Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, septiembre 14, 2025

Asesino

El asesino caminaba por la plaza mirando el entorno; hacía días que no terminaba con la vida de nadie por lo que inconscientemente daba vueltas para ver si encontraba a alguien con el perfil que seguía y así poder darle continuidad a su seguidilla de homicidios. Hasta ese momento llevaba cinco muertos, y aparentemente las policías y la fiscalía aún no eran capaces de seguir el patrón que había ideado, pese a lo evidente que al menos para él era. El hombre asesinaba hombres chilenos de no más de un metro cincuenta de estatura, de no más cuarenta kilos de peso y de no menos de sesenta años. El patrón parecía antojadizo, pero no lo era.

El padre del asesino era un enjuto hombre de un metro cuarenta y nueve de estatura que pesaba treinta y ocho kilos, que cuando joven había sido boxeador, y pasados los sesenta años se dedicó a usar a su esposa, del mismo peso y estatura, como saco de boxeo. El asesino vivía solo, e iba una vez cada dos semanas a ver a su madre, y siempre la encontraba con moretones en la cara y el cuerpo. La última vez que la vio estaba con más moretones, con la cabeza en una posición imposible, el cuello roto y tapada por una lona de la policía. En ese momento el hombre se descontroló, buscó a su padre, lo mató a golpes, para luego desmembrar su cuerpo y lanzar los restos a un río. Terminado ello tomó sus cosas y se mudó de ciudad, con la sed de venganza viva, por lo que decidió seguir asesinando a hombres que le recordaran a su progenitor, del que heredó la violencia y el instinto asesino.

El hombre miraba a todos en la plaza. De pronto apareció un hombre pequeño y muy delgado, que calzaba perfecto con sus estándares físicos; sin embargo, no parecía tener más de treinta y cinco años. El asesino pensó un poco, y decidió que cuando ese hombre cumpliera los sesenta años se pondría tan malvado como su padre, por lo que rápidamente decidió asesinarlo. Luego de meterle conversación e invitarle una cerveza, lo golpeó con una enorme piedra en la cabeza quebrándole el cráneo y acabando con su vida al instante. Un minuto después, algo que nunca había sucedido ocurrió frente a sus ojos.

El cuerpo con la cabeza rota se puso de pie. Con la cabeza partida miró al asesino quien no entendía nada; el asesino miró en el suelo hasta encontrar otra piedra más grande con la que nuevamente golpeó la cabeza del pequeño joven, quien cayó al suelo para un minuto más tarde volver a ponerse de pie para mirar, ahora con un ojo medio salido, a su verdugo quien seguía sin entender lo que sucedía. El asesino encontró un pastelón de concreto que apenas logró levantar, con el cual terminó por reventar lo que quedaba de la cabeza del joven, quien por tercera vez se puso de pie de frente al asesino quien ya no sabía qué hacer. A su lado, la Muerte se negaba a llevarse a alguien que no cumpliera estrictamente con el patrón del asesino, por lo que devolvería el alma a lo que quedara del cuerpo las veces que fuera necesario hasta que el asesino entendiera y volviera en sí.