Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, marzo 25, 2015

Alma

Dicen que el alcohol oculta los fantasmas. No sé si será verdad, pues nunca he visto uno en mi vida; si así fuera, el mundo estaría lleno de videntes cansados de su don, y los bares serían verdaderos centros de sanación y reposo para esa pobre gente. No, nunca he visto un fantasma en mi vida, tal vez porque ya no estoy vivo.

Deambular como alma en pena en el mundo físico es complicado; cuando morí no vi pasar mi vida entera ante mis ojos, no vi ninguna luz, túnel, ángel, o lo que sea que debiera haber visto. Recuerdo mi cadáver viejo, decrépito, casi seco botado en la cama; recuerdo a mi familia, manga de zánganos rodeando mi cadáver más como buitres que como deudos... traílla de vagos, ojalá se vayan luego al infierno. ¿Y si esto es el infierno?

Nunca he penado a nadie. Desde que morí nadie me ha podido ver, al menos que yo sepa. Extrañamente tampoco he visto otras almas dando vueltas por ahí, como se podría pensar. De hecho he ido a casas que yo sabía en vida que estaban embrujadas, y no encontré nada ni a nadie. ¿Y si soy el único fantasma que queda en la tierra?

Estoy aburrido de estar muerto, estoy estancado en la nada, peor que cuando estaba vivo... bueno, no al menos cuando era joven. De joven fui un héroe de la patria, un soldado que arriesgó la vida por acabar con el gobierno de turno que sólo buscaba vender la patria y el poto a los enemigos de la sociedad. Yo fui de aquellos obreros que luego del pronunciamiento militar, trabajamos arduamente por conseguir información de quienes eran detenidos en la lucha por librar del cáncer ideológico a la patria. Hubo que hacer sacrificios y a veces hasta traspasar los límites, pero todo fue por un bien mayor. Creo que el único temor real que tenía al morir era ver las almas de alguno de los que murieron por mi mano, pero hasta ahora no ha sucedido.

Dicen que el alcohol oculta los fantasmas. Cresta, desde que morí no sé qué significa tomarse un trago, y ahora lo necesito con urgencia. Jamás creí estar equivocado, y no me importaba que así fuera, o al menos eso pregonaba en vida, cuando nos juntábamos con algún colega en retiro que empezaba con cosas raras. Pero hace un rato todo se fue a la mierda, o tal vez más lejos aún: mientras pensaba en la nada como siempre, algo se hizo presente en mi realidad, por primera vez en todos los años que llevo de muerto: pese a haber rogado a cada instante por saber de alguien en esta realidad, esto es lo único que hubiera deseado que jamás ocurriera. Ese algo o alguien habló en silencio a cada parte de mí, para darme el peor mensaje que pudiera haber recibido: lo que vivo es la antesala del infierno, como pago por mis pecados contra otros humanos. Luego de innumerables milenios, recién pasaré a la eternidad de castigo y sufrimiento, para ver si alguna vez mi alma merece volver a reencarnar, donde sea y en lo que sea...

miércoles, marzo 18, 2015

Venganza

Sergio yacía en el suelo, desangrándose y gritando presa de un espantoso dolor. Mientras sentía que la vida se le iba lentamente por la sangre que perdía a borbotones por la pierna, una imagen fantasmagórica casi lo paralizó, e hizo que su sufrimiento pareciera casi eterno.

Sergio era un afamado escritor, cuyas novelas ya habían traspasado las barreras de país, continente e idiomas, convirtiéndolo casi en una celebridad mundial, con todos los pros y contras de dicha condición. Si bien es cierto tenía la vida casi asegurada con las ganancias y contratos con su casa editorial, su meteórico ascenso había despertado la envidia de algunos de sus contemporáneos, que apenas lograban hacerse un nombre a nivel local, a costa de un esfuerzo que consideraban tanto o más valedero que el suyo. Pocos sabían todos los sacrificios que habían permitido al ahora famoso escritor, lograr vivir de un arte mal mirado, y apenas considerado como oficio por quienes ostentaban algún título profesional.

Sergio había sufrido un extraño accidente. Un día, mientras paseaba tranquilamente por un parque, fue atropellado en un cruce peatonal por un motorista, quien luego de derribarlo, aplastó su tobillo con la rueda trasera para luego huir del lugar, dejando al escritor con una fractura que debía ser operada a la brevedad, según el veredicto del traumatólogo que lo vio en la urgencia. Luego de consultar una segunda opinión y confirmar el diagnóstico del primer galeno, el escritor empezó a planificar sus tiempos para poder ser operado lo antes posible.

Dos meses después, Sergio aún seguía en terapia de rehabilitación, para mejorar la marcha, la estabilidad, y ganar masa muscular para los años que tenía por delante. Extrañamente luego de la cirugía, el traumatólogo había renunciado a la clínica y se había mudado de ciudad, dejando el manejo posoperatorio en manos de un colega. Según le había comentado el nuevo traumatólogo, su cirugía había requerido el uso de un par de tornillos de titanio, que deberían ser extraídos algunos años más tarde, una vez que hubiera terminado la reparación y remodelación ósea. Lentamente Sergio estaba empezando a ver su vida normalizada, y tenía la esperanza de retomar su carrera literaria en el corto plazo.

Sergio caminaba por el mismo parque en que había sido atropellado hacía ya cuatro meses, tratando de conjurar sus miedos. Al llegar al cruce esperó a que nada viniera cerca, y pudo, pese a su cerebro, cruzar la calle sin que nada le sucediera. Cuando había avanzado un par de metros y se había atrevido a apurar la marcha, el ruido de una potente explosión lo dejó ensordecido, y con un dolor inconmensurable en su tobillo operado.

Sergio yacía en el suelo. En el lugar en que estaba su pie, ahora no había más que jirones de músculos y piel quemada, de los cuales manaba sangre a raudales. De pronto una sombra apareció frente a él, dejándolo paralizado presa del miedo y el estupor: el traumatólogo que lo había operado estaba de pie, con una especie de detonador en su mano y un libro en la otra, que arrojó en la cara del sufriente escritor. Sólo en ese instante reconoció el nombre del autor de aquella terrible novela que había destrozado con sus críticas, que no era otro que el mismo cirujano. El despechado médico se encargó de atropellar a Sergio, operarlo, y colocar tornillos de titanio huecos, rellenos de un explosivo plástico de alto poder, para poder detonarlos y llevar a cabo su cruenta venganza. Justo cuando el escritor intentó suplicarle ayuda a su antojadizo enemigo, una segunda persona se dejó ver, dejando a Sergio sin posibilidad de reaccionar: la esposa del traumatólogo, una joven odontóloga, que había reemplazado cuatro piezas dentales de Sergio por implantes de titanio para poder llevar a cabo la cirugía del tobillo, le pasó a su esposo el segundo detonador, aún sin activar.

miércoles, marzo 11, 2015

Asalto

El grupo de comandos de élite tenía todo listo para ejecutar la misión encomendada. Luego de ubicar el objetivo a eliminar en el vigésimo octavo piso de una torre de oficinas localizada en pleno centro de la ciudad, los soldados decidieron escalar la torre de noche para evitar ser vistos y no causar mayor agitación en una ciudad que todavía no era alcanzada por la guerra, y cuya ubicación estratégica era apetecida por todos los bandos en conflicto. Había que trabajar en las sombras y en silencio mientras fuera posible, y así ganar posiciones derramando sólo la sangre de los involucrados.

El asustado anciano miraba sorprendido por la pared de vidrio templado del piso 28 hacia la calle. Aún no lograba entender por qué estaba en ese lugar, ni por qué debían protegerlo de un gobierno al que no conocía y quería acabar con su vida. Su existencia se había complicado de un día para otro por un comentario estúpido contra alguien poderoso, y ahora debía pagar consecuencias que a todas luces parecerían desproporcionadas para cualquiera que entendiera a cabalidad el tenor de los hechos.

Los soldados a cargo de la seguridad del anciano habían bloqueado ascensores y escaleras, dejando aislado el piso desde arriba y abajo, de modo tal de dificultar cualquier intento por asesinar a su protegido, y con un poder de fuego tal capaz de contrarrestar cualquier ataque de comandos. De pronto una serie de golpes secos en una de las paredes de vidrio llamó la atención del vetusto hombre: sólo los reflejos de uno de los guardias lo salvaron de una muerte segura.

El piloto de drones del grupo de élite era el único miembro del equipo que no participaría del asalto como tal. Instalado en la parte posterior de una SUV modificada de vidrios polarizados, era el encargado de hacer el ataque inicial tendiente a distraer y asustar al objetivo, y si la suerte se lo permitía, a llevar a cabo la parte más compleja de la misión. Luego de ubicar en la pantalla el piso en cuestión, y de lograr ver con la cámara térmica el desplazamiento esperable para un grupo de custodios, abrió fuego con la ametralladora de uno de sus drones, logrando destruir la pared de vidrio templado, dejando a la vista al guardia que tironeaba con fuerzas a un anciano de estrafalaria vestimenta: el objetivo. De inmediato el operador mantuvo estacionario el primer aparato, y con el segundo dron abrió fuego por la pared lateral del mismo piso, logrando el mismo resultado y dejando dos posibles frentes para el ataque del equipo. Justo cuando se aprestaba a intentar introducir los drones al edificio para tratar de eliminar el objetivo, dos explosiones casi simultáneas dieron cuenta de ambas máquinas, que terminaron destrozándose contra el pavimento, noventa metros más abajo.

El anciano no entendía nada. Luego de escuchar los golpes secos en el vidrio, alguien lo tomó por la ropa, y de un solo tirón lo lanzó detrás de una suerte de barricada de mesas armada justo frente a la salida del casino del piso, y cerca de los ascensores. Mientras se incorporaba adolorido, vio a dos soldados meter sendas granadas en los cargadores ubicados bajo los cañones de sus ametralladoras, disparando casi al mismo tiempo contra los aparatos que habían quebrado las paredes de vidrio del lugar. El anciano vio que el lugar quedó vulnerable por dos frentes, y pese a la molestia del encargado de su seguridad, decidió usar su experiencia para colaborar con la situación.

El grupo de comandos de élite subía a toda velocidad por una de las paredes del edificio, mientras el operador de drones preparaba un tercer aparato de mayor envergadura para atacar por el segundo flanco descubierto. Cuando faltaban cerca de seis pisos para alcanzar su objetivo, vieron volar a alta velocidad al dron cargado de ametralladoras y lanza granadas, para distraer a las fuerzas de seguridad y causar el mayor daño posible, mientras ellos llegaban para acabar la misión. Cuando estaban a un piso de llegar, descubrieron que lo que creyeron un disparate en su momento, era la única verdad de toda la escaramuza.

El anciano trabajaba a toda velocidad, ayudado por uno de los miembros de seguridad. Al sentirse culpable de todo ese alboroto, había decidido tomar cartas en el asunto y asumir su responsabilidad en la situación de asedio en que se encontraban. Al no saber nada de tecnología, debió apoyarse en su guardaespaldas para poder usar los hornos microondas disponibles en el piso, y así poner su experiencia en pos de su propia defensa, y de quienes luchaban por protegerlo. Luego de algunos minutos esos aparatos maravillosos dejaron todo listo para ejecutar su plan. De pronto el dron apareció por una de las paredes rotas, siendo atacado por los guardias, quienes descargaron todos sus proyectiles para derribar el aparato. El anciano por su parte, ayudado por su guardaespaldas, se encargó de la otra pared, pues obviamente por ahí llegarían las tropas de élite a cargo del asalto. Por culpa de su comentario estúpido el brujo de la corte lo envió mil años hacia el futuro, no sin antes convencer al rey que dejara un escrito que fuera abierto en esa fecha por su descendencia, para acabar con el anciano. Por su culpa sus descendientes debieron hacerse cargo de su seguridad, desencadenando un conflicto entre dos naciones vecinas cuyas repercusiones sólo se sabrían en otro futuro, más lejano aún. Ahora por fin podría paliar en parte, usando su experiencia en la defensa del castillo de su otrora señor, los problemas que había desencadenado. En cuanto el guardaespaldas le avisó que la tropa de comandos estaba a menos de tres metros de distancia, dejó caer sobre ellos el contenido del fondo de aluminio: cincuenta litros de aceite hirviendo, que quemaron e hicieron caer al vacío a los atacantes, tal como lo hacía mil años atrás.

miércoles, marzo 04, 2015

Esqueleto

Tres de la mañana. La iglesia se encontraba vacía a esas horas, por lo cual el avezado ladrón debía estar descalzo, cubriendo sus pies sólo con gruesas calcetas, para que el eco de la enorme estructura no fuera a despertar a nadie. El viejo cuidador de autos, que en las noches hacía las veces de guardia a cambio de un espacio tibio para dormir y dinero suficiente para comer y beber, dormía plácidamente hacía ya una hora producto de la caja de vino barato que había bebido.

El ladrón había sido contratado por un excéntrico y millonario traficante de objetos de arte, quien tenía una macabra e inconclusa colección que rayaba en lo bizarro: esqueletos de soldados del siglo XIX. Su motivación casi parecía racional: no era lógico poner uniformes y armas de época en maniquíes o vitrinas, si se podía utilizar los esqueletos de aquellos que en vida utilizaron esas vestimentas y esas armas. Su colección era exigua, por lo difícil de conseguir esqueletos completos y en buen estado, y porque debía recurrir a delincuentes avezados y de alta monta para lograr conseguir nuevas piezas, lo que era exageradamente caro por los riesgos involucrados si se era descubierto. Además, era el mismo coleccionista el que debía conseguir toda la información de la ubicación de las piezas: los ladrones sólo se encargaban de robar sus encargos, no de encontrarlos.

El ladrón avanzaba silencioso por una de las alas laterales de la iglesia. Su linterna le dejaba ver de tanto en tanto retablos que marcaban las estaciones del via crucis; pese a que le incomodaba notar que en todas las imágenes al menos una de las caras representadas parecía estar mirándolo, debía fijarse en ellas para encontrar el encargo que le habían hecho. Mal que mal el robo por encargo de objetos arqueológicos y de arte era su oficio, y dependía de ello para subsistir. Luego de ubicar el espacio que separaba la octava de la novena estación, se dirigió a una serie de placas de mármol que marcaban la presencia de la tumba de una dama de la sociedad y benefactora de la iglesia hacía ya dos siglos; después de algunos segundos de meter los dedos por los bordes de la plancha en que estaba labrado el nombre de la mujer, logró desplazarla, y hacerse de una especie de llave de piedra que estaba escondida en un hueco en la pared. La información que le había dado el coleccionista, al menos hasta ese instante, era perfectamente precisa.

El ladrón cruzó hacia la otra ala de la iglesia. Justo frente a la placa tras la cual se encontraba la llave de piedra, había un ladrillo deslavado oculto por un paño que colgaba de la imagen de un santo. Al descorrerlo y mover un poco el ladrillo, apareció tras éste un espacio de la misma forma de la llave de piedra, que obviamente funcionaba como cerradura. Luego de girar la llave, un crujido le hizo saber que sólo le faltaba empujar el muro para acceder al pedido de su cliente.

Tres y media de la mañana. El ladrón por fin pudo acceder a la bóveda secreta donde se encontraba supuestamente el esqueleto que le habían encargado. Con delicadeza, respeto pero sin miedo, avanzó por el estrecho espacio alumbrando con una potente linterna, que le permitió ver a un metro de distancia un ataúd de metal; en ese instante el ladrón decidió colocarse una mascarilla, pues sabía que en el siglo XIX solían sepultar cadáveres con enfermedades infecciosas en ataúdes metálicos para aislar el contagio, del cual no se conocía la causa en ese entonces. Al acercarse al ataúd descubrió de inmediato los seguros tipo mariposa que sellaban las paredes del artilugio, los que procedió a soltar luego de colocarse unos gruesos guantes de cuero. Cuando estaba desatornillando la última mariposa sintió un crujido, que de inmediato desestimó al saberlo propio del rechinar del metal contra metal.

Tres y treinta y tres de la mañana. Fuertes pasos se escuchaban con un ensordecedor eco dentro de la parroquia. El viejo cuidador despertó del efecto del vino, y corrió con un bate de madera como arma en ristre hacia la gran puerta de madera de la iglesia, la que encontró entreabierta, dejando ver una pequeña luz en una de sus alas laterales. El viejo entró con cuidado: en ese momento un enorme esqueleto de cerca de dos metros de altura lo derribó de un empujón, no sin antes ser alcanzado por el golpe de su bate. El sonido que hizo el golpe y el reflejo de las luminarias en su superficie le hicieron creer que había sido derribado por un esqueleto metálico. El estado del cadáver del ladrón terminó por confirmar su alocada sospecha.