El
viejo vendedor de libros usados estaba algo nervioso. Llevaba más de
cincuenta años dedicado al oficio de librero, luego de heredar de su
padre la librería de usados en la que se ganaba la vida. El hombre
acostumbraba acompañar a su padre desde niño al lugar, por lo que
estaba impregnado de los textos y sus ubicaciones. Cuando su padre
falleció, de inmediato se hizo cargo del negocio, pues necesitaba el
dinero para mantener a su madre y a sus hermanos menores, quienes no
heredaron el gusto por la literatura, ni menos aún del comercio de
libros de segunda mano.
El
hombre recordaba con ansiedad a su padre. Pese a que la relación
entre ambos fue siempre excelente, la sombra de la muerte del
progenitor quedó grabada a fuego en la memoria del hijo. El hombre
siempre le decía a su hijo que leyera los libros que más adelante
vendería. También le decía que no los leyera todos, que siempre
dejara uno sin leer, porque las viajas brujas decían que si
terminaba de leer todos sus libros, la muerte llegaría en forma del
último libro que hubiera leído; luego de ello el hombre le guiñaba
el ojo y largaba una larga y sentida carcajada que inmediatamente
daba a entender el carácter de broma de dicha frase. O al menos, eso
era lo que ambos creían.
El
muchacho llegó una tarde a acompañar a su padre. El hombre acababa
de cerrar un libro de historias de gangster; en ese momento el hombre
le contó a su hijo que ese era el libro que le faltaba por leer de
toda la librería. Esa tarde la usaron para conversar acerca de
literatura como siempre; cuando el reloj dio las siete de la tarde,
ambos empezaron a bajar cortinas para cerrar el negocio; en ese
momento frenó bruscamente frente al negocio un auto antiguo, de más
cincuenta años desde su fabricación. Del interior bajaron cuatro
hombres vestidos con ternos de la época del auto y todos con
sombrero de fieltro, tres con revólveres enormes y uno con una
ametralladora Thompson, y de la nada balearon a su padre frente a él.
El reporte de la autopsia describió más de sesenta tiros en el
cuerpo del malogrado hombre. Del vehículo y sus ocupantes nunca más
se supo.
El
viejo vendedor de libros miraba para todos lados. La última remesa
de libros usados se había demorado, y sin darse cuenta había
terminado de leer el último libro que le faltaba de toda la
colección en venta. El hombre empezó a recordar el destino de su
padre, mientras miraba con espanto la novela de terror que había
terminado de leer.