Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 24, 2013

Ancestral



Aún recuerdo la última vez que morí, en que nadie acompañó mis restos; ahora estoy listo para seguir el mismo camino. Esa lúgubre mañana de julio la lluvia arreciaba como nunca, y sólo los sepultureros estaban en mi funeral. No hubo sacerdote, familia ni amigos, ni siquiera el alcaide de la prisión o el encargado del pelotón de fusilamiento, que tuvo que rematarme de un tiro en la cabeza porque los malditos hijos de perra se pusieron de acuerdo para dispararme a los brazos y las piernas, para hacerme sufrir lo más posible. De hecho los sepultureros estaban ahí por obligación, así que el cajón no fue depositado sino lanzado, y el agujero apenas tenía algo más de un metro de profundidad, así que antes de partir a una grata estadía al purgatorio, pude ver cómo la lluvia esa misma tarde descubría mi cajón, y dejaba mis restos a merced de los animales carroñeros. Gracias a dios los tiempos han cambiado, lamentablemente para muchos, mi alma no.

Un día cualquiera, luego de no sé cuánto tiempo sufriendo, alguien decidió que debía reencarnar para demostrar que había aprendido en parte mi lección; convenientemente me metieron en el útero de una mujer que vivía cerca de las madres de aquellos que habían desatado todo unos cien años atrás. Pero quien me envió, no sé si por error o a sabiendas, no borró mi memoria ancestral, sino que envió con todos los recuerdos frescos, de mi vida anterior y de todas mis otras vidas, incluyendo los períodos entre vidas. Mi infancia como imaginarán fue complicada, pero a sabiendas de lo que los errores significan, hice el mayor esfuerzo por no delatar mi realidad, lo que hubiera terminado conmigo internado en algún hospital psiquiátrico.

Cuando cumplí la mayoría de edad llegó el momento de las decisiones. El destino quiso que aquellos que fueron responsables de la condena a muerte en mi encarnación anterior, se transformaran en mis compañeros de trabajo. Dejando de lado todo el sufrimiento causado decidí perdonarlos, para así poder demostrar que podía perdonar y seguir con mi plan de vida. Había pasado la prueba, y ahora la eternidad debía premiarme por ello.

Aún recuerdo la última vez que morí, en que nadie acompañó mis restos; ahora estoy listo para seguir el mismo camino. El juez dictó la pena de muerte por inyección letal por haber muerto a esos ocho niños en el bus escolar, dejando vivo sólo a un pequeñito sin que lograran sacarme explicación alguna. Era obvio que iba a dejar vivo al encargado del pelotón, los que me la debían eran esos ocho fusileros hijos de perra. En cuanto esté en la camilla miraré con detención el alma del verdugo, pobre de él si me hace sufrir…

miércoles, abril 17, 2013

Sabiduría

Caminar. Lo único que quería hacer era caminar. Pese al cansancio que lo agobiaba en ese instante su cuerpo le pedía movimiento. No era capaz de entender las señales de la vida, aquellas que tantas veces se habían plantado frente a sus ojos y para las cuales estaba ciego: pese a estar ahí, nunca supo de su existencia. Y ahora por primera vez había un algo que le decía qué hacer para sentirse bien: caminar. El hecho de alejarse del lugar de origen, de vencer la gravedad y la inercia, y de avanzar por donde se pudiera sin rumbo ni destino lo estimulaban a seguir haciendo caso a ese algo que por fin era capaz de percibir.

Caminar. El más barato y más sencillo don que le fue conferido al humano como animal con patas, y que es capaz de hacer en dos y no en cuatro como la gran mayoría del resto de los mamíferos de la tierra. El simple hecho de caer eternamente y detener la caída con un pie distinto cada vez le permite avanzar libremente a través de los obstáculos físicos de la realidad, millares de veces más superables que los escollos intangibles que se auto impone todos los días y a cada momento. Justamente esos intangibles fueron los que despertaron en él la necesidad de caminar. Más que un impulso fue una pulsión la que lo levantó de su inamovilidad y lo hizo empezar a caminar. Realmente fue necesario llegar un paso más allá del límite como para cambiar de la comodidad del status quo a la incertidumbre de los pasos fuera de la seguridad de la realidad conocida y aceptada sin reparos por años.

El viejo muchacho había explotado, luego de verse sometido por años a las presiones indebidas de la sociedad que le exigía demasiado a cambio de migajas. Su vida, su familia, su trabajo, sus secretos, todo había terminado abruptamente, y ahora sólo le quedaba alejarse de los escombros de la realidad que a la fuerza estaba dejando atrás. Lo que otrora había sido su objetivo vital, ahora era un desecho de su proceso vital, lo que antaño veía como su futuro ahora formaba parte de su pasado; aquello por lo cual antes hubiera matado ahora yacía muerto tras de sí por su propia mano. La pena y el remordimiento ya no existían en su léxico, habían sido reemplazadas por la venganza y la crueldad. Así, luego de terminar lo que tal vez jamás debió haber comenzado, ahora empezaba a caminar, sin inicio y sin destino, sin ganas y sin cansancio, sin objetivos y sin sentido, simplemente caminar porque sí y hacia donde fuera que esa diosa veleidosa llamada destino guiara sus pasos.

El muchacho avanzaba por la nada hacia la nada. Sin que su marcha molestara o interrumpiera a nadie, de pronto a todos empezó a molestar e interrumpir; la vida nuevamente se interponía entre él y su felicidad, y otra vez debía luchar por obtener su fin, que no era otro que caminar. Así, día tras día caminaba sin rumbo, y batallando contra quienes no querían que lo hiciera. Sabía que luego no podría caminar más, pues la sociedad no aceptaba a gente como él, que mataba a quienes se interpusieran en su camino tildándolos de locos o asesinos; el grueso de la gente no entendía que había que luchar por los sueños sin medir el precio, pues no había nada más que el bien individual, pues la sociedad, esa suerte de megaclan hipertrofiado, era creación de los débiles que no podían o no querían crecer por sí mismos sino junto con y gracias al resto. Su única esperanza era que lo mataran de un disparo en la cabeza: el mundo no era merecedor de su sabiduría.

miércoles, abril 10, 2013

Llave uno, activada ("Kon" ©2013, capítulo 1)



El joven artesano venía recién llegando a la feria artesanal para abrir su puesto y empezar a vender sus productos. Su pálida tez y brillantes ojos azules estaban enmarcados en un oscuro y grueso cabello negro, debido a la mezcla entre su padre de origen aymara y su madre, una turista francesa que decidió quedarse a vivir en el norte de Chile, enamorada del paisaje y del menudo hombre que conquistó su corazón. El muchacho destacaba dentro del grupo de artesanos, aparte de su piel y ojos, por su elevada estatura, varios centímetros por sobre el resto de sus colegas; así, su presencia o ausencia jamás pasaban desapercibidas. El muchacho se había quedado dormido tarde la noche anterior, luego de asistir junto a algunas turistas a una fiesta de playa organizada por una bebida energética, que poco le había ayudado para mantenerse sin sueño durante la madrugada, ni menos para amanecer con energía a la mañana siguiente, así que había despertado más tarde que de costumbre, por lo que esperaba ser el último en abrir puesto esa mañana de verano; sin embargo cuando llegó, la feria estaba aún vacía. De inmediato y sin darle más vueltas al asunto, el joven empezó a buscar en su bolso las llaves para abrir los candados, acomodar sus productos e iniciar las ventas, cuando de pronto un agudo dolor en su nuca lo derribó y le hizo perder la conciencia.

Lentamente el joven empezó a recuperar el conocimiento, en medio de un dolor de cabeza y un mareo insoportables, sólo comparables con sus primeras experiencias con el peyote, droga alucinógena extraída de ciertos cactus de la zona desértica de México, donde había viajado un par de años antes. Estaba en un lugar demasiado iluminado, lo que le impedía reconocer el sitio. Sus ojos intentaban infructuosamente adaptarse para poder ver algo: cada vez que parecía distinguir alguna sombra, la luminosidad parecía aumentar, llegando a ser doloroso mantenerlos abiertos. El joven intentó taparse los ojos con las manos pues sus párpados parecían ser traspasados por la potente luz; en ese instante descubrió que estaba amarrado, como crucificado sobre una especie de camilla. De pronto algo oscuro pareció bloquear por un instante la luz que lo enceguecía, para luego posarse sobre su boca y empezar a aturdirlo lenta y placenteramente en esta ocasión.

Un fuerte y doloroso golpe de su cuerpo contra una superficie metálica despertó al artesano mestizo. El joven estaba ahora en un sitio pequeño y oscuro que se movía para un lado y otro, y que parecía rebotar cada cierto tiempo; luego de escuchar el ruidoso sonido de un motor de fondo, entendió que se encontraba en la parte de atrás de algún vehículo similar a un camión blindado de transporte de valores, o a una suerte de ambulancia algo bizarra. El joven estaba retenido por gruesas correas de cuero atadas a muñecas y tobillos, y que estaban fijadas por medio de cadenas a la superficie metálica en que estaba recostado, y que parecía hacer las veces de camilla; iba vestido con ropa que parecía sacada de un pabellón de cirugía, y en su cuello había un paño que lo envolvía y que aparentemente estaba amarrado en su nuca. El lugar estaba extremadamente frío, y si no fuera porque sabía que estaban en enero y a poca distancia del desierto de Atacama, podría haber jurado que estaba lloviendo torrencialmente en el exterior. De pronto el vehículo se detuvo, y algunos segundos después las puertas traseras se abrieron: rápidamente un par de hombres con pasamontañas entraron, le soltaron las ataduras y lo bajaron en andas, sin que pudiera siquiera intentar oponer resistencia. Cuando lo sacaron al exterior, una fuerte lluvia empezó a empapar su delgada vestimenta, sin que ello pareciera preocupar a sus captores, quienes estaban bastante abrigados, y que caminaban aceleradamente con él a cuestas, casi como si no pesara nada. Un par de minutos después, y cuando ya no quedaba lugar seco en su cuerpo, llegaron a una extraña plataforma de madera en medio de esa nada lluviosa.

El joven artesano estaba confundido. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado ahí, y tampoco era capaz de comprender qué era lo que estaba sucediendo. La plataforma de madera estaba colocada sobre unos pilotes del mismo material, como de un metro y medio de altura. Al centro de la plataforma, por debajo, parecía haber una gran cantidad de cables que se metían a las entrañas de la tierra, o tal vez salían desde ella; sobre su superficie, varios focos apuntando hacia la periferia dificultaban la visión, hasta que lo subieron por medio de una pequeña escalinata y pasó la línea de luces, donde por fin pudo ver algo que definitivamente hubiera preferido jamás haber visto.

Al centro de la plataforma, justo por encima de los cables que salían o entraban a la tierra, había una especie de computador o servidor de grandes dimensiones, de al menos ocho o diez veces el tamaño de un computador de escritorio normal. De él salían varios paquetes de cables que se distribuían hacia sillas dispuestas con sus respaldos hacia el servidor, que en sus apoya brazos y patas delanteras tenían fijadas sendas ataduras de cuero similares a las del vehículo, y que en cada apoya cabezas parecían tener una especie de enchufe desconocido para él. Las sillas estaban vacías, y todas tenían en sus respaldos signos representativos de distintas etnias autóctonas distribuidas en el territorio chileno. Antes de ser desnudado y sentado a la fuerza en el sitial con la chakana aymara, el muchacho alcanzó a ver que tras la suya había una silla más pequeña que las otras, ocupada por alguien que parecía un enano y que no emitía palabra alguna. Acto seguido el joven fue atado de manos y pies, luego de lo cual una madura mujer de poco agraciado rostro y peor expresión se paró delante de él, le sacó el paño que envolvía su cuello, y empujó violentamente su cabeza contra la silla, quedando de inmediato conectado al enchufe del apoya cabezas por medio de la conexión que habían colocado en la base de su cráneo un par de días antes en el pabellón quirúrgico, donde había despertado temporalmente. La mujer, sin preocuparse del gemido que emitió el joven, ni de las convulsiones que sufrió durante algunos segundos antes de quedar paralizado, miró hacia el ser en penumbras y dijo con voz satisfecha:

–Llave uno, en su lugar y activada.


Jueves 11 de abril de 2013, lanzamiento de mi novela "Kon" en Café Comics, Manuel Montt 275 local 263

miércoles, abril 03, 2013

Luna



-¿Te acuerdas de la luna, vieja?
-¿Cómo no me voy a acordar de la luna viejo, si cuando éramos jóvenes me escribías poemas de amor y la nombrabas a cada rato?
-¿Fuimos jóvenes alguna vez? Ya ni me acordaba…
-No te pongas tonto viejito lindo. Oye, ¿y por qué me preguntaste si me acordaba de la luna?
-No me acuerdo… ah sí, ahora me acordé, ¿te acuerdas de los poemas que te escribía y donde nombraba la luna a cada rato?
-Pero si te acabo de decir eso pues, viejo.
-Ah verdad…
-¿Y?
-¿Y qué…? Ah, la luna. ¿Te acuerdas que cuando éramos chicos nos decían que si mirabas la luna llena se veía a la virgen María montada en el burrito?
-Sí viejo, mi mamá me lo decía cuando chica.
-¿Y te acuerdas que también decían que era de queso?
-Sí viejo, mis amigas decían eso.
-¿Y te acuerdas que después nos decían que la luna hacía las olas y las mareas?
-Sí viejo, en el colegio enseñaban eso.
-¿Y te acuerdas que antes del setenta los gringos llegaron a la luna, y trajeron piedras, y tierra, y dejaron aparatos allá?
-Claro que me acuerdo, si lo vimos juntos en nuestro primer televisor a tubos.
-¿Y te acuerdas cuando iban a usar la luna como plataforma para ir a Marte?
-Sí viejo, si eso fue hace cinco o seis años no más, el 2020.
-¿Y te acuerdas que cuando estaban por despegar, la luna se empezó a salir de su órbita, y ahí recién supieron que nunca fue satélite sino una nave extraterrestre gigante que emprendió un nuevo curso?
-Sí viejo, me acuerdo de la escoba que quedó, que se echó a perder el clima, las mareas y todo eso.
-Sí… así con las cosas…
-Oye viejito, ¿y por qué me preguntaste tantas cosas de la luna?
-¿Cuál luna?
-La luna pues viejo, concéntrate.
-Ah, la luna…
-Ya pues viejo, ¿por qué preguntas por la luna?
-Porque acaba de volver, y parece que ahora va a aterrizar…