Increíble, nunca pensé que llegaría el día: el último turno antes de mi jubilación. Ya no recuerdo cuántos años son trabajando en esta UTI, la peor catalogada del país, la más compleja, casi una antesala a la autopsia. Ningún especialista, salvo los mismos viejos locos de siempre, quisieron aceptar el desafío. Y bueno, alguien tenía que hacer el “trabajo sucio”...
No suelo ser nostálgico (de hecho siempre me han catalogado de duro y frío), pero pienso que echaré de menos el entorno. El concierto de ruidos las 24 horas del día, los ventiladores mecánicos y sus alarmas, las bombas de infusión y sus alarmas, los monitores y sus malditas alarmas... años atrás eran números en rojo, ahora pantallitas planas con gráficos en 3 dimensiones, pero siguen anunciando lo mismo: descompensación, alejamiento del inestable equilibrio llamado vida, si es que lo que mantenemos acá merece ese nombre. A veces me cuestiono, si me llegara a suceder algo, si me gustaría que me hicieran todo lo que le hago a los pacientes; en las interminables noches de invierno en que no hay algún procedimiento imprevisto, tomando un café en un solo tiempo (no de 5 o 6 veces), me imagino intubado, con varias vías venosas (incluida la consabida vía venosa central que tanto nos gusta), dializado, con una que otra sonda, y amarrado (“contenido” suena menos traumático) al catre clínico... ¿es eso vida, dignidad humana, o vía para seguir en este mundo?
Esto últimos turnos han sido bastante desagradables. Parece que el sistema de última generación que compró la clínica no es tan maravilloso como pintaban, pues hace días las alarmas se activan todas a la vez, estando los pacientes estabilizados. Y ahí hay que pararse y revisar uno por uno los monitores, desactivar las alarmas y cargar el sistema de nuevo. Creo que aún prefiero las antiguas, las de numeritos rojos... Es más fácil jugar con ellas que con estas pantallitas que tocas y te preguntan todo; antes era el equipo humano el que usaba las máquinas, ahora ellas nos usan y abusan a su antojo...
Quedan sólo 5 horas, 5 horitas de vida laboral activa. Vi en la tarde a las enfermeras y paramédicos secreteando, y varias salieron a comprar: están preparando mi despedida, tratando que no las descubra. Nunca lograron sorprenderme, en todos mis cumpleaños sabía quiénes iban a comprar, qué y cuándo; ahora no es la excepción, pero esta última vez no les arruinaré la sorpresa.
Parece que la UTI supiera que me voy, esta noche no ha habido alarmas ni emergencias ni sorpresas. Mandé a todos a acostarse hace un rato, para quedarme a solas con mi sala y mis pacientes. En agradecimiento, todos se han mantenido tal y como escribí en sus fichas: estables.
Sentado en la terminal donde veo todas las pantallas, empiezo a sentir cansancio. Obvio, cuántos años de sacrificios personales y familiares hay aquí, cuántas lágrimas, peleas, órdenes y contraórdenes se entremezclan. La emoción lleva a que me empiece a faltar el aire, incluso hasta palpitaciones estoy sintiendo. Y yo que me hacía el “gran macho” ahora estoy acá cansado, ahogado, con palpitaciones y una fuerte opresión en el pecho y la mandíbula... no me doy cuenta cuando estoy en el suelo, sudando frío, sintiendo la vida escaparse de mi ser. Justo esta noche, mi última noche, en que ninguna alarma sonó...
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