Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, febrero 27, 2013

Hospital

La sala del hospital estaba vacía. Las ocho camas, desocupadas por varias semanas, estaban preparadas y dispuestas para acoger a ocho personas que necesitaran del cuidado de un hospital para sanar los males de sus cuerpos y poder volver a funcionar como seres sanos y productivos para la sociedad; sin embargo, y pese a la pujante e imperiosa necesidad de camas que había durante todo el año, nadie quería usar esa sala pues internarse en esa habitación era sinónimo de muerte. Hacía ya un par de meses que ningún paciente aceptaba ser internado en esa sala producto de los rumores, y las últimas tres semanas nadie había querido entrar al lugar, ni siquiera el personal de aseo. Ese día el director del hospital había amenazado a todo el mundo con el despido si es que no terminaban con esa ridícula historia, y frente a la negativa de todos, decidió quedarse a pernoctar esa noche en la sala vacía para probar a todos lo infantil de sus temores: a la mañana siguiente su cadáver fue encontrado en rigor mortis, y con una mueca de espanto que nadie sería capaz de borrar de sus mentes de por vida. Desde esa fecha, el lugar se dio a conocer como la sala maldita.

Una tarde cualquiera llegó a la urgencia una muchacha de dieciocho años, traída por sus amigos luego de una fiesta en que abundaron las drogas y el alcohol; la chica, completamente intoxicada, miraba para todos lados con una sonrisa algo forzada, y la vista perdida en las alucinaciones causadas por todo lo que había consumido en las últimas cuarenta y ocho horas. El médico de turno les dijo a los compañeros de la chica que debía ser internada, que el único lugar disponible era la sala maldita, les explicó la historia de dicha sala y dejó al criterio de los jóvenes la internación: ellos se miraron y de inmediato decidieron su ingreso al lugar. En cuanto terminaron de dar los datos de la muchacha, sus amigos desaparecieron para seguir la fiesta que habían debido interrumpir.

El personal del piso en que se encontraba la sala se mostraba reticente a ayudar, sin embargo habilitaron a la rápida una de las dos camas adyacentes a la puerta, tratando de estar el menor tiempo posible en el lugar. En cuanto la chica ingresó a la sala, empezaron a correr las apuestas acerca de su hora de deceso. A la media hora de ingresada, se empezaron a sentir ruidos extraños en la habitación, que llamaron de inmediato la atención del personal de turno, quienes se acercaron a la puerta y vieron una extraña escena: la muchacha parecía estar bailando casi en el aire, riendo a carcajadas, y tratando de aproximarse a una vieja puerta tapiada al fondo de la sala.

La joven había consumido una gran cantidad de alucinógenos esos dos días. Un amigo había traído desde el altiplano varias drogas utilizadas por los viejos chamanes para conectarse con sus divinidades, las que duraron mucho menos de lo estimado, por lo cual debieron contentarse con seguir abusando del alcohol y las drogas comunes. Cuando despertó, la chica se encontró en una sala de hospital de paredes casi negras, llenas de pequeños demonios que corrían por el techo y las paredes, signos inequívocos de estar aún alucinando, por lo que decidió entregarse a las imágenes y disfrutar o sufrir lo que hubiera de suceder. El viaje era demasiado extraño, los pequeños demonios la tironeaban de un lado para otro, haciéndola girar repetidas veces, lo que le causaba risa más que temor. De pronto empezaron a materializarse figuras fantasmagóricas de forma humana que intentaban infructuosamente alejar a los demonios, y que parecían querer protegerla de los divertidos seres que la hacían girar casi sin parar. La chica no temía a los demonios, pero los fantasmas dejaban ver un terror inconmensurable, pese a sus esfuerzos por demostrar fortaleza para intentar ayudarla. Los demonios le saltaban al cuerpo, mordiéndola y rasguñándola, a ver si con eso lograban atemorizarla en algo: grande era su frustración al ver que la muchacha reía cada vez con más vehemencia, como si sintiera cosquillas con los ataques de los engendros del infierno. De pronto en su alucinación apareció una puerta, tan oscura como las negras paredes, pero que dejaba el paso de una potente luz por el ojo de su cerradura y por debajo de su borde inferior; en cuando intentó acercarse los fantasmas se arrodillaron a sus pies como si rezaran a alguna deidad, mientras que los demonios aumentaron la violencia de sus ataques, mordiéndola por todas partes. La chica llegó hasta la puerta, tomó con fuerza el picaporte y lo abrió: en ese instante los demonios salieron huyendo a través del piso, desmaterializándose ante su vista, mientras los fantasmas entraban por la puerta regocijados hacia la luz. En cuanto la muchacha la cerró, las alucinaciones se acabaron, y el lugar volvió a verse como la sala de un hospital en su mente. Lo que ni ella ni nadie lograron explicarse, eran los cientos de huellas de uñas y dientes en su pálida piel.

miércoles, febrero 06, 2013

Odio

Los odio a todos. La rabia casi no me deja pensar... de hecho no pensé cuando los maté. Pero eso no les da derecho a no dejarme dormir con su parafernalia fantasmagórica, apariciones y demases, como si ninguno de ustedes hubiera cometido algún error en su vida. El mío fue haberlos conocido y haberme preocupado por ustedes, si no los hubiera tomado en cuenta tal vez no los habría asesinado... bueno, no tan violenta ni alevosamente... o tal vez sí, pero sin haberme ensañado tanto con sus restos. El asunto es que por culpa de ustedes, muertos de mierda, no puedo dormir, y cuando no duermo me pongo mal genio y empiezo a matar... sí, sé que suena estúpido meterme en esto, mato, me penan, no duermo, más mato, más me penan... ¿pero qué se supone que haga, que me quede tranquilo con el insomnio, o acaso suponen que tomaré pastillitas para el sueño y la ansiedad? El último psiquiatra que intentó forzarme a tomar pastillas terminó dos metros bajo tierra... bueno, no todo, sólo su torso; sus brazos los dejé en un cerro, sus piernas las tiré a un río y la cabeza... no, no quieren saberlo...

Los odio a todos. Sociedad de mierda, se vuelven locos con sus porquerías de normas, leyes, reglamentos... ¿alguno de ustedes se acuerdan que esto en que estamos metidos se llama “vida” y no “regimiento”, ni “cárcel”? Todo normado, todo con horarios, todo con límites... ¿no se aburren de esta endemoniada manía por convertir todo en una rutina sin sentido? Y después preguntan por qué los odio... por lateros, por cuadrados, por obsesivos. Y el odio que me generan lleva a la agresión, la agresión al homicidio, y el homicidio al descuartizamiento. ¿Ven? Todo es culpa de ustedes, si no fueran tan odiables la historia sería completamente... no, levemente distinta. Así que ustedes se lo buscaron, y por eso murieron, y los que aún quedan vivos seguirán muriendo... así que dejen de botarme las cosas, hacer ruidos y aparecer transparentes de entre los muros de mi casa para internarse en el techo o en el suelo. No me asustan, nada me asusta; es más, me divierto al ver que después de muertos y descuartizados sus fantasmas siguen enteros. De hecho lo olvidaba, tengo que darles las gracias: obvio, ahora que sé que sus espectros siguen enteros no hay cargo de conciencia al destrozarlos... bueno, de hecho nunca lo ha habido, el único problema del descuartizamiento es lograr sacar todos los restos al lavar mi ropa, y tener que repartir y esconder los pedazos; bueno, igual es entretenido buscar lugares raros para esconder los pedazos para volver locos a los fiscales y a las policías. Pero ahora que veo a sus fantasmas enteros, simplemente trituro todo, y la pasta que queda la mezclo con tierra para hacer abono. Ojalá no esté equivocado, y se me aparezca un fantasma con forma de carne molida.

Los odio a todos. Pero a los que más odio es a ustedes, fantasmas de mierda. Me molestan a cada rato, se amontonan por todas partes, y a diferencia de los vivos, a ustedes no los puedo corretear ni espantar; siguen ahí, me interrumpen hasta en el baño. Pero no se van a salir con la suya, espectros hijos de perra; el odio por ustedes es mayor que el odio por los vivos, así que ya tomé una determinación: sí, me mataré. Me mataré y me convertiré en un patético fantasma, tal como ustedes, así los podré perseguir, matar sus espectros y descuartizar sus almas. Me pregunto si los espectros tendrán fantasmas...