Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, noviembre 25, 2015

Orfebre

El crisol hervía sobre la poderosa llama, manteniendo líquido el noble metal en su interior, y cauteloso al orfebre para no cometer error alguno en el vaciado en el molde. Nunca le habían encargado un trabajo tan extraño como ese, ni nadie le había ofrecido tanto dinero por tan poco esfuerzo.

La muchacha caminaba nerviosa hacia el taller del orfebre. Luego de meses de búsqueda había encontrado a un artista capaz de hacer las piezas que ella necesitaba, y que había accedido a fabricarlas luego que ella le explicara el objetivo de dichas piezas, condición indispensable para lograr el resultado esperado. Después de una semana de trabajo, el plazo exacto comprometido, el artista la había llamado a su celular para confirmarle que no había tenido contratiempo alguno, y que podía ir a buscar sus piezas a la hora convenida, para llevarlas consigo luego de pagar el saldo pendiente.

El orfebre había roto los moldes donde había vaciado las siete piezas de oro de 24 quilates, y ya llevaba varias horas en el trabajo de limpieza de impurezas y pulido de las superficies, para que el resultado dejara conforme, y en lo posible impresionada a la clienta: nunca estaba de más satisfacer su ego de artista con la expresión de asombro de quienes iban por algo y recibían un producto muy por sobre sus expectativas. En este caso, y por la simpleza de las piezas, la presentación perfecta era imprescindible para lograr su superfluo y vano objetivo.

La muchacha iba casi agitada, por fin su espera estaba por terminar, y podría usar aquello por lo que tanto había luchado y en lo que tanto había soñado. El sacrificio económico había sido enorme, y el personal mucho más aún, por lo que sólo le quedaba apurar el paso para llegar al taller.

El orfebre por fin podía descansar, las siete piezas de oro estaban en una caja de madera oscura, cubierta en su interior con terciopelo morado, esperando a que su dueña llegara a reclamarlas. En espera de ese momento, el artista revisaba el diagrama que le había dejado la joven, para ayudarla a colocarse las joyas y cumplir con los deseos de la extraña mujer.

La muchacha llegó al taller. Luego de saludar efusivamente al orfebre, éste cerró la puerta del taller y llevó a la joven a una sala interior, que tenía una pequeña mesa con una caja de madera cerrada y una camilla a su lado. La muchacha abrió la caja y quedó extasiada al ver que el diseño de las piezas era tal y como ella lo había encargado. Después de cancelar la deuda, había llegado el momento de colocarse sus joyas, con ayuda del orfebre.

La muchacha se desnudó y se acostó en la camilla con los ojos cerrados. El orfebre tomó la pieza de oro que tenía el número uno, y lo acercó a la cabeza de la muchacha, según el diagrama: en ese instante un agujero se abrió en la parte superior de su cráneo, dejando el espacio perfecto para que el clavo de oro entrara, y desapareciera una vez se hubiera encajado, para que luego el agujero se cerrara sin dejar evidencia alguna de su existencia. Terminado el proceso con los restantes seis clavos, la muchacha se vistió, y luego de despedirse del artista, salió al mundo con sus siete chakras conectados y potenciados por el circuito de oro físico que había incorporado a su cuerpo.

miércoles, noviembre 18, 2015

Acrónimo

El joven sacerdote revisaba nervioso el antiguo misal que había encontrado esa tarde. Cada letra que sacaba del vetusto libro con la fórmula que acompañaba el hallazgo, se convertía en un eslabón más de una cadena que no estaba seguro de querer alargar, ni menos cerrar.

El sacerdote, que no llevaba más de dos meses de creado, gustaba de juntarse a conversar con los sacerdotes más ancianos de la congregación, dentro de los cuales destacaba uno, el más añoso de todos, quien había sido rector del convento y que hacía dos años había abandonado su cargo por problemas de salud. Ahora el anciano vivía casi enclaustrado en su habitación, saliendo sólo para lo obligatorio del día a día: ir al baño y al comedor. El hombre se notaba simpático, conversador y empático con quienes quisieran acompañarlo en el lugar; sin embargo, en cuanto abandonaba la habitación, se tornaba parco y ansioso, tanto como para empezar a palidecer y marearse, lo que desaparecía en el instante en que retornaba al dormitorio. Así, su vida transcurría en el encierro, la lectura, la meditación, y las conversaciones con el joven sacerdote, quien parecía una verdadera esponja absorbiendo sus experiencias de vida.

Esa mañana el sacerdote había recibido la asignación de su primera parroquia, el logro más importante de su vida, que obviamente quería y necesitaba compartir con su mentor y confidente de esos dos meses. En cuanto llegó a la casa de la congregación se encontró en la puerta de entrada con una ambulancia con todas sus puertas abiertas; el joven sacerdote, temiendo lo peor, se fue corriendo al dormitorio del anciano, quien se encontraba respirando con dificultad, rodeado del personal de rescate y de varios de los sacerdotes del convento, y cubierto de cables y vías venosas por todos lados. Cuando el joven consultó al encargado de la ambulancia, la respuesta fue lapidaria: el sacerdote estaba agonizando, y lo único que podían hacer era apoyarlo para que su deceso fuera en paz.

El joven sacerdote volvió a los pocos minutos, ataviado para dar la extremaunción a su mentor, autorizado por el rector del lugar, quien accedió debido a la cercanía que había entre ambos hombres. Cuando el sacerdote anciano lo vio, empezó a agitar sus brazos y a intentar hablar, sin que pudiera pronunciar palabra alguna. Luego de ungir a su viejo amigo, éste dejó de existir con una expresión de angustia al ver lo que el joven había hecho.

El día de su sepultación fue doloroso para todos en el convento, pues el sacerdote era el más antiguo en el lugar, y nade sabía cómo sería la vida en la edificación sin sus sabias palabras y acertadas reflexiones. Terminado el rito, el joven se dirigió a la habitación del fallecido padre, para tratar de entender su extraña reacción al recibir el último sacramento. Luego de revisar su escritorio, al ponerse de pie se tropezó con una tabla suelta que había al lado de una de las patas del mueble. Su sorpresa fue enorme cuando la levantó con la punta del pie, y se encontró con un espacio ocupado por un antiguo misal con tapas de cuero, y una inscripción grabada a fuego bajo la tabla, que decía “Acrónimo con el inicio de cada párrafo”. El sacerdote tomó el libro, buscó el capítulo 1, y luego de leer las primeras letras de los primeros seis párrafos, se dio cuenta que escondían un mensaje indescifrable sin la indicación bajo la tabla.

El joven sacerdote revisaba nervioso el antiguo misal que había encontrado esa tarde. Luego de transcribir todas las letras iniciales de los párrafos de todo el misal, y de separar lógicamente las palabras, pudo entender la expresión de su apreciado mentor: “si vas a dar la unción al dueño de esta habitación, heredarás su labor de guardián de las puertas del averno, bienvenido a la morada que no puedes abandonar hasta tu muerte, pues tu consagración es la cerradura de esta maldita puerta, amén”