Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, septiembre 23, 2015

La Mar

Manuel remaba con todas sus fuerzas. Esa tormentosa madrugada había resultado peor que cualquiera de sus pesadillas, y ahora debía seguir luchando contra la mar por su vida, mientras rogaba porque ninguna otra sorpresa empeorara su casi malograda existencia.

Manuel era patrón de un barco de pesca artesanal. Por treinta años había luchado por quitarle peces a la mar para hacer de ellos su vida y sustento. Manuel era cuidadoso de pescar sólo lo necesario para su subsistencia, y para la de aquellos que trabajaban con él; gracias a ello nunca les había faltado nada en la vida, e inclusive quienes se habían ido de su lado y seguido su forma de ser, también habían logrado prosperar y ser hombres de mar exitosos y hasta felices.

Manuel era un hombre respetuoso de sus tradiciones. Para él, todo lo que le había inculcado su familia era palabra sagrada, por lo que honraba dichas enseñanzas cumpliéndolas al pie de la letra sin siquiera cuestionárselas, aunque ellas pasaran por encima de su religión, o hasta de su bolsillo. Su padre, hombre de mar como también lo fue su padre, y el padre de su padre, le enseñó que cada vez que pescara, el primer pez capturado debía ser devuelto como ofrenda a la mar, para mostrarle respeto. Aún recordaba esa máxima ineludible, que aprendió a los siete años, cuando por primera vez fue de pesca en el barco de su progenitor; también recordaba como si fuera ayer, que en su inocencia se atrevió a preguntar el porqué de dicha tradición, recibiendo un doloroso bastonazo en la cabeza de manos de su abuela, recordándole que las tradiciones se siguen y no se cuestionan. Pese a todas las locuras y maldades de niñez, aquella fue la única vez que alguien de la familia lo golpeó.

Esa madrugada uno de sus hombres llegó con su hijo de dieciocho años para empezar a enseñarle el oficio, luego que el joven se negara a seguir estudiando o a trabajar en tierra, pese a tener a su pareja incidental embarazada. El muchacho parecía no entender normas o no querer seguirlas, y casi se quedó en tierra al negarse a usar salvavidas; sólo cuando vio que quedaría abajo se lo colocó, y fue autorizado por Manuel a subir. Luego de navegar veinte o treinta millas mar adentro, echaron las redes y tal como siempre, una vez levantadas pero antes de recogerlas, Manuel sacó con una red de mano uno de los peces, y lo devolvió a la mar como ofrenda, sin percatarse que justo antes el aprendiz había sacado con un arpón otro pez, para mostrarles a todos que él era más rápido que el patrón; cuando Manuel se dio cuenta, ya era demasiado tarde.

Una enorme ola apareció de la nada, barriendo con la cubierta del barco y llevándose con ella al muchacho, su padre, y dos hombres más. El resto de la gente corrió a sujetarse de donde pudiera, mientras Manuel botaba un bote de remos y se lanzaba con él al agua; pese a sus gritos nadie lo escuchó, y no tuvo tiempo para salvar la vida del resto de su gente. En cuanto el bote cayó a la superficie, Manuel empezó a remar sin mirar atrás, ni siquiera cuando escuchó un monstruoso bramido, los gritos destemplados de sus hombres, y un aterrador eterno crujido de veinte segundos, que fue lo que duró la agonía de su fiel barco.

Manuel remaba con todas sus fuerzas. Sin saber cuántas millas faltaban para llegar a la caleta, seguía luchando contra las olas y la marea, para intentar salvar su vida de la ira de la mar, quien solamente estaba cobrando el justo precio por el desprecio del hombre a las reglas de la vida. De pronto una extraña vibración remeció su bote, y justo frente a él apareció una descomunal bestia, mezcla de cachalote y calamar, que al verlo reconoció en él a quien siempre había cumplido con su ofrenda, por lo que luego de bramar, se hundió en las profundidades de su reino. Manuel alcanzó a ver, pese al miedo, que el monstruo traía enredado en lo que podría corresponder a su cabeza, un pedazo de madera en que se alcanzaba a leer “La Mar”, y que no era otra cosa que un trozo del nombre del barco “La Marcela II”, en el que había muerto su abuelo por no respetar la eterna tradición. 

miércoles, septiembre 02, 2015

Soñador

La pluma se desplazaba con dificultad sobre la hoja de papel. Cada letra ofrecía resistencia para avanzar y terminar de brotar sobre la nívea superficie; parecía como si el metal del artefacto debiera primero labrar un surco para luego llenarlo con tinta, y así hacer más eterna su permanencia en la frágil y efímera lámina flexible donde se desplegaba, por medio de palabras, el alma del escritor. Pese a que el soñador estaba dispuesto a compartir sus sueños, éstos parecían negarse a quedar expuestos a vista y paciencia de cualquiera que viera ese escrito.

La mente del soñador hervía en ideas. Una suerte de fiebre parecía consumir su cerebro, luchando por ser liberada y expresada a quien quisiera o pudiera acceder a ella. Pese a que el soñador sabía que sus escritos no eran atractivos para los lectores, no cejaba en su lucha por escribir todo lo que su mente quería escribir; sin embargo, la velocidad de sus sueños era mucho mayor que su capacidad de escribir, por lo que a cada rato se encontraba con las manos acalambradas y los sueños agolpados sin poder salir de su encierro.

El soñador seguía luchando contra la pluma, la tinta y el papel. De pronto pareció quedarse dormido de la nada, dando paso a las vívidas imágenes de sus sueños.

Un entorno negro envolvía el sueño. En un lugar cualquiera del espacio, el nombre completo de una persona aparecía escrito con letras brillantes, quedando grabado al instante en el subconsciente del soñador, para luego desaparecer del sueño y dar paso a un nuevo nombre. Así, en los breves minutos de inconsciencia del soñador, decenas de nombres colmaron su memoria, los que se agolparon por salir en cuanto abrió los ojos.

El soñador estaba cansado. Su mano ya no era capaz de escribir tan rápido todos los nombres que lo inundaban cada vez que despertaba. Pese a que nadie lo apremiaba por escribir, sabía que su demora podía tener consecuencias, y el hecho que nunca hubiera sucedido no era garantía suficiente que no podía ocurrir alguna vez; mal que mal, los años no habían pasado en vano, y una suerte de cansancio parecía estar invadiéndolo día tras día, sin que por ello dejara de hacer su trabajo.

La pluma se desplazaba con dificultad sobre la hoja de papel. Cada vez era más difícil escribir sus sueños, pero no podía dejar de hacerlo. Nombre tras nombre se sucedían en sus sueños, y nombre tras nombre se transcribían a la hoja de papel. Su huesuda mano a veces parecía no dar abasto, luego de milenios escribiendo en el libro de la vida el nombre de los que debían dejar de vivir. Pese a ser la Muerte, no estaba exento de la imprescindible burocracia del más allá.