Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 25, 2012

Pandemonium


El asaltante entraba sigiloso por la ventana del dormitorio principal de la casa. La reja y el perro no habían significado desafío alguno para alguien tan avezado en las técnicas de robo como él; por su parte las altas temperaturas jugaban a su favor, haciendo que muchos debieran dormir con las ventanas abiertas para soportar la noche y lograr dormir algo. Con sigilo el ladrón entró a la habitación encontrando a una pareja durmiendo profundamente en la cama, a quienes dejó en un estado de sueño más profundo gracias a su viejo y confiable amigo, el cloroformo. Sin perder tiempo encendió su pequeña linterna halógena y apuntó hacia el cuadro sobre la cabecera de la cama: el dato que le dieron estaba justo en ese lugar. En cuanto sacó la pintura se encontró con su objetivo: una caja fuerte metálica colocada en un forado algo más grande que el artefacto, dejando espacio suficiente para que cupiera una mano sin dificultad por los flancos y sobre ella. Tal como estaba estipulado con su cómplice, tiró con cuidado de la caja hasta que estuvo al borde de la muralla, luego de lo cual la traccionó con violencia, dejándola caer en la cabecera de la cama. El ruido de la caja quebrando el cráneo de quien se encontraba justo debajo fue escalofriante: era primera vez que el asaltante asesinaba a alguien, pero ese era el precio convenido para quedarse con la caja: el amor de su cómplice. Una vez hubo tapado el cadáver y luego de limpiar la caja fuerte y guardarla en su camioneta, volvió al dormitorio para buscar a su amante, ocultar el cuerpo y huir juntos con la fortuna de la viuda con la cual su cómplice se había casado y había tenido que soportar, obviando su sexualidad. Cuando el asaltante entró al dormitorio y vio a la mujer con una peluca corta ocultando su cabellera y con una pistola en su mano apuntándole al cuerpo, supo que todo había terminado. La bala le quemó el pecho y lo derribó, dejándolo agónico mientras veía desde el suelo entrar a su ex-novia, quien besó apasionadamente a la viuda luego de terminar de concretar su plan.

miércoles, abril 18, 2012

Piernas

Las pálidas y torneadas piernas de la joven muchacha saliendo de su breve y reveladora minifalda tenían revolucionados a todos los hombres del restaurante. Jóvenes, viejos, inclusive niños y hasta una pareja de lesbianas no podían quitar sus ojos de las piernas de la joven, que a sabiendas de su atractivo se movía discreta pero coquetamente en la mesa en la cual almorzaba, alborotando más aún el ambiente. Numerosas llamadas de atención de las acompañantes de los comensales no parecían ser suficientes para sacar de su concentración a quienes miraban las piernas de la joven, que a esa hora almorzaba sola y aparentemente despreocupada de la hora a la cual debía volver a su trabajo.

En un rincón del restaurante un apagado ejecutivo también almorzaba solo, pero sin causar ningún revuelo. Como todos, también se había fijado en las piernas de la joven mientras tragaba apresurado por los pocos minutos que lo separaban de la jornada de la tarde en su empleo. De improviso la muchacha clavó sus ojos en los del ejecutivo, mientras él mantenía los suyos pegados en el hueso de la chuleta que terminaba de almorzar, tratando de sacar hasta el último resto de carne antes que terminara su tiempo libre. Cuando levantó su cabeza y se aprestaba a partir corriendo a la oficina, vio que la muchacha de largas piernas lo miraba con detención, tal vez con curiosidad, eventualmente con desdén, definitivamente sin picardía. De pronto miró su reloj, y se dio cuenta que estaba atrasado: le quedaban cinco minutos de colación, y debía llegar a su trabajo que quedaba a cinco cuadras de donde se encontraba. Rápidamente se puso de pie, tomó su chaqueta y se dispuso a salir, mientras los ojos de la muchacha seguían sobre él.

La muchacha no podía dejar de mirar al despreocupado ejecutivo; no le importaba que todos se fijaran en sus piernas, ella sólo tenía ojos para aquel extraño y simple hombre que parecía no tomarla en cuenta. De pronto el oficinista se fijó nuevamente en la mirada de la joven: sus ojos intentaron viajar hacia sus bellas piernas pero entendió que esos ojos pegados a él no lo dejarían seguir su camino, su trabajo, y tal vez su vida. Por una vez decidió hacer algo que lo beneficiara tanto a él como a quienes lo rodeaban, dejando un poco de lado su egoísmo: fue directamente a la mesa de la muchacha, con un tenedor le sacó los ojos y los echó a uno de sus bolsillos, dejando el cuerpo y las bellas piernas para deleite de los demás.

miércoles, abril 11, 2012

Pirquinero

El pirquinero se seguía internando cada vez más en las entrañas de la tierra, esperando a que la falta de oxígeno y el gas grisú acabaran con su monótona existencia. Después de años dedicados a la minería de pirquenes sin haber logrado surgir ni tener los medios para subsistir ni menos para mantener una familia, la vida había perdido sentido para él. Los años de sacrificio no habían valido nada, y su esfuerzo casi sobrehumano no había dado frutos, sino sólo semillas infértiles y una que otra cáscara seca. Cada vez que se miraba al espejo en la mañana antes de salir de su mediagua sólo lograba ver la pared detrás de él: la vida le recordaba que no era nada, y que pasados los años su único fin era llegar a viejo y morir como una nada envejecida.

Como todo hijo de minero o pirquinero de Lota, su objetivo en la vida estaba trazado desde el día que lo parieron: sería pirquinero. Desde chico aprendió de los riesgos de la mina, del sufrimiento, del hambre, del dolor de cuerpo, de la piel ennegrecida, de la oscuridad de la tierra, de los crujidos y bramidos de las entrañas del planeta en especial cuando se encontraba decenas de metros bajo el mar. Pese a todo su trabajo le gustaba, pero luego de veinticinco años dedicados a lo mismo, y viviendo igual de pobre que cuando se independizó, el hastío lo venció. No valía la pena tanto esfuerzo, el que ponía el precio al carbón era el comprador, y si decidía que ese día costaría menos, había que agachar la cabeza y vender. Pero esa mañana la situación llegó al límite cuando se acercó a vender su carga y los compradores se habían puesto de acuerdo en pagar la mitad del precio normal: mientras el resto reclamaba y protestaba infructuosamente, él tomó su carbón y lo botó al mar, luego de lo cual se fue a la mina decidido a terminar con todo.

El pirquinero se seguía internando cada vez más en las entrañas de la tierra, esperando a que la falta de oxígeno y el gas grisú acabaran con su monótona existencia. A cada paso que daba el aire era más denso e irrespirable, y sabía que en cualquier instante la llama de su viejo chonchón se encontraría con una nube de grisú y haría explotar el túnel y su cuerpo. De pronto el pirquinero vio al fondo de la galería un pequeño espacio del cual salía una luz: cuando esperaba que fuera el chispazo del gas listo a explotar, vio que el espacio era una especie de rendija que daba a una cueva más grande e iluminada. En cuanto logró abrirse paso se vio dentro de un mundo diferente, iluminado desde todas y ninguna parte, donde gente que jamás lo había visto lo saludaba y le sonreía porque sí. De pronto vio su piel, ya no cubierta de negro sino pálida como era debajo de todo el carbón, y dejó de sentir el dolor en cada músculo y articulación. A sabiendas de lo que había pasado, decidió ir a mirar de vuelta por la rendija que daba a la mina por última vez: ahí en medio de la oscuridad vio aparecer el chonchón de uno de sus colegas, quien encontró su cadáver asfixiado en el fondo de la tierra.

miércoles, abril 04, 2012

Chef

La chef estaba lista a tomar un baño de tina con sales relajantes. Luego de una desagradable pelea en su restaurante con un cliente que se autodenominaba defensor de los derechos de los animales, necesitaba del agua caliente y las sales para soltar los músculos y volver a retomar su senda de empresaria culinaria triunfadora.

La chef había hecho su carrera gracias al apoyo incondicional de su familia. Sus padres le dijeron desde niña que no importaba lo que hiciera con su futuro, si es que en ello era la mejor. Así, cuando terminó el colegio decidió seguir una carrera de chef internacional en un afamado instituto de la capital. Cuando terminó encontró trabajo de inmediato en un hotel de cinco estrellas, en el cual empezó desde abajo y lentamente escaló posiciones hasta quedar de segunda tras el chef en jefe, dependiente de las oficinas centrales de la cadena hotelera. Era tal su capacidad que su jefe consiguió que la empresa le financiara un viaje por el oriente para que ella aprendiera las delicatessen y platos típicos que se preparaban en ese lado del mundo, y luego los trajera y adaptara a la realidad de su trabajo.

La muchacha sabía que se habría de encontrar con algunas costumbres algo chocantes por la gran diferencia cultural, pero se hizo el ánimo de no enjuiciar a sus anfitriones y aprender todo lo que pudiera, pues en algún instante le podría servir. Tal vez lo que más le molestó fue una comida que aprendió a hacer en China, en donde los ratones eran pasados vivos por agua hirviendo para quitarles el pelo y luego cocinados. La primera vez que vio la preparación debió luchar contra las náuseas, pero finalmente fue capaz de sobreponerse sin insultar a nadie.

De vuelta en el hotel la chef empezó a experimentar con las distintas preparaciones que aprendió, logrando algunos platos notables, pero nada descollante como para lanzar su proyecto personal. Una tarde mientras cavilaba recordó aquella horrible forma de cocinar ratas y pensó que tal vez la podría adaptar a la realidad de la alta cocina occidental. Sin decirle a nadie consiguió un pavo, un pollo y tres codornices vivas, y se encerró en la cocina con guantes y un gran fondo de cincuenta litros con agua hirviendo. Los ayudantes se asustaron al escuchar algunos ruidos raros; a las dos horas la chef los llamó para que probaran lo que había estado cocinando: el juicio unánime de todos los comensales es que jamás habían probado unas carnes blancas con ese gusto tan espectacular. Fue tal el éxito de sus preparaciones desde ese día en adelante, que no tardó más de un año en juntar el dinero suficiente para abrir su propio restaurante.

La chef estaba lista a tomar un baño de tina con sales relajantes. Esa maldita noche el hijo de uno de los clientes de su restaurante se puso a correr por dentro del local, logrando colarse a la cocina. Sin darse cuenta se tropezó y cayó pesadamente, abriendo la puerta de la salita donde ella se encontraba echando un lechón vivo a un gran fondo de agua hirviendo. Cuando el padre vio el espectáculo, amenazó con denunciarla y contarle a todos sus amigos y conocidos para que nadie más comiera en el local de una mujer cruel y despiadada como ella. Ahora por culpa de ese mocoso y su padre, el sueño de su vida estaba al borde del fracaso. Pero esa noche ya no podría hacer nada, sólo le quedaba tomar su baño de tina y olvidar todo. La joven se sacó la bata, y sin darse cuenta resbaló y cayó de cabeza dentro de la tina golpeándose el cuello lo que le impidió moverse; en la caída una de sus piernas activó el monomando hacia el agua caliente, haciendo que un potente chorro de agua hirviendo cayera sobre ella sin que pudiera moverse para escapar o cortar el agua. Sus gritos destemplados fueron amortiguados por la música que tenía puesta a todo volumen y por la desidia de sus vecinos. A la mañana siguiente llegó la policía por la denuncia de ruidos molestos por la música sonando toda la madrugada. Cuando lograron forzar la puerta y entrar, un agradable olor a carne estofada los guió hacia el baño del departamento.