El
hombre fumaba su pipa en la biblioteca de la casa; mientras hojeaba
un libro, veía el humo salir de la pipa y el vapor de la taza de
café que descansaba en el arrimo de la habitación. De la nada
sintió una especie de empujón en el brazo izquierdo; en ese momento
despertó en el bus mientras la pasajera que iba sentada a su lado lo
despertaba para poder bajar en el paradero. El muchacho se desperezó,
le dio la pasada y sujetó firmemente su vaso de café con una mano y
el libro que estaba leyendo antes de quedarse dormido con la otra. El
muchacho pensó en lo que estaba soñando, sonrió, y abrió el libro
en la página que tenía marcada.
Media
hora más tarde el muchacho volvió a despertar, se había pasado
quince cuadras de su destino. El joven se bajó a la carrera, botó
el vaso de café y empezó la caminata hacia el trabajo, pues no le
alcanzaba el presupuesto para pagar un pasaje de más por el exceso
de sueño al no haber dormido adecuadamente la noche anterior por
haberse quedado leyendo hasta demasiado tarde. Mientras caminaba
pensaba en el sueño, en tener una biblioteca en la casa, pero más
que nada tener los medios para trabajar menos horas a la semana para
tener más tiempo para leer.
El
muchacho caminaba lentamente al trabajo, pues iba leyendo en el
trayecto. El joven ya conocía a su jefe, y sabía que con el retraso
que llevaba le descontaría el día completo, por lo que no valía la
pena apurarse para llegar antes a una jornada económicamente
perdida. Además, el libro estaba llegando al climax, y no podía
esperar para saber el desenlace de la novela de acción.
El
joven cruzó despreocupado la calle, sintiendo un bocinazo tras de
sí, y un golpe seco luego del bocinazo. En ese instante los
transeúntes se dirigieron corriendo hacia el vehículo; la
curiosidad pudo más que el libro y el joven se dio vuelta. Dos
metros más allá estaba el auto con el capó abollado; a los siete
metros había un cuerpo botado en el suelo, y un libro ensangrentado.
El muchacho se acercó al cadáver, y al mirar el rostro del
accidentado se reconoció inmediatamente; al ver su libro vio que las
páginas estaban cubiertas de sangre, tal como el libro físico. El
alma del joven sonrió amargamente: la sangre en su libro le impedía
saber el desenlace de la historia. El joven había muerto por su amor
a la literatura, y gracias a su sangre jamás sabría cómo terminaba
la historia que le quitó la vida.