Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, octubre 19, 2016

Casona

Macarena miraba con tristeza a través de la ventana de la sala de estar de su casa. Aquella mañana sería tal vez la última de su existencia en su hogar, por lo que debía aprovecharla al máximo. Fuera de la reja aún quedaban algunos carteles de protesta de los grupos que luchaban por la preservación del patrimonio de la ciudad, que no habían sido capaces de revertir la última orden judicial. La vieja casona de ciento cincuenta años estaba condenada a muerte, y esa mañana se llevaría a cabo su ejecución.

Macarena sentía que parte importante de su vida se iría con esa casona. La vieja edificación había soportado terremotos históricos y un par de incendios, y ahora sucumbiría bajo una maquinaria que buscaba hacerla desaparecer a la brevedad para de inmediato empezar la construcción de un nuevo condominio, que llevaba un par de años esperando por brotar y crecer como maleza en donde otrora hubiera un tranquilo barrio residencial, y que ahora albergaba hileras de torres de decenas de pisos, para poder dar cabida a la mayor cantidad de clientes en el menor espacio posible, haciéndoles creer que vivir en ese hacinamiento merecía llamarse vida. Macarena tocaba las paredes de su vieja casa, y sentía que ella tenía más vida que cualquiera de quienes llegarían a habitar los nuevos departamentos, y mucha más aún que quienes decidieron destruirla para borrar todo vestigio del pasado y darle paso a la sobrevalorada modernidad.

Macarena se paseaba nerviosa. Hacía un rato había llegado un pequeño grupo de defensores del ´patrimonio con nuevas pancartas y megáfonos para dar la última batalla por su hogar; sin embargo, apenas cinco minutos después un piquete de policías se encargaron de dispersarlos, para que a los pocos minutos llegaran los camiones de la empresa de demoliciones, quienes desmontaron la reja, tapiaron con paneles el límite con la vereda, y abrieron paso a la maquinaria encargada de derribar todo a su paso.

Macarena estaba angustiada. El hogar que la había visto nacer a ella, a sus hermanos, sus padres, sus abuelos y bisabuelos, estaba a punto de convertirse en un terreno baldío. Ninguno de sus esfuerzos había valido la pena, y ahora se encontraba en uno de los momentos más inciertos desde que tenía memoria: había perdido las batallas, la guerra, y ahora no quedaba más que aceptar la derrota y todo lo que ello implicaba.

Tres horas más tarde, y luego de inspeccionar por completo la casona, el encargado de la demolición dio el vamos, y la primera de las máquinas atacó con violencia la pared que daba a la calle, la que opuso toda la resistencia posible, misma que le había servido para sobrevivir un siglo y medio de terremotos; apenas algunos segundos bastaron para que empezara a crujir todo, y que dicha pared cediera desde sus cimientos para empezar una silenciosa caída que se vería coronada por el estrepitoso sonido de los restos azotándose contra el suelo. Afuera los gritos de furia de quienes intentaron detener la destrucción de la última vivienda en pie del siglo XIX en el barrio se ahogaban en el rugido de los motores de las máquinas que no darían tregua hasta arrasar con todo a su paso.

Macarena miraba con tristeza a través de la ventana de la sala de estar de su casa. En ese instante la máquina pasó por encima del muro, reventando la ventana y haciendo desaparecer la pared principal de la sala de estar, mientras Macarena se mantenía paralizada, sin saber qué debía hacer en ese momento. La casa que la había albergado los treinta años de su vida, y los cincuenta años desde que se había suicidado estaba desapareciendo, y no sabía qué haría su alma en pena ahora que no tenía un lugar donde penar, cuando aún no había sido capaz de encontrar el camino hacia la eternidad.