Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

viernes, julio 27, 2012

Ansiado atardecer


El atardecer era el instante del día más esperado por la muchacha. Cada vez que veía el juego de tonos rojizo anaranjados que generaba la luz del sol al pasar a través de las delgadas y altas nubes, su alma entraba en una suerte de oasis de paz que le permitía soñar con una vida mejor. Su vida no había sido de las mejores hasta ese instante, a veces cuando se acostaba rogaba por no despertar y al levantarse deseaba seguir durmiendo eternamente, pero la llegada del atardecer parecía renovarla al menos por un rato.

La muchacha era hija de pobres, y había tenido la mala idea de enamorarse muy joven de alguien más pobre que ella, que no tenía los medios para siquiera mantenerse a sí mismo, ni las intenciones de preocuparse de alguien que no fuera él. Así, con dieciséis años la muchacha ya tenía dos hijos bebés a los que apenas alcanzaba a alimentar con lo poco que conseguía cuando podía dejarlos al cuidado de alguien y tenía la posibilidad de hacer algo productivo. Pero ella era una niña mujer empeñosa, y pese a todas las adversidades, odios, persecuciones e injusticias, saldría adelante por ella y sus dos hijos. Ya habría tiempo en el futuro para pensar en alguien que la acompañara en su camino, que hiciera las veces de padre de sus hijos, y que la aceptara tal como era ella, por ahora sólo debía estar enfocada en su única prioridad.

El atardecer era el instante del día más esperado por la muchacha. Ese lapso mágico de tiempo en que la naturaleza entregaba su máximo abanico de colores era sencillamente impagable; por ello debía disfrutar esos veintiún días del mes en que el atardecer era de ella. Los otros siete, esos días de plenilunio, eran los que usaba su naturaleza para sobrevivir el resto del tiempo; de todos modos esos siete días eran los preferidos por sus dos hijos, pues les encantaba ver cómo su madre se llenaba de pelos, gritaba y se deformaba mientras se transformaba en lobo al salir la luna llena luego del atardecer, y terminada la noche llegaba con las fauces llenas de carne humana para alimentarlos luego de masticarla con su afilada dentadura. Además, nadia aullaba como mamá.

miércoles, julio 18, 2012

Turno


Cada vez que el manto de la noche cubría la ciudad, el cabo Manríquez empezaba su turno. El suboficial de carabineros era el más añoso de su grado, pero sabía que jamás podría siquiera aspirar a ser cabo primero o sargento, pues sus papeles estaban manchados: un malentendido aparentemente banal con un oficial termnó en un pugilato de proporciones en la comisaría. Cuando la plana mayor se enteró del caso decidieron expulsar a ambos de la institución, pero las influencias políticas del oficial le permitieron seguir, y para evitar cuestionamientos públicos se mantuvo al cabo en su puesto pero sin posibilidad de ascender en su carrera, y relegado a un eterno turno nocturno.

Manríquez era un hombre sencillo, al que le costaba aprender cosas nuevas, su trabajo era la calle, la patrulla en vehículo o a pie; cada vez que habían intentado dejarlo para labores administrativas terminaba por causar problemas en vez de dar soluciones, por lo que ya ni siquiera era considerado aunque hubiera necesidades imperiosas en dichas labores. La experiencia del cabo le permitía tener ventaja en las calles, cada vez que sospechaba de alguien, ese alguien terminaba intentando un delito o tenía alguna orden de detención pendiente. Además, y pese a lo delgado que se veía, era un hombre bastante fuerte y valiente, y no tenía problemas para enfrentar a quien fuera y como fuera. De hecho no pasaba turno en que alguno de los delincuentes intentara herirlo, lo que terminaba con el tipo herido de gravedad o muerto; en varias ocasiones le hicieron sumarios para intentar probar que era un funcionario violento, pero en todos se demostró sin lugar a dudas que sólo hacía lo que debía hacer para cumplir su trabajo.

En uno de los turnos un joven teniente los acompañó en la patrulla para ver el trabajo de los hombres en terreno. Al doblar una esquina encontraron a cuatro tipos asaltando a una pareja; al ver la patrulla dos de los hombres huyeron juntos y los otros dos siguieron cada cual por su lado. Los policías también se dividieron para la persecución, dejando al conductor perseguir con la patrulla a quienes escaparon de a dos, y Manríquez y el teniente se bajaron para seguir cada cual a los dos que se fueron por separado. Pese al esfuerzo del oficial le fue imposible alcanzar al asaltante que perseguía, por lo que decidió dejar la búsqueda y llamar a la patrulla por radio para reunirse en el vehículo. De pronto escuchó un grito destemplado, por lo que salió corriendo con su arma desenfundada; cuando llegó a la fuente del alarido quedó pasmado: en el suelo yacía el delincuente perseguido por Manríquez, y sobre él el cabo libaba de su cuello la sangre del pobre desgraciado. En cuanto se vio descubierto se abalanzó sobre el novel oficial, matándolo en el acto y bebiendo también su sangre con sus perforados colmillos. Ya tendría tiempo más tarde para armar el escenario y dejar al teniente como un mártir institucional muerto en servicio al enfrentar al delincuente.

miércoles, julio 11, 2012

Daga


El joven aprendiz de brujo aprendía a usar la daga ritual. Luego de saber en su fuero interno que su camino en la vida era la brujería cuando apenas tenía seis años, ahora que contaba quince y había sido iniciado en la nigromancia un año antes debía esmerarse por absorber todos los conocimientos que sus maestros depositaban en él; mal que mal, era la esperanza a futuro para luchar contra las fuerzas del bien y lograr de una vez por todas apoderarse de las almas de los incautos y ambiciosos.

La daga ritual era el instrumento que más llamaba su atención, pues aparte de su obvia función de servir como elemento para realizar los sacrificios en honor a las fuerzas del mal, también era útil como catalizador de conjuros en todas las áreas. Una vez, jugando con los movimientos de la daga y un sortilegio, generó un pequeño huracán dentro de la casa de uno de sus maestros, lo que le valió una reprimenda y la tarde entera ordenando la debacle que había dejado. Desde ese entonces se decidió a trabajar con el implemento para tratar de dominarlo por completo en el breve plazo. Así, día tras día descubría una nueva utilidad y aprendía un nuevo conjuro que ampliaban su poder y lo ponían como el más aventajado de su generación.

Una tarde su maestro le dijo que deberían juntarse en territorio enemigo, la iglesia del barrio, pues tenía su primera prueba en serio de sus capacidades como brujo. Pacientemente esperaron a que el sacerdote terminara la misa, y en cuanto la iglesia quedó vacía ambos hombres entraron; el joven aprendiz debió inmovilizar al cura a la distancia, guiar su cuerpo hacia el altar del templo, y una vez estando ahí atravesar su corazón con la daga ritual para demostrar su compromiso con el mal, que era capaz de matar en tierra sagrada a un hombre consagrado, y darle a su daga la sangre necesaria para potenciar aún más sus poderes. Al terminar ese día, el aprendiz ya valía como brujo.

El joven aprendiz de brujo aprendía a usar la daga ritual. Pese a ser considerado por todos un brujo hecho y derecho, sabía que no debía confiarse y que la única manera de hacerse invencible era practicar sin cesar. De improviso el joven sintió una presencia bondadosa en la sala, y vio cómo se materializaba frente a sí el alma del sacerdote, quien vino a este plano sólo para perdonar al joven. El muchacho se descontroló al ver esa alma y al escuchar su perdón, e intentó en vano herirla: pese a todos sus conocimientos y al poder adquirido por él y la daga no era capaz de lastimar un alma desencarnada que murió cumpliendo su misión en nombre del bien. Una vez que entendió que su poder estaba limitado sólo al plano físico, el aprendiz hizo levitar la daga y la lanzó con todas sus fuerzas contra su propio corazón. Pese a los esfuerzos del alma del sacerdote por guiar el espíritu del joven hacia la luz, éste siguió el camino natural que había elegido.

miércoles, julio 04, 2012

Peligro


Marta miraba con desdén por la ventana hacia la calle. Hacía ya cuatro años que no ponía un pie fuera del hogar, luego que su marido fuera asaltado y asesinado justo en la puerta de su casa; fue tal el temor que desde ese entonces le tomó al mundo fuera de las paredes que la protegían, que nunca más hizo siquiera el intento de salir. En vano fueron los intentos de su familia y amigos por hacerle entender que la muerte de su marido había sido algo fortuito, que pasaba todos los días y que también podía pasar dentro de su casa: para ella estaba claro que seguridad significaba hogar.

Siempre se habían escuchado en la cuadra donde estaba la casa de Marta historias de fantasmas, lo cual no era muy descabellado en un barrio de casas de más de cien años hechas de madera y adobe, por ende dadas a crujir con facilidadad frente a los cambios de temperatura. Además, en esa misma acera había una iglesia que databa de mediados del siglo XIX, época en que era relativamente habitual que los vecinos prominentes (y con el dinero suficiente) pudieran ser sepultados en el terreno del templo. Así, muchos vecinos intentaban pasar poco tiempo solos en sus casas y mantenerlas bien iluminadas, por temor a lo desconocido; dentro de ellos no estaba Marta, quien sabía que el verdadero peligro estaba en los vivos, más allá de la puerta de su casa.

Esa noche había sido particularmente extraña. Una aparatosa tormenta eléctrica había iluminado una y otra vez el mundo fuera de su casa, dejando entrar resplandores y bramidos varios durante largas horas, junto con una espesa lluvia que en algunos instantes se transformaba en granizo, los que golpeaban con violencia los vidrios y el techo de su hogar. De improviso la tormenta cedió, las nubes desaparecieron, y un claro cielo estrellado se dejó ver a través de las ventanas, junto con un espantoso frío que envolvió todo el entorno. Ya que a esa hora no haría nada, lo mejor era acostarse para evitar algún resfrío. Cerca de las dos de la mañana empezaron los ruidos, primero apenas perceptibles, luego cada vez más fuertes: el sonido parecía como de alguien arrastrando unas cadenas. Marta permaneció en silencio para tratar de escuchar bien y asegurarse que no fuera su imaginación; cuando estaba cabeceando, lista para volver a dormir, escuchó de nuevo aquel ruido, que era efectivamente de cadenas arrastradas por el piso. La mujer se levantó a revisar la casa, y sólo encontró a su gato que dormía plácidamente en medio del comedor. Segura que había sido sólo un sueño Marta decidió volver a dormir, pero en cuanto llegó a su dormitorio el ruido empezó de nuevo. La temerosa mujer encendió todas las luces de la casa y la revisó por completo, sin encontrar nada fuera de lo común, salvo que las luces espantaron a su gato quien se fue a dormir debajo del sillón. Luego de volver a revisar que no hubiera nadie en casa, a las tres y media de la mañana Marta intentó volver a la cama. En cuanto las luces se apagaron el sonido de las cadenas reapareció, y ahora se hacía cada vez más fuerte, como si se dirigiera hacia ella.

La desesperada mujer buscó su rosario y empezó a rezar en voz alta, sin que ello surtiera efecto: el ruido de las cadenas aumentaba cada vez más. En su miedo la mujer fue hacia la puerta de la entrada y le sacó llave, pero no tuvo el valor de abrirla. De pronto escuchó a lo lejos el grito destemplado de su gato, como si lo hubieran muerto, y el aumento del ruido de cadenas. La mujer presa del espanto abrió la puerta de calle e intentó salir, pero su corazón dijo otra cosa, matándola en el acto de abandonar su casa. Un par de minutos después apareció su gato detrás de ella, quien empezó a llorar sobre su cadáver y a lamer su cara, mientras la cadena con que se cerraba la puerta que daba al patio seguía enredada entre su cola y una de sus patas.