La
adolescente miraba incesantemente el reloj en espera de la llegada de
su padre, quien la vendría a buscar en auto luego de la fiesta. La
muchacha ya había rechazado a cinco vehículos de padres que habían
ido a buscar a sus propias hijas, en espera que llegara su
progenitor. El hombre bastante añoso había sido padre tardío, y
ahora debía lidiar con costumbres modernas que le costaba aceptar,
dentro de las cuales estaba el teléfono celular, aparato que no
usaba porque le quitaba su privacidad. Así, la muchacha sólo supo a
la hora que su padre había salido a buscarla, pero no tenía idea de
cuándo pasaría a recogerla.
Cuatro
de la mañana. La calle estaba vacía, casi no pasaban autos y nadie
transitaba a pie. La muchacha seguía esperando a que la fueran a
buscar. De pronto un vehículo antiguo modificado, con luces de neón
bajo la carrocería, enormes parlantes con música estridente que
estaba despertando a todo el barrio y pintura fosforescente se detuvo
al lado de la muchacha. Desde el interior cuatro hombres jóvenes la
invitaron a subir, a lo que la muchacha se negó cortésmente. En ese
momento los ocupantes de los asientos traseros abrieron la puerta, se
bajaron, y subieron a la fuerza a la muchacha. En cuanto cerraron las
puertas el vehículo reinició la marcha.
Cuatro
y media de la mañana. El padre llegó con su vehículo a la esquina
donde debía recoger a su hija; en el lugar lo esperaba la muchacha,
algo despeinada y con la ropa algo más arrugada que de costumbre. El
padre le preguntó si la había pasado algo, lo que la muchacha negó.
Al preguntarle por segunda vez la muchacha titubeó: el hombre detuvo
el vehículo, apagó el motor y miró a la muchacha a los ojos. La
joven se deshizo en disculpas para evitar contarle a su padre lo que
había pasado y así evitarse el regaño. Luego de dos minutos sin
que el hombre despegara sus ojos de los de la muchacha, la
adolescente se decidió a hablar.
Los
hombres avanzaron cerca de cinco cuadras con la muchacha. Uno de
ellos, el más joven,, metió la mano por debajo de la falda de la
adolescente. En ese momento la muchacha lo miró a los ojos, los
cuales tornaron de color café a rojo fuego, abrió su boca y clavó
con violencia sus colmillos en el cuello del hombre, quien gritó
desesperado antes de morir desangrado. Los otros ocupantes del
vehículo vieron con estupor cómo el cuerpo de la adolescente se
llenaba de gruesos pelos grises y su cuerpo tornaba a algo parecido a
un cánido. Cinco minutos más tarde los cuatro ocupantes del auto
estaban muertos, y una especie de perro enorme volvía trotando a la
esquina acordada, para luego retomar la forma de mujer humana
adolescente. Su padre la miró, y le dijo que en la casa hablarían
acerca de los permisos para volver a salir de noche.