Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, agosto 27, 2014

Droga

Alejandro estaba cansado. Su cerebro no lo dejaba en paz, y necesitaba calmarlo con la droga para que no pensara más locuras y lo terminara metiendo en problemas. Su adicción se ponía peor a cada día, y no parecía tener salida: su cerebro parecía no entender acerca de límites, y ello lo estaba matando día tras día; más encima el dolor de espalda y sus pulmones dañados lo tenían casi sumido en una depresión de la que sólo lograba salir consumiendo más y más droga.

Esa noche Alejandro invitó a dos conocidos a la casa, para consumir con ellos. A Alejandro no le resultaba consumir solo, así es que siempre invitaba gente que conocía mientras conseguía cocaína, para que todo se diera en un entorno adecuado a su comodidad; a Alejandro no le importaba compartir la cocaína, con tal de sentirse bien.

Un par de horas más tarde ambos conocidos estaban casi intoxicados; ninguno de los dos jóvenes se podía poner de pie, y uno de ellos había empezado a vomitar un par de minutos antes. Alejandro pacientemente limpió el piso mientras encendía el fuego para soportar el frío imperante a esas horas de la noche. Los jóvenes sintieron el calor e inmediatamente empezaron a sentirse mejor y a quedarse dormidos.

A las 3 de la madrugada Alejandro decidió que era hora de pedirle a sus visitantes que se retiraran, pues tenía cosas que hacer. Los dos muchachos caminaron con dificultad hasta la puerta de entrada, que se encontraba cerrada. Alejandro se acercó al interruptor que abría la puerta, lo apretó, y luego que la puerta se abriera y se cerrara, bajó al subterráneo a seguir con sus cosas.

Alejandro estaba cansado. Su cerebro no había parado de exigirle droga durante esas cinco interminables horas, y ahora por fin estaba próximo a satisfacerlo. La puerta que abría el interruptor no era la de la entrada, sino una compuerta en el piso que daba a un enorme fogón a gas, donde el par de desgraciados muchachos cayeron para morir carbonizados. Después de apagar el fuego y esperar a que se enfriara, Alejandro entró casi desesperado al lugar: por fin podía recoger las cenizas de los jóvenes carbonizados para seguir jalándolas y mantener tranquilo a su esclavista cerebro.

miércoles, agosto 06, 2014

Seguimiento

Esa fría mañana de mayo, el detective Aguayo se encontraba en su auto, frente a la puerta de un motel, esperando la salida de uno de sus pasajeros para poder fotografiarlo junto a su incidental pareja y cerrar de una vez por todas ese seguimiento por infidelidad. La esposa del hombre era una mujer muy extraña, silenciosa, que casi no dejaba ver su rostro, pero que tenía los medios suficientes para financiar el trabajo de Aguayo y su discreción. El detective estaba algo aburrido con lo obsesiva que era su clienta, pues lo llamaba todos los días para preguntar por avances en la investigación; sin embargo, y pese a que le cobraba bastante más que la tarifa habitual, la mujer pagaba sin reclamar, por lo que Aguayo consideraba dentro del precio el derecho a llamarlo y preguntarle lo que se le ocurriera.

Aguayo estaba terminando el tercer café de la madrugada. Los amantes habían llegado cerca de las doce de la noche, así que el detective esperaba que entre seis y media y siete de la mañana abandonaran el lugar para ir a sus trabajos o a sus domicilios. Justo cuando buscaba dónde dejar el vaso vacío y pensaba en ir por algo para desayunar, la pareja salió del motel: de inmediato Aguayo empezó a grabar un video con una cámara digital disfrazada tras el parabrisas de su auto, mientras él se hacía el dormido. Luego que la pareja se despidiera con un apasionado beso y que cada cual siguiera su camino, el detective detuvo la grabación y la revisó antes de respaldarla: la evidencia era innegable, y con ese registro podía dar por concluido el trabajo, para poder entregarle el informe a su clienta.

Aguayo se dirigió a su oficina, en donde respaldó el video y se dispuso a dormir unas tres horas: su clienta lo llamaba puntualmente a las once de la mañana todos los días, así es que podría descansar a sabiendas que a esa hora podría darle a la mujer la información que necesitaba, y así poder cobrar el dinero que merecía por su trabajo. De pronto el teléfono sonó y Aguayo, luego de desperezarse, preparó mentalmente el discurso que usaría para darle a su clienta la mala noticia; luego de un breve diálogo, la mujer le dijo que estaría en media hora en su oficina, para ver las evidencias y pagarle el resto de sus honorarios.

Exactamente treinta minutos después la mujer entró al lugar, dejando sobre el escritorio un pequeño maletín, y disponiéndose a ver lo que Aguayo tenía para ella. Luego de ver el video, la mujer miró a Aguayo, quien guardaba un respetuoso silencio, soltó los seguros del maletín, sonrió, para de improviso empezar lentamente a desmaterializarse frente a los ojos de aterrorizado detective, quien no atinó a reaccionar. Sólo media hora después Aguayo fue capaz de acercarse al maletín y abrirlo con sumo cuidado: en él estaba todo el dinero que faltaba para pagar sus honorarios, y una carta donde la mujer le contaba su verdad. La mujer había muerto cinco años atrás, y por el apego y el inmenso amor que le tenía a su marido, le fue imposible partir al más allá sin asegurarse que alguien más lo cuidaría por el resto de su vida. Una vez que se convenció de todo lo que sus ojos habían visto, el hombre guardó en la caja fuerte la carta y la copia del video de seguridad de su oficina donde aparecía el registro de la mujer despareciendo en la nada, y se llevó el maletín con el dinero al banco: por fin su caja fuerte tenía algo de valor.