Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

lunes, diciembre 08, 2025

Caminata

El muchacho despertó en el bus, nuevamente se había pasado varias cuadras de su paradero original. Sin apurarse demasiado tocó el timbre para la siguiente parada, se bajó y empezó a a caminar con parsimonia a su casa. Ya era costumbre pasarse todos los días en la tarde de vuelta a su hogar, por lo que ya sabía qué hacer: se bajaba donde estuviera, se ponía sus audífonos, los conectaba al teléfono y empezaba a caminar escuchando su música favorita.

Esa tarde su radio estaba tocando la música de siempre, cuando la canción que sonaba fue cortada abruptamente por un periodista, quien avisó que había un extra noticioso. El joven se incomodó, y en la pantalla del teléfono cambió de emisora y siguió escuchando música: dos minutos más tarde la canción que sonaba fue cortada por otro periodista quien empezó con el mismo discurso. El joven volvió a sacar el teléfono y volvió a cambiar de emisora. Sin darse cuenta, a su alrededor, la gente empezaba a hablarse de la nada en la calle.

Luego de la octava ocasión en que una radio cortaba transmisiones para dar un extra noticioso, el joven se aburrió, desconectó la radio y encendió una aplicación que reproducía las canciones que traía grabadas en su dispositivo. A su alrededor la gente se juntaba con rostros de preocupación, mientras el muchacho seguía avanzando despreocupado.

Doce minutos más tarde las alertas de su teléfono no paraban de sonar. Mensajes de texto, llamadas perdidas, estados de redes sociales, y un sinfín de alertas intentaban llamar su atención mientras él sólo quería seguir caminando y escuchando música sin que nadie lo interrumpiera. A su alrededor la gente se abrazaba, estallaban en llanto y muchos inclusive se arrodillaban en el suelo a rezar. El muchacho no entendía nada, y sin embargo seguía caminando pues le importaba más llegar a su casa antes de saber lo que fuera que estuviera sucediendo.

El muchacho por fin llegó a su casa. En la reja de la entrada estaba su madre con los ojos rojos. El joven se sacó los audífonos y le preguntó qué le pasaba, pues no entendía. La mujer, que conocía perfectamente a su hijo, simplemente indicó con su índice el cielo: cuando el muchacho levantó la vista, vio los miles de naves espaciales que estaban por comenzar la destrucción de la vida humana en el planeta.