Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 06, 2016

(Sin título)

El joven abogado manejaba algo desconcentrado su todo terreno esa fría mañana de junio. Antes de salir de su departamento había discutido con su esposa, por lo que ambos iban en silencio en el vehículo, escuchando una lista de reproducción musical aleatoria del gusto de los dos, para evitar nuevos roces. Ambos creían tener la razón, por lo que decidieron dejar el tema en espera a la hora de salida de sus respectivos trabajos, para poder conversar con calma y no interferir en sus actividades laborales; mal que mal, la discusión se generó por diferencias en relación a qué parte de Europa viajar en las vacaciones venideras, y ambos sabían que tarde o temprano lograrían un consenso que dejara a los dos felices.

A esas alturas de la mañana todos los vehículos corrían a gran velocidad, muy por encima del límite legal, pese a lo cual las posibilidades de ser infraccionados eran bajas, pues a esa hora las policías se encontraban resolviendo sórdidos crímenes relacionados con narcotráfico en los barrios bajos de la capital, y rescatando a algunos conductores ebrios que horas antes habían estrellado sus vehículos contra postes, personas u otros vehículos; así, nadie se preocupaba mayormente de controlar la velocidad de quienes iban a sus trabajos en ese pudiente sector de la ciudad.

El abogado seguía el trayecto memorizado para ir a dejar a su esposa a su oficina, y luego dirigirse a la suya justo a tiempo como para conseguir un estacionamiento no tan escondido del mundo. Mientras pensaba en cómo ganar la discusión de la noche, no se dio cuenta que cien metros delante de él iba un vehículo pequeño y sin luces a baja velocidad; pese a todos los recursos mecánicos e informáticos de su moderno todo terreno le fue imposible evitar el choque por alcance, lanzando al viejo vehículo varios metros hacia adelante, mientras sus gastados neumáticos intentaban adherirse al húmedo pavimento para detener su descontrolada marcha. El abogado se bajó iracundo, sin siquiera preguntarle a su esposa si le había pasado algo, y con espanto vio que su parachoques, luces delanteras y capó estaban casi completamente destruidos. Al darse cuenta que el costo de la reparación sería mayor que el valor del vehículo al que había chocado, y a sabiendas que el seguro lo expulsaría en cuanto le pagaran las reparaciones, decidió ir a cobrar venganza donde el conductor que había terminado de echarle a perder la mañana.

La esposa del abogado estaba algo mareada, pues tampoco alcanzó a ver a tiempo al pequeño vehículo, por lo que no pudo reaccionar, y al no activarse los air bags, sufrió los efectos del latigazo propios de la desaceleración brusca del móvil. Mientras lograba volver a enfocar la vista sin que todo girara a su alrededor, vio a su marido iracundo patear el parachoques del todo terreno, y dirigirse raudo hacia la cabina del pequeño vehículo al que habían chocado. La mujer veía nerviosa cómo su marido, un hombre joven, alto y corpulento, caminaba a grandes zancadas hacia un automóvil de más de dos décadas, en el que definitivamente cabría con dificultad. Su marido tomó con violencia la puerta y la abrió, y de un tirón sacó del asiento del conductor a un hombre pequeño y enjuto, que parecía tener un defecto en su pierna derecha, pues se veía bastante más gruesa e inmóvil que la izquierda. De improviso el abogado, sin mediar provocación, le lanzó una especie de bofetada al pequeño hombre, quien trastabilló y logró detener la caída afirmándose en su vehículo. Cuando el corpulento profesional quiso abalanzarse sobre el pequeño hombre, éste bajó su mano derecha hacia su pierna, dejando helado al abogado.

La joven profesional no entendía qué estaba pasando. Su marido de pronto se detuvo y levantó las manos; en ese instante la mujer vio con espanto cómo la pierna gruesa del enjuto hombre perdía parte de su grosor, y en la mano derecha el hombre blandía una larga vara, aparentemente de madera. En una fracción de segundo el conductor del viejo vehículo abrió su brazo, y plásticamente lo abanicó, descargando un certero golpe en la sien del abogado quien cayó desplomado al instante. La esposa del profesional bajó del vehículo gritando descontrolada, para llegar al lado del cuerpo de su marido que yacía en el suelo con los ojos fijos en el cielo y una gran herida abierta en su cráneo, que sangraba profusamente y dejaba ver el cerebro del abogado asesinado. Antes de desmayarse, la joven vio con espanto al enjuto hombre mirar casi con placer el arma de madera.