Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, noviembre 27, 2013

Corredora



La atlética muchacha trotaba por el parque, rauda. Su cuerpo escultural, esculpido tras años de actividad física, avanzaba sobre la gravilla ataviado con un mínimo peto que apenas cubría su generoso pecho, y unas apretadas calzas que dejaban ver el límite entre sus marcadas piernas y sus perfectos glúteos, que generaban envidia en las mujeres y excitación en los hombres. El conjunto lo completaban unas modernas zapatillas fabricadas para disminuir el impacto en su cuerpo y permitirle seguir en su actividad por años, que hacía juego con el resto de su tenida, pero que definitivamente pasaban desapercibidas para quien la mirara en el parque.

La muchacha era hija de deportistas. Su padre, corredor de medio fondo y su madre, una destacada gimnasta artística, la criaron en un entorno de deporte y vida sana, en que el cuerpo era un templo a cuidar, fortalecer y formar a gusto de su propietario, para los fines que cada cual estimara convenientes. Así, en su infancia y adolescencia sus progenitores se preocuparon que explorara todas las disciplinas deportivas existentes para que ella, a los quince años, decidiera qué hacer a partir de esa fecha. Luego de practicar todo lo practicable, y de tomarse un tiempo de descanso absoluto en que se dedicó a leer también de todo un poco, decidió que su futuro estaría en el atletismo, y específicamente en las carreras de fondo.

La muchacha había logrado con el paso de los años una capacidad aeróbica envidiable, superior inclusive que la de muchos adultos, y cercana a las de los atletas de renombre de su categoría. Sin embargo, algo faltaba en su desarrollo muscular que le permitiera superar a sus rivales y convertirse en una lumbrera del maratón a nivel internacional. Luego de recibir sendas recriminaciones de parte de sus padres cuando mencionó el tema de usar alguna droga que la potenciara y le diera ese algo que le faltaba, supo que debería buscar ese algo dentro de los límites del cuerpo sano y la mente sana. Sin embargo, la vieja frase del atletismo no aludía en ninguna de sus palabras a un alma sana.

Durante el tiempo que la muchacha tomó para decidir a qué deporte dedicarse, llegó a sus manos un texto de brujería, que prometía, a cambio de una simple unión sexual con un íncubo, cumplir cualquier petición. A sabiendas que ningún código de ética deportiva penaba los ritos satánicos, la muchacha se decidió a pagar el precio, entregándole su virginidad a una entidad de forma indescriptible, que luego de cerca de doce horas de cometer todas las aberraciones sexuales imaginables y otras tantas ajenas a la imaginación de cualquier ser encarnado, se dispuso a cumplir la petición de la joven. Luego de pensar en lo que ella le pidió, el íncubo le dio la ventaja que necesitaba para ser invencible en el maratón.

La atlética muchacha trotaba por el parque, rauda. Ahora por fin estaba segura que nadie la podía vencer, pues el íncubo había cumplido su palabra. La muchacha corría más rápido que nadie los cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros, gracias a la intervención del demonio. Qué más daba todo lo que la bestia le había hecho durante esas doce interminables horas, si ahora nadie la podría vencer; el demonio había optado por la solución más simple: disminuir la resistencia del viento eliminando la cabeza de la corredora. A partir de ese entonces nadie la superaría, probablemente nadie lo intentaría, y seguiría atrapando todas las miradas.

miércoles, noviembre 20, 2013

Navidad



—Papá, ¿qué me vas a regalar para la navidad?
—Nada, tú sabes que no celebro la navidad.
—¿Por qué eres tan amargado? No celebras navidad, cumpleaños, aniversarios… de hecho no celebras ninguna fiesta, ¿no hay nada que te guste en la vida?
—No te hagas la tonta, tú sabes lo que me gusta y lo que no.
—Pucha papá, yo ya tenía pensado qué pedirte para la navidad.
—No me interesa lo que pensaste para navidad.
—Pero papito, tú sabes que te quiero ene, que casi siempre he hecho lo que me has pedido, que hasta he postergado mis ilusiones y planes por seguir lo que tú habías soñado para mi, ¿acaso eso no vale un poco siquiera?
—Nunca te pedí nada, si hiciste algo fue por tu voluntad.
—Papito…
—¿Qué quieren que haga, que de un día para otro traicione mi esencia para darle el gusto a todas ustedes? ¿Quieren acaso otro inconsecuente más en el mundo?
—Perdóname papá, no te molestaré más.
—¿Adónde van a esta hora?
—Papá, ¿por qué hablas en plural? Estoy sola contigo, y no voy a ir a ninguna parte.
—¿Cómo que no, y quién es esa niña pálida que está a tu lado y que no para de sonreír como tonta?
—Papá, no hay nadie con nosotros, estamos solos tú y yo.
—Perdona hija, a veces olvido que los fantasmas como tú no pueden ver sus guías mientras no acepten su muerte y pasen al más allá…

miércoles, noviembre 13, 2013

Capataz



El capataz miró con cara de cansancio su siguiente faena. Su labor se había convertido, con el paso de los años y la aparición de la moda de los grupos ambientalistas y ecologistas, en una tarea desagradable y hasta peligrosa. La empresa para la que trabajaba hacía trabajos de deforestación, tala de árboles y paisajismo mayor, por lo que en muchos de los sitios en los cuales eran contratados, debían lidiar contra personas o instituciones que habían tomado como bandera de lucha la defensa del medio ambiente. Así, dentro de las herramientas de trabajo ahora también debían llevar una gran tenaza de acero conocida coloquialmente como napoleón, para poder cortas eslabones de cadenas y liberar a quienes ataban sus cuerpos a gigantes de siglos o milenios, que debían desaparecer por la fuerza de los contratos a los que estaban sujetos. De vez en cuando los manifestantes los agredían, y en esos casos debían esperar a que la fuerza pública los dispersara o arrestara para poder trabajar en paz.

Esa mañana el camión en que se desplazaban llegó a un gran terreno a las afueras de la ciudad, en que se construiría un gran centro comercial, dando el vamos a un proceso de ampliación urbana, que incluiría varios condominios, acceso a la carretera, y hasta la posibilidad de ser considerados dentro de la red del tren subterráneo. Ya que el terreno estaba en una zona agrícola casi histórica, era de esperar que al menos los lugareños y un par de organizaciones ecologistas les dieran problemas.

Cuando se detuvo el camión y bajaron, el capataz se encontró con uno de los escenarios que más le desagradaba: en vez de grupos de gente joven organizada con carteles y cámaras, o de trabajadores agrícolas con sus herramientas en ristre listos a defender sus tierras por las malas, había un grupo de diez ancianos vestidos con tenidas indígenas parados en frente de un vetusto árbol. El enfrentarse a gente violenta, dispersa en grandes superficies de terreno, les permitía en general poder entrar por sitios alternativos al lugar de trabajo, o llamar de inmediato a la policía para que los ayudaran. Pero cuando había grupos indígenas, que a veces protegían un árbol, una piedra, o un pedazo específico de tierra por su valor ritual, la cosa era más complicada por la resistencia pasiva de los ancianos, o porque simplemente no encontraba la lógica para entender las ideas de los viejos, o para explicar los motivos de su faena. Así, la jornada se veía al menos desagradable.

El capataz se acercó a hablar con quien parecía el líder del grupo, el anciano de más edad y con la vestimenta más parafernálica de todos: al parecer el hombre le había hablado al árbol, pues el anciano y sus viejos acompañantes parecieron no haberlo escuchado, generando carcajadas en sus colegas. Luego de dos o tres intentos, en que ninguno de los ancianos lo tomó en cuenta, y en que los obreros a su cargo parecían reír con más fuerza, el capataz volvió al camión para llamar a la policía. Mientras lograba comunicarse con la comisaría, vio que uno de sus empleados sacó del camión una motosierra, la encendió, y se dirigió directamente a los ancianos. El capataz botó el teléfono, tomó el napoleón, y antes que el trabajador destrozara a los pobres viejos, golpeó con fuerza la hoja de la herramienta motorizada, rompiéndola y de rebote golpeando al trabajador, quien soltó el artefacto y se lanzó con violencia sobre su jefe, aturdiéndolo a golpes.

Media hora más tarde el capataz despertó con la nariz ensangrentada, y atado de manos al frente. Junto con sus empleados, cuatro policías lo rodeaban, mientras dos personas con vestimentas de colores llamativos parecían limpiar sus heridas. Cuando por fin pudo entrar en razón, vio que estaba siendo atendido por dos paramédicos, que estaba amarrado a la camilla y con las muñecas esposadas al frente, para ser trasladado a un hospital y luego ser formalizado por agredir a su empleado. En vano fueron sus palabras, pues ni los policías ni los empleados vieron a ningún anciano en el terreno en que tenían que trabajar; de hecho, sus acompañantes declararon que el capataz le habló en tres ocasiones al árbol antes de irse al camión a buscar el napoleón. Sólo cuando fue subido a la ambulancia, y vio los fantasmas de los diez jefes de la tribu enterrados bajo el árbol, sonriendo, entendió que su jornada había sido más que productiva.

miércoles, noviembre 06, 2013

Machismo



—Oye Carlos, ¿viste las noticias anoche?
—No mi amor, llegué demasiado cansado para ver calamidades. En cuanto te dejé en tu departamento me fui a mi casa a dormir. ¿Por qué preguntabas?
—Es que parece que anda una psicópata suelta.
—¿Una psicópata? Qué raro, con lo machistas que somos me extraña que no hayan hablado de un psicópata.
—Sí. El caso es escabroso, han desaparecido como diez lolas de 15 a 20 años, y luego han aparecido sus cadáveres despellejados.
—¿Despellejados? ¿Y de verdad los policías, fiscales y periodistas piensan que una mujer anda raptando y despellejando mujeres?
—Sí, es que no te he contado lo peor.
—¿Qué, hay algo peor que eso?
—Sí. En las noticias un fiscal contaba que en uno de los sitios encontraron junto al cadáver sin piel una especie de trozo de tejido de muy buena manufactura.
—¿Y?
—Cuando lo analizaron se querían morir: descubrieron que el tejido estaba hecho con la piel de una las víctimas, que la psicópata había cortado la piel en hilos para hacer una especie de ovillo de lana y tejer… lo que sea.
—A ver, déjame entender, ¿acaso todos creen que el asesino es una mujer porque sabe tejer?
—Al parecer sí.
—Entonces retiro lo dicho: se pasaron para machistas.
—¿Tú crees que pueda ser un hombre?
—Es más fácil que un hombre teja, a que una mujer secuestre, mate y despelleje a diez congéneres.
—Es verdad Carlos, tienes razón.
—Por eso es que yo no veo televisión Marta, me aburre ver lo mismo de siempre, y que pese al paso de los años siguen con esa maldita mentalidad retrógrada.
—Sí, ya me lo has dicho varias veces, y te comprendo. Pero a mi igual me gusta ver tele, me ayuda a matar el tiempo.
—A todo esto amor, ¿qué pasó con el chaleco que me estás tejiendo?
—Ya está casi listo Carlos, yo creo que antes del fin de semana consigo el hilo que me falta…