El
escritor estaba borrando su noveno borrador de cuento de la mañana.
Su imaginación y las musas parecían no querer acompañarlo ese día,
y los intentos de forzar una idea habían sido infructuosos. Luego de
terminar nuevamente con la pantalla en blanco, y después de media
hora de mirar videos en el computador, decidió tomar un café
cargado y salir a caminar para despejarse y ver si luego de la marcha
las ideas regresaban a su cabeza.
Dos
horas más tarde el escritor seguía caminando sin ser capaz de
despejarse. En ese momento se dio cuenta que el motivo de su
desconcentración era que estaba ansioso. La noche anterior no había
dormido bien pues había tenido una pesadilla bastante extraña en la
que un pedazo de un edificio caía sobre su cuerpo aplastándolo y
dejándolo inmóvil del cuello hacia abajo. El hombre pasó a una
farmacia, preguntó, y le vendieron un medicamento de origen natural
para intentar manejar la ansiedad.
Luego
de media hora de tomar el medicamento la ansiedad pareció ceder, por
lo que el hombre decidió volver sobre sus pasos a su domicilio a ver
si ahora sí podía volver a escribir, y para variar un poco el
paisaje decidió irse por otro camino. El hombre caminaba
despreocupado, hasta que pasó al lado de un edificio viejo con una
rica fachada; el hombre se quedó viendo la mampostería, hasta que
de pronto se fue a negro.
El
hombre volvió en sí un segundo después; se encontraba de pie al
lado de su cuerpo, sobre el que había caído la cabeza de una
estatua ubicada en el techo del viejo edificio, dejándolo con una
enorme herida en su cabeza que sangraba profusamente. Mientras los
curiosos se acercaban a intentar ayudarlo o a grabar videos para
subirlos a sus redes sociales, notó a un hombre de mediana edad de
mirada seria parado al lado de él. El hombre no movió sus labios,
pero escuchó claramente en su cabeza cómo su ángel de la guarda lo
reprimía por no haber previsto el accidente luego del sueño
premonitorio que le enviara la noche anterior para intentar salvarlo
de la invalidez.