Melodía eterna que rebota dentro de mi cabeza. Hace días que la escucho, sin haber música cerca mío. No me asusta, nada me asusta, pero me desconcierta. Quien más alejado que yo de eso. Desde que nací y fue separado de mi madre, como todos los varones de mi tribu, he sido criado (y creado) como perverso. A los nueve años maté a mi primer rival, a los 11 ya era miembro regular de mi ejército, y a los quince tenía más de 100 hombres a mi mando. Ahora, como líder militar de todas las tribus de este lado del río, me dispongo a cruzar su ribera para conquistar las tierras de más allá. Y me desconcierto por una melodía que resuena en mi cabeza...
Es extraño, todos mis logros han sido en el corto plazo. Ya perdí la cuenta de cuantos han muerto bajo mi espada, mi hacha, o las patas de alguno de mis caballos: gracias a esas muertes soy el líder más joven y más temido de toda la planicie, y mi nombre se conoce en las tierras altas... También perdí la cuenta de cuantas veces he sido herido, casi de muerte incluso; tampoco recuerdo hace cuánto que no tengo 10 dedos...
Esas heridas y mi sangre derramada me han dado la otra fama: la de un guerrero inmortal, invencible, con poderes sobrehumanos. Eso ha aumentado el temor y el odio. Hace algunos días llamé a curanderos y hechiceros para que buscaran la raíz de la melodía: además de quemar mi pelo y dejarme algo más sordo, no lograron nada; bueno, nada salvo ser decapitados. Sólo el brujo más viejo no hizo nada, y se limitó a decir: es la canción de la muerte...ahora la debe estar escuchando junto con mi daga en su pecho.
Falta sólo un día para la invasión al otro lado del río. Todas mis tropas están listas. Como es costumbre, la noche anterior a la batalla la dedicamos a las esclavas. Esta vez elegí a una que decía ser princesa de su pueblo. Bella, agresiva, las 3 primeras veces costó domarla, pero de ahí en adelante cedió.
Llega a mis aposentos perfumada con las mejores especias, como corresponde a alguien de su “alcurnia”. Esta vez ella toma la iniciativa y me abraza por la espalda. Mientras me muerde con dulzura, una de sus manos desparece y al instante, la melodía nuevamente empieza a sonar en mi cabeza, pero más fuerte que nunca, como si miles de músicos se hubieran apostado dentro de mis aposentos a tocar. Todo ello mientras el cuchillo cae al suelo, y la sangre y mi vida brotan a raudales de mi cuello....
.