El joven abogado manejaba algo desconcentrado su todo terreno esa fría
mañana de junio. Antes de salir de su departamento había discutido con su
esposa, por lo que ambos iban en silencio en el vehículo, escuchando una lista
de reproducción musical aleatoria del gusto de los dos, para evitar nuevos
roces. Ambos creían tener la razón, por lo que decidieron dejar el tema en
espera a la hora de salida de sus respectivos trabajos, para poder conversar
con calma y no interferir en sus actividades laborales; mal que mal, la
discusión se generó por diferencias en relación a qué parte de Europa viajar en
las vacaciones venideras, y ambos sabían que tarde o temprano lograrían un
consenso que dejara a los dos felices.
A esas alturas de la mañana todos los vehículos corrían a gran
velocidad, muy por encima del límite legal, pese a lo cual las posibilidades de
ser infraccionados eran bajas, pues a esa hora las policías se encontraban
resolviendo sórdidos crímenes relacionados con narcotráfico en los barrios
bajos de la capital, y rescatando a algunos conductores ebrios que horas antes
habían estrellado sus vehículos contra postes, personas u otros vehículos; así,
nadie se preocupaba mayormente de controlar la velocidad de quienes iban a sus
trabajos en ese pudiente sector de la ciudad.
El abogado seguía el trayecto memorizado para ir a dejar a su esposa a
su oficina, y luego dirigirse a la suya justo a tiempo como para conseguir un
estacionamiento no tan escondido del mundo. Mientras pensaba en cómo ganar la
discusión de la noche, no se dio cuenta que cien metros delante de él iba un
vehículo pequeño y sin luces a baja velocidad; pese a todos los recursos
mecánicos e informáticos de su moderno todo terreno le fue imposible evitar el
choque por alcance, lanzando al viejo vehículo varios metros hacia adelante,
mientras sus gastados neumáticos intentaban adherirse al húmedo pavimento para
detener su descontrolada marcha. El abogado se bajó iracundo, sin siquiera
preguntarle a su esposa si le había pasado algo, y con espanto vio que su
parachoques, luces delanteras y capó estaban casi completamente destruidos. Al
darse cuenta que el costo de la reparación sería mayor que el valor del
vehículo al que había chocado, y a sabiendas que el seguro lo expulsaría en
cuanto le pagaran las reparaciones, decidió ir a cobrar venganza donde el
conductor que había terminado de echarle a perder la mañana.
La esposa del abogado estaba algo mareada, pues tampoco alcanzó a ver
a tiempo al pequeño vehículo, por lo que no pudo reaccionar, y al no activarse
los air bags, sufrió los efectos del latigazo propios de la desaceleración
brusca del móvil. Mientras lograba volver a enfocar la vista sin que todo
girara a su alrededor, vio a su marido iracundo patear el parachoques del todo
terreno, y dirigirse raudo hacia la cabina del pequeño vehículo al que habían
chocado. La mujer veía nerviosa cómo su marido, un hombre joven, alto y
corpulento, caminaba a grandes zancadas hacia un automóvil de más de dos
décadas, en el que definitivamente cabría con dificultad. Su marido tomó con
violencia la puerta y la abrió, y de un tirón sacó del asiento del conductor a
un hombre pequeño y enjuto, que parecía tener un defecto en su pierna derecha,
pues se veía bastante más gruesa e inmóvil que la izquierda. De improviso el
abogado, sin mediar provocación, le lanzó una especie de bofetada al pequeño
hombre, quien trastabilló y logró detener la caída afirmándose en su vehículo.
Cuando el corpulento profesional quiso abalanzarse sobre el pequeño hombre,
éste bajó su mano derecha hacia su pierna, dejando helado al abogado.
La joven profesional no entendía qué estaba pasando. Su marido de
pronto se detuvo y levantó las manos; en ese instante la mujer vio con espanto
cómo la pierna gruesa del enjuto hombre perdía parte de su grosor, y en la mano
derecha el hombre blandía una larga vara, aparentemente de madera. En una
fracción de segundo el conductor del viejo vehículo abrió su brazo, y
plásticamente lo abanicó, descargando un certero golpe en la sien del abogado
quien cayó desplomado al instante. La esposa del profesional bajó del vehículo
gritando descontrolada, para llegar al lado del cuerpo de su marido que yacía
en el suelo con los ojos fijos en el cielo y una gran herida abierta en su
cráneo, que sangraba profusamente y dejaba ver el cerebro del abogado
asesinado. Antes de desmayarse, la joven vio con espanto al enjuto hombre mirar
casi con placer el arma de madera.