Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, agosto 03, 2025

La repartidora había detenido su trabajo de delivery esa tarde para tomarse un té. La muchacha venía de una familia de rancias tradiciones las cuales había evitado desde pequeña, salvo la costumbre de tomar té a la hora que fuera para calmar los ánimos, calentar el cuerpo, descansar o simplemente desconectarse de la realidad. En la mochila de reparto traía un termo metálico de buena calidad que mantenía el agua caliente por bastantes horas, y una o dos cajas de bolsitas de té de sabores surtidos para elegir según la circunstancia.

Esa tarde había tenido bastante trabajo, su vehículo había sido fiscalizado por carabineros, y le habían tocado buenos clientes que hasta le habían dado propinas por el reparto. La muchacha estaba tranquila y satisfecha, por lo que detuvo la moto para beber una taza de té a modo de celebración. Al abrir la caja se encontró con una bolsita de una variedad desconocida, que ni siquiera recordaba haber comprado; la muchacha revisó la bolsa y al ver que no tenía nada extraño la puso en la taza, vertió suficiente agua caleinte, le echó dos cucharadas de azúcar, y empezó a beberla mientras veía el tráfico pasar.

La muchacha empezó a notar que los vehículos pasaban más rápido que de costumbre; de pronto su visión se hizo algo borrosa, tanto que le costaba distinguir las formas de los objetos de la calle. La chica recogió el empaque de la bolsa de té y la empezó a revisar, pensando que tal vez podía estar en mal estado, vencida, o tener componentes dañinos para la salud. En cuanto vio la fecha de fabricación su vista se recuperó por completo, pero no lograba entender lo que estaba pasando.

La muchacha estaba desconcertada. La ciudad parecía haber envejecido, la gente vestía con ropas de los años veinte, los vehículos eran escasos y enormes, y la ciudad parecía andar en cámara lenta. En ese momento la muchacha vio que estaba frente a una tienda con un letrero que decía Gath y Chaves: en el vidrio de una de las vitrinas vio su imagen reflejada. Estaba vestida como hombre, su motocicleta se había convertido en una bicicleta de época, y en su espalda llevaba una mochila con el nombre de una tienda y una dirección. Al darse cuenta que aún tenía en su mano la taza de té, bebió el resto de la taza, la guardó en la mochila, y se dirigió a un carabinero que vestía una capa de gabardina y gorra gris verdosa, para preguntarle cómo llegar a la tienda y empezar a vivir su nueva vida.