La
muchacha saltaba rítmicamente frente al espejo del gimnasio. Desde
niña le habían enseñado que el cuerpo debía ser cuidado por lo
que para ella la actividad física era tan importante como comer o
respirar. Todos los días asistía al gimnasio al menos una hora,
además de trotar diez kilómetros al día de lunes a viernes y
pedalear veinte kilómetros los sábado y domingo. Gracias a ello y a
una nutrición balanceada, la muchacha se mantenía delgada, sana y
se veía bastante más joven que las muchachas de su misma edad.
Esa
mañana de invierno la muchacha vio en el gimnasio a una mujer de
edad madura levantando pesos; la muchacha toda su vida había hecho
actividad aeróbica, y jamás se había atrevido a levantar siquiera
una mancuerna de un kilo. La muchacha recordaba a su padre quien
siempre le dijo que si hacía pesas parecería hombre, por lo que
decidió no intentarlo nunca. Sin embargo esa mañana la muchacha vio
el físico de la mujer, y le pareció hasta más sano que el propio.
La joven se acercó al entrenador de piso y le preguntó por las
pesas; el hombre sacó la información de la muchacha de una tablet,
ingresó los datos a un software, y luego de diez segundos el sistema
arrojó un programa adecuado para que la muchacha empezara a hacer
pesas de forma segura.
Seis
meses después la muchacha estaba irreconocible. De su espigada forma
original no quedaba nada, ahora tenía un cuerpo perfectamente
definido, musculoso, había enanchado sus hombros, brazos y piernas y
había marcado su abdomen. En esos momentos era el foco de miradas
del gimnasio, tanto de hombres como mujeres; de hecho la mujer que la
había inspirado la miraba con envidia. La muchacha ahora iba tres
horas al día al gimnasio, y había incorporado a su régimen
suplementos nutricionales que habían facilitado su desarrollo en tan
corto plazo. La chica estaba satisfecha, y ahora su objetivo era
crecer un poco más en masa muscular y luego mantenerse en el tiempo.
Esa
mañana la muchacha despertó sobresaltada, había tenido una
pesadilla muy vívida donde su padre la recriminaba por estar
haciendo pesas, y le decía que pagaría caro el haberlo
desobedecido. Cuando despertó se sintió aliviada al darse cuenta
que era un sueño, y como siempre se levantó llena de ánimo para
empezar un nuevo día. Al descubrir la ropa de cama se dio cuenta que
estaba bastante más musculosa, y notó con espanto que además
estaba mucho más velluda; probablemente alguno de los suplementos le
había provocado eso, por lo que debería cambiarlos. Al levantarse
cruzó bruscamente las piernas, lo que le provocó un dolor que jamás
había sentido: al mirar dentro del pantalón, vio un pene y dos
testículos colgando de su pelvis. La muchacha corrió al baño, se
desnudó y se miró al espejo: la imagen que le devolvía era la de
un hombre. En ese momento recordó a una tía suya que de un día
para otro empezó a hacer pesas y desapareció, para que dos meses
después llegara a la familia un hombre musculoso cuyas facciones se
parecían demasiado a las de su tía, y que fue presentado como un
pariente lejano que se incorporaría a la familia. Ahora no quedaba
otra que llamar a su padre, contarle lo que había pasado y pedir
ayuda para inventar una historia similar a la de su tía tío.