Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, junio 27, 2012

Androides


El viejo ingeniero llevaba en sus manos una destartalada caja de cartón con los recuerdos que quedaban en su escritorio. Media hora antes había sido despedido por el directorio del nuevo consorcio a cargo de la empresa donde había trabajado los últimos cuarenta años de su vida. “Jubilación” le dijeron que se llamaba, nombre bonito para deshacerse de los más viejos de la empresa sin tener que hacerse cargo de indemnizaciones y demases: total, para eso había estado ahorrando obligatoriamente toda su vida. Ahora debería vivir de ese dinero, ostensiblemente menor que su sueldo oficial, y sin tener nada productivo que hacer en los años que le quedaban. Bueno, al menos nada formal.

El ahora jubilado ingeniero era un aficionado a la robótica. Gracias a sus recursos y a sus actualizados conocimientos fue capaz de aprender rápidamente sobre la programación de esos artefactos que parecían reemplazar al humano pero que en realidad estaban llamados a generar el suficiente tiempo de ocio en las personas al realizar los monótonos trabajos repetitivos de modo seguro y sin errores que muchos debían ejecutar, para que dicho tiempo fuera utilizado en la creatividad. Lamentablemente la robotización había causado un efecto nefasto en la vida industrial, eliminando cargos humanos y relegando a las personas a la cesantía o a labores de servicios cada vez más mal remuneradas. El viejo ingeniero había tenido que estar dentro de ese horrendo proceso de decidir quién servía más a las necesidades de la empresa para mantenerlo en su puesto y decirle a sus superiores quiénes eran prescindibles. Pero ahora que tenía el tiempo y los conocimientos, y había podido invertir en el momento adecuado en procesadores de última generación y materiales de primera a bajo precio, podría pagar su deuda con la sociedad, y más que nada con quienes habían caído en la pobreza gracias al mal uso de la tecnología. Su idea era revolucionaria: haría robots androides con la capacidad suficiente como para reemplazar a los directores de las empresas, y demostrarles por medio de la ley del Talión lo que ellos le habían hecho a obreros y profesionales de cargos no directivos. Si lograba que los directores de su empresa aprendieran la lección, la robótica del futuro sería un complemento y no un reemplazante del humano.

El viejo ingeniero estaba terminando los detalles de su proyecto. Los androides estaban armados, programados y funcionales, vestidos a la usanza de un directorio de empresa y en el número preciso para que no quedara ningún director humano capaz de encabezar el grupo. En cuanto terminó los subió a un minibus y llevó a sus quince creaturas al edificio corporativo. Gracias a su amistad con el jefe de seguridad pudo subir sin problemas al último piso del edificio, donde se hallaban los quince directores planificando la expansión de los negocios a Asia. Su entrada provocó un alboroto de proporciones, y la presencia de los androides una conmoción suficiente como para dejar a todos mudos, más aún cuando cada uno de los robots se paró detrás de la silla del director al cual iban a reemplazar. El ingeniero empezó a contarle a los directores en qué consistía su plan, pero de improviso sus creaturas tomaron por sus cuellos a aquellos a quienes reemplazarían, y con un simple movimiento los asesinaron. El ingeniero estaba paralizado, jamás había pensado en ese fin ni en ese modo de lograr sus objetivos. Lamentablemente para sus planes los androides habían aprendido bien sus lecciones, y concluyeron que ese era el único medio para lograr el bien mayor: devolverle al humano su capacidad de soñar.

miércoles, junio 20, 2012

Nube de acero


Una nube de acero flotaba por encima de la ciudad voladora de los ancianos. En aquel planeta la gravedad era un bien escaso y el peso una realidad puesta en duda a cada instante. El acero parecía ser más liviano que el aire, y la vida más pesada que el acero; ello explicaba la existencia de la ciudad voladora. La ciudad de los ancianos estaba compuesta de cinco niveles, separados una de otra por mil metros, estando la más baja a dos mil metros sobre la superficie. Cuando los habitantes nacían, su mayor densidad les permitía pesar más y por ende vivir en la superficie. Pero al cumplir mil años la naturaleza obraba en ellos el primer cambio: el peso bajaba a la mitad, con lo cual la gravedad no tenía la fuerza suficiente para mantenerlos anclados a la tierra y los hacía salir volando al primer nivel de la ciudad de los ancianos. Del primero al segundo pasaban en quinientos años, del segundo al tercero en doscientos cincuenta, del tercero al cuarto en ciento veinticinco, y del cuarto al quinto en sesenta y dos años y seis meses. Cuando cada anciano cumplía los mil novecientos treinta y siete años y seis meses ascendía al quinto nivel, del cual no había referencia alguna; por ello es que al terminar el período en el cuarto nivel la ceremonia que se hacía era una mezcla entre alegría, pena e incertidumbre, lo que se acrecentaba al ver partir flotando el cuerpo vivo hacia lo desconocido.

La nube de acero seguía fija sobre la ciudad de los ancianos. Gracias a los catalejos era posible ver la parte inferior del quinto nivel, sobre el cual estaba la nube que pese a su composición dejaba ver el paso de la luz de Señera, la estrella que daba vida al sistema solar; sin embargo, la nube de acero impedía a los habitantes ver más allá de su estratósfera, así que no sabían nada de su entorno estelar: desconocían la existencia de otros planetas, si es que alguno estaba habitado, sospechaban que tenían alguna luna por las mareas, pero no había certeza de nada.

Esa mañana siete ancianos cumplían los mil novecientos treinta y siete años y seis meses. La ceremonia de despedida no podía durar mucho, pues en cuanto llegaba el mediodía perdían peso y salían volando hacia el incierto quinto nivel; además, otros diez cumplían la edad en la tarde, y había que preparar su despedida para la medianoche. Una vez acabada la pequeña fiesta todos los asistentes esperaron el momento crucial: en cuanto el reloj marcó las doce los siete ancianos perdieron el peso necesario para empezar su vuelo hacia el quinto nivel. Cuando llegaron a la ciudad ésta estaba desocupada: de improviso sus ropas se desvanecieron, de la nada les implantaron sendos cordones umbilicales y fueron enviados a vivir los cuatro meses faltantes a los fetos que los esperaban.

miércoles, junio 13, 2012

Ying y Yang



En las entrañas de la tierra, veinte metros por debajo de las vías del ferrocarril subterráneo, Manuel dejaba volar su lápiz sobre el papel. Siempre había sido un soñador desadaptado viviendo en una familia donde sólo el raciocinio tenía cabida. Desde pequeño le tocó luchar con espadas de viento contra molinos de acero, y siempre salía perdiendo por inferioridad numérica: sus padres, hermanos y abuelos eran estudiantes eternos que salían del colegio para entrar a la universidad, y una vez fuera de ella arreglárselas para volver una y otra vez a la siga de diplomados, magister y doctorados que los mantuvieran al día en los conocimientos por venir. Un día se dio cuenta que la inteligencia era otra herramienta más para llevar a cabo sus sueños, y que en vez de desecharlos sólo debía postergarlos hasta que estuviera en condiciones de concretarlos con toda libertad. Así Manuel decidió que usaría los genes de su familia y entraría a la universidad a estudiar ingeniería. Al terminar la carrera y conseguir su primer trabajo estable tomó sus cosas y se independizó, antes que empezaran las presiones para que siguiera el camino académico. Diez años después había logrado financiar su sueño: comprar una casa de grandes dimensiones en un condominio de un barrio acomodado con un enorme subterráneo que le diera la posibilidad de construir bajo tierra a mayor profundidad que la habitual, para encerrarse a desarrollar sus sueños, y gracias a su dinero y profesión, verlos hechos realidad.

A cien metros sobre el suelo, en el piso treinta de una torre de más de sesenta niveles, Asael mezclaba minerales, vegetales y hasta derivados animales en sendos tazones de porcelana, más allá de las leyes de la física y la metafísica. Nacido y criado en una familia en que lo paranormal era normal, entendió desde pequeño que ciencia y magia eran distintos estados de la misma naturaleza, y pese a cierta reticencia de su padre, logró que le permitieran aprovechar su gran memoria, que usaba sin problemas para aprender decenas de dogmas, conjuros y demases, para entrar a la universidad a estudiar algo que pudiera servirle para complementar aquel conocimiento que no se impartía sino se heredaba de generación en generación entre elegidos o en línea sanguínea. Así, al cumplir los dieciocho años y luego de terminar su iniciación en los caminos del ocultismo, entró a la universidad a estudiar el complemento perfecto para dar un paso más allá en su desarrollo como ente integral: bioquímica. Sus habilidades le permitieron concretar sus planes sin mayores contratiempos, y más encima lograr una estabilidad económica tal que le dejara la posibilidad de experimentar con la naturaleza sin preocuparse del día a día.

Manuel soñaba con el pasado. Sus conocimientos como ingeniero le habían dado las herramientas para jugar con las propiedades físicas de los elementos, y luego de mucho ensayar y de dejar de lado las tecnologías amigables con el medio ambiente (no era fácil conseguir sol o viento a más de cincuenta metros bajo la ciudad), se decidió por el romanticismo, la versatilidad y el desafío que implicaba trabajar con vapor. El diseño de aparatos a vapor implicaba manejar inteligentemente la pobre energía que daba el carbón para poder calentar una caldera y generar la temperatura para alcanzar el punto de ebullición del agua y así iniciar el movimiento de pistones que llevaran a cualquier artilugio a funcionar. Pero el romanticismo tenía límites, y ya no era necesario usar un combustible que generara tan poco calor y tan lentamente si estaba a mano la energía nuclear. Con pequeñas cantidades de algún material radiactivo enriquecido podía generar la misma temperatura que toneladas de carbón quemado; y si era manejado cuidadosa y responsablemente era absolutamente no contaminante, a diferencia del carbón cuyas emanaciones a esa profundidad y con las dificultades de ventilación que tenía eran mortales. Ahora que ya había definido la fuente de poder y que dicha fuente le ahorraría una gran cantidad de espacio, podía dedicarse a diseñar libremente su opera prima, que eventualmente podía convertirse de un momento a otro en la mejor, o la única a su haber.

Asael era un apasionado de la metafísica del lejano oriente. Luego de completar su iniciación en las artes de la nigromancia y terminar su profesión se decidió por estudiar en profundidad todo lo que hubiera a mano acerca de las artes mágicas y brujería de China, cuya mitología estaba llena de seres fantásticos y otros reales pero potenciados por poderes y características ajenas a su naturaleza en el plano de la realidad. Decenas de bestias que bien podrían ser sacadas de laboratorios de biotecnología se paseaban frente a los ojos de Asael en cada página de manuscritos en chino mandarín que lograba a duras penas leer por la antigüedad de sus páginas y la complejidad del protoidioma en el cual estaban dibujados los caracteres. Sus conocimientos de bioquímica le habían sido increíblemente útiles al momento de revisar algunas fórmulas con las que reproducía en sus tazones de porcelana los textos de medicina natural y magia médica de los chinos. De pronto cayó en cuenta que podía utilizar dichos conocimientos, algunos contactos y su dinero como para tratar de llevar al mundo real alguna de las creaturas que estaba estudiando y mostrarle a todos que se podía amalgamar ciencia y magia en una disciplina para el futuro de la humanidad. Al fin había encontrado el punto de confluencia de sus dos pasiones, y tenía los medios disponibles de ambas para llevar al mundo tangible la ilusión que manejaba en su mente.

Manuel dedicaba tres o cuatro horas diarias a trabajar en su subterráneo. Luego de llegar a su casa después de cinco o seis horas exclusivas trabajando en terreno en las obras que hacía su empresa, y de un par de horas de consultoría a empresas e instituciones extranjeras, volvía a su casa para compartir con su esposa y sus dos hijos, y luego de ello bajar al subterráneo normal de su hogar donde estaba el ascensor con llave con el cual accedía al verdadera galpón cincuenta metros más abajo en el cual se dedicaba a cristalizar su sueño. Después de varios meses de ensayos en que había logrado la seguridad necesaria para su trabajo con combustible radiactivo y que había afinado la técnica para fabricar mejores sistemas de pistones a vapor, por fin podía empezar a trabajar en su proyecto a tamaño natural. Los planos estructurales estaban listos, los diseños de estilo y decorativos también, así que sólo faltaba poner manos a la obra y empezar a ver resultados en el mediano plazo: con lo alocada que era su idea debía trabajar solo para no generar conflictos con quienes lo rodeaban. Ni siquiera su familia estaba al tanto de lo que él hacía al desaparecer en la entrañas de la tierra al cerrarse la puerta de su elevador privado.

Asael estuvo trabajando concentrado varios días en la traducción literal del manuscrito chino que había elegido como texto de referencia para recrear alguna creatura mitológica en el presente, gracias a los arcanos conocimientos de la magia universal y el empujón final de la biotecnología. Si bien es cierto sentía que muchos de los pasos desde la óptica científica estaban de más, por respeto a los autores y a la herencia de sabiduría ancestral de su familia no se saltó ninguno. Luego de terminar de transcribir todo el texto se dedicó a conseguir y a encargar todos los materiales descritos: las hierbas y minerales no eran problema, la piedra de tope estaba en algunos extractos animales de difícil obtención por las leyes de protección de la fauna existentes en el presente. Dentro del listado había algunas hierbas y raíces con nombres no traducibles, así que consiguió que un amigo suyo que andaba de vacaciones en China se diera el trabajo de recorrer viejos mercados para conseguir los insumos o al menos el nombre y así saber qué buscar; un par de semanas después llegó al departamento una encomienda con bolsas con hojas y raíces secas molidas con sus nombres en castellano: “ala de murciélago”, “huesos de serpiente” y la de nombre más curioso, “espíritu sagrado”. De inmediato las sacó para pesarlas e incluirlas en sus tazones, pues era lo único que le faltaba, antes de llevar todo al laboratorio donde incluiría el ingrediente final, fruto de su inventiva y dinero.

Manuel trabajaba febrilmente soldando las piezas para hacer los pistones que harían las veces de músculos de su creatura. Había logrado en seis meses armar todo el esqueleto de su idea, usando y abusando del aluminio para lograr un sustento liviano pero firme para su invento. Con gran prolijidad trabajó a mano todas y cada una de las piezas de acero que articularían a las grandes estructuras de aluminio, logrando que el encaje de continente y contenido fuera tan perfecto en todos los casos que la necesidad de lubricante fuera mínima y facilitara el desempeño de su esperpento una vez estuviera armado. Había encargado a una empresa experta en el rubro la fabricación de los contenedores para el uranio radiactivo según su diseño, dejando para sí la hechura de la caldera de agua y las tuberías que surtirían de vapor hirviente a cada pistón encargado de mover el esqueleto de aluminio. El estudio de las presiones necesarias en cada parte del artefacto se había hecho y repetido en varias ocasiones, asegurando que una vez que todo estuviera armado el sistema de fuente nuclear y tuberías serían capaces de mover cada una de las piezas según estaba planificado.

Asael llegó al laboratorio. Estaba nervioso al tener que llevar esa extraña pasta a un laboratorio de biotecnología para concretar aquello que debería haber logrado con una piedra filosofal que nunca pudo conseguir. Ahora sería la mezcla de exposición a la radiación más un proceso de clonación lo que le daría el sustrato para la parte final de su proyecto. Lo más complicado era que una vez que la irradiación y la clonación del ADN extraído a esa pasta concluyeran, debía hacer una ceremonia en el acto, sin la cual todo lo activado por la ciencia se inactivaría en un santiamén por obra y gracia de la naturaleza; ello implicaba que los científicos encargados de ambos procesos lo verían haciendo dicho abracadabra, lo cual podría incidir negativamente en su fama a corto plazo. Por eso es que además de lo necesario se había aperado de una pócima que borraría sus memorias una vez que la hubiera lanzado al aire gracias a un frasco con atomizador; de todos modos llevaba su chequera por si el efecto no era el deseado y necesitaba comprar silencio. En cuanto terminaron el proceso de la muestra y lograron una célula con el material genético completo, Asael empezó a recitar una letanía que hizo vibrar las paredes de vidrio doble que aislaban la sala de clonación del resto del recinto. A medida que Asael murmuraba más y más suave el conjuro, más crujía todo a su alrededor; de pronto y frente a los asombrados ojos de los científicos, la placa de vidrio donde estaba la muestra empezó a oscurecerse y a dar lugar a una estructura que lentamente tomó una característica forma ovalada. Dos minutos más tarde la célula clonada había evolucionado a un huevo gris oscuro voluminoso, del triple del tamaño del huevo de una gallina; diez segundos después Asael se despedía de los confundidos científicos que habían olvidado qué estaban haciendo ahí luego de recibir el rocío del atomizador de manos del bioquímico brujo.

Manuel estaba cansado y adolorido. El tamaño de su proyecto resultó mucho mayor de lo que tenía planificado, pues los cálculos estaban hechos en base a la estructura del esqueleto y la maquinaria necesaria para que funcionara, pero no consideró los exteriores y las terminaciones del artefacto. Si bien es cierto no se alteraba mucho el funcionamiento del proyecto, podía provocar problemas en el rendimiento del combustible de su creación, además del empobrecimiento de la estética del esperpento al que cariñosamente definía como “máquina a vapor nuclear”. Ello lo llevó a tener que derribar antes de tiempo el techo del galpón subterráneo, dejando el túnel de cincuenta metros de profundidad (o altura dependiendo de donde se encontraba) completamente libre, y así dejar crecer su obra sin más limitaciones que las que la su imaginación impusiera. Obviamente ahora podría dedicarle más tiempo a su lado artístico para embellecer los exteriores de su creatura, montar y articular de una vez todas las secciones que había armado por separado por el problema del espacio, y perfeccionar los mandos a distancia: si alguna vez iba a entrar a manejar el esperpento, primero debía probar su seguridad por medio de ensayos a control remoto. Si todo salía bien, lograría tener su creación lista dentro del plazo que él mismo se había fijado.

Asael llevaba varias semanas incubando el huevo. Había buscado en todos los manuscritos disponibles hasta encontrar alguna referencia de cuál era la temperatura adecuada para permitir el desarrollo del producto dentro del huevo; no quería arriesgarse a cocinarlo o a que no se lograra desarrollar. Sabía que una de las virtudes de un buen brujo era la paciencia, y aunque no quisiera debía cultivarla: ya había usado un conjuro en el proceso, y si intentaba utilizar un segundo para apurar las cosas el resultado podría arrancar de sus manos. Ese día venía llegando de vuelta de su trabajo cuando notó que en la incubadora el sensor de movimiento acusaba los primeros crujidos previos a la eclosión. Rápidamente tiró sus cosas a uno de los sofás del living y partió corriendo al otro extremo del piso para ser testigo presencial del resultado de su trabajo. Con emoción y mucho orgullo vio cómo la cáscara crujió y de a poco se abrió un agujero en ella que de inmediato se extendió como fisura por el diámetro mayor del óvulo hasta alcanzarse a sí misma del otro lado. De improviso vino el crujido final, dando paso a la irreversible fractura final: de entre los restos una figura alargada verdosa empezó a abrirse paso entre los restos del huevo, empezando de inmediato a crecer apresuradamente. La cara de desilusión de Asael era evidente, algo había fallado en alguna parte del proceso, dando como producto una serpiente que crecía sin control. Pero del mismo modo en que el desánimo lo había invadido, una brusca oleada de satisfacción lo inundó: luego de un extraño alarido que salió de la alargada boca dentada de la criatura, una suerte de corona se extendió por detrás y encima de sus ojos, dos pares de extremidades empezaron a surgir de su ya grueso y extenso cuerpo, y algo por encima de sus recientes hombros un par de gigantescas y esplendorosas alas de murciélago crecían a la par de su acelerado desarrollo.

Manuel estaba terminando su máquina. Había completado el pulido de cada una de las placas que como escamas cubrían por completo su creación, y que cuando vieran la luz del sol brillarían y enceguecerían a cualquiera que intentara fijar su vista en ella. Ahora estaba en la fase de prueba de todos y cada uno de los sistemas de vapor: tomando los resguardos que le hizo el fabricante del contenedor radiactivo había activado la fuente nuclear que rápidamente llevó al agua de la caldera al punto de ebullición, dándole la potencia necesaria para empezar a mover, gracias al mando remoto, uno por uno los pistones que movían los huesos de aluminio articulados por sendas coyunturas de acero. El movimiento era perfecto, y como era de esperar de inmediato empezó la fuga de vapor entre las junturas de los pistones, que pese a estar encamisados no eran capaces de impedir que el agua vaporizada buscara por dónde huir de su destino de empujar y traccionar dentro de cada cilindro lubricado. Así, a los pocos minutos de iniciada la prueba la máquina parecía estar transpirando copiosamente por entre las escamas que la cubrían. De pronto un indicador en el mando a distancia le dio la señal: la presión del vapor era demasiado elevada en la caldera, haciendo que los remaches y las válvulas de distribución corrieran riesgo de explotar. Había llegado el instante de liberar un poco de la presión por los tubos de salida ubicados en el extremo superior de la creatura: tal como lo había imaginado, el diámetro de los tubos no fue suficiente, así que la salida provocó una importante vibración en forma de bramido que le daba el toque fantástico a su ingenio, casi como si tuviera vida. Todo estaba listo para el paso final: elevar el aparato y probar la aerodinamia de la cubierta de escamas.

Una explosión en el piso treinta de la torre remeció todo el edificio y regó de restos de vidrio el pavimento cien metros más abajo, haciendo que los transeúntes buscaran resguardo y guiaran sus miradas a las alturas para poder satisfacer su curiosidad. De las ventanas reventadas salió una imponente llamarada de más de cincuenta metros de extensión paralela al suelo acompañada de un espeluznante bramido. Casi en el acto un gigantesco dragón de treinta metros de largo y cincuenta de envergadura salió volando raudamente y empezó a revolotear alrededor del edificio como buscando algo o a alguien, provocando una estampida de individuos y vehículos hasta una distancia prudente como para seguir curioseando. Algunos segundos después Asael se asomó por la destrozada pared de vidrio de su departamento para ubicar a su dragón y empezar a guiar sus acciones recitando las instrucciones en chino. En cuanto la bestia escuchó en su cabeza las órdenes de su creador comenzó a planear alrededor de la manzana en la que se encontraba el edificio a mayor altura, hasta que un nuevo mensaje guiara su vuelo.

Un fuerte remezón en la plazoleta contigua al condominio de una intensidad similar a un temblor de seis grados hizo huir espantados a quienes estaban a esa hora disfrutando de los escasos lugares con tierra, pasto y árboles de la ciudad. La fuerza del movimiento se incrementó pasados los segundos hasta que de pronto la superficie de la plaza empezó a levantarse como si estuvieran en presencia del nacimiento de un volcán citadino. De improviso la tierra bajo el montículo pareció explotar lanzando cemento y vegetación hacia todos lados; pero cuando los curiosos esperaban ver salir lava, signo casi inequívoco del principio del fin de ese pedazo de ciudad, un imponente chorro de vapor de más de treinta metros de altura acompañado de un agudo sonido de silbato metálico salió de las entrañas de la tierra. Tras el chorro un impresionante último remezón se dejó sentir, para que tras éste saliera volando una especie de misil metálico de cerca de treinta metros de altura, que en cuanto abandonó por completo la tierra desplegó sendas alas de cincuenta metros de envergadura e inició un espectacular ascenso dejando una estela de agua evaporada a su paso y reflejando el brillo del sol por doquier. Un minuto después Manuel salía del ascensor y corría por las escaleras hasta llegar al patio de su casa, dentro del condominio. Llevaba puesto una especie de casco de fibra blanda lleno de sensores que transformaban sus ondas cerebrales en órdenes para su dragón de acero y aluminio movido a vapor y uranio radiactivo. Una vez que comprobó que el esperpento era aerodinámicamente funcional, lo guió hacia la torre del dragón de Asael.

A doscientos cincuenta metros de altura, cincuenta metros por sobre el penthouse del edificio, el dragón de Asael y el de Manuel revoloteaban amenazantes. Girando ambos en el sentido de las agujas del reloj y manteniéndose equidistantes en el círculo que trazaban, parecía que en cualquier instante acelerarían su vuelo e iniciarían un torbellino que acabaría con todo y todos a su alrededor. Las miradas de la ciudad y los medios de comunicación confluían hacia la torre y las bestias aladas que la circunvolaban sin aparente mayor preocupación o apuro. De un momento a otro y sin mediar provocación o señal evidente el dragón a vapor giró en ciento ochenta grados y se encontró de frente con la bestia de carne, sangre y huesos, iniciando una feroz contienda en el cielo, golpeándose y desgarrándose escamas de acero y piel con manos y patas, mordiéndose, cabeceándose y chocando sus alas con violencia y odio. El combate aéreo era apenas comparable con la lucha de las águilas en las alturas, enganchadas ambas bestias en busca de la muerte o rendición de su rival. Los golpes iban y venían, hasta que de pronto el dragón vivo logró empujar con sus patas el abdomen de la bestia a vapor alejándola unos veinte o treinta metros, distancia suficiente como para lanzar por sus narices una esplendorosa llamarada que no alcanzó a llegar a destino pues en el mismo instante el esperpento de metal lanzó dos potentes chorros de vapor de agua desde los tubos de liberación de presión ubicados en los agujeros que correspondían a las fosas nasales; ese fue el evento esperado por el dragón vivo para describir en el cielo un pequeño y rápido semicírculo que le permitió alcanzar la espalda del esperpento y atacar con todas sus fuerzas los pistones que movían sus pesadas alas. La creatura metálica logró desembarazarse rápidamente de su rival rotando sobre su eje pero sin lograr evitar el daño: si bien es cierto los pistones resultaron indemnes, las articulaciones de acero de las alas se quebraron dejándolas en posición de flecha lo que provocó que el monstruo de metal se precipitara en caída libre hacia el pavimento. El dragón de carne y hueso bramó su triunfo al viento retomando la altura inicial, pero se apresuró demasiado: cuando faltaban cerca de cincuenta metros para azotarse contra el piso y desencadenar una catástrofe inconmensurable, el dragón de metal y vapor curvó su cuerpo y cola de un lado y lanzó un potente chorro de agua presurizada por detrás de sus patas posteriores, logrando describir un arco que le permitió quedar con la cabeza apuntando hacia su rival. Aprovechando el impulso el esperpento se lanzó a máxima velocidad contra la criatura impactándola con la cabeza bajo el cuello y abrazándose a ella con sus cuatro extremidades, arrastrándola consigo hasta los diez mil metros de altura, donde se produjo lo inesperado: el recalentamiento de la caldera elevó a tal nivel la temperatura del esperpento que fundió los receptáculos de uranio provocando una reacción en cadena que hizo que ambas bestias estallaran en el cielo, sumándose a ello la irradiación inicial que requirió la mezcla de materiales para generar la célula que se clonó en el laboratorio y que dio origen al huevo del dragón. A ras de tierra los ojos y las cámaras vieron a las dos bestias alejándose de la superficie a gran velocidad, y luego de unos instantes un violento resplandor que tomó la forma de un gran óvalo amarillo brillante, que a los pocos segundos descargó una fuerte ráfaga de viento sobre todos quienes seguían el espectáculo.

Manuel caminaba algo mareado por la calle luego de haberse sacado el casco que le sirvió de control remoto, el esfuerzo de pensar cada movimiento para que su dragón lo ejecutase lo había dejado en malas condiciones, pero sin causarle daño alguno: sabía que luego de doce horas de sueño volvería a la normalidad. Mientras caminaba a los pies del edificio tratando de esquivar los vidrios rotos esparcidos en el pavimento, vio salir por la puerta principal a un hombre de contextura media, que se veía tan mareado como él.

Asael salió del ascensor luego de bajar los treinta pisos afirmado de la pared de vidrio, pese a lo cual seguía tan mareado y cansado como cuando terminó de darle órdenes telepáticas al dragón antes de su repentina muerte. Si la telepatía en sí le era complicada, dar mensajes en chino era de una complejidad suficiente como para agotar a cualquiera en esas condiciones. Al llegar a la salida del edificio vio acercarse a un hombre de contextura media, que se veía tan mareado como él.

-Asael.
-Manuel.
-¿Empate otra vez?
-Sí, de nuevo. El próximo desafío lo planteas tú.
-Está bien, tengo un par de ideas en carpeta. El lunes te llamo entonces.
-Bueno. Saludos a la familia.
-En tu nombre. A la próxima te derrotaré.
-En tus sueños... 
 
FIN

miércoles, junio 06, 2012

Cascada


Una verdadera cascada de fuego caía por cerca de doscientos metros. La lava manaba de un atípico socavón lateral, cien metros más abajo de la cima del volcán, que daba la impresión de una catarata de fuego líquido que servía de fuga al sitio de erupción natural. La tribu no entendía qué pasaba, habían respetado por decenas de generaciones al dios del volcán, nunca habían adorado a otro dios. Pese a que el dios del río un par de veces los había golpeado con grandes crecidas, y el dios sol en varias oportunidades había secado sus cultivos, no había sido suficiente como para hacerlos cambiar de culto. La tribu era temerosa de su dios, nunca habían faltado brujos ni ofrendas familiares, jamás se les olvidaban las fechas importantes ni los días de guardar, cada vez que alguien renegaba de su poder o existencia era rápidamente castigado o hasta asesinado; ni siquiera en la más terrible de las tradiciones, el arrojar una vez al año a una doncella virgen habían fallado alguna vez. Y ahora su dios, por algún extraño motivo, se había enojado con ellos lanzándoles una cascada de fuego que amenazaba con quemar el pueblo.

La tribu estaba completamente desconcertada con lo que su dios les hacía. La situación obligó a que se reuniera el consejo de ancianos con el brujo para decidir qué hacer, pues si la cascada de lava seguía fluyendo a esa velocidad, existía el riesgo real de tener que huir y emplazar a la tribu completa en otro sitio, alejados de su dios, lo que los dejaría sin su tutela y desencadenaría su seguro fin. Al parecer la única solución era la más radical: ofrecer una doncella virgen para ser lanzada al cráter del volcán, pese a que no fuera la fecha de siempre. El sacrificio era enorme para la familia de la doncella y en general para toda la tribu, pero si ello aseguraba que no siguiera la fuga de lava había que hacerlo por el bien de todos.

La cascada de fuego seguía cayendo. El brujo llegó con la doncella al borde del cráter del volcán; la muchacha estaba asustada pero decidida a salvar a su gente. Luego que el brujo recitara las oraciones correspondientes dibujó con un cuchillo el símbolo del dios en el pecho de la muchacha para luego arrojarla viva y sangrando a la roca derretida. En cuanto el cuerpo de la pobre doncella desapareció en la lava, el agujero que daba salida a la cascada de fuego se cerró. Desde ese día la tribu entendió que tenían un dios estricto pero benevolente, y el brujo aprendió que efectivamente tenían un dios al que no se podía engañar entregándole en sacrificio una doncella que hubiera dormido con él la noche anterior, a cambio de asegurar el futuro de su familia y de ser degollada al borde del cráter para no morir quemada en la lava.