Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, noviembre 30, 2011

Cerro

Esa tarde de domingo en Santiago por fin había salido el sol de nuevo, luego de un lluvioso invierno que había caído sobre la capital durante todo agosto y la primera semana de septiembre. Esa lluvia casi incontrolable de seis semanas había apaciguado un poco los ánimos caldeados por la situación política del país, luego que los años anteriores no se hubiera logrado nada luego de meses de paralización y movilizaciones sociales; ello había hecho que ese 2013, año de elecciones presidenciales, partiera con nuevas marchas y paralizaciones desde que terminaran las vacaciones de verano. El ambiente estaba cada vez peor, la violencia se estaba apoderando progresivamente de las acciones de protesta y de represión, siendo cada día más habitual que hubiera lesionados graves y hasta muertos dentro de los manifestantes y de carabineros. Sólo las seis semanas de lluvia imparable habían atenuado en parte el fuego que encendía las pasiones y pulsiones de un y otro bando.

Ese domingo el lugar escogido por las familias para sacar a sus hijos y para hacer algo de deporte de fin de semana fue el cerro San Cristóbal. El parque Bustamante, el parque Forestal y el cerro Santa Lucía ya no eran sentidos como lugares seguros luego de la destrucción del metro en Bustamante en marzo del 2012, el incendio del cerro en agosto del 2012 y la muerte de seis manifestantes y dos carabineros en el Forestal en febrero del 2013. Así, sólo quedaba el San Cristóbal como uno de los pocos espacios públicos y con naturaleza amigables para la ciudadanía. Cada cual según sus posibilidades, recursos y ganas se acercó al cerro custodiado desde su cumbre por la conocida Virgen del Cerro que parecía mirar silenciosa por encima de la ciudad que debía proteger.

Cerca del mediodía una turba de más de dos mil personas intentaba avanzar desde varios puntos hacia la subida de calle Pío Nono, llevando piedras, palos y algunos bidones de combustible. A los pocos minutos un helicóptero sobrevolaba la zona dando la alerta para que sendos buses policiales y carros lanza aguas y lanza gases bloquearan el acceso al cerro. El enfrentamiento era casi inevitable, y las posibilidades que terminara con más de algún muerto por cada lado era previsible, más que nada por toda la rabia contenida durante las seis semanas de lluvia imparable. Los civiles inocentes que llevaban a sus familias a pasear no sabían qué hacer, y muchas voces se alzaron rogando a la estatua de la Virgen por salvación. De improviso una extraña vibración se empezó a sentir en las cabezas de todos los habitantes de la capital, captada por algunos como un sonido y por otros como un temblor que sacudía algo más que sus cuerpos.

Esa tarde de domingo en Santiago por fin había salido el sol de nuevo, luego de un lluvioso invierno que había caído sobre la capital durante todo agosto y la primera semana de septiembre. Tanto manifestantes como carabineros se encontraban en sus hogares y cuarteles despertando de un extraño sueño, tal como el resto de los habitantes de la capital que se desperezaban luego de una agradable siesta. La Virgen del Cerro había cumplido su misión: su blanca cubierta ocultaba una gigantesca estatua de cuarzo, cuya energía se liberó gracias a la fuerza de los ruegos de los asustados habitantes, logrando al menos una tarde de tranquilidad.

Víctimas, los invito a descargar mi nueva novela "Vilú: La renovación de los Tiempos" , si les interesa leer algo más extenso.

miércoles, noviembre 23, 2011

Violinista

El violinista caminaba apurado hacia su casa. Había salido más tarde que de costumbre del ensayo y sólo deseaba llegar a su hogar para descansar de las largas jornadas que implicaban preparar una sinfonía de Beethoven, y más aún cuando el director de la orquesta era un afamado músico invitado especialmente para esa ocasión. Él era miembro de esa orquesta sinfónica hace años, y en pocas ocasiones tenían la posibilidad de tocar con un director de la fama de quien los dirigía para esa pieza, por tanto había que sacrificar algo de tiempo para que todo saliera perfecto.

El joven era un músico algo obsesivo. Había gastado una gran suma de dinero para comprar el violín que quería, y lo cuidaba más que a su familia o a su propia vida. Lo limpiaba con los mejores aceites para madera, conseguía pez de castilla original, usaba sólo cuerdas de tripa y en cuanto notaba alguna vibración extraña las cambiaba de inmediato sin pensar en el tiempo que las había utilizado. Así, era asiduo cliente de la tienda de música del sector, cuyo dueño se encargaba de conseguir los mejores insumos disponibles en el mundo. Extrañamente en ese tiempo las cuerdas que tenía habían salido de una calidad muy superior a las anteriores, durando ya casi cuatro veces el tiempo promedio de vida útil.

El violinista caminaba apurado hacia su casa. A la vuelta de la esquina se encuentra de frente con el dueño de la tienda de música. Algo extrañado por no haberlo visto nunca por su barrio lo saluda cortésmente, recibiendo como respuesta una certera puñalada en el cuello. Rápidamente el dueño de la tienda sube el cuerpo aún moribundo del violinista a su auto, que servirá para renovar su stock de cuerdas de tripa: hacía tiempo que ya no se conseguían buenas cuerdas de tripa de gato, y él no tenía corazón para andar asesinando gatitos...

miércoles, noviembre 16, 2011

Calendario

Los brujos estaban entusiasmados, ese lunes doce faltando cinco minutos para la medianoche era un momento de preparación para lo que se vendría. En cinco minutos sería martes trece; junto con ello y en ese preciso momento, cuando el reloj marcara las cero horas con cero minutos y cero segundos, la luna pasaría a llena. Esa conjunción de eventos era casi imposible, pero por fin se había dado. Nadie sabía qué pasaría, pero todos tenían claro que sería algo espectacular, que desequilibraría la balanza de la lucha entre el bien y el mal definitivamente hacia las huestes del mal.

Todos los sabios del mal estaban preparados. El huso horario elegido era el de Greenwich; así, en todo el mundo estaban coordinados para lanzar al unísono sus más poderosos conjuros, para hacer sendos sacrificios humanos, para profanar al mismo tiempo los templos insignes del bien alrededor del planeta. Esa energía maligna, conjugada con la luna y la fecha, debería resultar en el triunfo definitivo sobre el bien en todas sus formas, y el inicio del imperio del mal sobre la faz de la tierra, que por fin sería la copia infeliz del infierno. Los tontos del bien ni siquiera sabrían qué les pasó por encima, pues seguían predicando que todo ello era falso y por ende, ignorable. Los hechos darían la razón a quien correspondiera, por sobre las palabras.

Los brujos estaban entusiasmados. Las alarmas sonaron anunciando la llegada de la conjunción esperada: los conjuros se lanzaron, los sacrificios se ejecutaron, las profanaciones se cumplieron. Luego todos miraron a la luna, esperando la señal del triunfo, que jamás llegó. Nunca supieron que las hordas del mal se regían por el calendario juliano...

miércoles, noviembre 09, 2011

Torneo

En medio de un extraño bosque teñido de blancos y grises, rodeado de enredaderas carmesí y sorprendido de vez en cuando por innumerables destellos luminosos que saltan por doquier donde las delgadas ramas de los árboles se aproximan para casi tocarse, el caballero blanco avanza confundido pero decidido. No era desconocido ese lugar para él, pero las circunstancias en que estaba complicaban algo su juicio y lo hacían dudar de estar en el lugar y momento correcto. Pese a ello sabía que no debía cejar en su avance, a sabiendas que no tenía rumbo ni destino.

Tras de uno de los troncos, sin poder ser visto, oído o al menos percibido, el caballero negro seguía de cerca los pasos del extraño de armadura blanca. Sentía con extrañeza que esa suerte de caballero necesitaba mirar el suelo para poder pisar, oír el bosque para evitar obstáculos, oler el entorno para reconocer el cómo, el cuándo y el dónde. Por su parte él sólo necesitaba de su intuición para valerse en cualquier lugar, incluso en los terrenos que eran ajenos a su reino, y que de vez en cuando visitaba para desilusionarse de lo que estaba más allá de las ilusiones.

El caballero blanco divisa entre los troncos blancos y grises un plano casi brillante al que se dirige para descansar un rato. De pronto y desde todas partes aparece un guerrero con aires de caballero, con una armadura similar a la suya pero negra. Sabía de su existencia pero nunca había logrado racionalizar su esencia. Del mismo modo sabía que debía enfrentarlo, pese a no saber cómo luchar contra alguien con los ojos cerrados.

El caballero negro desenvaina su opaca e intangible espada, a la vez que el caballero blanco saca su pálida y maciza espada. Ambos se enfrascan en igual torneo, golpeando el arma del otro sin ser capaces de batallar diferente. Ni los agudos sentidos del caballero blanco ni la extraordinaria percepción del negro fueron capaces de superar al otro. Sin notarlo, cada cual golpea del mismo modo al otro, más como coreografía que como batalla. Así, la lid se mantiene por eternas e interminables milésimas de segundo.

Terminada la batalla entre el consciente y el subconsciente, el hombre despierta para seguir su vida de siempre como si nada.

miércoles, noviembre 02, 2011

Feliz

José dormía profundamente, o eso parecía. Sufría una extraña enfermedad que nadie había podido definir a ciencia cierta. La madre de José lo había llevado a cuanto médico al alcance de sus medios existía, pero nadie lograba darle la respuesta necesaria. Algunos hablaban de epilepsia de ausencias, otros de narcolepsia, inclusive hasta alguna enfermedad psiquiátrica; el asunto era que José caía en un sueño profundo que lo desconectaba del mundo real por un día entero. Así, vivía un día como cualquier niño de seis años, y dormía el siguiente sin poder ser despertado ni para comer. Durante su sueño hablaba incoherencias, a veces en una jerigonza que hasta había hecho pensar a algunos miembros de la familia en una posesión demoníaca o algo parecido. Además el pequeño hablaba de jugar en una especie de tabla que volaba, con algo como agua pero de cientos de colores, y tener algo como una mascota con un inusual número de extremidades. Al despertar volvía a ser José, el niño de siempre que andaba en bicicleta, corría con sus amigos y con su perro sin raza.

D'Ark dormía profundamente, o eso parecía. Sufría un extraño mal que nadie había podido definir a ciencia cierta. La progenitora de D'Ark lo había llevado a cuanto sanador cercano a su sistema planetario existía, pero nadie lograba darle la respuesta necesaria. Algunos hablaban de una infección por mordedura de un cefac'tic, otros de envenenamiento por selk'na, inclusive hasta alguna falla en uno de sus dos cerebros; el asunto era que D'Ark caía en un sueño profundo que lo desconectaba del mundo real por una jornada entera. Así, vivía una jornada como cualquier pequeño de seis ciclos, y dormía el siguiente sin poder ser despertado ni para comer. Durante su sueño hablaba incoherencias, a veces en una jerigonza que hasta había hecho pensar a algunos miembros del clan en una iluminación religiosa o algo parecido. Además el pequeño hablaba de jugar en una especie de palo rudimentario con ruedas que movía con sus pies, con otros seres pequeños de apenas dos brazos y dos piernas, y tener algo como un animal guía pero tapado de pelo y casi sin patas. Al despertar volvía a ser D'Ark, el pequeño de siempre que andaba en tabla levitante, danzaba con fluidos telepáticos y con su sertec de veintiocho patas.

A fin de cuentas, D'Ark José era un ser de carbono feliz