El
hombre intentaba meditar en el living de su departamento ubicado en
medio de la capital. El ruido de la calle y de los vecinos le
complicaba concentrarse, además de la incomodidad del duro piso de
baldosa sin alfombras, y de la delgadez de la colchoneta en la cual
se ubicaba, la cual ya estaba casi perforada por el uso repetitivo.
El hombre soñaba alguna vez poder meditar en algún lugar de
ensueño, como al lado de una caída de agua o cascada, sentado en
posición de loto sobre las rocas rodeado de naturaleza en una
esterilla de bambú y ataviado con una bata celeste o amarilla; sin
embargo sabía que eso estaba fuera de su alcance económico, y que
probablemente la esterilla sobre las rocas estaría igual de dura que
su colchoneta sobre el piso del departamento.
Al
ritmo indolente de la música de moda, auspiciada gentilmente por sus
agresivos y maleducados vecinos quienes ya tenían varias denuncias
por ruidos molestos, la mente del hombre se alejaba de la realidad
mundana y se conectaba con su ser interior, lo cual lo tenía en un
estado de tranquilidad tal, que casi no le molestaba la estridente
música. El hombre además había encendido varias varitas de
incienso, cuyo olor también le ayudaba a tranquilizarse y a su
conexión interna. Tal fue el nivel de desconexión con la realidad,
que en un momento el hombre se quedó dormido y tuvo un extraño y
vívido sueño.
El
hombre se vio bastante más musculoso que como era realmente, lo que
le causaba bastante risa pues entendía que era un deseo oculto de su
inconsciente, cosa que jamás lograría pues no congeniaba con el
ambiente de los gimnasios. De pronto fuertes golpes remecieron su
puerta: al abrir, estaban frente a ella sus vecinos quienes lo
insultaron por el olor de los inciensos. El hombre intentó
explicarles pero el hombre más alto le gritó que los apagara de
inmediato o se hiciera cargo de las consecuencias. En ese momento
pasó lo más divertido del sueño.
El
hombre se enojó, cosa que jamás pasaba en la vida real, empujó al
vecino y lo lanzó contra la muralla del pasillo. En ese momento sus
acompañantes empezaron a lanzarle golpes de pies y puños que el
hombre esquivó con facilidad, para luego contratacar con una
andanada de puñetazos y patadas. La fiereza de los golpes causó
estragos en los rostros de sus vecinos quienes terminaron en el suelo
sangrando; en ese momento uno de ellos sacó un arma de fuego de
puño, que rápidamente pasó a manos del hombre con un brusco
movimiento de muñeca, terminando con un disparo en el glúteo de su
agresor. En ese momento el hombre cerró la puerta para despertar
muerto de la risa.
Al
despertar el hombre no entendía qué pasaba, pues ya no se escuchaba
música, la que fue reemplazada por gritos de dolor de sus
copropietarios. El hombre se asomó a la puerta: al verlo sus vecinos
huyeron despavoridos, dejando muchos rastros de sangre en el pasillo.
Desde ese día nunca más hubo ruidos molestos, y el hombre pudo
seguir meditando en su colchoneta en el living, pero ahora en
sepulcral silencio.