que Caicaivilú había aparecido, señal inequívoca del momento exacto para despertar a Trentrén. La misma machi se encargaría de arreglar el tiempo y restarle los diez minutos que faltaban para las doce al reloj de la Tierra para no perder la tradición del cañonazo de las doce.

miércoles, octubre 19, 2011

Multimedia

-¿Cuántas veces te lo dije, mocoso de mierda?
-...
-¡Contesta! ¿Cuántas veces te dije que dejaras de ver esas porquerías de programas en la tele y en internet?
-A cada rato, mamá...
-¿Y qué hizo la mula? No hacerme caso. Y mira en lo que te metiste... ¿o acaso no te das cuenta del límite entre fantasía y realidad, tan loco estás?
-Mamá...
-Mamá nada... ¿te das cuenta que le rompiste la cara a un profesor... con un fierro?
-Mamá...
-¡¡Despierta estúpido, te pueden meter preso, ya tienes diecisiete años!!
-Mamá, si me dejas...
-Pero esto no va a quedar así, después que te vea un psicólogo y un psiquiatra te vas a un internado premilitar, ahí te van a enderezar y te van a quitar esa tontera de tanta tele y tanto internet.
-Mamá, por favor, escúchame...
-¿Para qué, si tú nunca me escuchas? Espera a que llegue tu papá, a ver si con él te sigues haciendo el huevón.
-...
-A ver... muéstrame las manos.
-...
-Muéstrame las manos te dicen, ¿qué tienes ahí? A ver, pásame eso...
-Mamá, te estoy tratando de explicar...
-¡Pásame eso, mierda!
-Ma...
-¡Dios mío qué es eso! ¡Le sacaste un ojo a tu profesor! Oye... el ojo no sangra, y está lleno de... ¿cables? ¿Se puede saber qué demonios significa esto?
-Debe ser la tele y el internet, mamá...

miércoles, octubre 12, 2011

Granja

Los zombies avanzaban desesperados por el medio de la vacía calle. No tenían conciencia del cómo ni el cuándo, pero sabían lo que eran y necesitaban. Luego de cuatro años luchando contra los humanos habían vencido, y ya no quedaban más que zombies en la tierra. Ya habían pasado tres semanas del triunfo definitivo, y dos desde que se acabaron los humanos. Esas dos semanas de inanición tenían a los nuevos amos del planeta en apuros: ¿de qué se alimentarían ahora, que ya no quedaban cerebros humanos sino sólo de animales y otros zombies? Unos cuantos habían intentado con animales, muriendo intoxicados a las pocas horas; los más intentaron matar a los de su propia especie, pero luego de tremendos combates en igualdad de condiciones, los pocos que lograron terminar con sus potenciales víctimas se encontraron con la peor sorpresa: sus cráneos estaban huecos. Así, el triunfo sobre los humanos no era más que una derrota en el mediano plazo y una segura muerte por inanición.

Mientras la desesperación hacía que cada cierto rato los zombies se enfrascaran en infructuosas peleas, el final se veía venir en el corto plazo. Dentro de cada uno de ellos se sentía que tarde o temprano las fuerzas se acabarían y que la segunda y definitiva muerte los alcanzaría sin que pudieran huir. De todas maneras el instinto les hacía seguir su desordenada caminata, pues aún quedaba algo de olor a humano. El oscuro manto de la noche era el entorno perfecto para la marcha de los sin destino.

A la salida de la ciudad el olor a humano aumentaba más y más. De pronto uno de ellos apuntó hacia una vieja y mal cuidada granja, con grandes graneros, caballerizas y galpones, algunos de reciente manufactura; al parecer algunos humanos habían logrado ocultarse por más tiempo que el resto, y ahora había llegado por fin la merecida comida luego de la verdadera batalla final. Los zombies entraron en masa a la granja por la entrada principal de la cerca. Cuando todos estaban dentro las puertas se cerraron bruscamente, decenas de focos se encendieron encegueciéndolos, luego de lo cual sendas ráfagas de diversas armas de fuego destrozaron sus cabezas. Los pocos que sobrevivieron fueron rematados en el suelo por los zombies dueños de la granja. Desde el principio de la guerra contra los humanos se dieron cuenta que podía acabar todo en algún instante, así que decidieron capturar familias jóvenes de humanos y encerrarlos para reproducirlos y así poder tener comida para siempre. Definitivamente no dejarían que esos cuatro años de esfuerzo acabaran en manos de un grupo de zombies sin visión de futuro.

domingo, octubre 09, 2011

Aniversario Sangriento

Seis años cumple este entrañable antro de terror, suspenso, fantasía y sueños. Pese a ser cada vez menos leído y comentado, me sobran las ideas para seguir lanzándolas a este blog, para que todo aquel que por curiosidad o error caiga acá tenga algo fresco que leer. Nos seguimos viendo hasta que se me seque el cerebro o el alma.
Saludos sangrientos.


Escepticismo

Maldito el día en que al físico estúpido se le ocurrió meter el "saquito de hierbitas" que le trajeron de recuerdo desde Nahuelbuta al ciclotrón del Centro Nuclear de La Reina. Nunca quiso creer que los machi sí tenían conocimientos de la vida más allá de las explicaciones racionales, y que no porque algo no fuera creado en un laboratorio o ideado en un aula era una simple patraña. Gracias a su incredulidad y a su fundamentalismo científico, ahora debemos guarecernos cada vez que los Pillanes deciden batallar en medio de la Alameda, y ocultarnos bajo los aplastados bancos del Parque Forestal cuando a Caicaivilú se le ocurre escapar de Trentrén a campo traviesa.

miércoles, octubre 05, 2011

Bioquímico

Mientras la noche avanzaba a pasos agigantados, el bioquímico intentaba encontrar las respuestas a aquellas preguntas que ya no alcanzaría a hacer. Todos los años de estudio, práctica y docencia no se le servían de nada en esos momentos en que la realidad se demostraba tal como era ante él, y no del mismo modo en que creía que era ni menos como le habían enseñado. Ahora no quedaba más que esperar a que las reacciones químicas iniciadas y en proceso llegaran a un fin que no era capaz de antelar, y que estaban desatando en su cerebro una reacción hasta ese entonces desconocida: miedo.

El bioquímico era un ortodoxo de la ciencia. Cualquier dogma existente, fuera política, religión o deporte, no era digno de ser siquiera considerado si no tenía alguna base científica sólida que cimentara sus principios. Era tal su apego a las ciencias que a veces no era capaz de darse cuenta que con su conducta también parecía estar formando un dogma como tal. Su fundamentalismo rayaba casi en lo patológico, lo cual lo hacía enfrascarse en innumerables ocasiones en ásperos diálogos para demostrar o imponer su punto de vista. Así, día tras día seguía luchando por imponer a la ciencia como la nueva diosa de la racionalidad humana.

Una tarde cualquiera estaba discutiendo con un par de conocidos en un café, cuando un viejo yerbatero entró a ofrecer sobres con tisanas e infusiones varias. Ello llevó al bioquímico a denostar al viejo y sus hierbas, quien luego de intentar evitar en tres o cuatro ocasiones responder al agresivo científico, le recordó que muchas de las fórmulas en uso en el presente y aceptadas mundialmente habían nacido de la vieja alquimia. El científico intentó refutar, pero el viejo yerbatero dio media vuelta y salió por la puerta del café, no sin antes dejar en la mesa un pequeño sobre con un contenido semisólido y un panfleto con instrucciones. Con una mezcla de desdén y curiosidad tomó el panfleto donde se leía una serie de pasos a seguir para convertir el contenido del sobre en una pócima de eterna juventud. Luego de reír de buena gana vio que los pasos no tenían nada de especial: disolver, mezclar, hervir, sublimar, diluir y finalmente beber, no sin antes recitar una suerte de conjuro en latín. Decidido a divertir a sus conocidos con el regalo del yerbatero, los invitó a su laboratorio para hacer la fórmula, poniendo algo de su cosecha: siguió todos los pasos en orden inverso, y leyó el conjuro al revés luego de haber bebido el amargo brebaje.

Mientras la noche avanzaba a pasos agigantados, el bioquímico intentaba encontrar las respuestas a aquellas preguntas que ya no alcanzaría a hacer. No sabía cómo no había notado la advertencia al final del panfleto que decía que si hacía todo al revés, en vez de lograr la eterna juventud, crearía una semilla del alegórico árbol de la vida, capaz de crecer en cualquier medio y circunstancia. Sus conocidos habían huido despavoridos cuando vieron que su piel bruscamente tomaba un tinte verdoso. Un agudo dolor en la boca del estómago y la brusca salida a través de su piel de una larga y gruesa rama de árbol ensangrentada terminaron por aclarar sus dudas.