Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, marzo 28, 2012

Ignorancia

El joven millonario estaba empezando a sufrir los efectos de la maldición que su ex-novia le había lanzado. Nunca había creído en el poder de los maleficios ni nada parecido, y siempre los había considerado cosa de ignorantes, pero los hechos al parecer le estaban demostrando otra cosa.

El joven era hijo de una acaudalada pareja de empresarios despreocupados de la crianza de sus descendientes. Con su inconmensurable fortuna conseguida a punta de esfuerzo, buenos negocios y la fusión de las herencias de sus dos familias, no tenían tiempo para formar hijos o algo similar, así que contrataron personal adecuado para dichas funciones y se preocuparon que dicho personal buscara los mejores colegios para que al menos uno de sus descendientes se pudiera hacer cargo en el futuro del imperio comercial que ellos mantenían. El muchacho era el menor del grupo, y era quien se encargaba de echarle a perder la vida a todos quienes lo rodeaban; su rebeldía al no tener a sus padres haciendo las veces de padres lo hacía cometer todos los excesos posibles con tal de ser tomado en cuenta. Su asistencia a los colegios era casi un procedimiento legal, para lograr que fuera a clases y que durara más de dos años en cada uno. Al terminar la enseñanza media se dedicó a malgastar la fortuna de sus padres a destajo.

Esa noche andaba en una de las discos de moda. Conoció a una muchacha hermosa que lo cautivó de inmediato y a la cual intentó conquistar, sin preocuparse de estar en compañía de su novia, una joven de ascendencia griega, muy culta y que estaba perdidamente enamorada de él. Cuando la joven vio que su novio descaradamente lo engañaba decidió enfrentarlo, recibiendo de su parte sólo una mirada despreocupada. La muchacha, presa del dolor, empezó a recitar una serie de frases en griego, de la cual el joven sólo entendió una palabra: sarcófago. Muerto de la risa al entender que lo estaba mandando a una tumba, el joven siguió bailando con su nueva conquista.

El joven millonario estaba empezando a sufrir los efectos de la maldición que su ex-novia le había lanzado. La ignorancia heredada de la desidia en el colegio le había impedido entender las raíces griegas de las palabras, y sólo cuando empezó a engullir en medio de la pista de baile a su nueva conquista, dejando de lado huesos y vísceras, aprendió que sarcófago en griego significa “que come carne”.

miércoles, marzo 21, 2012

Vapor

El calor inundaba la pequeña sala por doquier. En sí la sala no era tan pequeña pero el espacio libre que dejaba la caldera de vapor era mínimo. El maquinista nunca entendió bien la necesidad de una caldera para calentar agua en una zona de clima tan seco, donde la temperatura mínima nunca bajaba de los veinte grados celsius; pero a él no le pagaban por entender sino por hacer funcionar y mantener en buen estado la caldera. De todas maneras ello no hacía más que confirmar la máxima de su padre: el futuro está en el vapor.

El maquinista era un hombre avejentado para su edad, que había trabajado en ferrocarriles durante su juventud, y ahora en su edad madura había sido contratado más que nada por sus ganas de cambiar de ambiente y su necesidad de dejar de viajar todo el tiempo. Los trenes a vapor eran el principal medio para recorrer distancias largas por tierra a finales del siglo XIX, así que mientras nadie inventara algo diferente, mejor, más rápido, más autónomo o más seguro, tendría trabajo asegurado. En una de las estaciones más alejadas de la línea del ferrocarril encontró el extraño panfleto que solicitaba maquinistas y herreros para una idea innovadora y decidió probar suerte, luego de averiguar qué diablos significaba eso de “innovadora”. Desde que dejó el ferrocarril su trabajo tenía un horario bastante más decente, tenía casa donde llegar, comida caliente todos los días, y ya estaba pensando en ir a buscar a su familia para que lo acompañaran definitivamente en su nueva vida.

Ese día el maquinista se sentó a comer al lado de un hombre gordo con un grueso delantal de cuero cubierto de hollín, característico de quienes trabajaban en la fragua. El herrero le contaba que había llegado al lugar tal como él y como la mayoría de los trabajadores, por medio de un panfleto en sus lugares habituales de paso; su trabajo en ese lugar era hacer armazones metálicas enormes y con bisagras, como para fabricar fuelles pero de dimensiones gigantescas. Al poco rato se unió a la mesa un viejo flaco, enjuto y fibroso que dijo ser matarife. Él había llegado al lugar para matar y descuerar grandes cantidades de ganado; ello explicaba que nunca faltara carne a la mesa, pero no el motivo de su labor. De hecho sus jefes no se preocupaban del animal faenado, sino que del cuero, el cual debía limpiar de todos los desechos posibles para entregarlo luego a otros trabajadores que lo llevaban a un galpón cerrado al que pocos tenían acceso. Al día siguiente volvieron a coincidir los mismos comensales. Durante el almuerzo el herrero les contó que su trabajo haciendo armazones había terminado, y que ahora le habían ordenado fabricar, en base a un molde que le entregaron, unas especies de botellas metálicas bastante grandes, que debían quedar perfectamente selladas. Al día siguiente el matarife fue a despedirse, pues su obra había concluído.

Pasaban los días y de a poco la fuerza laboral iba disminuyendo. Día tras día distintos trabajadores eran cesados de sus trabajos, salvo los maquinistas que seguían en su lugar y algunos talabarteros encargados de trabajar el cuero que quedaba, haciendo cinturones; para cuando el cuero se acabó, sólo quedaron los maquinistas. Ese día llegó un regimiento de hombres de estatura mediana, delgados y fuertemente armados con pistolas, rifles, escopetas y algunas de esas máquinas que llamaban ametralladoras y que disparaban cientos de balas afirmadas en trípodes, adaptadas para ser llevadas con gruesas correas al hombro; todos iban ataviados con tenidas militares irreconocibles, pero con sus respectivos grados. En ese momento se abrieron las puertas de los galpones, dejando ver fuelles gigantescos que llenaban de vapor a presión las botellas de acero fabricadas por los herreros, luego de cual eran colocadas a las espaldas de los soldados y fijadas con sendas correas de cuero. Mientras los encargados enviaban a los maquinistas a apurar las calderas para fabricar más vapor, alcanzaron a ver cómo los primeros soldados salían impulsados por el aire por la fuerza de los chorros salidos de los tubos en sus espaldas. Ciertamente su padre tenía razón: el futuro, ahora hecho presente, estaba en el vapor.

miércoles, marzo 14, 2012

Producto

El genetista estaba oculto en la habitación de emergencia que tenía tras los muros del laboratorio. Ahí esperaba no ser encontrado por la creatura que había brotado de su ingenio y que ahora lo buscaba para vengarse de su nacimiento, acabando con su creador.

El científico era un destacado bioquímico que había hecho varios magister y un doctorado, dedicando su vida a la investigación genética. Sabía que el futuro del ser humano estaba en esa área, y que sus conocimientos eran suficientes como para hacer un verdadero aporte a la humanidad. Luego de años de pruebas, ensayos y por sobre todo errores, había desarrollado un proceso que le permitiría multiplicar la expresión de genes de varios individuos en una sola entidad, potenciando todas las características positivas de diversos científicos para así lograr acelerar el desarrolllo de la humanidad y dar el salto final de la evolución de la raza más inteligente del planeta Tierra. Sus hipótesis eran algo controversiales, pero hasta ese entonces nadie había logrado refutar ninguno de sus hallazgos.

El genetista estaba listo para empezar. Luego de tres intentos serios fallidos en que la multiplicación celular se detuvo sin causa aparente, dos en que los productos detuvieron su desarrollo en etapa embrionaria y uno en que aceleró demasiado el proceso, logrando que el producto naciera, creciera, envejeciera y muriera en no más de cinco minutos, había obtenido las claves para que el proceso ocurriera tal y como él lo había proyectado. Usando muestras de ADN de los mejores científicos e investigadores del planeta, incluyendo los suyos, había creado el código genético perfecto. Terminado el proceso, y luego de veinticuatro horas de replicación controlada, tenía en sus manos una creatura con los conocimientos y capacidades de los más grandes genios vivientes en el planeta.

El genetista estaba oculto en la habitación de emergencia que tenía tras los muros del laboratorio. Su experimento había fallado, pues nunca contó en sus variables que su creatura sería capaz de analizar el transfondo ético de su existencia. Ahora buscaba a su creador para eliminarlo, pues sabía que si su conocimiento se divulgaba, tal como pudo ser creado él se podrían crear cientos o miles más, y que sólo dependería de la torcida mente de cada creador las características del “producto”. La creatura había abierto todas las llaves de gas de los laboratorios y había colocado un temporizador conectado a un chispero. Ahora sólo bastaba con acceder al teclado que abría la puerta de la habitación de emergencia donde estaba su creador, usando la clave que estaba grabada en su memoria genética, para asegurarse de matarlo y que la explosión y el incendio sirvieran para acabar con su propia vida, si es que su existencia catalogaba como tal.

miércoles, marzo 07, 2012

Equivocado

El fantasma deambulaba entre los vivos hacía ya doscientos años. Desde el inicio de los movimientos libertarios en latinoamérica, su energía daba vueltas entre los vivos luego de morir asesinado por un mestizo de poca alcurnia, que no se dejó golpear como tantas otras veces y optó por defenderse frente a uno de sus normales arrebatos, propios de la familia de sangre azul a la que perteneció en vida. Luego de morir quiso vengarse de ese desgraciado, y recién ahí supo que su injerencia en el mundo real apenas pasaba por la posibilidad de hacer unos pocos ruidos y mover tal vez uno que otro mueble, no sin un gran desgaste energético, lo que lo llevaría a limitar sus intervenciones; también en ese nuevo estado se enteró que ese mestizo pobre era el amante de su esposa y el padre del menor de sus tres hijos, y que luego de su muerte pasaría a ser el esposo de su viuda gracias a sendas declaraciones que terminaron por aseverar que su asesinato había sido un simple accidente.

El fantasma había aprendido a vivir después de morir. Había entendido que todas las almas eran iguales, que todos los cuerpos eran devorados por los mismos gusanos, y que ninguna de sus pertenencias le pertenecían, pues no dispuso de nada luego de morir. Por doscientos años había tenido que acostumbrarse a ver cómo el resto usufructuaba de sus bienes y de su esfuerzo en vida, y que aquellas cosas que tanto le habían costado dependían finalmente de las capacidades de quien las administrara. Ahora seguía atado a su casona, el único bien que estaba íntegro desde su muerte, y que su familia y descendientes se dedicaron a cuidar y mantener como estaba desde el principio, cuando él la compró a un precio irrisorio a un viejo español que quería volver a su tierra de origen a morir, doscientos veinte años atrás.

El fantasma deambulaba entre los vivos hacía ya doscientos años. No sabía por qué seguía sin poder seguir su viaje al más allá, pero ya estaba acostumbrado a no ser más que un espectro. De pronto su casona se empezó a mover con violencia, gracias a un nuevo terremoto. Ello ya era costumbre para él, cada cierto número de años la tierra respiraba su rabia en la superficie, sacudiendo un poco a quienes la maltrataban; pero en esta ocasión el movimiento se notaba de mucha mayor envergadura que los anteriores. Con temor empezó a notar cómo las paredes se resquebrajaban, y el edificio por fin caía sobre si mismo por su propio peso. En ese instante lo notó: sus tobillos estaban envueltos por las manos de cuatro esclavos que fueron asesinados por el viejo que le vendió la casa, y que creían que era a él a quien retenían. En cuanto la casona se derrumbó las cuatro almas soltaron al fantasma equivocado, dejándolo por fin partir a donde le correspondía, e iniciando ellos mismos su viaje a donde fuera que el universo los llevara.