El viejo músico camina lo más rápido que
puede para llegar a tiempo a su presentación. Sus cansadas piernas se mueven
cada vez con más dificultad, haciendo de sus viajes jornadas interminables de
crujidos en rodillas y caderas e hinchazón en sus pantorrillas; así, hacía ya
más de diez años que acostumbraba llevar un piso plegable para tocar sentado,
pues pese a considerar que limitaba su actuación, le era imposible hacerlo de
otro modo sin causar lástima en quienes deberían disfrutar sus presentaciones.
El viejo músico por fin pudo dar con el
lugar donde debía actuar. El lugar estaba lleno de personas que conversaban animadamente,
dejando el escenario desocupado, en donde de inmediato se ubicó para empezar a
instalar sus instrumentos y pistas de apoyo. El trabajo estaba algo escaso,
pero gracias a décadas de actuaciones responsables y ordenadas, siempre había
alguien dispuesto a pagar por sus servicios. Pese a su lentitud, sus dolores, y
la dificultad para encontrar el lugar, había llegado a tiempo suficiente para
empezar a la hora pactada.
El viejo músico instaló su piso plegable,
y abrió su maleta con ruedas para empezar con la tediosa tarea de instalar
amplificación, cables, micrófonos, atriles, y todo lo necesario para empezar a
actuar. En algunas ocasiones la gente que lo contrataba lo ayudaba a instalar
todo para comenzar a la hora con la actuación, pero ese día nadie parecía
tomarlo en cuenta; de todos modos ello no era impedimento para tener todo a
tiempo para hacer su trabajo tan bien como lo hacía desde que empezó su carrera
musical.
El viejo músico dejó para el final la
maleta principal. Al abrirla, no pudo dejar de impresionarse, como cada vez que
hacía ese ritual, de la guitarra que llevaba con él cerca de medio siglo y que
parecía sonar mejor con cada actuación. Con sumo cuidado la sacó, la acostó
sobre su piso plegable, para luego de limpiar el casi inexistente polvo de su
superficie sacar un diapasón metálico para revisar la afinación del
instrumento: pese a tener bastante tecnología dentro de su maleta, no cambiaba
el diapasón por un afinador electrónico a pilas. Luego de comprobar que todo
estaba listo, se sentó en el piso, encendió la amplificación, colocó el cuerpo
de la guitarra sobre su pierna derecha, y se dispuso a empezar a actuar. Justo
en ese momento notó algo raro en el escenario.
El viejo músico miraba con tristeza el
escenario. En él había un ataúd, que se encontraba rodeado por colegas de
siempre y sus familiares más cercanos; sobre la tapa descansaba su guitarra de
madera, silente y lista para emprender el viaje final con su dueño. Con
lágrimas en sus ojos el viejo músico comenzó a tocar su canción favorita, para
despedirse de su cuerpo e iniciar el viaje que nunca supo que ya había
iniciado.