La
oficinista tomaba un café caliente antes de empezar la jornada
laboral. Lejos de las tiendas de moda de café que venden café con
nombres rimbombantes y en vasos de algún tipo de plástico, ella era
de café en taza, con platillo y cuchara, sin cremas, saborizantes ni
ningún adorno: ella sólo tomaba café del que llaman expresso, en
alguna cafetería clásica o simplemente en la casa o en la oficina.
Esa mañana el café parecía saber mejor que de costumbre, pese a
ser la misma marca de siempre, y con la misma cantidad de azúcar que
siempre (porque para ella el café se tomaba con azúcar y no con
endulzante).
A
media mañana la joven mujer sintió la necesidad de tomar un nuevo
café. Luego de terminar un informe se sirvió un nuevo café, el
cual disfrutó de principio a fin. Media hora más tarde su cuerpo le
pidió otro café, el cual se arregló para poder tomar con
tranquilidad. La mujer no entendía el por qué, pero esa mañana
parecía necesitar más café.
A
mediodía la mujer ya llevaba nueve tazas de café, y seguía con
ganas de tomar más café. La mujer no entendía lo que pasaba, pero
sólo se preocupaba de calmar su pulsión. De pronto, al terminar de
almorzar y tomarse la décima taza de café, empezó a tener extrañas
visiones que nada tenían que ver con su vida.
En
sus visiones la mujer se veía como obrera de una construcción,
acarreando sacos de cemento al hombro, y subiendo con ellos corriendo
por una rampa de madera. La mujer se sentía cansada con el trabajo,
pero lo podía seguir haciendo. De pronto en una de las subidas se
tropezó, cayó al suelo desde cerca de un metro de altura, y uno de
los sacos cayó pesadamente sobre su pecho, generándole un gran
dolor y limitando su respiración. En ese momento la visión terminó
y se hizo presente la realidad, que la dejó perpleja y con ganas de
volver a la visión.
La
mujer se vio botada en el suelo, con la blusa abierta y con un hombre
apretando su tórax. De pronto se escuchó el sonido de una sirena:
una ambulancia llegó al lugar y se hizo cargo de su cuerpo.
Cincuenta minutos más tarde pararon de hacer cosas y se escuchó
otra sirena: era un vehículo policial del cual bajaron tres
carabineros, los que luego de conversar con la gente de la ambulancia
cercaron el sector con cintas plásticas de color amarillo y
cubrieron su cuerpo con una lona plástica. La mujer en ese instante
entendió el efecto del café en su cuerpo, justo cuando llegaba un
tercer vehículo al lugar: el servicio médico legal había llegado
para recoger su cuerpo para definir la causa de su muerte esa tarde
de invierno.