La
secretaria digitaba el texto a toda velocidad. Como buena
representante de la vieja escuela, la mujer estaba formada en
taquigrafía por lo que podía escribir textos sin mirar el teclado
del computador o en su momento de la máquina de escribir mecánica o
eléctrica: su vista estaba fija en el papel manuscrito que debía
transcribir, saltándose todas las palabras tarjadas y corregidas
para tener listo el resultado lo antes posible. Tras de ella, el
hombre con el fusil la miraba con algo de curiosidad.
El
hombre del fusil vigilaba el trabajo de la secretaria. El hombre, un
exmilitar condecorado por hacer nada durante su carrera, estaba
entrenado en el uso de armas largas y de puño, las cuales nunca
había usado contra alguna persona o animal. Ahora se desempeñaba
como mercenario, y en ese momento su misión era vigilar que la
secretaria terminara de transcribir el texto a computador. El hombre
no entendía cómo la mujer era capaz de escribir sin mirar el
teclado, ni de digitar tan rápido como lo hacía; sin embargo ello
no importaba, en la medida que la mujer terminara de digitar el
texto.
La
mujer ordenaba los papeles para terminar lo antes posible su trabajo.
El hombre la miraba nervioso al ver que se tardaba en ordenar los
papeles; finalmente la mujer logró darle el orden lógico a cada
página manuscrita y pudo volver con su trabajo. El hombre respiró
tranquilo al ver a la mujer volver a su trabajo.
La
mujer terminó de digitar el texto; de inmediato se puso de pie, se
dirigió a la impresora, imprimió el documento en un tamaño de
letra lo suficientemente grande para que cualquiera pudiera leerlo,
lo corcheteó, y se lo pasó en la mano al hombre armado, para luego
volver a sentarse, esta vez mirando la pantalla. El hombre dejó el
legajo sobre un escritorio, sacó su arma de puño del cinturón,
colocó al cañón en la nuca de la mujer, cerró los ojos y haló el
gatillo. Luego tomó el legajo y lo llevó a su destinatario.
El
secretario general de las Naciones Unidas inició una cadena mundial
de radio y televisión. Frente a todos los habitantes del planeta
leyó la carta de rendición de la humanidad ante las fuerzas
extraterrestres que rodeaban con sus naves al planeta. Diez segundos
después de terminar la lectura, una luz invadió la pantalla. Un
minuto más tarde empezó la destrucción del planeta a manos de los
alienígenas. Mientras tanto en lo profundo del bunker en que se
digitó la carta, el cuerpo de la mujer se retorcía por la impericia
del militar que la dejó agonizando, en espera de morir luego a manos
de los invasores para terminar con su sufrimiento.