La
mujer intentaba conversar con tranquilidad con su interlocutor sin
explotar de rabia. Hacía meses que se había hecho amiga de un
desconocido en un bar, del cual casi no sabía nada, pero con quien
le gustaba conversar pues el hombre era bueno para escuchar. Sin
embargo, con el paso del tiempo algo estaba cambiando en su modo de
expresarse, y ello estaba llevando la mujer a su límite de
tolerancia.
El
hombre parecía ser mayor que la mujer; sin embargo, ambos tenían la
misma edad, pero las vicisitudes de la vida lo habían impactado lo
suficiente para envejecerlo físicamente. Además, el hombre también
parecía más viejo mentalmente, pues su bagaje cultural era
infinitamente mayor que el de la mujer. En un principio de la
relación el hombre era condescendiente con la mujer, le escuchaba
todo y trataba luego de darle algún consejo que él sintiera
adecuado, lo que la mayoría de las veces era acertado. Pero esos
últimos dos meses su trato estaba cambiando, y parecía cada vez
aguantar menos las quejas de la mujer, haciéndola sentir a veces
como una tonta, cosa que ya la estaba hartando.
Esa
noche la mujer empezó a contarle al hombre una situación banal
sufrida por una compañera del trabajo. El hombre la miró, guardó
silencio algunos segundos, luego de lo cual le dijo directamente que
su amiga era estúpida, y lo que le había pasado era lo que merecía
una estúpida. La mujer no aguantó más, miró con odio a su amigo y
le dijo que era un insensible, a lo que el hombre respondió que la
sensibilidad era irracional, y que eso era una de las cosas que
estaba limitando la evolución de la raza humana. La mujer sin
pensarlo se puso de pie y se fue del lugar, no sin antes lanzarle el
contenido de su vaso a la cara e insultarlo a viva voz.
Media
hora más tarde el hombre ya se había secado el rostro y la ropa, y
había comprobado que la mujer lo había bloqueado de toda forma de
comunicación electrónica, incluyendo el teléfono. En ese instante
una muchacha que parecía muy joven se sentó a su lado con una copa
de un trago dulce. La mujer lo miró en silencio, y le preguntó si
había entendido su error. El hombre bebió un gran sorbo de su
destilado, empezó a recordar una tras otra todas sus
reencarnaciones, y que en todas había pasado decenas de veces lo
mismo. El hombre entendía que quería ayudar a la raza humana, pero
que su sabiduría era tal que tarde o temprano se aburría de la nula
evolución de la gente del planeta, por lo que terminaba diciendo lo
que realmente pensaba y cómo lo pensaba. Luego de tragar su bebida
respondió con un sí; la mujer luego le preguntó si ahora había
entendido que debía cambiar a lo que el hombre de inmediato
respondió que sí. Finalmente la muchacha le preguntó si cambiaría;
media hora más tarde el hombre bajó la mirada, terminó su trago y
pidió la cuenta.