Muchos
crujidos se escuchaban esa mañana en la obra. Los trabajadores
habían llegado temprano como siempre a su faena, pero al llegar
sintieron que todo crujía, como si el trabajo hubiera quedado mal
hecho, o la tierra bajo la edificación estuviera cediendo. El
capataz al llegar también se dio cuenta de que todo crujía, ordenó
a su gente no entrar al lugar y llamó de inmediato a su jefatura
para informar lo que estaba pasando y saber cómo proceder.
Una
hora más tarde un equipo de ingenieros, geomensores y arquitectos
llegaron al lugar con muchos aparatos que loe obreros no conocían.
Luego de otra hora más de inspecciones llegaron a la conclusión que
nada extraño había en el trabajo ejecutado ni en el terreno, por lo
que probablemente eras crujidos normales para la etapa de la obra en
que estaban. Pese a la incredulidad de los obreros se dio reinicio a
los trabajos, sin que nada pasara en dos horas de trabajo; terminado
el plazo y estando seguros que nada pasaría, los profesionales se
retiraron del lugar dejando a los trabajadores seguir con el plan de
trabajo.
El
resto del día transcurrió sin mayores contratiempos; sin embargo
media hora antes del término de la faena los crujidos reaparecieron
con más intensidad. Pese a ello los trabajadores siguieron su
trabajo sin que nada pasara, lo que los tranquilizó para que
pudieran seguir en sus labores. De pronto el operador de la grúa
sintió algo raro en su asiento, al mirar a su lado vio algo que no
pudo entender.
Al
lado del operador de la grúa había una persona con la piel gris y
pintada con colores vivos, rapado al cero, torso desnudo, y con una
especie de pantalón de cuero de animal con todos sus pelos. El
hombre ahogó un grito de espanto e intentó comunicarse por la
radio; al abrir el canal escuchó que varios de sus compañeros
denunciaban casi lo mismo. En ese momento los obreros empezaron a
salir de la obra; cuando todos estuvieron fuera los obreros se
encontraron con más de una decena de mapuches con vestimenta de
guerra mirándolos con la misma extrañeza con que miraban los
obreros. Diez minutos más tarde apareció un arqueólogo en el lugar
con el jefe de la empresa constructora con documentos que demostraban
que el lugar era un cementerio indígena, y que la obra debería ser
suspendida hasta que sacaran todos los restos del lugar. Al ver
llegar a los profesionales las almas desaparecieron al igual que los
crujidos.