Caronte.
Cerberus. Estigia. Hades. La fascinación por los seres del averno
hacía que el hombre le colocara esos extraños nombres a sus
mascotas. Caronte y Cerberus eran dos perros callejeros que se habían
metido un día a su casa por un hueco en la reja y desde ese entonces
se habían adueñado del antejardín y del corazón del hombre, que
amaba a los animales más que a cualquier ser humano. Estigia por su
parte era una gata enorme, casi tan grande como sus hermanos
perrunos, que fue dejada colgada en la rama de un árbol dentro de
una bolsa cuando tenía apenas horas de haber nacido. El hombre
agradecía que el dueño hubiera decidido dejarla ahí y no haberla
ahogado o algo peor; la gata era la dueña de casa, dormía dentro
del dormitorio del hombre, generalmente en su cama o en algún otro
mueble que decidía según su estado de ánimo. El cuarteto lo
completaba Hades, un enorme cuervo que un día lo siguió volando
desde la feria, y que se quedó en la casa sin pedir nada a cambio
más que la compañía del hombre y sus animales, a quienes ya
consideraba su bandada.
La
casa era vieja, mal mantenida, la pintura estaba resquebrajada y
deslucida, los postigos de las ventanas colgaban con bisagras menos,
dándole al lugar un aire de película de terror. Eso al menos
pensaron los cinco delincuentes que esa noche decidieron entrar por
la fuerza al lugar.
El
hombre despertó sobresaltado al ver cinco rostros mirándolo en la
madrugada en su cama. Luego de un breve forcejeo los cinco hombres lo
maniataron y lo dejaron en la misma cama. Grande fue su desilusión
al ver a sus perros caminando al lado de los delincuentes, dejándose
inclusive acariciar por los pelafustanes. Mientras tanto la gata
seguís durmiendo sobre la cama a su lado sin dar señales siquiera
de despertar. El cuervo no estaba por ninguna parte.
El
hombre yacía resignado en su cama. De pronto el sueño lo invadió y
empezó a cabecear, dando rápidamente paso a un extraño sueño. En
él, el hombre veía cómo Caronte aparecía con su bote para
llevarse a los delincuentes, quienes eran azuzados por Cerberus,
cuyas tres cabezas ladraban y mordían independientes una de otra. De
pronto en el suelo apareció un curso de agua: el río Estigia, por
el cual navegaría el bote para llevarse a los criminales. Al fondo
se veía un ser enjuto y pequeño, pero cuya presencia hizo gritar a
los delincuentes: Hades, el dios del inframundo, los estaba esperando
para darles la bienvenida al infierno. En ese instante escuchó
pasos, alguien tomó con firmeza el picaporte de la puerta, y luego
de gritar en voz alta “policía”, entró junto a dos uniformados
más, todos con sus armas en las manos. Luego de soltarlo le dijeron
que un vecino los había llamado, y que necesitaban que los
acompañara para explicar lo que había pasado.
Los
cinco delincuentes yacían apiñados en el recibidor de la casa,
muertos. Los cadáveres estaban llenos de mordeduras por todas partes
de sus cuerpos. Todos tenían además cuatro arañazos en paralelo en
uno de los lados de sus cuellos, que había sido el golpe mortal para
ellos; además, todos estaban con las órbitas vacías, sin ojos. A
medio metro de ellos estaban los dos perros moviendo sus colas con
los hocicos ensangrentados, mientras la gata se lamía una garra que
estaba roja por la sangre fresca. Detrás de ellos estaba el cuervo
protegiendo los diez ojos que le había sacado a los delincuentes.
Después de esa noche, la casa fue declarada maldita por el ideario
popular, y nunca más nadie intentó entrar al hogar del hombre y sus
mascotas.