Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 23, 2014

Toñito

El frío calaba hondo a las cinco de la mañana en pleno invierno. Bien lo sabía Toñito, el viejo vagabundo que llevaba ya cerca de treinta de sus sesenta años de vida viviendo en la calle; el viejo enflaquecido y con la piel curtida por las inclemencias del tiempo intentaba conciliar el cada vez más esquivo sueño, cubierto con cartones, un par de viejas frazadas, y dos perros callejeros que lo escogieron como compañero de andanzas esa gélida madrugada.

La calle es un hogar cruel pero que no discrimina, todo aquel que no tiene un lugar en la sociedad establecida puede empezar a vivir en la calle, y ella lo acogerá como a todos: sin contemplaciones ni privilegios. Las historias acerca del pasado de sus habitantes muchas veces rayaban en la leyenda; sin embargo, la mayoría eran sólo personas que no fueron capaces de insertarse en un sistema duro y descarnado, y tuvieron que acostumbrarse a vivir con las sobras o la caridad de quienes sí decidieron sacrificar su vida en pos del sistema. Toñito era de la minoría: el delgado hombre tenía un pasado hasta cumplidos los treinta años, que fue el que lo obligó a abandonar todo. Toñito era conocido como El Grand Antoine, hijo de uno de los más famosos magos del mundo, y creador de uno de los trucos más fantásticos de la historia de la magia: el huracán. En su truco, Toñito hacía aparecer un huracán en medio del escenario que decía crear y controlar con su mente; luego de subir a su pequeño hijo en el huracán y hacerlo volar en él por el teatro, elegía a algún voluntario del público para hacerlo levitar un par de metros y demostrar la ausencia de ilusión y la presencia de magia pura. Al cumplir los treinta, y poco después del cumpleaños número diez de su primogénito, algo salió mal en el armado del truco, y mientras su hijo se encontraba a más de veinte metros de altura, se precipitó sobre las butacas muriendo en el acto, y matando a una niña de cinco años por el impacto de su cabeza contra la de su hijo. Luego de la demanda, y de algunos meses de cárcel, Toñito salió a la calle sin familia ni sustento, y sin la chispa que necesitaba para seguir viviendo.

Toñito seguía intentando conciliar el sueño a las cinco de la mañana. De improviso un fuerte puntapié en sus costillas lo despertó del dolor y lo botó de la banca en que estaba acostado. Uno de los perros que le servía de frazada reaccionó atacando a sus agresores, siendo también pateado y luego apaleado por tres hombres vestidos con ropa ajustada de cuero y afeitados al rape. Toñito estaba desesperado, si no hacía algo los tres salvajes tipos asesinarían al perro que lo acompañaba a dormir de tanto en tanto. De pronto un ruido de viento fuerte se dejó escuchar: los tres hombres vieron con terror cómo un pequeño huracán los capturaba, los elevaba a casi treinta metros de altura, para luego dejarlos caer como peso muerto sobre el pavimento. Esa madrugada los dos perros callejeros y otros compañeros tuvieron una suculenta cena gratuita, mientras Toñito empezaba su marcha por la ciudad para conseguir qué comer, y tratar de borrar el recuerdo de su hijo, que volvía a su mente cada vez que la vida lo obligaba a utilizar su fatídica magia.

miércoles, abril 16, 2014

Coral

De fondo se escucha una obra coral. Siempre me han gustado las obras corales con sonido de iglesia, en especial cuando las interpretan en alguna iglesia; ese eco especial de las iglesias le da un carácter casi tenebroso a la pieza elegida por el director, tal como si la estuviera interpretando en un mausoleo. Debe ser la piedra lo que le da la magia al eco, y la madera de los instrumentos de cuerda, que no necesitan amplificadores ni efectos para sonar donde sea; aunque no hay sonido más estremecedor que el de un noble instrumento de cuerdas ardiendo en llamas. Y si arde dentro de una iglesia, o de un mausoleo, el eco del sonido de la madera quemándose es simplemente sublime.

Las iglesias son mejores que los mausoleos, pues en los mausoleos no hay lámparas llenas de aceite de quemar, para impregnar violines, violas, violoncelos y contrabajos, y dar vida a la pira de los instrumentos musicales. Quemar un oboe o un fagot no es divertido, el plus está en las cuerdas: ellas mantienen tensa la madera, y al cortarse con el fuego crujen como la columna del demonio luego de hacer yoga, y hacen crujir más aún a la madera liberada de la tensión que parecía estrangularla. Me gustan las iglesias más viejas, porque su aceite de quemar es más antiguo y por alguna razón que desconozco, se calienta más y dura más tiempo ardiendo. Perdimos al parecer el conocimiento del fuego de nuestros ancestros, pero al menos nos dejaron algo de aceite de buena calidad.

¿Se han fijado en el color oscuro de la madera de los bancos de iglesia? Ese color se debe en gran medida al barniz. Ese barniz, aparte de oscurecer la madera, ayuda a sellarla, a dificultar el paso del oxígeno y la humedad, que convierten con los años a la madera en el sustrato ideal para que crezcan los hongos, y termine pudriéndose indefectiblemente. Esa cubierta, ese sello, dificulta el paso del aceite de quemar pero no lo inhibe, haciendo que los bancos sean lo último en quemarse, lo que alarga la sublime pira sagrada, permaneciendo encendida mucho rato después que las vigas estructurales se hayan quemado; una vez que las vigas han caído y debilitado la estructura de piedra, es el lento calor de los bancos el que termina por resquebrajar la argamasa, haciendo que la iglesia colapse, terminando por aplastar las cenizas de los nobles instrumentos musicales.

Debo hacer ahora una reivindicación de la tecnología: si bien es cierto la música en vivo es invaluable, es necesario de un u otro modo guardar registro de lo escuchado. La tecnología de hoy permite conectar poderosos micrófonos unidireccionales con condensador a mezcladores de sonido análogos con salida a puerto USB, lo que facilita usar un computador portátil como pista de grabación, para guardar el sonido en vivo en formato de alta fidelidad y estéreo, permitiendo inclusive luego aplicar filtros y efectos a la grabación para hacerla más parecida a la realidad.

Todo está listo por fin. Ocho micrófonos rodean la iglesia, grabando mientras las llamas empiezan a destruir los instrumentos musicales. De fondo se escucha una obra coral: sí, es una obra coral, no lo que la inexperta gente que me rodea dice que es, pues ellos no tienen mi oído musical. Es una obra coral, y no los gritos destemplados de los músicos ardiendo en llamas junto con sus instrumentos, intentando salir de la iglesia en llamas y con todas sus puertas convenientemente cerradas con candado.

miércoles, abril 02, 2014

Esa mañana

Esa mañana los cadáveres volaban desde la azotea del edificio, dejando una roja estela, primero en el aire y luego en las paredes de la torre, producto del profundo corte en el cuello que había acabado con cada una de sus vidas. Treinta pisos más abajo, los cuerpos literalmente estallaban al impactar con violencia contra el pavimento, sin dejar muchas posibilidades para poder reconocer a los muertos a primera vista. Las filas interminables de personas que entraban lentamente al edificio intentaban no mirar cómo quedaban los cuerpos al aterrizar, para no comprometer sus destinos con el miedo natural que la muerte despierta. Cada uno llevaba su propio cuchillo, y con paciencia esperaban su turno para subir los treinta pisos de escaleras para poder llegar a la azotea y seguir el mismo camino de quienes los salpicaban de sangre en su caída, y de restos humanos en su horrendo aterrizaje. 

Esa mañana la gente se levantó como cualquier mañana, a hacer lo que la gente hace cualquier mañana, sin más planes que hacer lo mismo que hicieron el día anterior, y lo mismo que deberían hacer el día posterior. Cada cual salió de su hogar a la misma hora de salida, luego de despedirse de sus parejas, hijos, padres o mascotas, para iniciar el ciclo que los había llevado a esa realidad, a ese concepto extraño de sociedad en que hay que hacer porque hay que hacer, hay que nacer, crecer, producir, reproducirse, envejecer y morir porque la vida está hecha así y para eso. Hay que seguir el ciclo, ser un eslabón más de la cadena, existir porque existe la existencia, nacer porque fue parido, crecer porque al ser alimentado se crece, producir porque ello mantiene el sistema para los que siguen naciendo, reproducirse porque hay que meter nuevos seres a la cadena, envejecer porque el proceso sigue ese curso y porque hay que darle el cupo de producción a quienes siguen naciendo, y morir porque… porque todo lo que tiene un comienzo tiene un fin.

Esa mañana una idea entró en la mente de toda la gente adulta. Esa mañana la gente pudo, por algún extraño y oculto portento de la naturaleza, volver a pensar. Esa mañana se dieron cuenta del sin sentido en que estaban metidos, del maldito status quo en que habían embarcado a la realidad, del ciclo del que ya no podrían salir, y en el que estaban listos a meter a las siguientes generaciones. Y de pronto, tal como vino la conciencia de problema, apareció en sus mentes la conciencia de solución. Y la solución no podía ser otra, no debían quedar rastros del pasado, ni nada que fuera capaz de infectar el futuro.

Esa mañana los cadáveres volaban desde la azotea del edificio, dejando una roja estela, primero en el aire y luego en las paredes de la torre, producto del profundo corte en el cuello que había acabado con cada una de sus vidas. La noche anterior, todos se habían preocupado de sedar a sus hijos, de modo tal que no despertaran sino hasta que la solución del problema se hubiera consumado. Cuando las nuevas generaciones despertaran se encontrarían con grandes y nuevos problemas, para los cuales deberían encontrar sus propias soluciones.