Todas las noches después de cenar y de terminar de ordenar la ropa
para ir al colegio al día siguiente, la pequeña Raquel se dedicaba con esmero a
cumplir la última voluntad de su fallecida abuela. La madre de su progenitora
se había dado a la tarea de criarla durante su más tierna infancia, por lo que
Raquel la reconocía como su verdadera madre, más allá del cariño que sentía por
su mamá. Poco antes de morir de cáncer, y cuando la pequeña estaba por cumplir
los seis años, la mujer le entregó a su nieta una enorme y pesada piedra, y le
explicó que esa era su herencia; la niña debería pulirla con suavidad todas las
noches, y cuando fuera el momento adecuado, la piedra se encargaría de encauzar
su vida. Sin que la pequeña entendiera mucho de lo dicho por la añosa mujer,
recibió gustosa el regalo, y ayudada por su padre la guardó en su habitación.
Raquel se acercaba día tras día a su cumpleaños número trece, lo que
coincidía con el aniversario de su abuela: habían transcurrido ya siete años de
la partida de una de las personas más amadas en su vida, lo que siempre la
complicaba a la hora de celebrar. Sin embargo, sus sentimientos parecían
diferentes ese año: el recuerdo de su partida ya no dolía tanto, y mal que mal
había cumplido durante casi siete años con la extraña voluntad de su abuela,
sin entender aún a cabalidad el significado de sus palabras. Noche tras noche,
y luego de cumplir con sus deberes, la niña sacaba de su armario la piedra, que
guardaba en una caja de cartón donde también se encontraba el paño con el que
la pulía, la colocaba sobre su cama, y pacientemente empezaba a frotarla por
todos lados, hasta que el sueño la vencía y debía acostarse a dormir. Como era
de esperarse, luego de casi siete años de trabajo, la piedra había perdido una
gran cantidad de su masa, y sus paredes se habían alisado homogéneamente de
modo tal, que parecía una especie de huevo de dinosaurio petrificado guardado
como tesoro en su caja.
En la mente de la pequeña, la piedra había pasado por decenas de
estados. Su imaginación puso dentro de
la piedra un reino mágico, un planeta de juguetes, un universo poblado de
arcoíris y seres mitológicos. Con el paso de los años, y al ver que la piedra
tomaba forma de huevo, su mente empezó a soñar con el instante en que su
cáscara pétrea se rompería, y dejaría libre a su huésped: un dinosaurio, un
unicornio, un hada, un príncipe. El regalo de su querida abuela estaba cargado
de magia, y cuando llegara lo que la anciana llamó “el momento adecuado”, su
regalo lleno de magia sería suyo para siempre.
Llegó el día del cumpleaños de Raquel, y como era costumbre sus padres
invitaron a todos los amigos de la pequeña a acompañarla en una fiesta donde pudieran disfrutar con tranquilidad. La tarde terminó con el dormitorio
de la niña atiborrado de regalos, y con todos los asistentes exhaustos,
incluyendo a la festejada. En cuanto llegó la noche y los visitantes se fueron, la niña
se dispuso a cumplir con su tarea de siempre, con la secreta esperanza que esa
fuera la noche para que el regalo de su abuela se hiciera realidad.
Raquel pulía con todas sus fuerzas la ya ovalada piedra. A cada pasada
de paño sus esperanzas se iban desvaneciendo, al ver que nada sucedía en su
superficie; luego de una hora de pulir sin parar, el sueño empezó a apoderarse
de ella, haciendo su cuerpo más pesado y su conciencia más nebulosa. De pronto
un crujido en la piedra la despertó bruscamente; de inmediato tomó su teléfono
celular y lo encendió en modo linterna para ver claramente qué pasaba con su
regalo. Una tenue fisura parecía avanzar por uno de los ejes del ovoide, que a
los pocos segundos abarcó su diámetro completo; finalmente, y luego de un
último crujido, su superficie se rompió, dando salida a una masa informe
oscura, que antes que Raquel pudiera reaccionar, se clavó en su pecho,
penetrando hasta su corazón, matándola instantáneamente. Algunos segundos
después el cuerpo de la niña estaba al mando del parásito que ella había
incubado inocentemente durante siete años, y que ahora podría perpetuar la
herencia de su querida abuela Abondia, la reina de las brujas.