La
repartidora había detenido su trabajo de delivery esa tarde para
tomarse un té. La muchacha venía de una familia de rancias
tradiciones las cuales había evitado desde pequeña, salvo la
costumbre de tomar té a la hora que fuera para calmar los ánimos,
calentar el cuerpo, descansar o simplemente desconectarse de la
realidad. En la mochila de reparto traía un termo metálico de buena
calidad que mantenía el agua caliente por bastantes horas, y una o
dos cajas de bolsitas de té de sabores surtidos para elegir según
la circunstancia.
Esa
tarde había tenido bastante trabajo, su vehículo había sido
fiscalizado por carabineros, y le habían tocado buenos clientes que
hasta le habían dado propinas por el reparto. La muchacha estaba
tranquila y satisfecha, por lo que detuvo la moto para beber una taza
de té a modo de celebración. Al abrir la caja se encontró con una
bolsita de una variedad desconocida, que ni siquiera recordaba haber
comprado; la muchacha revisó la bolsa y al ver que no tenía nada
extraño la puso en la taza, vertió suficiente agua caleinte, le
echó dos cucharadas de azúcar, y empezó a beberla mientras veía
el tráfico pasar.
La
muchacha empezó a notar que los vehículos pasaban más rápido que
de costumbre; de pronto su visión se hizo algo borrosa, tanto que le
costaba distinguir las formas de los objetos de la calle. La chica
recogió el empaque de la bolsa de té y la empezó a revisar,
pensando que tal vez podía estar en mal estado, vencida, o tener
componentes dañinos para la salud. En cuanto vio la fecha de
fabricación su vista se recuperó por completo, pero no lograba
entender lo que estaba pasando.
La
muchacha estaba desconcertada. La ciudad parecía haber envejecido,
la gente vestía con ropas de los años veinte, los vehículos eran
escasos y enormes, y la ciudad parecía andar en cámara lenta. En
ese momento la muchacha vio que estaba frente a una tienda con un
letrero que decía Gath y Chaves: en el vidrio de una de las vitrinas
vio su imagen reflejada. Estaba vestida como hombre, su motocicleta
se había convertido en una bicicleta de época, y en su espalda
llevaba una mochila con el nombre de una tienda y una dirección. Al
darse cuenta que aún tenía en su mano la taza de té, bebió el
resto de la taza, la guardó en la mochila, y se dirigió a un
carabinero que vestía una capa de gabardina y gorra gris verdosa,
para preguntarle cómo llegar a la tienda y empezar a vivir su nueva
vida.