La joven mujer despertó algo mareada y
confusa. Al parecer había cometido un error en el bar y se había bebido el
trago con la droga destinado a su potencial víctima de esa noche, y ahora
estaba pagando las consecuencias. Un extraño frío recorrió su cuerpo cuando se
dio cuenta que se encontraba en un lugar sin ventanas, muy iluminado, lleno de
íconos religiosos, sentada al medio de la habitación desnuda y atada de pies y
manos.
—Parece que me descubriste lindo—espetó
la mujer hacia la sombra que se acercaba de frente a ella, reconociendo la
contextura física de quien intentó drogar—. Parece que te gusta con violencia,
¿a qué hora empezamos a jugar?
—Sé quién eres.
—No te he dicho mi nombre lindo, de
hecho no nos hemos presentado. Me llamo…
—No me interesa cómo te llamas. Sé quién
eres y lo que eres.
—¿Y qué vas a hacer al respecto?
—Te voy a matar.
—Estás loco… no sabes lo que estás
diciendo. Si sabes lo que soy, sabes que no podrás hacerlo.
—Encomienda tu alma a quien sea…
—Tú sabes mi nombre, no debe ser primera
vez que nos vemos, ¿cierto?
—Con suerte recuerdo mi nombre al verme
al espejo, ¿y esperas que recuerde el tuyo?
—¿Y me vas a matar sin saber cómo se
llama quién estás matando?
—Te voy a matar, independiente si tienes
o no nombre.
El sicario sacó de entre sus ropas un
colgante que llevaba al cuello, de cuyo extremo pendía una pequeña bolsa de
cuero rígido. De su interior sacó una especie de garra de acero con un agujero
circular donde cabía cómodamente uno de sus dedos, quedando el artefacto como
un anillo al empuñar su mano. Sin preámbulo alguno el hombre deslizó su puño bajo
el mentón de su víctima, cortando los vasos del cuello y acabando en segundos
con la vida de la mujer que lo miraba estupefacta sin asumir qué estaba
sucediendo. Acto seguido el sicario se sacó el mortal anillo para guardarlo en
la misma funda en que estaba sin siquiera limpiar la sangre, para sacar de su
parte posterior una segunda arma de las mismas características pero de un
material que parecía hueso quemado o madera negra; en cuanto calzó el anillo en
el dedo anular izquierdo giró bruscamente con el puño en ristre atacando el
aire. Durante un segundo el subterráneo en que se encontraba vibró con
violencia y las luces se apagaron, luego de lo cual todo volvió a la normalidad.
El sicario guardó el arma bendita con la que provocó la muerte segunda al alma
de la bruja, besó el crucifijo que llevaba en el mismo colgante que sus arnas,
y se dirigió donde su confesor a arreglar cuentas antes de seguir con su
misión.