Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, octubre 19, 2025

Consulta

El guardia de seguridad se notaba inquieto. Esa mañana había despertado con una picazón incontrolable en todo el cuerpo y no lograba entender lo que le estaba pasando. El hombre nunca había sido alérgico, no tomaba medicamentos por su cuenta, no era un bebedor exagerado, ni tenía historia de lesiones en la piel. Tampoco había cambiado de jabón o champú en el último tiempo, por lo que se le estaban acabando las causas más comunes que nombraba internet, lo que lo obligaba a hacer lo que menos le gustaba en la vida: consultar un médico. Para él la consulta médica era una pérdida de tiempo y dinero; pero como no lograba encontrar el origen de su problema, no le quedaba más que pagar una consulta para aclarar su duda.

A las seis de la tarde el hombre estaba en una sala de espera atestada de gente en un gran centro médico de la ciudad. Los nombres iban y venían por doquier, por lo que debía estar concentrado para no perder su llamado. De pronto y en medio del barullo escuchó su nombre y un box; el hombre se puso de pie y se dirigió a la oficina de donde lo habían llamado. En ella había una mujer mucho más joven que él quien lo saludó cordialmente y le preguntó por qué había pedido la hora. Luego de un par de minutos de preguntas varias la doctora le pidió que le mostrara la piel a ver si había lesiones, luego de lo cual empezó a llenar órdenes de exámenes. El hombre mostró su frustración; la doctora lo miró, dejó de escribir y se puso de pie frente a él, levantando sus manos para ponerlas en el aire frente a su rostro.

El hombre no entendía que pasaba. Desde su piel manaba un color amarillo que se dirigía a las manos de la doctora, mientras la picazón empezaba a disminuir; desde la espalda de la doctora manaba un color celeste que se diluía en el aire y hacía sentir más liviano el ambiente. Cuando el color amarillo dejó de manar de su piel la picazón cesó, y la joven mujer bajó sus manos. El hombre miraba desconcertado a la doctora, quien arrugó las órdenes de exámenes y le dijo al hombre que estaba curado. En ese momento el hombre volvió en sí, pues se había desmayado en medio del examen físico. La doctora le dijo que era un síncope, que podría haberle bajado la presión, y que por precaución le pediría un electrocardiograma. Mientras la mujer hacía la orden para el examen, el hombre se dio cuenta que ya no tenía picazón; al aguzar la vista, vio una tenue bruma celeste manando de la espalda de la doctora, quien sonrió sin decir nada.