El
muchacho despertó en el bus, nuevamente se había pasado varias
cuadras de su paradero original. Sin apurarse demasiado tocó el
timbre para la siguiente parada, se bajó y empezó a a caminar con
parsimonia a su casa. Ya era costumbre pasarse todos los días en la
tarde de vuelta a su hogar, por lo que ya sabía qué hacer: se
bajaba donde estuviera, se ponía sus audífonos, los conectaba al
teléfono y empezaba a caminar escuchando su música favorita.
Esa
tarde su radio estaba tocando la música de siempre, cuando la
canción que sonaba fue cortada abruptamente por un periodista, quien
avisó que había un extra noticioso. El joven se incomodó, y en la
pantalla del teléfono cambió de emisora y siguió escuchando
música: dos minutos más tarde la canción que sonaba fue cortada
por otro periodista quien empezó con el mismo discurso. El joven
volvió a sacar el teléfono y volvió a cambiar de emisora. Sin
darse cuenta, a su alrededor, la gente empezaba a hablarse de la nada
en la calle.
Luego
de la octava ocasión en que una radio cortaba transmisiones para dar
un extra noticioso, el joven se aburrió, desconectó la radio y
encendió una aplicación que reproducía las canciones que traía
grabadas en su dispositivo. A su alrededor la gente se juntaba con
rostros de preocupación, mientras el muchacho seguía avanzando
despreocupado.
Doce
minutos más tarde las alertas de su teléfono no paraban de sonar.
Mensajes de texto, llamadas perdidas, estados de redes sociales, y un
sinfín de alertas intentaban llamar su atención mientras él sólo
quería seguir caminando y escuchando música sin que nadie lo
interrumpiera. A su alrededor la gente se abrazaba, estallaban en
llanto y muchos inclusive se arrodillaban en el suelo a rezar. El
muchacho no entendía nada, y sin embargo seguía caminando pues le
importaba más llegar a su casa antes de saber lo que fuera que
estuviera sucediendo.
El
muchacho por fin llegó a su casa. En la reja de la entrada estaba su
madre con los ojos rojos. El joven se sacó los audífonos y le
preguntó qué le pasaba, pues no entendía. La mujer, que conocía
perfectamente a su hijo, simplemente indicó con su índice el cielo:
cuando el muchacho levantó la vista, vio los miles de naves
espaciales que estaban por comenzar la destrucción de la vida humana
en el planeta.