Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 28, 2015

Turismo

Los amortiguadores hidráulicos se comprimían al máximo para lograr un aterrizaje suave y silencioso. Luego de terminar el viaje por la estratósfera, promocionado en la agencia como “turismo espacial”, y que no pasaba de ser una travesía de menos de una hora por sobre el límite de la atmósfera en gravedad cero, suficiente como para alcanzar a ver la curvatura de la Tierra y la verdadera oscuridad del espacio exterior, más allá de los falsos colores creados por los gases que mantienen la vida en la superficie del planeta, el joven millonario bajó decepcionado de la nave de lujo. Toda su infancia había soñado con viajar al espacio, y ahora que tenía los medios y la edad para hacerlo, apenas había podido realizar un aburrido vuelo suborbital extremadamente costoso, y que no distaba mucho de cualquier vuelo en su avión ejecutivo.

Esa misma semana, una de sus empresas había logrado capitalizar una serie de convenios con empresarios rusos dedicados a la fabricación y exportación de armas, todos los cuales habían formado parte de las fuerzas armadas en su juventud. El joven empresario vio en ese grupo de personas la posibilidad de ampliar sus negocios más allá de la mera exportación de bienes, y de paso, cumplir su sueño frustrado. Luego de ganar la confianza de los ex militares, marinos y aviadores, les propuso entrar en un nicho que recién se estaba explotando, pero que a todas luces se convertiría en el emprendimiento del futuro: lanzar satélites para gobiernos sin tecnología espacial y para privados.

Un par de años después, su floreciente empresa aeroespacial había dado frutos, captando el interés de muchos gobiernos que se ahorraban años de inversiones en experimentos, y recibían el producto que necesitaban en el corto plazo: satélites de toda índole a los meses de haber firmado el contrato, y apoyo para el soporte a distancia de la preciada herramienta. Por su parte, el joven empresario había logrado convencer al equipo de técnicos para dar el paso siguiente: turismo espacial real. Su idea era cumplir su sueño de niño, de salir realmente al espacio en una nave segura, con todas las comodidades posibles, y no quedarse sólo con un aburrido vuelo suborbital para ver la curvatura de la Tierra y volver de inmediato a la cotidianeidad. Sin embargo, aún faltaba por superar un gran escollo, pues el segundo mayor accionista de la empresa y gerente de la misma, parecía no querer participar del nuevo emprendimiento. El hombre, un ex cosmonauta ruso y oficial retirado de la fuerza aérea, se negaba sistemáticamente a cada intento del joven empresario por ampliar el giro de la empresa. Luego de varios tiras y aflojas, un día el ex cosmonauta invitó al joven a la base aérea de la empresa de la eventual competencia, para hacer un viaje suborbital junto a él.

El joven empresario estaba sorprendido, pues el dueño de la agencia de turismo espacial había sido camarada de armas de su socio. Ese día, el ex cosmonauta comandaría la nave, y el joven empresario viajaría en el asiento del copiloto, mientras el segundo oficial a bordo cumpliría sus funciones desde un puesto secundario; luego de cruzar un par de palabras en ruso, ambos hombres empezaron la monótona pero imprescindible rutina de revisión de sistemas para tener un despegue y un vuelo seguros. Algunos minutos después de despegar, el vehículo asumió una posición casi vertical, iniciando un brusco ascenso que se detuvo en cuanto la nave llegó a la estratósfera.

El joven empresario tenía el cuerpo algo adolorido luego de la maniobra; pese a ello, estaba feliz de estar en manos de un ex cosmonauta con la experiencia de su socio en esos instantes. El piloto posicionó la nave de modo tal que el empresario fue capaz de ver sin dificultad la curvatura de la Tierra; de pronto hizo un extraño giro, dejando la nave en una posición que cambió el ángulo de visión del joven empresario, quien se negaba a dar crédito a lo que sus ojos veían. Ahí, a kilómetros de distancia, la falsa curvatura de la falsa esfera llamada Tierra dejaba ver un planeta plano de forma ovalada, rodeada de monstruos gigantescos ocultos tras el abismo del límite de la realidad, y más allá el espacio era un océano de un fluido negro en el que pululaban transparentes bestias de descomunales dimensiones, entre planetas planos que ofrecían siempre la misma cara a cualquiera que mirara desde la superficie del único planeta habitado, y centro del universo conocido.

miércoles, enero 21, 2015

Bar

Como cada noche de viernes, el viejo Alberto entraba al bar de costumbre a beber lo de siempre. Luego de años de visitas al lugar, saludaba a todo el personal por su nombre, y sin que nadie le preguntara, recibía su destilado de siempre pues siempre bebía lo mismo. El hombre vivía una rutina perfecta, de la que nunca se salía pues hasta ese instante no había sido necesario.

Alberto estaba sentado en la pequeña mesa con una silla de costumbre, para no molestar a nadie ni que nadie pudiera sentarse con él; pese al tiempo que llevaba visitando el bar, no le gustaba compartir en la barra, ni que alguien se sentara con él si es que no había sido expresamente invitado, cosa que hacía años que no sucedía. Alberto había aprendido a vivir en esa soledad acompañada, y no tenía intenciones de empezar a despertar sensaciones dormidas en su pasado.

Alberto miraba a la gente pasar hacia el baño del pub. Le entretenía ver como cada vez alguien preguntaba con cara de desesperación dónde quedaba, para luego volver con cara de satisfacción y relajo a sus respectivas mesas. Una pareja pasó frente a su mesa, tomados de la mano, en dirección a los baños; luego de diez minutos sin verlos aparecer de vuelta, Alberto entendió que debería esperar pacientemente para poder ir a hacer sus necesidades, si es que no quería encontrarse con la pareja liberando sus pasiones donde no debían.

Media hora más tarde, los jóvenes no volvían aún a su mesa. Extrañamente en esa media hora bastantes personas habían ido al baño, y no todas habían vuelto; Alberto se preocupó, ubicó a su mesero de más confianza y le comentó la situación, llevándolo de inmediato a ver qué ocurría en el lugar.

Media hora más tarde el mesero no había vuelto. Además, la luminosidad del ambiente en el sector de los baños parecía haber cambiado, y Alberto no se atrevía a preguntarle a alguien más qué había pasado, pues podía estar ocurriendo algo grave, y no quería poner en riesgo la vida de quienes lo habían acompañado a la distancia por largos años. El viejo tomó una gran bocarada de whisky, se armó de valor  y se dirigió al sector de los baños; cuando llegó al lugar, se encontró con una escena incomprensible.

Alberto se asomó a la mampara tras la cual estaban los baños. En el lugar la mampara daba paso a una especie de desierto de arenas anaranjadas, exageradamente iluminado por un sol amarillo, y que se extendía hasta donde la vista era capaz de ver. El viejo Alberto retrocedió temeroso, buscando la seguridad de su mesa y de la barra del bar; sin embargo, cuando empezó a buscar con sus zapatos la madera que cubría el piso del lugar, se encontró pisando la misma arena anaranjada que estaba ante sus ojos.

Alberto giró bruscamente hacia su mesa; en el lugar había un par de piedras del mismo color de la arena, y toda la ciudad en que estaba el bar se había convertido en el desierto que había visto unos minutos atrás en el baño. Alberto con resignación revisó la pantalla de sistemas vitales en la muñeca derecha de su traje espacial: la alucinación provocada por las drogas incluidas en su régimen había cedido, y ahora debía volver a su trabajo, custodiando un planeta inhabitado a solas, hasta que su jefatura decidiera que era el momento adecuado de convertirlo en un lugar colonizable y habitable para sus congéneres.

miércoles, enero 14, 2015

Francotirador

El francotirador apuntaba su rifle Barret al cuerpo del blanco ordenado. A trescientos metros, el proyectil calibre .50 era mortal, independiente de caer en la cabeza, el tórax, o el abdomen de su objetivo; sin embargo, su experiencia lo llevaba a apuntar algo por sobre la cabeza de su objetivo, para que la gravedad hiciera que el proyectil lanzado impactara en el cuello, provocando una muerte instantánea y sorpresiva. Muchas veces su disparo favorito terminaba decapitando al objetivo o destrozando la cabeza; sin embargo, eso era mejor que disparar alto, destrozando el cráneo pero dejando el centro vital de la base del cráneo intacto, lo que generaba un sufrimiento innecesario, y si las circunstancias lo permitían, obligándolo a un segundo disparo para acabar su misión.

De pronto varias campanadas interrumpieron el bullicio de la calle, dando salida a una verdadera estampida de niñas y jóvenes que trataban de huir luego del colegio de monjas en que pasaban la mayor parte del día, para poder empezar sus trayectos a casa, y olvidarse del estricto régimen educacional y de disciplina en que se encontraban inmersas por decisión de sus familias. No era extraño además que dentro del grupo de estudiantes, algunas religiosas salieran entremezcladas, si es que habían terminado sus labores docentes y necesitaban irse más temprano que el resto de las profesoras. Justo en ese momento, la tragedia se desató: un ruido seco, como el de un martillazo contra una muralla se sintió en medio de las escolares, para dejar al descubierto una imagen espantosa. El cuerpo de una religiosa se desplomaba bruscamente en las escaleras de acceso al colegio, en medio de un reguero incontenible de sangre que manaba a raudales del sitio en que segundos antes estuvo su cabeza, de la que sólo quedaba una masa amorfa e irreconocible.

Los gritos destemplados de las niñas dieron paso a una avalancha de escolares corriendo y rodando escaleras abajo para alejarse del cuerpo desfigurado de la religiosa, y de lo que fuera que la hubiera dejado así. Apenas algunos segundos después un segundo ruido seco, más fuerte que el anterior, terminó con el cuerpo de otra de las religiosas casi descabezado, cayendo inerte sobre el cemento de las escaleras, al momento que un golpe dejó un agujero de diez centímetros de diámetro en uno de los escalones. En los siguientes treinta segundos, tres golpes más se escucharon, y tres cuerpos de religiosas terminaron con sus cabezas desfiguradas y sus cuerpos acostados en el acceso del colegio. Para ese momento, ni escolares ni religiosas quedaban en el lugar, salvo una añosa monja que se paseaba consternada, yendo de un a otro cuerpo, haciendo repetidas veces sobre los cuerpos una forma de cruz romana con una botellita que parecía contener agua. Luego de terminar de pasar por los cinco cadáveres, la monja se persignó y bajó las escalinatas, para desaparecer justo antes de la llegada del primer vehículo policial al sitio del suceso.

 La añosa monja enfiló sus lentos pasos hacia una iglesia ubicada a tres cuadras del colegio. Su lentitud contrastaba con el vértigo con el cual el colegio fue rodeado por vehículos policiales y de fuerzas especiales. Luego de esquivar a intrusos y policías de a pie, la mujer logró entrar a la iglesia, para dirigirse directamente al confesionario, para contarle a su confesor su pecado: haber bendecido los restos de cinco sacerdotisas consagradas a Satanás e infiltradas en la iglesia, que habían sido ajusticiadas por un francotirador que le había anticipado convenientemente sus planes, para permitirle a ella cumplir con su obra de caridad. Con dificultad la monja se arrodilló y esperó su turno: el confesor estaba ocupado en la otra ventanilla del confesionario, absolviendo y bendiciendo al sacerdote que aún tenía su mano y mejilla derecha con el inconfundible olor a pólvora quemada.

miércoles, enero 07, 2015

Barrendero

El cansado barrendero seguía empujando con desidia la basura del amplio bandejón central de la avenida, que hacía las veces de parque, y que le tocaba limpiar esa tarde, viendo a cada segundo cómo el viento levantado por los vehículos que a esa hora circulaban raudos por el lugar, devolvían el polvo y los papeles a su lugar de origen, entorpeciendo y enlenteciendo su monótono trabajo. El hombre, preso de sus malas decisiones y de un mal entorno, había conseguido a duras penas ese trabajo hacía un par de años, luego de otros dos haciendo sólo labores esporádicas escasamente remuneradas, por lo cual debía luchar día a día contra las ganas de botar todo en busca de un futuro mejor, a sabiendas que para alguien como él, ese era el techo al que podía aspirar.

Faltando poco para la hora del almuerzo, el barrendero empezó a apurarse para poder comer tranquilo. De pronto su escobillón chocó contra algo duro, que parecía ser una piedra o algo enterrado en el suelo que sobresalía y bloqueaba el libre paso de su herramienta de trabajo. Luego de evitarlo siguió barriendo, para encontrarse a los pocos metros con otra cosa dura enterrada en el suelo; cuando había llegado al octavo objeto enterrado, pese a haber cambiado de sentido al barrer en un par de oportunidades, se dio cuenta que algo extraño pasaba en ese lugar.

El barrendero venía de vuelta de su colación. Sin decir para qué, consiguió con sus compañeros de trabajo unos cuantos vasos desechables usados que les proveía la empresa, y se dirigió al lugar que estaba limpiando. Pacientemente empezó a pasar el escobillón por donde recordaba haber chocado, hasta toparse con uno de los eventos; al acercarse vio que se trataba de una especie de cilindro enclavado en la tierra, de unos cinco centímetros de diámetro, y que sobresalía los mismos cinco centímetros sobre la superficie de la tierra. De inmediato el barrendero sacó uno de los vasos desechables, y lo puso sobre el cilindro a modo de marca, para no perderlo de vista y seguir buscando el resto.

Después de cerca de media hora en el lugar, el barrendero dio con dieciséis cilindros enterrados en un radio de diez metros, formando un gran círculo en medio del parque. Sin conocer el origen o el objetivo por el cual se encontraban esos cilindros en el lugar, decidió limpiar exhaustivamente el área dentro del círculo, a ver si daba con algo que le permitiera entender su descubrimiento.  Luego de barrer casi con violencia, por si había algo enterrado superficialmente, decidió ir donde parecía estar el centro del círculo; en cuanto pasó con fuerza su escobillón, sintió algo solevantado. De inmediato el hombre dejó en el suelo su herramienta, se arrodilló, y con un viejo cuchillo que usaba para desmalezar y sacar piedras de los jardines, empezó a descubrir el décimo séptimo cilindro.

Una vez terminó de desenterrar el cilindro al centro del círculo, el barrendero se dispuso a colocar un vaso desechable sobre él, para ir en busca de su jefe y sus compañeros de trabajo para mostrarles su descubrimiento. En ese instante un pequeño temblor se dejó sentir en el lugar, al mismo tiempo en que sendas líneas luminosas parecían empezar a unir el cilindro central con los dieciséis de la periferia. Instintivamente el barrendero intentó salir del círculo; sin embargo, y sin mediar ningún ruido, una descarga luminosa manó desde toda la superficie del círculo desintegrando al obrero y proyectándose hacia el cielo, desplazando el eje de la Tierra un par de grados. A los habitantes del sistema Alfa Centauri les quedaban cuatro años y medio de vida, tal y como sus ancestros lo había decidido y planificado milenios antes.