Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, septiembre 24, 2014

Te perdí

Te perdí. Tu cuerpo se aleja de mí flotando en las trasparentes aguas del torrentoso río, sin posibilidad alguna de alcanzarlo para atesorarlo nuevamente entre mis brazos, y revivir en mi mente los recuerdos que evoca tu ausencia. Nunca fui capaz de demostrarte cuánto te amaba, pese a repetirlo una y mil veces, junto a ti y en soledad.

Te perdí. Amaba acariciar tus dedos, entrelazarlos con los míos, jugar como si la vida fuera un juego, y no la dolorosa realidad que consume nuestras alegrías día tras día, para convertirlas en amarguras, socialmente correctas pero amarguras al fin y al cabo. El entorno mató nuestra alegría, y nunca quise reconocer que yo era parte importante de ese entorno.

Te perdí. Las palabras sobran en este momento de soledad y dolor, en que sólo vivo de recuerdos y sueños imposibles. Sueño con estar en paz, con despertar en paz, con trabajar en paz, con descansar en paz… pero eso está vedado para algunos de nosotros, debemos estar angustiados, trabajar estresados, despertar acelerados, descansar planificando el futuro, ese maldito invento de los físicos teóricos para tener en qué ganarse la vida, y que a todas luces no existe, pues no hay más profecía que la decisión de hacer o dejar de hacer. Y en ese juego de profecías autocumplidas, cumplí todos mis temores y con creces. Ahora el río arrastra tu cuerpo, mientras tu alma viaja en la barca de Caronte hacia el juicio de Hades, quien de solo ver la luminosidad de tu esencia te eximirá de todo cuestionamiento, y te enviará donde mereces estar.

Te perdí. ¿Se puede perder lo que no es de nadie? No lo sé, yo te sentía mía, pero eras sólo de ti. En la tormenta de sensaciones y sentimientos que me confunden y me bambolean, llegué a pensar que una parte de tu esencia me pertenecía, y nunca me di cuenta que apenas obró como un préstamo, que desde el principio tenía cláusula de término y fecha de pago. Como me atrasé, los intereses y multas acabaron con lo poco que había de mí. Y heme aquí, mirando tu cuerpo inerte viajando por el río, a sabiendas que lo justo sería que mi cuerpo navegara y el tuyo siguiera viviendo: mas si hablamos de justicia, no sé qué tan maravilloso pueda ser seguir en esta vorágine, en vez de descansar el descanso eterno que desde siempre se nos ha prometido.

Te perdí. Te perdí porque te quise perder. Si no hubiera quebrado tu cuello no te habría perdido, habrías seguido acá, lejos pero aún acá, y abrigaría la esperanza de reconquistarte. Pero sabía que no te podía reconquistar, pues jamás te conquisté: tú me conquistaste, y cuando logré enamorarme de ti, ya era demasiado tarde. Te maté, porque así recibiré el castigo que mi alma merece, el saberte inalcanzable por siempre; qué importa haber truncado tu vida, si ello sirve para exorcizar mis demonios, mi demonio, mi esencia.

Te perdí. Te perdí, pero no del todo. Mientras tu cuerpo viaja río abajo hacia el mar o algo parecido, y tu alma viaja río arriba hacia el cielo o como sea que se llame, yo viajo a ninguna parte con tus antebrazos en mi mochila: no podría dejar de acariciar tus dedos, y entrelazarlos con los míos.

miércoles, septiembre 17, 2014

Puñetazos ©2014

Presentación

Pedro Montoya es un guardia de seguridad de locales nocturnos, con un glorioso pasado en el boxeo profesional, que se vio abruptamente truncado en la pelea más importante de su vida. Un hecho fortuito en uno de los baños de la discoteque donde trabajaba lo lleva a descubrir un extraño don: la capacidad de guiar a almas en pena hacia la eternidad. Dicho don lo pondrá cara a cara con una trama de dos siglos de historia, tendiente a liberar a las fuerzas del mal sobre la faz de la Tierra. Con la ayuda de un barman, una parapsicóloga y una monja, intentará cooperar en la lucha contra las huestes del infierno, tratando de salvar el destino de la humanidad.

Este relato no tiene otro norte que entretener, entregando un texto de lectura rápida y liviana, sin mayores pretensiones. Ojalá disfruten al leerlo, como yo disfruté al escribirlo.


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miércoles, septiembre 10, 2014

Concentración

No me puedo concentrar. Los estímulos me ahogan, me bombardean, me atosigan y me persiguen, impidiéndome pensar dirigidamente en aquello que quiero, pues de tanto en tanto me hacen querer otra cosa. Así, el tiempo pasa y quedo donde mismo, sin tiempo, sin avances, y lleno de sueños frustrados.

No me puedo concentrar. Los temores nacidos en mi cerebro y provocados por la realidad me impiden disfrutar las cosas buenas que me pasan. No importa lo bien que la vida se porte conmigo, mi cerebro siempre logra rescatar lo malo y potenciarlo, convirtiendo la existencia en una tortura ilimitada e interminable.

No me puedo concentrar. Las ideas abundan en mi cabeza, agolpándose por salir y ver la luz en forma de realidad, pero soy incapaz de ayudarlas a salir y finalmente se quedan ahí, entrampándose en su grandeza, ahogándose en su originalidad, y pudriéndose en la pila de proyectos que no vieron ni verán la luz. Gracias a mi incompetencia y mi desconcentración, mi mente es ahora una gran fosa común.

No me puedo concentrar. Mi cerebro hace presión por salir, y mi cráneo lo limita. Las ideas siguen naciendo, siguen muriendo, se siguen acumulando, siguen haciendo presión por salir, y no logro concentrarme para poder concretarlas y así bajar la presión. Tampoco puedo sentirme feliz pese a serlo, la mierda dentro de mi cerebro obnubila la alegría y sólo deja pasar las sombras de la desesperanza.

No me puedo concentrar. Pero al menos encontré el modo de bajar la presión dentro de mi cabeza, y darle una puerta de salida a todo lo que está dentro de mi cráneo. Dicen que la ventana que abre el calibre .45 libera todo lo que está apresado en esta caja de hueso…

miércoles, septiembre 03, 2014

Demiurgo

Tengo el martillo y el bate de madera listos. Tengo los guantes que uso para las mancuernas puestos, y las manos vendadas bajo ellos. Tengo el odio vivo, las frustraciones latentes, la rabia despierta, los reflejos calibrados, la ira…la ira controlada. Si libero la ira me gobernará, y me impedirá acabar con quienes merecen ser acabados. Sí, me erigí como un demiurgo, elegí un pueblo y lo hice mío, y quienes se niegan a seguir mis reglas y mi ego, morirán por mi cruenta mano y mis inanimadas herramientas. Sí, mis reglas son antojadizas, irracionales, crueles, pero son mías, y nadie del pueblo que hice mío vivirá si no sigue mis reglas.

No me hice un decálogo como el del libro del demiurgo original, mi mandamiento es uno, claro y preciso, simple y conciso: “Razonarás antes de actuar”. Y ahora mi pueblo sufrirá mi ira, por no ser capaces de seguir tan simple mandamiento. ¿Por qué se niegan a pensar, y les da por reaccionar como primates o seres inferiores? ¿Por qué no entienden que su dios no soy yo ni sus egos, sino sus cerebros? ¿Por qué luchan contra el instinto de pensar, y se rinden ante la pulsión de actuar irracionalmente?

¿Iglesia? No gracias, no quiero a nadie arrogándose mi representatividad, yo me represento, y quien piense lo contrario debe estar preparado a ver el contenido de su cerebro desparramado en el suelo. No tengo hijos, así que no habrá mesías ni sacrificio, ni apóstoles tergiversados que fueron sabios pero que terminaron siendo teatralizados como ignorantes por una manga de ambiciosos. Yo soy el fundamento de mi mandamiento, el pilar de mi edificación, el sostén de mis ideas. Yo soy mi piedra, mas no una que sirve de cimiento, sino que me hace tropezar unas veces, o que hace de lastre en otras. El status quo es mi ley, y no puedo derogarla pues es parte de mí.

Camino entre el pueblo que elegí y que hice mío, y nadie me respeta, me ovaciona, me reza o me idolatra: mi propio pueblo, el llamado a cantar loas sobre mí, parece ignorarme. Nadie teme al verme armado con mi bate y mi martillo; nadie tiembla a cada paso que doy, rogando por mi perdón o mi bendición; nadie parece notar siquiera que existo. Creo que llegó el momento de liberar mi ira en esta traílla de mal agradecidos.

Heme aquí, sentado a las afueras de la tierra que le prometí al pueblo que elegí como mío. La tierra está vacía, muerta, abandonada. Mi pueblo murió por mi mano: mi ego no aceptó que el pueblo que elegí como mío no me considerara como su creador, y me convertí en su destructor. Mi martillo y mi bate pesan más que al principio del fin, pues empapados de sangre están hasta en sus más íntimas fibras; mis guantes y vendas quedaron inutilizados; mis brazos están cansados; mi piel está embebida en la sangre de quienes rogaron misericordia cuando ya era demasiado tarde. Ahora soy un demiurgo sin pueblo, el hazmerreír de los ángeles caídos, la vergüenza del resto de demiurgos, comentario obligado de los habitantes del monte Olimpo; lo peor de todo, es que siento la mirada de uno que está más allá de mi entendimiento, y que aún no necesita liberar su ira para hacer cumplir su ley.