La
mujer escuchaba pacientemente la llamada telefónica. Su
interlocutor, un ejecutivo bancario, le explicaba latamente acerca de
un seguro de salud que la protegía hasta de abducciones
extraterrestres, y que ya estaba decidida a rechazar pero por un
asunto de respeto prefería escuchar toda la perorata del hombre pues
entendía que ese era su trabajo y eso lo respetaba. Luego de quince
minutos de llamada la mujer le agradeció el producto pero le dijo
que al menos en ese momento no lo quería contratar. Desde la puerta
de la oficina su jefe la miraba con desdén.
Cerca
de la hora del almuerzo una llamada de un proveedor la mantuvo
conectada por más de veinte minutos. La mujer con su paciencia de
costumbre escuchó todas las explicaciones que le dieron por el
retraso en una entrega, para luego agendar una nueva fecha de
despacho. Su jefe la seguía mirando, y luego de terminada la hora
del almuerzo y antes de empezar la jornada de la tarde la llamó para
decirle que admiraba su paciencia, pero que debería empezar a
acortar y acotar las llamadas a la información precisa y a tiempos
más normales, independiente de quién la llamara. La mujer asintió
algo incómoda, pues no le gustaba acortar las llamadas, pero la
conversación con su jefe dejaba claro que era más una orden que una
simple charla.
Media
hora más tarde su teléfono volvió a sonar. La mujer miró
preocupada el teléfono, lo tomó, contestó y antes de escuchar la
respuesta dijo de inmediato que estaba corta de tiempo y que por
favor hablara rápido: cinco segundos más tarde del otro lado se
escucharon tres palabras: voy para allá. La mujer no entendió el
mensaje pero se quedó tranquila al ver que su frase funcionaba.
Luego de tres llamadas la mujer se dio cuenta que era más fácil de
lo que pensaba lograr llamadas breves. La mujer sonrió para si, y su
jefe la miró satisfecho desde la puerta.
Una
hora más tarde la mujer se disponía a ir a descansar a su
domicilio. Luego de mirar su teléfono lo guardó en su bolso y se
dispuso a ir a marcar la salida. De pronto sintió una extraña
sensación en la cabeza y perdió el conocimiento. Al recobrarlo vio
su cuerpo botado en el suelo y a sus compañeros de trabajo tratando
de reanimarla. A su lado había una entidad vestida con una sotana
con capucha que cubría su cabeza: en su mano izquierda que parecía
ser de hueso llevaba en teléfono en cuya pantalla aparecía su
nombre; en la derecha sostenía una enorme guadaña.