Las
gotas de lluvia golpeaban con fuerza el parabrisas del taxi. La
conductora, mujer de treinta y siempre años, buscaba pasajeros en
los mojados transeúntes que a esa hora de la mañana avanzaban hacia
sus trabajos como podían en medio de la maraña de paraguas de todos
los portes y colores. Otros caminaban sólo con parka o impermeable,
y los menos previsores caminaban bajo la lluvia sin nada esperando
que un milagro los secara. Desde la aparición de las aplicaciones de
transporte de pasajeros la clientela había disminuido
ostensiblemente, pero ella seguía saliendo en busca de aquellos que
aún gustaban de los clásicos vehículos negros de techo amarillo.
Un
brazo se alza a mitad de cuadra. La mujer hace cambio de luces y se
detiene al lado del pasajero quien entra raudo al vehículo. El
hombre no dice nada. La mujer de la nada sabe dónde debe ir e inicia
el viaje. La mujer se detiene. El hombre sin mirar el taxímetro le
entrega el dinero justo de la carrera. El hombre se baja. La mujer,
confundida, empieza a buscar otro pasajero.
Al
día siguiente a la misma hora la mujer se encuentra manejando en la
misma calle y la rutina se repite. Terminada la carrera la mujer mira
su mano con el dinero justo mientras el hombre desaparece a la
distancia. Aún no logra ver su rostro, pues nunca había mirado por
el retrovisor cuando el hombre subía.
Dos
meses después la rutina ya era costumbre. De lunes a viernes a la
misma hora y mismo lugar, mismo pasajero, mismo viaje, mismo pago,
mismo pasajero sin rostro.
Esa
mañana la mujer estaba decidida a ver el rostro de su pasajero. A la
hora de siempre y en el lugar de siempre estaba él con el brazo
alzado. La mujer se detiene y lo deja subir. En vez de seguir
manejando se da vuelta a mirarlo. Donde debía estar su rostro había
un espacio negro, de una oscuridad que jamás había visto en toda su
existencia. En ese momento se escuchó el derrape de frenos del
camión blindado que no alcanzó a notar la presencia del taxi sino
hasta demasiado tarde. La taxista murió instantáneamente. El ser
con rostro de infierno, conocido por muchos como Muerte, esperaba en
otra esquina a otro taxista al que quedara poca vida para empezar a
preparar su destino cruel.