Con
un suave beso en la mejilla la madura secretaria saludó al joven
periodista que estaba recién llegando al diario esa mañana. La
mujer saludó de esa forma al joven para marcar cercanía con el
profesional desde el primer momento, y para enseñarle que pese a no
ser profesional ella tenía cierto estatus en la empresa. El joven se
sonrojó pero contestó el saludo para luego dirigirse a la oficina
de su jefe para empezar con su primer trabajo.
Dos
meses después el joven ya estaba bien ubicado en sus labores en el
diario. Cada mañana la secretaria se acercaba a él a saludarlo de
beso en la cara, cosa que él correspondía alegremente. La
secretaria se había convertido e un gran apoyo para el joven
enseñándole con quién meterse y no meterse para avanzar rápido en
el trabajo, a quién pedirle favores, a quién creerle. En suma, la
mujer le enseñó a relacionarse en la empresa para no cometer
errores.
Cinco
años más tarde el joven había alcanzado un puesto de jefatura en
la empresa, lo que lo tenía económicamente más tranquilo y
laboralmente más estable. Ese día llegó temprano uno de los
directores del periódico, quien luego del correspondiente saludo de
beso de la secretaria, lo llamó para conversar con él en su
oficina.
El
director le preguntó sin rodeos acerca del saludo que dio en la
mañana; el joven le explicó al director acerca de la secretaria,
luego de lo cual el director se quedó en silencio, para luego
ponerse de pie, ir a un librero, sacar un archivador y llevarlo donde
el joven con una página abierta. En ella había una foto de la
secretaria, y un par de frases que no tenían sentido.
El
joven miraba la foto sin entender. En ella estaba impresa la frase
“en recuerdo de nuestra querida compañera por su temprana
partida”, y bajo la frase una fecha del año 1975. El director le
contó que su trabajo en la empresa estaba muy bien valorado, pero
que le tenían un apodo: “loco”, por su costumbre de besar el
aire todas las mañanas. Luego el director le contó que la
secretaria de la foto era la mano derecha del primer gerente del
diario que se enamoró de ella pese a estar ambos casados, y ante su
negativa a tener una relación furtiva la asesinó en el mismo
diario. Desde ese entonces más de cuarenta periodistas habían
intentado quedarse en ese cargo pero habían huido del lugar el mismo
día de sus llegadas, y sólo él había logrado consolidarse. El
director se despidió de mano del joven, y le aconsejó que de ese
momento en adelante saludara de beso al fantasma de la secretaria en
su oficina, con la puerta cerrada. En la puerta el alma de la mujer
miraba a su protegido y a su asesino darse la mano, entendiendo que
el tiempo de partir había llegado.